martes, 22 de diciembre de 2009

A propósito de un libelo que trajo mucha cola


Cien Años de Sequedad

El título, Cien Años de Sequedad, con el golpe de vista nos remonta a aquello de predicar en el “desierto” o a la ausencia de toda fuente de vida; pero no, todo lo contrario, el libelo trata de abundancia de vida. Vida que denigra a los mojigatos de aquella “manada de abstemios o hipócritas alcohólicos”, que “no trascenderán ni pasarán a los cielos de la eterna gloria, porque las estirpes condenadas a cien años de sequedad no tendrán una segunda oportunidad en la tierra”. He ahí la filosofía de Don Archibaldo. El autor con la “mala leche” que lo caracteriza narra sus experiencias en ésta “mísera adehuela bañada por un ridículo riachuelo llamado Caplina”. Ayacuchano y virgen, mucho antes que la blanca chuleta le arrebate su castidad, con acierto revela las felices o infelices situaciones de sus amigos o “enemigos”. Todos los personajes de su libellus aparecen en cueros, apenas cubiertos, ¡cuál taparrabos!, de sus respectivas insignias de combate, con una sola excepción: el borracho conocido. Ahora, nuestro querido amigo, no necesita el santo y seña que su padre le encajara en el registro municipal. Hoy es ocioso hacerlo. El próximo año recordaremos, los sobrevivientes de la generación de ruptura, el Veinte Aniversario de la publicación del libelo en cuestión. El tiempo y las parrilladas, nos exime de registrar en ésta edición electrónica, la nomenclatura oficial del ahora conocido borracho. ¿Para qué seguir haciéndolo famoso? Ayer, cuando los signatarios protagonizamos estos hechos, el cholo italiano, no aceptaba ser un borracho conocido, prefería el ignorado rincón del borracho anónimo. La mención imprudente de la pila de bautismo y el atrevimiento de publicarlo nos hizo acreedores a las represalias del “siciliano”. El rompimiento de relaciones diplomáticas cayó por su propio peso. La guerra silenciosa duró más de un largo año, y pese a que las relaciones disimuladas se reanudaron el incidente sigue pesando como un tonel de vino. Tonel vacío porque sus amigos ya nos lo chupamos.
Publicado en octubre del año 1990. Año en que su majestad imperial Kenya Fujimori Fujimori ascendió al trono de Pizarro. Punto de partida de la década en que cayeron las ilusiones románticas del zurdismo y la gentlemanía criolla mostró al desnudo toda su podredumbre. Década prodigiosa porque, en la historia republicana, nunca murieron tantos cholos – ni siquiera en la oprobiosa guerra del pacífico – como en esos diez años; década prodigiosa porque colocamos un guijarro en el nacimiento del primer outsider de la politiquería perucha; década prodigiosa porque resistimos mofándonos del establishment y toda esa laya de sabandijas que se prohijaron bajo el manto del sátrapa amarillo.
Con ésta edición recordamos a los camaradas de ruta que se adelantaron en la aventura a la inmortalidad: Eugen Blum, el Octavo Borracho; Hugo Salazar del Alcazar, el Niño Maravilla; Percy Montalvo, el descabellado; y como no mencionar a uno de los etcéteras, el recordado Pollo Sánchez; y, pare de contar, en ésta hora de nacionalismos infames que beben de trasnochados fundamentalismos étnicos; en ésta hora que la genuflexomanía al tintín de la callejera de Norteamérica prostituye talentos cosificados y la mediocridad avanza como el áspid de la fábula. En ésta hora, al pasar del mundo de la producción (oficialmente crecemos) al mundo de los seres humanos (extraoficialmente la miseria, también, crece), el optimismo desaparece. Y, sin embargo, triste de tanto reír te veo Perú al pie del orbe con mucho optimismo.

Edgar Bolaños Marín
Martes, 22 de diciembre de 2009

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