miércoles, 9 de octubre de 2013

LA INSTRUMENTALIZACIÓN POLÍTICA DE LA HISTORIOGRAFÍA



Por NICOLE SCHUSTER

Breve presentación

Partiendo del cuento de Borges, Tema del traidor y del héroe, incluido en su libro Ficciones(1)que fue publicado en 1944, desarrollaré en este trabajo la articulación entre lo político y la Historia, para mostrar que los símbolos recopilados por la historiografía son un instrumento usado por el poder para alienar a la gente. Podrá parecer a muchos escandaloso que Borges se lea desde una perspectiva política, dado que siempre pretendió ver a la literatura como algo libre de sumisión ante cualquier fin, lo que lo llevaba a oponerse a la literatura de compromiso(2). Pero, pese a que Borges aseveraba que “nunca la política intervino en mi obra literaria” y se declaraba “apolítico”, es menester reconocer, como lo hizo Jean-Paul Sartre, que “no adoptar una posición política es también una posición política”, particularmente si se considera que Borges se había afiliado al partido conservador(3).

Se tiene que tomar en cuenta que los símbolos de una nación, entre los cuales resaltan los del héroe y de la patria, tienen una fuerte connotación política. Aparte de ello, Ficciones fue publicado en 1944, en una época en que regía en Alemania el nacional-socialismo, que Borges rechazaba, y que era la encarnación misma de la manipulación de la historia y del sentimiento nacional. Por lo tanto, leer su cuento que trata de nacionalismo, traición y heroísmo, sin interpretarlo desde un punto de vista político resulta casi imposible. Además, como lo afirma el escritor argentino Ricardo Piglia, quien analizó detalladamente a Borges, cada narración tiene diversas lecturas.

Borges y la historiografía

El cuento de Jorge Luis Borges, Tema del traidor y del héroe, trata de un héroe nacional de la historia irlandesa, Fergus Kilpatrick, cuyo bisnieto, Ryan, quiere escribir la biografía en la ocasión del primer centenario de su muerte. A lo largo de sus investigaciones, Ryan se da cuenta que Kilpatrick, fallecido en circunstancias extrañas, dista de ser el superhombre que supuestamente sucumbió en medio de una rebelión victoriosa. Más bien, la muerte de Kilpatrick corresponde a su linchamiento por haber traicionado a la causa irlandesa. Es James Alexander Nolan, al que Kilpatrick – mientras vivía – había confiado la misión de encontrar al renegado que se había infiltrado entre sus partidarios, quien descubrió que el traidor era el mismo Kilpatrick. Como este último era considerado como un ídolo, era menester ocultar la verdad al pueblo, por lo que se decidió formalizar la ejecución de Kilpatrick en el marco de un escenario teatralizado que ocultaría el trasfondo real de los eventos. En consecuencia, Nolan elaboró una trama que entremezcla historia y ficción con el objetivo de falsear la historia y de influir en la opinión pública. Logró así disimular el carácter conspirador de Kilpatrick y hacer creer que su accionar seguía una línea impregnada de heroísmo puesta esencialmente al servicio de la patria. Preocupado sólo por la salvación de la patria, Nolan se empeñó en mantener vivo y exento de toda culpa el recuerdo del capitán de los rebeldes para que siguiera alimentando la ideología del grupo poblacional favorable a la causa que Kilpatrick aparentemente defendía durante su existencia.

Al recurrir a la modalidad de “hipertextualidad ficticia” o “metaficticia”(4), que se caracteriza en sus narraciones por la inserción de extractos de obras reales y/o textos apócrifos, Borges hace aparecer en este cuento cómo se manipula el discurso y la historia. Guiado por su intención de engañar al lector/público, Borges elabora un proceso de fabricación que consiste en la articulación de dos niveles: por un lado, usa un modelo estilístico que apela al género hipertextual mencionado anteriormente; y por otro, construye una historia que parece sustentarse en la realidad a fin de convencer mejor al sujeto receptor. Dentro del marco de la articulación en que ambos niveles se refuerzan mutualmente, la literatura aparece como una copia de la historia y vice-versa(5). Para lograr tal proeza, Borges exacerba la tensión que existe en la relación entre verdad e historia, tensión que se debe a que esta última es víctima de consideraciones arbitrarias y de una operación de ajuste a las que la somete el aporte ideológico vehiculado por el tema narrativo. Mediante la literatura y usándola como un reflejo de la realidad, Borges desenmascara la instrumentalización de la historia y de una de sus expresiones simbólicas, que son los héroes, al poner en evidencia el carácter ficticio de la construcción historiográfica así como del discurso que fundamenta a esta última y al dejar muy claro que esta instrumentalización es producto de los intereses ideológicos que predominan en un momento histórico dado.

La Historiografía como instrumento político

Si Borges disponía de la literatura como plataforma para denunciar la tergiversación que sufre la historia, el filósofo francés, Michel Foucault, desvelaba lo mismo pero desde la perspectiva filosófica e histórica. Foucault analizó cómo grupos emergentes/subversivos que disputan el poder a entidades institucionalizadas tratan de lograr convencer a sus seguidores de la justeza de la causa que defienden y elaboran una ideología que sirva de sustento teórico a sus proyectos políticos partiendo de eventos históricos radicalmente diferentes de aquellos recogidos en la historiografía del grupo de poder que quieren derrocar(6). Esos discursos historiográficos incluyen la glorificación de batallas específicas, relatos hagiográficos, símbolos sacados de la tradición polemológica así como modelos de virtudes, que en realidad son subterfugios a los que recurren movimientos, grupos políticos, facciones revolucionarias, clases sociales, entre otros, para perennizarse en el poder o mantener sus privilegios en detrimento de otros.

Dentro de esta óptica, la historiografía resulta ser un relato jalonado por las rupturas históricas que siempre van acompañadas de un cambio de paradigma político y, por ende, de un nuevo orden societal que simboliza la instauración de nuevas formas de racionalidad política(7). Ello se debe a que cada nueva fuerza política pretende, de manera oportunista, resucitar una historia que hubiera quedado eclipsada o borrada de las memorias por el poder que predominó antes de que esta nueva fuerza política emergiera. Una ilustración de este proceso de reescritura de la historia la brinda el sistema político que sirve para gobernarnos actualmente y que se expresa a través de la forma del Estado. Éste, aunque es considerado por muchos como un hecho político ineludible, indispensable y eternal, no es otra cosa en realidad que un simple momento histórico, una representación socio-política de dominación entre otras, y que bien puede desaparecer el día que lo suplante una organización social que mejor corresponda a las aspiraciones de las poblaciones. Es así que, para consolidar su existencia, el Estado-nación asentó su presunta legitimidad apelando a la teoría de Macchiavello sobre el poder y la seguridad, a la razón de Estado de Botero, al principio de soberanía de Bodin y Hobbes, al contrato social de Rousseau y a los derechos civiles que se formularon a partir de la Revolución francesa de 1789(8).

En otras palabras, la fuerza política que logra imponerse reivindica su derecho a ejercer su poder y, por ende, a organizar la vida de los demás en función de sus intereses sustentándose en eventos históricos puestos de relieve en forma casi teatral. A partir de ello se instauran sistemas de valores y normas sociales que derivan de las interacciones que se dan entre la comunidad y las autoridades representativas de ésta. Presenciamos por lo tanto una evolución progresiva relativa a la formación y consolidación de relaciones que se establecen entre ambas partes, evolución que también puede luego volverse regresiva(9). Paralelamente a la construcción de un andamiaje que sustente la dominación de un grupo que tiene más poder sobre el resto de la población, asistimos a la definición de la identidad del individuo en función de un sistema de valores, de normas sociales comunes que se tejen a lo largo de su convivencia e interrelación con el grupo social con el cual se identifica. Los modelos de conductas sociales que proceden de esta interacción se edifican sobre un conjunto de arquetipos, símbolos y ritos, que alimentan lo que Carl Jung denominó el inconsciente colectivo, y brindan a los individuos los parámetros necesarios para orientarse en su vida cotidiana así como para recibir de esa manera el reconocimiento que buscan dentro de este grupo social.

Se desprende de la descripción anterior referente a la edificación del sistema de valores y a la formulación de normas que éstos se fundamentan en una suma de dispositivos y mecanismos, entre los cuales se halla la conformación de discursos que, según Michel Foucault, se generan tanto a partir de las entidades del poder como del pueblo que éstas dirigen. El orden discursivo que surge desemboca en un proceso de retroalimentación, de input-output, como lo llama Jean-Louis Loubet de Bayle(10), en que los inputs representan “las demandas dirigidas al sistema político por el entorno y los agentes de soporte de que dispone el entorno, mientras que los outputs son las decisiones y acciones de autoridades políticas que responden  a los inputs emanando del entorno”. Esa interacciones e influencias recíprocas(11)no se realizan de forma automática y pacífica puesto que son el resultado de conflictos, luchas, que luego desembocan en compromisos y acuerdos en los que unos ganan más que otros, siendo en general el pueblo quien sale como el mayor perdedor por ser objeto de una manipulación ideada por el poder que se implementa por medio de dispositivos de represión/vigilancia(12) o de estrategias de alienación.

Es dentro de esta construcción discursiva deliberada que se encuentran los símbolos y emblemas de la nación que confieren a la historiografía su idiosincrasia, historiografía que se cimenta a partir de eventos históricos re-elaborados para así proyectar mejor la imagen, los valores y el sentimiento de unidad que las fuerzas del poder de un país quieren trasmitir a la población(13). Por ejemplo, buscando a lo largo de los siglos mantener sus privilegios frente a los de la “plebe”, los aristócratas han fabricado “sus” leyendas, “su” historia. En Francia, hasta sitúan el origen de la línea de sus ancestros a los alrededores del siglo X de nuestra era. Se acapararon el nombre de hombres gloriosos cuyos actos – como su presumida participación en las Cruces, en batalles célebres y sus demostraciones de lealtad incondicional hacia las familias reales del periodo absolutista y de la Restauración pos napoleónica – sirven para brindar a su casta un toque de distinción, de diferenciación y de ilustre patriotismo que les otorgaría el derecho de colocarse por encima del resto de la población. Igualmente, mantienen vivos archivos – rigurosamente seleccionados – para conservar la memoria de la familia y, por ende, poner de relieve su presupuesta participación en la edificación de la historia nacional que consideran “su” historia(14). El sentimiento de pertenencia a la historia del país que ostentan es además reforzado a través de la manifiesta presencia de la aristocracia – sobre todo rural – en las ceremonias conmemorativas de los pueblos donde viven, lo cual suele recalcar su deber de castellano para con la organización aldeana(15) y, por ende, su contribución al país.

La construcción de Israel se realizó y sigue realizándose en el marco de la consolidación de un discurso histográfico del que resalta la puesta en valor de símbolos específicos que contribuyen a unificar los judíos a sus alrededores y a vigorizar su sentimiento de identidad nacional. Se busca así incitar a los ciudadanos a coadyuvar en la concretización del proyecto político militar definido por las autoridades israelíes para lograr la ocupación de Palestina. Habida cuenta de este objetivo, los arquitectos de la colonización se valen de la arqueología bíblica a fin de legitimar “la demanda según la cual la arquitectura vernácula palestina era en verdad de origen judía”(16). Según Eyal Weizman, los dirigentes israelíes han forjado todo un sistema teológico-filosófico que sirve de fundamento a la nueva Memoria artificialmente fabricada, la cual usa de escenas y símbolos bíblicos para conceder a la “misión” de “re”conquista judía y a la historia judía un carácter sacrosanto. Ello lleva a que elementos dizques santos como una piedra, un olivo, una colina, un sitio elevado y valioso estratégicamente se conviertan en lugares de consagración y a que su apropiación por los colonos israelíes resulte justificada(17).

Consideraciones finales

Es menester reconocer que, en tiempos de crisis de identidad de un país, que surgen cuando éste renuncia a su soberanía para entregar su alma al Imperio, sus gobiernos buscan contrabalancear el quebrantamiento de su sistema de valores y la pérdida de su capacidad de decisión política recurriendo al simbolismo. Insisten en las nociones de “patria”, “nación”, multiplican las manifestaciones exhibicionistas como el besar la bandera (mientras que por otro lado el que besa vende todas las empresas estratégicas de su país a transnacionales extranjeras), realizan ritos ceremoniales costosos y ostentan emblemas de diversas índoles que recuerdan una gloria perdida y nunca más recuperada.

Frente a ello, uno se pregunta: ¿No será que el uso de los símbolos crece de forma proporcional al grado de decadencia que afecta los valores y sirve en situaciones de urgencia para intentar remendar algo que no tiene unidad? ¿No sería más lógico preocuparse del ser concreto y tratar de satisfacer sus necesidades inmediatas en vez de asfixiarlo bajo una plétora de símbolos cuya abstracción no contribuye para nada a la solución de sus problemas cotidianos?

Y sobre todo: ¿Acaso no suena a blasfemia que gobernantes utilicen el símbolo de patria y nación para fingir ser maestro del destino de un país que ya optó desde lustres por abdicar en materia de estrategia global y por inmolar su soberanía en el altar de los valores espurios del Imperio al concesionar o vender todos sus recursos estratégicos a extranjeros dejando de esa manera a su pueblo en una posición de indefensa absoluta si estalla una guerra?

Es dentro de este contexto de sumisión al imperialismo y de la entrega de los recursos estratégicos de un país a entidades ajenas a todo proyecto nacional de orden estratégico que se tiene que analizar la validez del simbolismo que usan los gobernantes. Pero quizá, si los gobernantes ya no tienen otros elementos que símbolos y ritos monolíticos que ofrecer a la población (cuando no usan el bastón), ello quiere decir que el Estado es una forma política que se ha vuelto obsoleta y que ya es tiempo de buscar otra forma de organización social.

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Notas de Pie:

(1) Ver Jorge Luis Borges. Ficciones. Tema del traidor y del héroe, Edición Paneta DeAgostini, S.A., 2000, España, pp.137-143.
(2) Ver Elisa Calabrese. Borges. Literatura y política, Moenia 14 (2008), 19-30. ISSN: 1137-2346.
(3) Ver diálogo entre Juan José Saer y Jorge Luis Borges en
 http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/dialogo-saer-borges.htm
(4) El concepto de Transtextualidad de Gerard Genette en:
 http://entretextosteorialiteraria.blogspot.com/2010/02/los-estudios-sobre-la-narratologia.html
(5) Ver La figura del héroe en una escena teatral chilena. Prat de Manuela Infante. Marcia Martínez Carvajal. Universidad de Concepción. Concepción. Chile.
(6) Sobre la fabricación de los discursos, ver Michel Foucault. Il faut défendre la société. Cours au Collège de France (1975-1976). Editions du Seuil. Paris. 1997.
(7) Ver Romain Descendre, Alessandro Fontana, Jean-Louis Fournel, Zavier Tabet, Jean-Claude Zancarini. Historiographie italienne. Renaissance et XIX siècles en http://triangle.ens-lyon.fr/spip.php?article554
(8) Ibid.
(9) En la actualidad, se nota la evolución degenerativa de esas relaciones a través de la posición por la que el Estado ha optado al alejarse totalmente de la ciudadanía, prefiriendo defender los intereses de grupos de poder que muestran sólo desprecio por la población. A fin de lograr acrecentar sus privilegios en detrimento de los demás, esos grupos tratan de recortar los derechos básicos de los ciudadanos vía el Estado. Debido a lo anterior, el rol del Estado se reduce gradualmente al de gendarme que controla los ciudadanos a través de medidas coercitivas y de un proceso de alienación subrepticio que apunta a hacer de los ciudadanos meros consumidores abobados.
(10) Jean-Louis Loubet del Bayle, politólogo y sociólogo francés, trata del sistema de input-output dentro de una interrelación entre el Estado y la ciudadanía vía la policía, que, según él, debería asumir el rol de intermediario entre ambas partes. Ver Jean-Louis Loubet del Bayle. La police dans le système politique. Revue française de science politique nº3. 191. p.509-534
(11) Ibid.
(12) Ver Michel Foucault. Surveiller et punir. Naissance de la prison. Editions Gallimard. Paris. 1975.
(13) Michel Foucault. Il faut défendre la société. Cours au Collège de France (1975-1976).Op.cit.
(14) Ver Eric Mension-Rigau. Aristocrates et grands bourgeois. Editions Perrin, 2007, Paris, France, pp. 140-141.
(15) Op.cit., p.188.
(16) Ver Eyal Weizman. Hollow land. Israel's architecture of occupation. Verso, London, 2007, p.38.
(17) Ver Eyal Weizman. Chicago, Edition Steidl Verlag, 2007.


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