sábado, 14 de julio de 2012

TESTIMONIOS DESDE CAJAMARCA


DESDE CAJAMARCA

Cajamarca, julio 8 del 2012

Muy nuestros:

En estas semanas, la historia de Cajamarca alcanzó un pico muy alto en la cordillera de la ignominia que se viene imponiendo desde hace casi 500 años. Espanta ver el mortífero poder que el oro sigue teniendo frente a la vida de nuestra tierra.

Desde hace 19 años se explotan aquí las minas de oro más ricas del continente y, en todos estos años de explotación, hemos visto crecer desmesuradamente la corrupción y la impunidad, la desconfianza y la polarización de la sociedad, la pobreza y las enfermedades, la constante falta de agua y la delincuencia, entre muchas otras calamidades.

Nadie en su sano juicio puede creer que lo que está en juego es el desarrollo del país. Cajamarca es la prueba rotunda de este embuste: el propio informe técnico y oficial "Evolución de la pobreza 2007-2011" –emitido a fines de mayo por el Instituto Nacional de Estadística e Informática– señala que Cajamarca pasó del segundo al primer grupo de Departamentos con mayor nivel de pobreza entre el 2010 y 2011, con rangos entre 53 y 57 por ciento, y forma parte del grupo con mayor pobreza extrema, con rangos entre 20.2 a 24.3 por ciento: Apurímac y Cajamarca resultan siendo los arquetipos de este sistema que produce miserias.

En el mes de junio, para variar, el informe “Perú: The Top 10.000 Companies 2012” señalaba que la Compañía de Minas Buenaventura (que tiene el 43% de participación en Yanacocha) había obtenido 663 millones de dólares de utilidades en el año 2010 y se había colocado en el cuarto lugar de las empresas con más ganancias.

En medio de los estragos del cambio climático, ante las promesas incumplidas y frente a la amenaza de fulminación de una vital zona acuífera –por parte del nuevo y millonario proyecto Minas Conga–, las comunidades campesinas y poblaciones cajamarquinas ejercieron su legítimo derecho a decir No.

De inmediato –y pese a que las manifestaciones eran completamente pacíficas y hasta corteses–, una granizada inmisericorde de epítetos se desató contra el pueblo cajamarquino. Innumerables abominaciones y desahucios han manado por letra de mucha prensa, de aparatosa pantalla y por boca de un cúmulo de entendidos sobre una tierra que no conocen.

Este oscurantismo mediático se encargó no sólo de torcer la realidad sino de azuzar el vergonzoso racismo que parasita en nuestro país. Muchos comentarios en las redes sociales no cesan de decir que somos salvajes e incivilizados, que estamos atrasando a toda la nación y que sólo somos una sarta de indios piojosos y terroristas, que deberían desaparecernos y bombardearnos con napalm.

Supongo que es muy difícil de entender el sentido de comunidad para quienes sólo succionan en las ciudades y no se atreven a ponerse en la posición de los otros ni a hacer suya la osadía del mañana. E inspiran una profunda lástima quienes ignoran que la leche, el pan o las papas que consumen cada día no tienen su origen en el supermercado, sino en el esfuerzo portentoso de quienes labran día a día la tierra regada con agua que anida en las lagunas y los humedales que ahora se quiere destruir.

Estoy en la Plaza de Armas de Cajamarca: unas setenta mil personas pueblan esta plaza en una de las cotidianas concentraciones que se iniciaron el 31 de mayo pasado. Miro a mi prójimo: esta señora que está con su niño en los brazos, ¿es una terrorista? Este anciano que llora en silencio para que no destruyan los manantiales, ¿es un bárbaro? Estos estudiantes que protestan para que no se destruyan los delicados ecosistemas en donde nacen ríos y fluyen alimentos, ¿son unos vándalos? Esta monja que multiplica los panes en el fogón de la olla común, ¿es una “agitadora profesional”? Esta pareja que proclama su indignación y su ternura, ¿son delincuentes intratables?

En esta gente que marcha perviven los abuelos y también palpitan los nietos. Hay una memoria insumisa en esta ciudadanía, un heroísmo planetario, una tierra hablando a través de sus hijos, una filiación restituida con la naturaleza.

Hemos escuchado a doctos capitalinos decir que tras todas estas protestas hay financiamiento de ONGs, “Si no, ¿de dónde han sacado dinero para pagar sus pasajes y alimentarse durante todos estos días lejos de sus casas?”.

Sólo una indigencia espiritual impide comprender la gigantesca solidaridad que ha manado en este tiempo: después de las marchas, cuando había que dar su donativo para sostener los trajinares, en las interminables colas que se formaban, hasta el mendigo del pueblo estaba presente.

Esta comunión enaltecida, esta fraternidad renovada, esta indómita alegría creativa, no obstante, también se vio azotada por el pavor y la desolación. Muchas de las manifestaciones han sido violentamente reprimidas, en medio de numerosas medidas coercitivas.

La tarde del 3 de julio tres manifestantes –entre ellos un menor de 16 años– murieron por disparos de armas de fuego en Celendín; quedaron también más de 30 heridos y varios detenidos. El día 4 otra bala mató a un comunero en Bambamarca; y la mañana del 5 falleció uno de los heridos de Celendín.

Una profunda consternación nos lacera: Joselito Sánchez, Faustino Silva, César Medina, Eleuterio García y Joselito Vásquez no estarán físicamente para celebrar la victoria de esta justa, leal e inagotable demanda de nuestra tierra.

Teníamos que enterarnos otra vez que “establecer el orden” significaba asesinar inocentes. O será que no lo entendemos porque somos salvajes: al día siguiente de impuesto el estado de emergencia, se desató la represión en Cajamarca con la brutal detención del R.P. Marco Arana; cuando una señora preguntó a los policías “¿Por qué nos tratan así?”, uno de ellos contestó “¡Porque son perros, conchatumadre!”.

Pero más allá de la indignación y de la infamia, Cajamarca ha colocado las concepciones y los modos de vida en la dimensión nacional. Si no hubiera alternativa quizá hasta podría entenderse la obcecación extractivista, pero aquí prevalece una primigenia y extraordinaria sabiduría agrícola, así como el temple para cultivar en paz y la sensibilidad para criar creciendo en una geografía regalona y desafiante.

No puede seguir ignorándose el testamento del agua y de la tierra: leer ahora esta realidad es un paso imprescindible para descifrar el porvenir de todo el mundo.

Muchas gracias por acompañarnos con su ánimo. Ustedes asumen el valor de ponerse en el pellejo del otro y eso nos enaltece y vigoriza.

La devastación no va, la muerte es inviable.

Con el abrazo fraterno, desde, desde aquí de Cajamarca


Alfredo Mires Ortiz,

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