viernes, 28 de septiembre de 2012

PERÚ: UN GOBIERNO QUE RENUNCIÓ A HACER LA DIFERENCIA





El escándalo que ha significado el hecho que el ejército y gobierno peruanos, en su combate a las columnas narco senderistas en el VRAEM, recurra a la represión indiscriminada y el terror sobre las poblaciones de la zona, las más pobres y olvidadas del Perú, incluyendo el secuestro arbitrario de niños pequeños para presentarlos como “rescatados” del terrorismo, y ahora el asesinato de una niña de 8 años, arrojada a un barranco y silenciada en los informes oficiales para ocultar el hecho, es un símbolo de lo que este gobierno representa en el proceso histórico y político del país.

Esencialmente, se trata de una opción política que se convirtió en significativa y logró el gobierno, en base a la idea programática esencial de “hacer la diferencia”. Es decir, romper la continuidad de cosas que viene desde la dictadura fujimontesinista y la democracia subsecuente, caracterizada por el ultra neolibearalismo económico, cuya principal característica es el privilegio desembozado de los grandes poderes económicos; el autoritarismo represivo anti popular, la corrupción desatada de la clase política, el centralismo limeño, el racismo encubierto pero operante contra los pueblos indígenas, campesinos y pobres de la ciudad; el uso psicosocial de los monopolios mediáticos limeños; y el sabotaje de los procesos de integración regional soberanos para favorecer las iniciativas de libre comercio impulsadas por los poderes económicos y políticos internacionales.    
En poco más de un año de gobierno, esta opción ha dejado de hecho de existir, y asumido de manera cabal la continuidad esencial de esos procesos. Por más que intenta presentar las derrotas propinadas a ese continuismo por las poblaciones en resistencia, como Cajamarca, Espinar y otras, como si fueran decisiones “progresistas”, de cambio; y lo mismo ocurre con las medidas salariales y programas sociales, clientelistas, existentes desde la dictadura bajo diferentes nombres y formas, y ahora para colmo cada vez más entrampadas por los neoliberales que controlan todos los resortes decisivos del gobierno.
La consecuencia lógica, inevitable, de este continuismo económico y político, ha sido la continuidad de la represión anti popular, con cifras récord de asesinato de ciudadanos manifestantes en protestas sociales, todos ellos base activa de esta opción política y de su triunfo electoral.   
Este nuevo escándalo, que muestra la continuidad en el plano de la política de gobernar superficialmente a través del uso de los psicosociales, inaugurada por el fujimontesinismo,  muestra también la última de las continuidades, quizás la más crucial de todas, la de la falta de honestidad.
Si hubo una característica que permitió a la pareja presidencial sintonizar con la necesidad estructural de cambio de grandes sectores del país y representarla políticamente fue que estos sectores los vieron “honestos” y la honestidad en el Perú neoliberal es un rasgo de radicalidad política. Así lo señalaba el eslogan electoral: “Honestidad para hacer la diferencia” y la consigna programática: “Radicalismo ético”. Ahora, se cae, de hecho, objetivamente, este último rasgo de diferencia.
No puede ser de otro modo, y es que la renuncia a hacer la diferencia requirió “deshacerse” de los cuadros técnicos, profesionales e intelectuales que sustentaban la opción por la diferencia. En términos políticos progresistas, se trataba de hecho de los mejores. Necesariamente, debieron quedarse con quienes su principal, sino su único, mérito es la incondicionalidad y la falta de crítica y escrúpulos para defender cualquier cosa que el gobierno haga. He ahí la explicación de la mediocridad y la torpeza extralimitada que alcanzan las medidas y declaraciones oficiales, pero también del acelerado proceso de descomposición ética que se hace evidente.
Con toda seguridad no será ni mucho menor la última situación de este tipo. La deshonestidad, así como la represión anti popular, más allá de las personas, son una necesidad estructural del sistema neoliberal y autoritario peruano, y con absoluta certeza las seguirnos sufriendo.
No hay forma de evitarlas si se ha optado por la continuidad. Y la continuidad es clara y real para la gente, por más que se intente desesperadamente, otra vez en la vana creencia que la superficialidad psicosocial puede remplazar la realidad,  de nombrarla como “cambio gradual”.
Y es apenas el primero de cuatro años.

Ricardo Jimenez A.

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