sábado, 21 de enero de 2012

LA SUPERACIÓN DE LA SUBJETIVIDAD (2)


Francisco Umpiérrez Sánchez
Miércoles 18 de enero de 2012
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Respondo a las últimas intervenciones. Hago referencia fundamentalmente a la mención que hace Adail sobre la abeja y el arquitecto. Y sobre esa referencia espero responder en parte a las inquietudes de Santiago y Luís.

No hay cosa en el mundo que sea igual por todas partes, ni en sí misma ni en relación con otras cosas. Igual sucede con el pensamiento de Hegel. Su contenido, extremadamente rico, no puede cubrirse con una sola catalogación. La cita que les transcribí de Hegel tiene un trazo muy materialista y su esencia filosófica, compartida también por Marx, estriba en la unidad de lo subjetivo y de lo objetivo. Y refiriéndonos al ámbito de la Semiótica habría que señalar que el lenguaje, los símbolos, los gestos y demás formas semióticas constituyen el reino de la subjetividad. Y no depende de ellas, de las formas semióticas, lograr la unidad de lo subjetivo y lo objetivo. Esa unidad sólo es posible por medios prácticos. No obstante, puede haber una actividad o acciones prácticas, como las que realizaba Alonso Quijano, que supongan lo contrario: la ruptura de lo subjetivo respecto de lo objetivo. La extrema izquierda, de aparente inspiración marxista, ha pecado siempre de quijotismo, toma la representación del mundo por el propio mundo.

En la sección dedicada al proceso de trabajo contenida en El Capital, Marx se expresa en los siguientes términos: “Una araña ejecuta operaciones que se parecen a las del tejedor, y la abeja avergüenza con la construcción de sus celdillas a más de un arquitecto. Pero lo que distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es que ha construido la celdilla en su cerebro antes de construirla en cera”. Después seguiré con la cita, pero ahora les hago los comentarios pertinentes. Lo esencial aquí es que el hombre hace primero en su cabeza lo que después hará en la realidad. La idea es anterior a la realidad. Y de ese modo, circunstancia que no ocurre en los animales, los objetos del mundo adquieren una existencia sígnica además de su existencia real. Y las configuraciones sígnicas tienen la ventaja respecto a las imágenes sensibles de estar dotadas de exterioridad. Esta exterioridad del signo es lo que hace confundir a muchos con la objetividad de aquello de lo que es signo. Sin duda que los signos al ser exteriores, propiedad que no concurre en las imágenes de los sentidos, están dotados de objetividad. Pero sobre esta objetividad no se realizan acciones objetivas. El significante /madera/ es objetivo, está dotado de objetividad, pero con ese significante no se puede hacer una mesa, no se pueden realizar tareas prácticas. La madera sí está dotada de objetividad y con ella sí se puede hacer una mesa. Así que hay que distinguir con mucha claridad y rigor esas dos clases de objetividades. Podríamos hablar, de manera provisional hasta que encontremos unas nominaciones más adecuadas, de objetividades sígnicas y de objetividades no sígnicas

Después de aquella afirmación, Marx dice lo siguiente: “Al final del proceso de trabajo se obtiene un resultado que existía ya al comienzo del mismo en la imaginación del obrero en forma ideal. No es que efectúe solamente un cambio de forma en el elemento natural, sino que, al mismo tiempo, realiza su fin en el elemento natural,…”. Paso a los comentarios pertinentes. Es el proceso de trabajo quien produce el resultado. No es la idea de una mesa, el concepto que tengo en mi cabeza de una mesa, la que produce la mesa. No es posible el salto del concepto a la realidad, del signo a la existencia designada. La mesa la produce mis manos con las herramientas adecuadas y con la materia prima adecuada. Lo que sucede es que el resultado del proceso de trabajo se presenta como realización del fin que existía en mi cabeza en forma ideal, en forma sígnica. Y la unidad de lo subjetivo con lo objetivo supone ambos aspectos: uno, la existencia previa de la imagen del objeto a producir, y dos, la producción del objeto por medios objetivos.

El hecho de que la conciencia humana, a diferencia de la conciencia animal, tenga existencia sígnica, permite su sustantivación, su objetivación, y su presentación como una existencia independiente de la realidad no sígnica; hasta el punto de que quiere litigar con ella, quiere lograr su señorío sobre ella. Lo que le sucedió a Alonso Quijano es que se dedicó a leer fantásticos libros de caballería y “llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles”. De este modo, al llenarse su cabeza de los libros y no de la realidad, su subjetividad dio el primer paso en su ruptura con la objetividad. Pero no quedó ahí la cosa. Sucedió que “como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veía o imaginaba le parecía ser hecho y pasar al modo de lo que había leído, luego que vio la venta se le representó que era un castillo…”. Aquí se produce la segunda y definitiva ruptura de la subjetividad respecto de la objetividad: percibir una cosa y representarse otra. Y llamo quijotismo justamente a eso: pensar que las cosas ocurren como en los libros y tomar el mundo por la representación que uno se hace de él.

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