martes, 18 de abril de 2017

LA TEOLOGÍA ECONÓMICA (III)





Por: Alfredo Apilánez

Hedonismo despiadado 
La libertad y la felicidad no dependen de la actividad privada de cada individuo, sino del orden civil establecido. Son, por tanto, asunto político
Joaquín Miras Albarrán
No hay almuerzo gratis
Milton Friedman

Al final de su extraordinaria disección del tortuoso camino recorrido por la economía desde los clásicos (Smith, Ricardo y Marx) hasta la hegemonía actual del dogma neoclásico-marginalista, Maurice Dobb describe de esta desalentada manera el “velo” ideológico que, bajo el ropaje de cientificidad y asepsia característico de las construcciones matemáticas de la disciplina, encubre sus verdaderas motivaciones de legitimación del orden vigente: “Éste parece un ejemplo más, si aún hiciera falta alguno, dado a nuestra materia, de los prejuicios transmitidos al pensamiento por el marco conceptual heredado o adquirido, el cual, como desde el comienzo hemos sugerido, está permeado por la ideología, cuando no directamente impulsado e inspirado por ella”.

Y no hay cuestión más “permeada por la ideología” -hasta el punto de excluirla completamente del campo categorial de la “Ciencia económica”, que llega al absurdo de correr un tupido velo sobre lo que debería ser su objeto de estudio-, que la relacionada con la progresiva ocultación de las leyes que rigen la distribución de la riqueza social y el origen del excedente y de la ganancia del capital.

En un prestigioso manual universitario de microeconomía se puede leer lo siguiente: ”Basándose en el supuesto de la utilidad marginal decreciente (la satisfacción producida por el consumo de cantidades mayores de un bien es decreciente), algunas personas llegaban a deducir que la utilidad marginal de un dólar debía ser menor para una persona rica que para un pobre. De hecho, esto puede ser cierto en la mayoría de los casos ya que las personas ricas gastan sus billetes casi de la misma manera que los pobres gastan sus monedas (sic). Sin embargo, existen casos en los que este tipo de comparación no se cumple. Por ejemplo, algunas veces los vagabundos gastan sus dólares –cuando los tienen- más pródigamente que los ricos. Dado que una buena teoría debe cumplirse en todas las circunstancias, las comparaciones interpersonales de satisfacción (utilidad) se consideran altamente cuestionables”. Que en un texto académico al uso (a pesar de la condición divulgadora de un manual para estudiantes) se pretenda hacer pasar por conocimiento científico semejantes desatinos impele a indagar cuáles son los “prejuicios transmitidos por el marco conceptual heredado o adquirido” que animan una cosmovisión con aristas poliéticas tan “afiladas”. Para evitar los riesgos de cometer simplificaciones, elevémonos a las alturas de la ciencia “seria” tratando de confirmar la existencia de tan sui generis fundamentos ético-morales en sus insignes teóricos.

El principio –la negación delas comparaciones interpersonales de utilidad-, tan burdamente expresado en el fragmento previo, es no obstante el corolario esencial de la teoría de la utilidad ordinal en su aplicación a la economía del bienestar. Se trata de la cumbre de la teoría ortodoxa basada en la ordenación de las preferencias subjetivas entre los bienes como fundamento de la conducta del “consumidor soberano”, que sirve asimismo de armazón para la deducción de la función de demanda y la determinación del precio de mercado. La deslumbrante perfección matemática de su catedral teórica, culminada por la exaltación de la maximización de la utilidad –el “ser humano” de la antropología liberal sólo disfruta consumiendo privadamente su dotación inicial de recursos, cuyo origen queda en la penumbra- como epítome de la eficiencia y del bienestar social, es aún admirada por legiones de obsecuentes discípulos recién iniciados en los arcanos de la ciencia económica.

El axioma básico de “una buena teoría” afirma que no hay ninguna razón “científica” que justifique la transferencia de rentas (o de riqueza acumulada a través del patrimonio heredado) de los ricos a los pobres. Es más, tampoco es en absoluto apropiado afirmar que ello aumente el bienestar general. Se trata de una aseveración totalmente ilegítima bajo los parámetros de la ciencia seria. No puede afirmarse que el rico “sufra” menos que el pobre con cualquier pérdida de riqueza o ingreso.  Como expresa, con fina ironía, el ilustre y heterodoxo economista John Kenneth Galbraith en uno de sus excelentes trabajos histórico-divulgativos, “los sentimientos de diversas personas no son comparables; establecer semejantes comparaciones equivaldría a negar la profundidad y complejidad de las emociones humanas y ello representa una negación de las modalidades de razonamiento a las que aspiraba todo economista cabal y de buena reputación”. Por esotérico que todo ello pudiera parecer, las consecuencias prácticas de semejante postulado fueron colosales: en términos económicos estrictos no hay ninguna razón que justifique la intervención fiscal redistributiva del estado. La teoría económica ortodoxa no es partidaria de la contaminación de la pureza del mercado con políticas correctoras. Como añade irónicamente Galbraith: “para los ricos, ésta volvía a ser una muy adecuada conclusión”.

El profesor Lionel Robbins (autor de la canónica definición de la economía como “la ciencia que analiza el comportamiento humano como la relación entre unos fines dados y medios escasos que tienen usos alternativos”; conceptualización que, dicho sea de paso, podría aplicarse a cualquier ciencia de la conducta en general, lo cual la dota de una concreción y claridad deslumbrantes) fue el más ilustre profeta de la nueva verdad revelada. El autor del pomposo “Ensayo sobre la naturaleza y la significación de la ciencia económica” y miembro de la sociedad Mont Pelerin -dirigida por el fanático antisocialista y padre del neoliberalismo Friedrich Hayek (al que Robbins nombró profesor en la London School of Economics que dirigía)- llamaba al perentorio abandono de consideraciones distributivas, pues no era posible sostenerlas científicamente: “Sostuve que la agregación o comparación de las satisfacciones de distintos individuos entrañan juicios de valor y no de hechos, y que tales juicios rebasan los límites de la ciencia positiva”. Mister Robbins, con inusual franqueza en un científico riguroso, sella de forma hermética el campo de la Ciencia Económica conminando a sus devotos cultivadores a no contaminarse con adherencias ético-políticas:”la parte de la teoría de las finanzas públicas que se refiere a la ‘utilidad social’ debe tener una significación diferente. No puede deducirse de los supuestos positivos de la teoría pura, por muy importante que sea como desarrollo de un postulado ético. Y tanto los postulados utilitarios de que se deriva como la economía analítica con la que ha sido asociada serán más convincentes si esto se reconoce con claridad”.

Ni que decir tiene que quien no reconozca semejante marco teórico –acotado con este nada sutil expediente de “cierre categorial” excluyente de cualquier intervención perturbadora del libre juego de las fuerzas del mercado- como las tablas de la ley será automáticamente excluido del grupo de los científicos serios que no se dejan llevar por “prejuicios transmitidos al pensamiento por el marco conceptual adquirido”. Científicos serios –y con ciertas veleidades poéticas, todo sea dicho- como uno de los maestros del profesor Robbins y uno de los tres (junto con Menger y Walras) padres fundadores de la escuela “marginalista”, Stanley Jevons, quien definía el “núcleo epistemológico” de la teoría económica del siguiente tenor: “El placer y la pena son sin duda alguna los objetivos últimos del cálculo de la economía (…) satisfacer nuestras necesidades al máximo y con el mínimo esfuerzo o, en otras palabras, lograr la máxima satisfacción y placer es el problema de la economía”. ¡Quién podría resistirse a una concepción de tamaña profundidad intelectual! No deja de resultar curioso que los adeptos a este descubrimiento “epocal” del cálculo hedonista como riguroso basamento del “problema de la economía” fueran al mismo tiempo implacables fustigadores de la posibilidad de adopción de medidas paliativas hacia el sufrimiento de los “perdedores” en el libre juego de las fuerzas del mercado.

Sin embargo, faltaba algo que coronara la majestuosa construcción del nuevo paradigma de la ciencia social por excelencia. Una vez excluidas las consideraciones redistributivas del campo de estudio había que, en sentido inverso, proceder a entronizar los armoniosos equilibrios maximizadores del bienestar social como virtudes teologales del funcionamiento óptimo de los perfectos mercados y de la asignación eficiente de los factores productivos (la Santísima Trinidad de la madre Tierra, el padre Trabajo y el ‘espíritu santo’ del Capital).

El llamado “óptimo de Pareto” (obra del economista italiano Wilfredo Pareto, gran admirador del muy liberal Duce Benito Mussolini) es la máxima expresión de esa elegante construcción lógico-matemática, cumbre del aseado positivismo de una ciencia comme il faut: ” En análisis económico se denomina óptimo de Pareto a aquel punto de equilibrio en el que ninguno de los agentes afectados puede mejorar su situación sin reducir el bienestar de cualquier otro agente”.  Como anota, con cierto poso de amargura, Amartya Sen: “Si la suerte de los pobres no puede mejorarse sin reducir la opulencia de los ricos, la situación será un óptimo de Pareto a pesar de la disparidad entre ricos y pobres”.

El beatífico óptimo paretiano ofrece así la posibilidad de confinarse en los problemas de la pura y simple eficiencia económica sin preocuparse por la equidad ofreciendo un criterio supuestamente objetivo de “optimalidad” social independiente de la distribución de la renta. Este estado de la sociedad es conocido técnicamente como superioridad de Pareto y se presupone en cualquier equilibrio general competitivo enlazando así la existencia matemático-positiva del equilibrio con un criterio de equidad-normativo consistente en su deseabilidad frente a cualquier situación alternativa.

Como inquiere irónicamente Dobb: “¿Qué mejor cosa podía esperarse como objetivo político, definible en términos económicos puramente objetivos e independientes de la distribución y, por lo tanto, susceptible de utilizarse como un criterio objetivo de la eficiencia económica?”.

Empero, tal vez cegados por el deslumbrante brillo de la imponente construcción, las egregias eminencias de la ortodoxia tuvieron un instante de ofuscación en el que, como relata Dobb, “aparecieron la falacia y la confusión”. Olvidando la prohibición –por ellos mismos impuesta- de comparar utilidades individuales  y la consiguiente imposibilidad de realizar agregaciones de “bienestar” de los individuos, los entusiastas devotos del óptimo paretiano lo convirtieron en el criterio por antonomasia de maximización del bienestar social –cometiendo, dicho sea de paso, una grosera falacia de composición de “primero de lógica formal”-.

Ante la incredulidad que tal “patinazo” pueda provocar en los devotos creyentes en la infalibilidad de la ciencia económica, Dobb propone el siguiente ejemplo, extraído del texto canónico de dos de los grandes popes de la ortodoxia neoclásica: Paul Samuelson y Robert Solow. En él se afirma con toda solemnidad que “cada equilibrio competitivo es un óptimo de Pareto” y que “cada óptimo de Pareto es un equilibrio competitivo”, describiendo tales axiomas como la columna vertebral de la economía del bienestar y extrayendo la muy apropiada conclusión de que un equilibrio competitivo es siempre superior a uno no competitivo.

Por arte de birlibirloque, la negación de las comparaciones interpersonales –tan fieramente establecida-, que daba lugar a la exclusión perentoria de consideraciones distributivas del ámbito de la ciencia económica, se soslaya graciosamente para blandir ad hoc el dogma teologal de que el modelo de la competencia perfecta es el non plus ultra de la felicidad humana. Como concluye Dobb, parece que en este intento de hacer que “el óptimo de Pareto implique mucho más de lo que lógicamente puede hacérsele soportar entran, de la manera más obvia, cuestiones ideológicas”.

El objetivo de fondo de haber “arrojado por la borda” las cuestiones redistributivas era, ni más ni menos, que los economistas ‘cabales y de buena reputación’ pudieran concentrarse únicamente en la maximización del ingreso nacional a través del sacrosanto crecimiento económico del producto interior bruto que derramaría sus benéficos dones sobre el conjunto del cuerpo social. El mismo principio opera, mutatis mutandis, en la machacona justificación de las políticas de expansión cuantitativa de los bancos centrales consistente en afirmar (contra toda evidencia empírica) que tales colosales inyecciones de riqueza a la banca y a las grandes corporaciones iban a derramar sus dones sobre el conjunto de la economía (el llamado efecto goteo o ‘trickle down’) sin extremar hasta el paroxismo los niveles de desigualdad.

Así pues, la máxima normativa implícita en la “imponente” construcción teórica neoclásica prescribe que si las consideraciones distributivas no pertenecen al reino de la ciencia económica es porque el libre juego de las fuerzas del mercado dejado a su albur asigna a cada uno lo que le corresponde. La política se subordina a la idea enraizada de que existe una dimensión autorreguladora –que tiene preeminencia en virtud de su condición apodíctica- en la economía en cuyas leyes “científicas” no hay lugar para la ética.

El progresismo paliativo

Frente a este utilitarismo “despiadado”–que recuerda a la ciencia lúgubre ricardiana- del núcleo duro de la ortodoxia se manifiestan los representantes de la heterodoxia liberal-progresista dentro del mainstream.  Amartya Sen, destacado economista del bienestar  y uno de los creadores del índice de desarrollo humano, podría servir de paradigma de la posición redistribuidora-reformista que cuela consideraciones ético-humanitarias por la puerta trasera de la ortodoxia teniendo eso sí mucho cuidado de no perturbar la solemne magnificencia del “salón principal”. En su magnífico discurso en la entrega del Nobel, el expresidente honorario de OXFAM y gurú económico del PSOE de Zapatero realiza una crítica del modelo ortodoxo centrándose en buscar una grieta en el teorema de la imposibilidad de Arrow (según sus turiferarios, “el economista más influyente del siglo pasado”) que le permita “colar” consideraciones redistributivas basadas en la aceptación de las “dichosas” comparaciones interpersonales de utilidad. Los resultados de “imposibilidad” han sido interpretados como una sentencia de muerte para la posibilidad de una elección social razonada y democrática, inclusive en el área de la economía del bienestar. El teorema niega que sea posible una regla de elección social si se excluyen comparaciones interpersonales de utilidad, es decir, la pureza de la teoría implica el abandono de cualquier consideración redistributiva. En las rendidas palabras de Sen: “Si bien Arrow (tomando como postulado fundamental la eficiencia de Pareto) situó la disciplina de la elección social dentro de un marco estructurado –y axiomático–, conduciendo así al nacimiento de la teoría de la elección social en su encarnación moderna, también profundizó la penumbra existente al establecer un sorprendente –y aparentemente pesimista– resultado de alcance universal. Parecía que las evaluaciones sociales y los cálculos del bienestar social no podían evitar ser arbitrarios o irremediablemente despóticos”.

La enmienda parcial de Sen –que en ningún aspecto pone en cuestión el “individualismo antropológico” ni la estructura socio-institucional imperante- al hegemon neoclásico consiste en la admisión de la posibilidad de introducir comparaciones interpersonales que justificaran la adopción de políticas redistributivas basadas en criterios de elección social no maniatados por el corsé de la “imposibilidad”.  Sus “correcciones éticas” a la implacable lógica del cálculo egoísta tienen la misericorde pátina de las homilías eclesiásticas: “el indigente desesperado que sólo desea seguir vivo, el jornalero sin tierra que concentra toda su energía en conseguir su próxima comida, el criado que busca algunas horas de respiro, el ama de casa sometida que lucha por un poco de individualidad; todos pueden haber aprendido a tener los deseos que corresponden a sus apuros pero sus privaciones están amordazadas y veladas por la métrica interpersonal de la satisfacción del deseo. En algunas vidas, las cosas pequeñas cuentan mucho”. Así pues, todo se reduce a constatar –cual “parto de los montes”- que el concepto de bienestar del cálculo utilitarista (característico de la utilidad ordinal y eficiencia paretiana) no capta la privación de las personas que sufren grandes carencias o están en condiciones de pobreza absoluta o enfermedad careciendo por tanto de preferencias observables de consumo.

Si bien desde una posición más “liberal anglosajona”, el Principio de Diferencia de John Rawls prueba una vez más las limitaciones insolubles de aceptar el marco conceptual del “enemigo” al pugnar por establecer “bases objetivas para las comparaciones interpersonales que permitan, en tanto podamos identificar al representante menos aventajado, evaluar la ventaja individual en términos del control  basada en la maximización de la cantidad de ‘bienes primarios’”. El utopismo de cariz idealista-kantiano implícito en tales crípticas propuestas se condensa en la siguiente caracterización del concepto nodal del egregio filósofo analítico: “los bienes primarios, […] son las cosas que se supone que un hombre racional quiere tener, además de todas las demás que pudiera querer (sic). Cualesquiera que sean en detalle los planes racionales de un individuo, se supone que existen varias cosas de las que preferiría tener más que menos (sic). […] Los bienes sociales primarios son, grosso modo, la libertad política (el derecho a votar y a ser elegido en cargos públicos) así como la libertad de expresión y de reunión; la libertad de conciencia y la libertad de pensamiento; la libertad de la persona así como el derecho de tener propiedad (personal); y la protección contra el arresto arbitrario y el secuestro, tal como es definido por el concepto de estado de derecho”.

Uno de los máximos adalides de la renta básica, el economista y político libertario Philippe van Parijs , destaca la íntima conexión –con sus respectivas modulaciones- entre los distintos enfoques mencionados y otros similares: “La maximización del índice medio de bienes primarios asociado a la peor posición social (Rawls), la igualación de las capacidades básicas (Sen), la igualación de los recursos internos y externos (Dworkin) y la maximización del valor de lo que reciben (en un sentido muy amplio) aquellos que menos reciben (Real Freedom for All) son cuatro formas de tratar de combinar con cierta precisión el anhelo (“liberal”) de respetar la diversidad de las concepciones de la vida buena y el anhelo (“igualitarista”) de respetar los intereses de todos. Una diferencia significativa entre la versión de este liberalismo igualitario que defiendo yo y las otras radica en el hecho de que la primera es compatible con una renta incondicional concebida como algo muy distinto que un mero mal menor, y en que exige incluso su instauración a un nivel substancial, por lo menos en el contexto que definen las circunstancias prevalecientes en la actualidad en las sociedades económicamente más desarrolladas”.

La metafísica idealista y la completa evacuación de las condiciones materiales de producción y del marco institucional de la propiedad privada implícitas en tales teorías de “liberalismo igualitario”–que remiten, bajo el envoltorio laico de la preservación de los derechos humanos al muy cristiano principio de centrarse únicamente en aliviar la “suerte de los más desfavorecidos” sin ningún proyecto emancipador- impregnan las actuales propuestas paliativasrenta básica universal, trabajo garantizado- de la mayor parte de las fuerzas sedicentemente progresistas que bregan en el páramo neoliberal.

Si en el culmen de la inusitada violencia que el neoliberalismo imperialista militarizado ejerce sobre el ser humano y su crucificado planeta, las ideas renovadoras que los partidos políticos y movimientos sociales transformadores esgrimen como motores del cambio social giran únicamente alrededor de la “gobernanza de la pobreza” implícita en la reclamación de tales medidas redistributivo-asistenciales, habrá que resignarse a emitir desconsoladamente la clásica exhortación: “que el cielo nos asista”.


EL MARKETING POLÍTICO DE LOS QUE NO CREEN EN EL MARKETING POLÍTICO




La paradoja de los candidatos que no creen en el marketing político es que terminan usando las más viejas e ineficaces técnicas de marketing político.

Lee el artículo completo en http://eski.be/2oijOzO

Continúo con esta serie de artículos que presentan una visión diferente del marketing político.

Mi punto de partida es que todos los partidos políticos hacen marketing político, aún los que rechazan visceralmente dicha disciplina. Lo que ocurre es que las herramientas que seleccionan de un modo casi 'natural' son las más antiguas y las menos efectivas.

Claro que detrás de este análisis hay más de un concepto de marketing político.


Saludos cordiales,
Daniel

PD: después de leerlo, coméntalo aquí.

El marketing político de los que no creen en el marketing político

Publicado por Daniel Eskibel en Apr 18, 2017

La paradoja de los candidatos que no creen en el marketing político es que terminan usando las más viejas e ineficaces técnicas de marketing político.

Pero vayamos por partes: ¿qué es el marketing político? No hay una definición única e indiscutible, pero las distintas formas de encarar el concepto se pueden agrupar por lo menos en 4 categorías básicas:

1.     El marketing político entendido como la aplicación de técnicas específicas del marketing comercial tanto para analizar el mercado electoral como para influir en él con la oferta y la venta de la imagen de un candidato
2.     El marketing político entendido como un método para hacer buenas campañas que se fundamenta en las ciencias sociales (historia, ciencias políticas, sociología, ciencias de la comunicación) y también en la experiencia práctica
3.     El marketing político como método para una buena comunicación política con los ciudadanos
4.     El marketing político como estrategia de contenidos políticos articulada con una caja de herramientas comunicacionales específicas del mundo de la política

Como ves son concepciones diferentes y prácticas diferentes. Algunas de ellas tal vez incompatibles entre sí. Otras tal vez complementarias.

Los candidatos no son jabones

La protesta contra el marketing político es legítima. No puedes vender un candidato como si de un jabón perfumado se tratara. Y no deberías transformar las campañas políticas en vanos ejercicios superficiales, en pura apariencia, en colores bonitos y frases plastificadas.

Decididamente no.

Pero esta protesta abarca solamente a la primera categoría reseñada líneas más arriba.

Solo a la primera.

Pero no tiene nada que ver con las otras categorías. Porque los otros 3 conceptos de marketing político que te señalé son completamente diferentes y recorren un camino absolutamente específico y propio.

La paradoja de los desconfiados

Imagina que tu partido político rechaza vigorosamente la aplicación de herramientas del marketing comercial en las campañas políticas.

Imagina que tu partido desconfía de una disciplina que presume frívola y superficial. Y que por lo tanto decide no hacer ni el más mínimo lugar en sus campañas a nada que pueda etiquetarse como ‘marketing político’.

El problema es que en el momento mismo que generaliza y confunde una forma de concebir la disciplina con el conjunto de ella, pues en ese mismo momento se desliza dentro de la paradoja de los desconfiados. Y allí queda, atrapado y derrotado.

¿Por qué paradoja de los desconfiados?

Porque tu partido político necesita expresar bien sus ideas, comunicarse, crecer y ganar espacios en la sociedad. Pero para ello no alcanza con pensar. Las ideas se tienen que difundir. Y para ello se necesitan herramientas, técnicas, métodos.

¿Qué hace entonces el partido de los desconfiados?

Recurre a la estrategia de marketing político más antigua, más primitiva, más amateur y más ineficaz en el mundo de hoy: altavoces, papeles impresos, improvisación, muros pintados…

No perciben que eso también es marketing político, pero del malo, del que no funciona. No digo que esas herramientas no tengan cabida sino que limitarse a ellas es hacer un tipo de marketing político cuyo efecto es alejarse de la gente y perder elección tras elección.

Esa es la paradoja: rechazar con pasión el marketing político y al mismo tiempo entregarse en cuerpo y alma al más rancio marketing político.

Estrategia política y herramientas de comunicación

Si haces política en serio, entonces tienes que decidir qué estrategia de marketing político vas a emplear. Si crees que no vas a usar ninguna, te aseguro que sí tendrás una de todos modos y que además será la peor.

¿Mi consejo?

Supera la protesta superficial y los automatismos. Crece más allá de lo viejo y superado. Y camina rumbo al profesionalismo en tu estrategia, tu comunicación, y tus campañas políticas y electorales.

¿Interesado en ir más allá del marketing político tradicional? Descubre MAQUIAVELO & FREUD, mi libro más leído.

ELOY VILLACREZ SE PRONUNCIA SOBRE LOS “HEROES DE LA DEMOCRACIA”




Creo que se está haciendo demasiada propaganda por un acto que los soldados comandos estamos preparados para realizar, en circunstancias mas difíciles, no solo  para  luchar contra un decena de subversivos, muchos de ellos sin experiencia de combate, lo que nadie dice que los muertos de ambos lados eran peruanos y eso es algo que nos debe hacer reflexionar, porque ellos murieron con la esperanza de hacer un país mejor y no lo que ha resultado luego de estos 40 años de robo y saqueo a nuestro pueblo.

Eloy Villacrez 
Capitán Comando EP    


¿LOS COMANDOS CHAVÍN DE HUÁNTAR PUEDEN SER CONSIDERADOS HÉROES?
Un ex ministro de Defensa, un ex jefe del CCFFAA, un especialista en temas militares y un ex comisionado de CVR lo explican

·  Redactor
Martes 18 de abril del 2017 | 16:00

El legislador Justiniano Apaza reavivó un debate que se creía cerrado. En la víspera, el representante del Frente Amplio afirmó que para él los comandos de la operación Chavín de Huántar, que hace casi 20 años rescataron a 72 rehenes secuestrados por terroristas del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA),  no deben ser considerados como héroes.

Esto a raíz del proyecto de ley presentado por segunda vez por la congresista aprista Luciana León para darle a los 140 comandos el estatus de “héroes de la democracia”.

Para el ex ministro de Defensa Ántero Flores-Aráoz, los militares y marinos que ingresaron a la residencia del embajador japonés Morihisa Aoki sí son héroes, “porque expusieron su vida y pusieron el pecho para recuperar la libertad de personas que ni siquiera conocían”. Agregó que no le sorprende la posición de Apaza, debido a que ciertos partidos de izquierda “lo único que han hecho es ofender a las Fuerzas Armadas, que tanto han hecho por el Perú y que recuperaron la seguridad interna”.

Una posición más firme tuvo el ex jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas (CCFFAA) Jorge Montoya, quien consideró que el congresista del Frente Amplio, con sus declaraciones, “ha hecho un ataque directo a la democracia”.

“Los comandos defendieron la democracia, tuvieron acciones heroicas al entrar de esa manera a la residencia del embajador, eso es reconocido por todo el mundo, no solamente por nosotros, ha sido una operación militar excelente. Este señor congresista está haciendo declaraciones insultantes a las Fuerza Armadas”, refirió en diálogo con El Comercio.

Montoya dijo que todos los comandos merecen ser reconocidos como héroes, porque todos ellos actuaron sabiendo que podían morir.

Carlos Tapia, ex integrante de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, opinó que la declaración de Apaza “es la expresión de alguien que no conoce lo que sucedió en la residencia del embajador japonés”.

“He leído que ha dicho que cómo van a ser héroes si ellos eran cientos en cambio los emerretistas eran 14, no se da cuenta de que cuando hay una situación de secuestro y los secuestradores tienen la opción de matar, liberar a los secuestrados es una acción militar muy difícil y delicada. Y lo que sucedió con la liberación de los rehenes fue un éxito de las Fuerzas Armadas […] El congresista Apaza está equivocado”, manifestó a este Diario.

Tapia indicó que los comandos Chavín de Huántar son reconocidos como “héroes en el corazón de los peruanos”.

¿Es viable que sean héroes nacionales?

Andrés Gómez de la Torre, especialista en temas de defensa, afirmó que la operación Chavín de Huántar es una de las más exitosas en el mundo, porque tuvo un daño colateral mínimo (tres fallecidos, dos comandos y un rehén). Por ello, dijo que está a favor del proyecto de ley presentado por la aprista Luciana León.

“Es una operación de alto riesgo y emblemática. ¿Si se les puede considerar héroes o no? Por el tipo de operación, creo que sí. Estoy en favor del proyecto”, expresó.

Gómez de la Torre indicó que la iniciativa es viable en tanto se depuren los obstáculos técnicos que existan.

Por ejemplo el reglamento de la Ley 26841, que crea el Consejo Nacional de Calificaciones Heroicas, establece que la solicitud para que una persona sea declarada héroe nacional es individual y no colectiva. Además, define al héroe nacional como aquella persona que “ofrendando su vida de forma voluntaria y consciente” realiza una acción extraordinaria de gran valor.

Es decir que bajo esa jurisprudencia, los comandos, aún vivos, no calificarían para ser denominado como “héroes nacionales”.

Al respecto, el ex ministro de Defensa Ántero Flores-Aráoz indicó que la iniciativa a favor de los comandos Chavín de Huántar “al tratarse de una ley especial, prima sobre la norma general”.

Por su parte, el ex jefe del Gabinete Ministerial Pedro Cateriano afirmó que la propuesta de León Romero es “una ley con nombre propio”. “Su constitucionalidad es dudosa, pero creo que ese aspecto no le interesa ni al Apra ni al fujimorismo”, explicó en comunicación con El Comercio.

Cateriano, quien también fue ministro de Defensa, sostuvo que “lamentablemente” en este caso “los fujimoristas y apristas están aprovechando políticamente y demagógicamente a los comandos Chavín de Huántar. Vale la pena recordar que cuando ellos estuvieron en el poder, muy poco hicieron para defenderlos”, acotó.

LOS DATOS

Según el reglamento de la Ley N°26841, que crea el Consejo Nacional de Calificación de Acciones Heroicas, se denomina héroe nacional a la persona que “ofrendando su vida en forma voluntaria y consciente lleva a cabo una acción extraordinaria de gran valor cuya trascendencia haya sido de magnitud nacional”.

El Consejo Nacional de Calificación de Acciones Heroicas por los ministros de Defensa, quien lo preside, del Interior, de Educación y de la Mujer. Así como el jefe del CCFFAA.

La norma indica que “las propuestas de la persona que haya realizado la acción heroica en enfrentamiento con el enemigo tanto en guerra externa, conflicto armado o guerra civil debe ser efectuada por los comandos militares responsables de las operaciones ante el CCFFAA que después de evaluar la documentación la elevará al consejo nacional de calificación de acciones heroicas”.

A la propuesta debe adjuntarse la documentación justificadora de la acción heroica realizada, asimismo, la declaración de testigos presenciales de los hechos.

La propuesta, según el reglamento, debe ser aprobado por unanimidad y de no alcanzar esta se archivará.