martes, 22 de abril de 2014

ASÍ ESCRIBÍ 'CIEN AÑOS DE SOLEDAD'




Extracto del discurso de Gabriel García Márquez
leído en 2007 en Cartagena de Indias

Ni en el más delirante de mis sueños en los días en que escribía Cien años de soledad llegue a imaginar en asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal parecería a todas luces una locura, hoy las academias de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos de cincuenta veces un millón de lectores y ante un artesano insomne como yo, que no sale de la sorpresa por todo lo que le ha sucedido. Pero no se trata de un reconocimiento a un escritor.



Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historia en lengua castellana y, por lo tanto, un millón de ejemplares de Cien años de soledad no son un millón de homenajes a un escritor que hoy recibe sonrojado el primer libro de este tiraje descomunal. Es la demostración de que hay lectores en lengua castellana hambrientos de este alimento. No sé a que horas sucedió todo; sólo sé que desde que tenía 17 años y hasta la mañana de hoy, no he hecho cosa distinta que levantarme todo los días temprano y sentarme ante un teclado para llenar una página en blanco o una pantalla de computador con la única misión de
escribir una historia aún no contada por nadie que le haga más feliz la vida a un lector inexistente. En mi rutina de escribir nada ha cambiado desde entonces. [...]

Los lectores de Cien años de soledad son hoy una comunidad que si se uniera en una misma tierra sería uno de los 20 países más poblados del mundo. No se trata de una afirmación pretenciosa. Quiero apenas mostrar que hay una gigantesca cantidad de personas que han demostrado con su hábito de lectura que tienen un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano. El desafío es para todos los escritores, poetas, narradores para alimentar esa sed y multiplicar esa muchedumbre razón de ser de nosotros mismos.

A mis 38 años y ya con cuatro libros publicados desde mis 20 años, me senté en mi máquina de escribir y empecé:  "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". No tenía la menor idea del significado ni del origen de esa frase ni hacia dónde debía conducirme. Lo que hoy sé es que no dejé de escribir durante 18 meses hasta que terminé el libro. [...] Esperanza Araiza, la inolvidable Pera, era una mecanógrafa de poetas y cineastas que había pasado en limpio grandes obras de escritores mexicanos [...]. Cuando le propuse que me sacara en limpio la obra, la novela era un borrador acribillado a remiendos [...]. Pocos años después Pera me confesó que, cuando llevaba a su casa la última versión corregida por mí, resbaló al bajarse del autobús con un aguacero diluvial y las cuartillas quedaron flotando en el cenegal de la calle. Las recogió empapadas y casi ilegibles con la ayuda de otros pasajeros y las secó en su casa hoja por hoja con una plancha de ropa.

Y otro libro mejor sería cómo sobrevivimos Mercedes y yo con nuestros dos hijos durante ese tiempo en que no gané ni un centavo. Ni siquiera sé cómo hizo Mercedes durante esos meses para que no faltara ni un día la comida en la casa.

Después de los alivios efímeros con ciertas cosas menudas, hubo que apelar a las joyas que Mercedes había recibido de sus familiares a través de los años. El experto las examinó con rigor de cirujano, pasó y pasó con sus ojos mágicos las esmeraldas del collar, los rubíes de las sortijas [...]. Y al final volvió con una larga verónica de novillero: "Todo esto es puro vidrio" [...].

Por fin, a principios de agosto de 1966, Mercedes y yo fuimos la oficina de correos de México para enviar a Buenos Aires la versión terminada de Cien años de soledad, un paquete de 590 cuartillas escritas a máquina a doble espacio y en papel ordinario dirigidas a Francisco Porrua, director literario de la editorial Suramericana. El empleado del correo puso el correo puso el paquete en la balanza, hizo sus cálculos mentales y dijo: "Son 82 pesos". Mercedes contó los billetes y las monedas sueltas que le quedaban en la cartera y se enfrentó a la realidad: "Sólo tenemos 53". Abrimos el paquete, lo dividimos en dos partes iguales y mandamos una a Buenos Aires sin preguntar siquiera cómo íbamos a conseguir el dinero para mandar el resto. Sólo después caímos en la cuenta de que no habíamos mandado la primera sino la última parte. Pero antes de que consiguiéramos el dinero para enviarla, Paco Porrúa, nuestro hombre en la editorial Suramericana, ansioso de leer la primera parte, nos anticipó dinero para que pudiéramos enviarlo. Así es como volvimos a nacer en nuestra vida de hoy.

Cien años de soledad. Novela

La primera edición se publica en la Editorial Sudamericana (Buenos Aires) en 1967, con una tirada de 8.000 ejemplares que se agotó rápidamente. Desde entonces, han sido unos 40 millones de ejemplares los que se han editado en 40 idiomas diferentes.

José Arcadio Buendía y su mujer, Ursula Iguarán, se ven obligados a marcharse de la ranchería en Riohacha donde habitan, y acompañados por varios amigos emprenden un viaje que culmina en la fundación de Macondo, epicentro de varias generaciones marcadas por la fatalidad y la soledad congénita de la familia Buendía.

Las dos interpretaciones mayoritariamente aceptadas están enfocadas al tema fundamental de la novela: la historia metafórica de la condición humana por un lado y el estudio de la situación americana por otro. Ambos ingredientes están ampliamente representados y justificados al igual que otros muchos temas señalados por la numerosa y cualificada crítica publicada sobre esta obra. Sin embargo, es el tratamiento de los mismos, el estilo, la poética que García Márquez inventa e impone a sus personajes y el hilo narrativo de la historia lo que más llama la atención: la exageración humilde, la tragedia humorística, la contradicción como elemento habitual capaz de convertir lo milagroso en cotidiano y viceversa. La diferencia está
en los ojos; es la forma de mirar la que cataloga los acontecimientos:

Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerines y trató de agarrarse de la sábana para no caer, en el instante en que Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz.

La simetría, las estructuras circulares, en espiral, cíclicas, las de ida y vuelta, la repetición o la reiteración son algunas de las armas con las que el tiempo encierra a seis generaciones que el destino ha marcado con el peso de la soledad en el pozo de Macondo. El desamparo, el conformismo y la pasividad de los personajes vienen dados por la inutilidad de la huida. Cualquier actividad o iniciativa desemboca en el desastre y aceptar el destino se convierte en inevitable.

Múltiples elementos realzan el entramado poético de Cien años de soledad: la reiteración, los valores absolutos, el misterio, las causas perdidas...; elementos que a través del ritmo, la enumeración o la ampliación desbordada convierten la resignación, el orgullo o la tristeza en características completamente diferenciadas y relevantes al acercar los sentidos a los últimos extremos sin perder la frescura de lo posible.

Hizo apuestas de pulso con cinco hombres al mismo tiempo. ‘Es imposible’, decían, al convencerse de que no lograban moverle el brazo. ‘Tiene niños-en-cruz’. Catarino, que no creía en artificios de fuerza, apostó doce pesos a que no movía el mostrador. José Arcadio lo arrancó de su sitio, lo levantó en vilo sobre la cabeza y lo puso en la calle. Se necesitaron once hombres para meterlo.

Esa identificación novedosa con un universo aún sin detallar y los nuevos ritmos que García Márquez utiliza para encender la acción, hicieron de esta obra un puente por donde el mundo pudiera reconocer un continente injustamente desapercibido de la misma forma que su autor reconoció su infancia tantos años después de haber vivido.




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