martes, 9 de junio de 2015

DEBATE: SOBRE EL PARTIDO ÚNICO EN CUBA



Havana Times
09-06-2015

En Cuba el multipartidismo es una cuestión muy controvertida con la que solo unos pocos críticos de izquierda del régimen cubano han querido lidiar. Me parece necesario profundizar en ese tema para aclarar mucha de la confusión existente alrededor de ese tópico. 

Vayamos por partes: en primer lugar, la abolición del unipartidismo cubano no es la misma cuestión que el sistema político que lo reemplazaría, tenga este muchos o ningún partido político. En realidad el PCC no es un partido – lo que implicaría la existencia de otros partidos – si no un monopolio político, social y económico de la sociedad cubana. Este monopolio – refrendado por la Constitución del país – se basa, entre otros mecanismos autoritarios, en el control de la sociedad a través de las así llamadas organizaciones de masas que funcionan como correas de transmisión de las decisiones tomadas por el PCC. 

La CTC, por ejemplo, es la correa de transmisión que le permite al estado mantener su monopolio de la organización de los obreros cubanos. Los obreros (y el resto de los ciudadanos) deben tener el derecho de organizarse independientemente del PCC para así poder luchar por sus intereses, lo que necesariamente implica la abolición del sistema de partido único y de las organizaciones de masas como las correas de transmisión de ese partido. 

El sistema imperante en Cuba parece ir en vías de una transformación, que probablemente se acelerará después que los líderes históricos de la Revolución hayan fallecido, al modelo de capitalismo de estado de estilo sino-vietnamita bajo la dirección del PCC. Por lo tanto, aunque las circunstancias históricas cambien significativamente, la necesidad de que el sistema de monopolio de partido único con sus correas de transmisión sea abolido continuará en vigor. 

¿Qué son los partidos políticos? 

Los partidos políticos modernos comenzaron en el siglo 19 a medida que se expandió el sufragio y que sectores de la clase gobernante, al sentirse amenazados, se organizaron políticamente para defender sus intereses de clase, típicamente en partidos liberales, conservadores y a veces cristianos. En ocasiones los partidos gobernantes representaron a una sola y a toda una clase social, como sucedió en varios períodos con los Tories en Inglaterra. Pero históricamente, lo más frecuente es que diferentes partidos representen a distintos sectores de la clase gobernante. Liberales y conservadores no solo representaron conflictos materiales dentro de las clases gobernantes, como por ejemplo los intereses de los grandes terratenientes contra los de los nuevos capitalistas industriales, sino también conflictos ideológicos de origen pre-capitalista sobre el rol y poder de la Iglesia Católica en la sociedad. 

Aparte de representar intereses de sectores de las clases gobernantes, estos partidos también incorporaron a sectores intermedios de la sociedad, como profesionales independientes y pequeños comerciantes, y trataron de cooptar anhelos y luchas populares de manera que no amenazaran los intereses fundamentales de los poderosos. 

En muchas ocasiones, los llamados estratos y clases medias también organizaron sus propios partidos políticos, especialmente en sistemas parlamentarios con representación proporcional que históricamente han propiciado la creación de numerosos partidos. 

En la historia política de Cuba, tenemos el caso del Partido Ortodoxo fundado por Eduardo Chibás, un partido basado principalmente en las clases medias, pero con un creciente apoyo multi-clasista. El hecho que este partido aceptara implícita o explícitamente al capitalismo cubano, no quiere decir que era una expresión o tenía una relación orgánica con las clases gobernantes. 

O sea, que históricamente hablando la relación entre clase y partido no ha sido unívoco; la clase gobernante no es un monolito y generalmente no ha sido representada por un solo partido. Ciertamente, este también ha sido el caso con la clase obrera, cuya representación ha sido asumida por partidos tan diversos como los social demócratas, los comunistas y los social cristianos. 

En el caso de la social democracia en su etapa clásica cuando representaba a la clase obrera a través de sus estrechos lazos con los sindicatos, sus crecientes tendencias conservadoras no eran de índole meramente ideológicas sino representaban también el desarrollo de la burocracia sindical cuando esta, basada en el poder que habían adquirido los sindicatos, tuvo la posibilidad de extraer concesiones, a veces significativas, de las clases gobernantes.

Esas concesiones ayudaron a desmovilizar a los obreros y de esa manera solidificaron a una burocracia más preocupada por proteger sus copiosas inversiones en la infraestructura sindical que en arriesgarlo todo en pos de un rompimiento de tipo revolucionario (como en la Europa de la primera postguerra) o en resistir el belicismo imperialista (1914). Esta fue la historia de la muy poderosa y supuestamente marxista y revolucionaria Social Democracia alemana cuyo modelo burocrático-oligárquico fue retratado por el sociólogo italo-alemán Roberto Michels en su clásico Partidos Políticos. 

Con respecto al partido Bolchevique de Rusia, aunque tanto el estalinismo como los apologistas de la guerra fría en el mundo occidental mantuvieron el mito de que no hubo diferencia alguna entre los bolcheviques y los estalinistas, muchísimos historiadores (Stephen Cohen, Alexander Rabinowitch y William Rosenberg entre otros) han demostrado que ese partido revolucionario en realidad fue, antes del proceso de degeneración burocrática que comenzó con la guerra civil de 1918-1920, bastante pluralista y democrático. 

Entre muchísimos ejemplos, puedo citar el hecho que aunque líderes bolcheviques como Kamenev y Zinoviev se opusieron a la Revolución de octubre, continuaron siendo importantes líderes del partido después de esta, y que aunque Bukharin públicamente adoptó y agitó por una línea radicalmente opuesta a la de Lenin con respecto a la paz de Brest-Litovsk en 1918, permaneció como dirigente del partido por muchos años después. Lejos de la "unida monolítica" defendida por los hermanos Castro, los bolcheviques se caracterizaron no solo por la pluralidad de posiciones, sino por una tendencia crónica al faccionalismo que generalmente no obstaculizó la "unidad en la acción". Es por todas estas razones que hace casi 80 años León Trotsky en La Revolución Traicionada criticó duramente la teoría estalinista sobre los partidos y las clases sociales que trataban de justificar el unipartidismo: 

En realidad las clases son heterogéneas; se desgarran por antagonismos internos, y obtienen la solución de sus problemas comunes solamente a través de la lucha interna de tendencias, grupos y partidos. Es posible, con ciertas reservas, admitir que "un partido es parte de una clase." Pero dado que las clases tienen muchas "partes" – algunas miran al futuro y otras al pasado – una misma clase puede crear varios partidos. Por la misma razón, un partido puede estar basado en partes de clases diferentes. En todo el curso de la historia política no se puede encontrar un solo ejemplo de un partido correspondiendo a una sola clase – desde luego provisto que uno no tome la apariencia policíaca como si esta fuera la realidad. 

Con respecto al pluripartidismo de las sociedades capitalistas, no cabe duda que ha habido un serio deterioro de la democracia política a través del mundo, lo que se refleja en que los partidos políticos tienen menos y menos contenido substantivo y están sujetos a las exigencias de las formas más superficiales de mercadotecnia política, una tendencia que ha sido agravada por el costo extraordinario, especialmente en los Estados Unidos, del uso de los medios masivos de comunicación en las campañas políticas, a los cuales los nuevos movimientos sociales y los candidatos que se oponen al sistema no tienen acceso. Al mismo tiempo, las instituciones parlamentarias han declinado, con el poder ejecutivo asumiendo muchos de las funciones parlamentarias, utilizando la doctrina de secretos de estado para ampliar y proteger su poder. Dada esa situación, no sorprende que la apatía e ignorancia política y la abstención se han convertido en características importantes de la democracia política capitalista. Mientras que estas son fatales para cualquier concepción de la democracia basada en la participación y control de una ciudadanía activa e informada, son definitivamente convenientes y muy funcionales para un sistema capitalista que estructuralmente privilegia al poder económico y corporativo a expensas de la regulación pública y del control democrático desde abajo. 

Después del unipartidismo 

Pero supongamos, por el momento, que el sistema unipartidista en Cuba acabe por abolirse. Querámoslo o no, surgirán nuevos partidos una vez que la represión y los obstáculos legales y constitucionales hayan cesado. ¿Vamos a pedir que se supriman esos nuevos partidos por la fuerza o vamos, en vez de eso, a entrar con la manga al codo en la lucha, propaganda y agitación política e ideológica contra la inevitable ola reaccionaria y neoliberal que generalmente ha sucedido al comunismo burocrático a través del mundo? 

Dadas esas circunstancias, pudiéramos luchar, por ejemplo, por una nueva Convención Constituyente para debatir públicamente la cuestión crítica de lo que debe ser la sociedad que reemplace al comunismo burocrático, debates que incluirían, por supuesto, nuestros argumentos a favor de la construcción de un socialismo basado en la democracia y la libertad. Ese debate además sería una estrategia para evitar que inmediatamente se proceda a campañas electorales y sus mercadotecnias enfocadas no en programas políticos sino en individuos, muchos de ellos financiados, entre otros, por los cubano-americanos ricos de Miami. 

Dada esta posibilidad plutocrática, habría, también, que luchar por el financiamiento exclusivamente público de toda actividad electoral, incluyendo el libre acceso a los medios masivos de comunicación y distribución de fondos públicos de acuerdo con el respaldo popular de cada grupo político. 

Pero supongamos el caso óptimo – y desafortunadamente poco probable bajo las circunstancias existentes – de un amplio movimiento de masas reemplazando al unipartidismo burocrático con un socialismo revolucionario y democrático basado en las más amplias libertades y en la autogestión obrera, campesina y popular. 

En ese caso, ¿qué significaría la unidad que muchos cubanos han anhelado? Al grado que existan intereses comunes, tanto materiales, como ideológicos y políticos, se debería tratar de lograr la unidad a través de actividades políticas conjuntas y negociaciones, con el fin de realizar alianzas basadas en principios e intereses políticos compartidos. 

Pero esta no tiene por qué ser la "unidad monolítica" propagada por Raúl Castro y otros líderes revolucionarios que ha significado la censura y la supresión de puntos de vistas diferentes aun dentro de las filas del gobierno revolucionario. 

Como bien dijo Rosa Luxemburgo, la libertad es para aquellos que piensan diferente. Es equivocado y peligroso asumir que no habrá divisiones importantes, tanto de intereses, como de puntos de vista entre las clases populares bajo un socialismo revolucionario y democrático. 

No hay motivo para pensar que los conflictos de clase agotan los posibles conflictos sociales, incluyendo aquellos basados en cuestiones estrictamente materiales. Por ejemplo, una de las cuestiones fundamentales de cualquier sociedad, sea esta capitalista o socialista, es la tasa de acumulación o en otras palabras, que parte del producto económico se consume inmediatamente y otra se ahorra para asegurar la reproducción de la sociedad y la mejora de las condiciones de vida. 

En el capitalismo esto se decide a través de las decisiones de la clase gobernante dentro de la economía de mercado que favorece y consolida su poder. Bajo el socialismo, esta decisión afectaría a todos los sectores y grupo social, dado que determinaría los recursos disponibles en cada centro de trabajo y comunitario. 

Por lo tanto, es de esperar que surgirían diferencias entre, por ejemplo, los que están más a favor de pasarla bien hoy y los preocupados por el nivel de vida de las generaciones futuras. Podemos fácilmente imaginar que esa no sería la única fuente de divergencia y conflicto entre la gente. En ese caso, ¿cómo se organizarían esas diferencias y conflictos en alternativas coherentes y sistemáticas para que las grandes mayorías puedan decidir democráticamente el futuro de la nación en sus líneas más generales? Esa sería la función crítica de los partidos políticos bajo el socialismo, educando y agitando a favor de visiones alternativas del rumbo que la sociedad pueda o deba tomar. 

Por otra parte, sabemos que los partidos políticos, así como muchos otros tipos de organizaciones, han mostrado pronunciadas tendencias burocráticas y oligárquicas. Pero hay medidas que se pueden adoptar para compensar y combatir dichas tendencias, como combatir la apatía y abstencionismo entre las bases a través del debate democrático y el continuo ejercicio del poder en la práctica. Una membresía activa, informada e involucrada en los asuntos, tanto de la sociedad, como de los partidos es la mejor garantía contra la burocratización. 

Pero eso no es todo. Hay también medidas organizacionales que pueden contribuir a estos fines, como lo es el control democrático local, así como nacional de los funcionarios de los partidos y de los sindicatos, y la máxima transparencia con respecto a sus políticas y funcionamiento interno, aparte del derecho de las bases de remover a cualquier líder a través de referendos partidarios y sindicales. 

Hay gente que ha abogado por prohibir la reelección de líderes partidarios y sindicales. Aunque esta propuesta es digna de discusión, creo que sería contraproducente y posiblemente antidemocrática y, en todo caso, no prevendría la manipulación por parte de los líderes que hayan sido oficialmente reemplazados. 

Tengo la esperanza que esta discusión sobre el tema del partido único continuará para esclarecer ideas en torno a un tópico tan importante como controvertido.

Samuel Farber nació y se crió en Cuba y ha escrito numerosos libros y artículos sobre dicho país. Su libro más reciente es Cuba Since the Revolution of 1959. A Critical Assessment publicado por Haymarket Books en el 2011. 


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