domingo, 4 de febrero de 2018

DANIEL BENSAÏD 1946-2010




28/01/2018 | Sebastian Budgen 

A menudo, se pretende que hay que vivir con tu época. Esa época se muere. ¿Habría que pudrirse y desaparecer con ella? (2004. pp. 460-461) 1/

A los tibios, los vomitaré de mi boca. 2/

El paso del tiempo cobra un enorme precio a los pensadores de la izquierda radical. Basta con hacer una lista con los nombres de quienes hemos perdido recientemente para hacernos una idea de la hecatombe: Georges Labica, Giovanni Arrighi, Peter Gowan, Gerald Cohen, Howar Zinn. El rodillo compresor avanza inexorablemente, aumentando la velocidad conforme avanza. Cada muerte nos deja sumidos en el horror y los lamentos: otro aliado que se va en un mal momento, otra vez un montón de textos mal asimilados, otra vez, una línea de investigación y de reflexiones que se interrumpe de repente. Pero para quienes pertenecemos a la izquierda revolucionaria, para quienes aún especialmente estamos comprometidos en los procesos de organización, la reciente y repentina desaparición de dos camaradas, a pesar de sus diferencias en muchos aspectos -estéticos, estilísticos, intelectuales y temperamentales – nos deja una gran soledad, sobre todo, en esta coyuntura oscura e incierta.

Chris Harman y Daniel Bensaïd, dos hombres que murieron casi a la misma edad en el intervalo de un mes, uno después de veinte años de una dura batalla contra la enfermedad, el otro, durante el sueño sin aviso previo –apenas debieron intercambiar alguna frase en más de cuarenta años. Sin embargo, su compromiso ininterrumpido, cotidiano y sin quejas para asociar el trabajo paciente y, a menudo, agotador de construcción de un pequeño grupo revolucionario con el que regenerar teóricamente la grandeza de la tradición marxista clásica, abonándola constantemente con elementos innovadores, era un esfuerzo común.

Cada uno encarnaba una trayectoria política diferente -la tendencia Socialismo Internacional y la IV Internacional– y dos versiones divergentes de la identidad de intelectual militante. Chris, en cierta medida, se veía trabajando en desarrollar un marco teórico preexistente, mientras que Daniel estaba mucho más inclinado a repensar la naturaleza misma de ese marco. Pero los paralelismos existen y se hacen eco y sus marchas casi simultáneas hacen estos días muy oscuros.

Lo que sigue es una primera tentativa, necesariamente imperfecta y provisional, para lectores que, debido a la escandalosa falta de traducciones al inglés de lo esencial de su obra, solo pueden tener una idea muy vaga de su historia tumultuosa y de su rica herencia 3/. Esperemos que en los próximos años aparezca un trabajo más riguroso y sistemático y llene las lagunas de esta primera aproximación 4/.

Vida

Daniel Bensaïd nació en marzo de 1946, en Toulouse. Sus padres tenían un café popular, el “Bar de los amigos” en la periferia de la ciudad. Su madre, Marthe, impetuosa hija de un tornero de madera partidario de la Comuna y de una bordadora que había perdido su brazo en un accidente de trabajo, aprendió el oficio de modista antes de abandonar la ciudad de Blois para viajar por el mundo. En primer lugar, aterrizó en Orán, en la Argelia bajo gobierno francés, donde encontrará al padre de Daniel. Haïm venía de una familia judía pobre de Mascara y había dejado la escuela a los siete años. Trabajó de criado en Orán donde inició una carrera de boxeador y fue campeón de África del Norte en la categoría de pesos ligeros aficionados; pero tuvo que abandonar esta actividad para dedicarse a trabajar. Daniel cuenta que su madre reprimió muy pronto sus propias aspiraciones pugilísticas diciéndole que tenía las manos demasiado frágiles para esas brutalidades.

Hecho prisionero durante la Segunda Guerra Mundial, Haïm se escapó y compró un café al lado de Toulouse bajo una identidad falsa, y fue encarcelado de nuevo por la Gestapo en 1943. Al contrario que sus dos hermanos, que fueron enviados a los campos de exterminio, el padre de Daniel consiguió permanecer en el campo de detención de Drancy hasta el final de la guerra gracias al ingenio de su mujer que se apañó para conseguir falsos documentos que probaban un origen no judío.

Aunque nunca fueron ni creyentes ni sionistas, los Bensaïd, sacaron de esta experiencia una total intolerancia respecto a cualquier atisbo de antisemitismo. Haïm sacó su estrella amarilla de un cajón y la colocó sobre el mostrador por si algún cliente tenía la tentación de inclinarse en esa dirección.

El café era un centro social para los trabajadores manuales, carteros, mecánicos, pequeños comerciantes, refugiados republicanos de la Guerra Civil española, italianos antifascistas, antiguos miembros de la Resistencia y las Brigadas Internacionales. Allí, Daniel se sumergió en el espíritu del comunismo popular latino más que en el ambiente socialdemócrata más frío y húmedo del norte de Europa por el que nunca manifestó demasiado entusiasmo e interés. Es allí donde también saca gran parte de su naturalidad social y su alegría de vivir, su gusto por las grandes encuentros amistosos y sin pretensiones y que más tarde volvió a descubrir en el País Vasco y en Brasil 5/.

La rama local del PCF celebraba sus reuniones en el café, y las vacaciones consistían en estancias en los campamentos de vacaciones del CGT. El 1 de enero, imitaban las danzas del ejército soviético y cantaban la Internacional. Sumergido en un ambiente tan plebeyo y radical, Daniel se politizó inmediatamente alrededor de la Guerra de Argelia y, especialmente, de la masacre por la policía el 8 de febrero de 1962 de nueve manifestantes del Partido Comunista y de las Juventudes Comunistas, en la estación de Charonne.

Al día siguiente, Daniel creaba junto a otros, una sección de las Juventudes Comunistas en su instituto. Entraron rápidamente en disidencia pues insistían en que aquella célula fuera mixta en una época en la que el Partido intentaba imponer una separación entre los Jóvenes Comunistas y la Primera Unión de Mujeres Jóvenes de Francia. Otras diferencias aparecieron pronto: en primer lugar, las primeras oleadas de la Revolución Cubana, como lo relató en sus obras el legendario director y productor Armand Gatti –con el que Daniel se relacionó hasta sus últimos días–, después por los textos de la Oposición de Izquierdas. Estos textos se llevaban bajo manga como si fueran literatura pornográfica, por el trotskista entrista Gérard de Verbizier. Este último contará a los neófitos provinciales todas las controversias internas de la Unión de Estudiantes Comunistas, entre la mayoría ortodoxa, los centristas, la fracción neomaoísta – entre ellos los discípulos de Louis Althusser, y los miembros de la oposición de izquierda dirigidos por Alain Krivine y Henri Weber.

En este contexto, marcado por los últimos días de la Guerra de Argelia, la escisión entre China y la Unión Soviética y la evolución de la situación cubana, circulaban otros textos no ortodoxos que se leían con avidez, como los de Che Guevara y Frantz Fanon, (era la época en la el admirable editor Maspero ampliaba su catálogo con libros tercermundistas y marxistas en formato de bolsillo) junto a las obras de Althusser, de André Gorz y de Henri Lefebvre -sin contar la historia del partido bolchevique y la Iniciación a la teoría económica marxista de Ernest Mandel. En el otoño de 1965, Daniel y su grupo fueron captados para la oposición de izquierdas.

El momento decisivo fue la expulsión de los izquierdistas en el congreso de la UEC al año siguiente. La cincuentena expulsada, muy jóvenes (Daniel tenía 20 años, Krivine era mayor, tenía 27 años) con su arrogancia y su grandilocuencia fanfarrona, fundaron las Juventudes Comunistas Revolucionarias (JCR) en una pequeña sala en el sótano de un café del Barrio Latino. La vuelta a Toulouse estuvo marcada por las sospechas, cierta hostilidad y ostracismo de parte de quienes antes eran camaradas y miembros de la familia fiel al partido y que fueron difíciles de soportar para Bensaïd, pero que duró poco. Admitido como estudiante de filosofía en la Escuela Normal de Saint Cloud, se traslada a París sin entusiasmo en el otoño de 1966 6/. Como iba a lamentar más tarde, Daniel abandonó sus clases de filosofía y se dedicó al activismo político, uniéndose a la dirección del grupúsculo de las JCR al año siguiente.

Las JCR estaban lejos de ser homogéneas en aquel momento. La mayoría estaba vinculada a la IV Internacional alrededor de Krivine, Weber (posteriormente prolijo senador del Partido Socialista y portavoz de Laurent Fabius) y Verbizier. Otra tendencia estaba próxima al grupo comunista disidente que publicaba Voz Comunista, después el Boletín de la Oposición de Izquierda, en el que colaboraba el psicoanalista y filósofo Félix Guattari. Daniel se identificaba con una tendencia guevarista, representada por Jannette Habel. A lo largo de los años siguientes, aunque se presentaba gustosamente como leninista, y aunque sentía un gran respeto por Trotsky y la Oposición de Izquierda, la etiqueta de trotskista -ortodoxo o heterodoxo– siempre le sentaba mal por sus connotaciones de sectarismo y dogmatismo y el narcisismo de las diferencias, a veces, ínfimas 7/.

La muerte de Che Guevara en 1967 iba a tener un gran impacto -de entrada, traumático, después fértil– sobre los jóvenes de las JCR. Una reflexión de Bensaïd aclara esto de forma interesante: “Esta tragedia era la nuestra. El Che era nuestro mejor antídoto a la mística maoísta” (2004, p. 75), entonces hegemónica entre estudiantes de izquierda. Fue la joven Habel quien traerá de Cuba y traducirá El socialismo y el hombre, que el entonces líder de la IV Internacional, Mandel, había reencontrado solo unos años antes, durante el debate económico celebrado en Cuba en 1964 8/. Las posiciones resueltamente antiimperialistas e internacionalistas así como el carácter aparentemente antiburocrático encarnado por Che Guevara, mártir a partir de entonces, atravesaron a las JCR en los años siguientes y ejercieron influencia hasta los años 70, a pesar de las críticas cada vez mayores a la trayectoria burocrática y represiva del propio régimen cubano 9/.

Las actividades políticas de Bensaïd en 1968 se concentraron esencialmente en el campus de Nanterre. Se llevaron a cabo alianzas entre las JCR, que tenían allí una implantación importante y el grupo anarquista formado alrededor de Daniel Cohn -Bendit y Jean-Pierre Duteuil, especialmente, en los enfrentamientos con los grupos fascistas y la policía que intentaban introducirse en “Nanterre, la locura”, como se decía. A pesar de saltarse las clases otra vez a causa de su militancia permanente, Bensaïd encontró tiempo para hacer una tesis de maestría titulada “La noción de crisis revolucionaria en Lenin” bajo la dirección del filósofo marxista independiente Henry Lefebvre. Esbozó, muy influido por una lectura ultra bolchevique y voluntarista del joven Georg Lukcas, una serie de reflexiones sobre la subjetividad y objetividad, la estructura y el acontecimiento, la crisis y la estrategia que le estimularon para los siguientes cuarenta años 10/.

La delegación enviada por las JCR a la gigantesca manifestación anti guerra de Vietnam en Berlín, en febrero de 1968, seguida por el intento de asesinato del líder estudiantil Rudi Dutschke (lo que provocó una manifestación alrededor de la embajada de Alemania en París) iban a radicalizar a los jóvenes revolucionarios comunistas. Pero estaban lejos de esperar los sucesos del mes siguiente. Daniel estaba de vacaciones con su novia mientras leían concienzudamente las Obras completas de Lenin cuando se enteraron por los periódicos de la sublevación de la Sorbona y de las batallas campales en el barrio Latino. Tuvieron que hacer sus maletas y volver a toda prisa para poder participar en las barricadas nocturnas.

A pesar de su incapacidad para sobrepasar su base estudiantil o cargar sobre sus espaldas el peso muerto de la huelga general planteada por el PCF y la CGT, las JCR, con apenas doscientos militantes, jugaron un papel importantes en los sucesos de mayo. En junio, el régimen gaullista les hizo el honor de su disolución, al mismo tiempo que a otras organizaciones. Krivine y otros miembros dirigentes fueron detenidos y encarcelados y Bensaïd y Weber pasaron a la clandestinidad mientras que la organización se reconstruía discretamente. Margarite Duras aceptó hacer de buzón de la nueva Liga Comunista (LC) y acogió a los dos jóvenes revolucionarios que se escondían del Estado según lo que ellos subrayaron en su análisis de los acontecimientos hechos a toda prisa y publicado bajo el título: “Mayo del 68: una repetición general” 11/.

La LC se fundó oficialmente en Pascua de 1969 después de un debate interno en el que Bensaïd y otros no trotskistas se sumaron a la perspectiva de fusionarse con el pequeño Partido Comunista Internacionalista de Pierre Frank, para convertirse en una sección de la IV Internacional. La LC llegó estratégicamente a la conclusión según la cual, el mes de mayo habría sido un equivalente francés de la Revolución de Febrero de 2017 y que un acontecimiento semejante a Octubre se perfilaba en el horizonte 12/. Se lanzó el periódico Rouge abriendo con una frase que Daniel calificó más tarde de “leninismo apresurado” aguijoneado por las predicciones de Mandel sobre el eminente estallido de la revolución en un plazo de cinco años. La atmósfera está bastante bien resumida en el célebre requerimiento de Bensaïd: “La historia nos muerde la nuca”. Como él mismo declaró más tarde, se demostró que la historia se conformaba con mordisquear.

La primera incursión electoral de la LC en las elecciones presidenciales de 1969 fue, es un eufemismo, decepcionante. Alain Krivine recién salido de la cárcel pero que debía hacer su servicio militar, terminó con un miserable 1%. Esto hacia evidente que había otras orillas más atractivas. El Noveno Congreso Mundial de la IV Internacional en abril de 1969 marcó un giro decididamente latinoamericano y apoyó una orientación de lucha armada. Había nacido la permanente pasión de la IV y de la LC por este continente –de la que también Daniel fue presa–. Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina, México, El Salvador, Nicaragua y Brasil se iban a convertir para Bensaïd en privilegiados centros de interés de la actividad durante los dos decenios siguientes y para gran número de sus camaradas.

Durante este tiempo, Daniel era el encargado de las relaciones con los núcleos clandestinos de grupos de afiliados a la IV en Cataluña y en Madrid así como con ETA VI en el PaísVasco, donde la fracción que apoyaba la VI fue brevemente mayoritaria en la izquierda nacionalista. Estas actividades que se desarrollaban alrededor del cadáver del franquismo en lenta descomposición tenían, a menudo, un carácter clandestino e implicaban acciones peligrosas en solidaridad con presos políticos o quienes estaban amenazados de ejecución (algunos ejecutados finalmente) por los fascistas 13/. En un momento dado, se discutió la idea de crear una fábrica de armas secreta cerca de la frontera española con el fin de suministrar armas a las fuerzas de oposición, en línea con las iniciativas tomadas por los trotskistas en apoyo del FLN en Argelia. Desgraciadamente, la influencia ganada costosamente por la IV Internacional en España, se iba a perder finalmente en los años 70 y durante los 80 en ausencia de la revolución esperada al final del régimen y el resurgimiento, cual ave fénix, de la socialdemocracia.

El desarrollo de la lucha en Francia, en Italia, en Gran Bretaña, la situación de crisis que amenazaba en Chile y en España, por no hablar de la revolución portuguesa, estimularon una perspectiva cada vez más ultraizquierdista. Daniel contribuyó a teorizar esta perspectiva. El boletín interno del congreso de la LC de 1972, en cuya redacción había participado, se titulaba “¿Se ha planteado la cuestión del poder? Hagámoslo”.

Los análisis de la extrema izquierda, entre ellos, el de la LC, insistían sobre la tendencia de las democracias parlamentarias europeas al autoritarismo, algunos llegaban a denunciar procesos de fasciscitación. Se desempolvaron viejos manuales y debates sobre la estrategia militar y las insurrecciones urbanas y fueron estudiados atentamente. La LC seguía su agitación en las fuerzas armadas (que, en la época, hay que recordarlo, estaban compuestas de civiles que realizaban el servicio militar) con la esperanza de de crear fisuras en el aparato represivo del Estado. El servicio de orden de la LC –que Bensaïd se había encargado de supervisar– conoció una profesionalización creciente a través de diferentes hazañas que iban desde las audaces actuaciones para darse publicidad, a otras más serias como el ataque por parte de millares de manifestantes con casco y provistos de cócteles molotov, contra el mitin del movimiento de extrema derecha Orden Nuevo, el 21 de junio de 1973. Esto acabó por los golpes de la policía y una segunda disolución de la organización por parte del Estado. El grupo volvió a aparecer bajo el nombre de Liga Comunista Revolucionaria 14/.

Fue en Argentina, donde la sección de la IV llamada PRT seguía un programa de lucha armada, donde Bensaïd fue testigo directo de los límites de semejante substitucionismo. Según sus palabras, fue una de sus experiencias políticas más dolorosas. La presión unida a la clandestinidad de la organización y la competencia entre los diferentes grupos para superarse en audacia política condujeron a una espiral de militarización, que se alimentaba a sí misma cada vez más, y se manifestó fatal: asaltos a bancos, fuga de las cárceles, secuestros y fusilamientos que tuvieron como consecuencia diezmar a los miembros de la IV. La mitad de los camaradas que Daniel conocía en este periodo habían sufrido cárcel, tortura o habían sido asesinados al final de la década 15/. Fue un periodo duro y amargo que le vacunó “contra una visión abstracta y mítica de la lucha armada”, y que inició un largo proceso de reflexión sobre la transformación de las formas de violencia y de guerra política que Bensaïd iba a seguir hasta el final sin ceder jamás a un moralismo abstracto ni a un pacifismo exaltado 16/.

El retroceso del movimiento llegó a escala mundial a partir de mediados de la década de 1970, la izquierda revolucionaria entraba en una crisis provocada por una parte, por el fracaso de la Revolución Portuguesa de 1974-1975 (o mejor dicho, por el éxito de la socialdemocracia en neutralizar las revueltas políticas y sociales). Esto se combina con los efectos anestesiantes y el impacto de marginalización (para la extrema izquierda) de los Pactos de la Moncloa en España, del Compromiso histórico en Italia y de la Unión de Izquierda en Francia. La IV Internacional conservó sus expectativas extremadamente optimistas pasando de una orientación de guerrillas a una orientación obrerista. Este cambió se reforzó con una campaña de obrerización desarrollada a contratiempo (se trataba de enviar a miembros a trabajar en las fábricas para reforzar el componente proletario de las organizaciones) y una reunificación muy mal inspirada, es decir, una farsa, y felizmente abortada, con la corriente lambertista, cínica y manipuladora. Pero la hiperventilación retórica –reconfortada durante un tiempo por la Revolución nicaragüense o la ascensión se Solidaridad en Polonia– no podían enmascarar la profundidad de la crisis. Daniel fue el encargado de enjugar las deudas y, progresivamente, plegar las velas desplegadas durante los tres años que habían visto aparecer diariamente Rouge. La IV Internacional se enfangó en una serie de conflictos internos cada vez más virulentos y venenosos que a veces se articulaban alrededor de las relaciones con el SWP americano, sobre cuestiones como Camboya/Campuchea, la naturaleza de la Revolución Iraní o la invasión de Afganistán por la Unión Soviética 17/.

Sin embargo, el refuerzo de la secciones de la IV en México y Brasil durante los años ochenta -un periodo durante el que Daniel se sumergió en el centro de operaciones de la IV en Bruselas– parecía ofrecer un contrapunto al sentimiento de morosidad deprimente. A fin de cuentas, los dos episodios solo eran como un veranillo (o un síntoma de ritmos desiguales de la lucha de clases a escala mundial) y acabaron mal. El tema mexicano fue el más sórdido y breve de los dos: el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) aumentó rápidamente a mediados de los años 80 gracias a su asociación con la carismática Rosario Ibarra 18/, y debido a sus compromiso con la toma de tierras por los campesinos pobres, lo que tuvo como consecuencia que familias enteras, a veces pueblos, se unieran al partido en bloque. En 1986, el PRT tenía seis diputados elegidos en el Parlamento Nacional, organizaba mítines masivos y luchas sociales, e incluso ganó el control del pequeño ayuntamiento rural de Morelos.
Desgraciadamente, la capacidad del régimen en cuanto a corrupción venal se mostraron aplastantes. Los diputados fueron comprados por el líder campesino Margarito Morales -que fue llamado el “Zapata del norte” - pasaron de parecer Robin de los Bosques a señores de la guerra. El PRT sacudido por crisis vinculadas a la aparición del Partido de la Revolución Democrática (PRD), socialdemócrata, después el levantamiento zapatista, entró en un periodo de declive y de desintegración del que nunca salió.

Brasil, a donde Daniel iba dos o tres veces al año a lo largo de los ochenta, se convirtió en su gran pasión, incluso si el regusto que le dejó fue mucho más amargo. Partiendo de una base más reducida, pero ayudado por la ausencia de una tradición estatalista asfixiante y por la presencia de un movimiento obrero militante y fuerte, la Democracia Socialista (DS), sección de la IV, se extendió rápidamente en los años ochenta y noventa y participó activamente en el crecimiento de la confederación de sindicatos (CUT) y del Partido de los Trabajadores. Este último era una organización de masas popular, de estructura democrática e ideológicamente heterogénea, y dirigida por Lula, un sindicalista peculiar de procedencia muy modesta (en un país en el que hasta hoy mismo, la política está monopolizada por los burócratas militares o la crema de la alta sociedad).

La DS atrajo a un gran número de militantes muy brillantes, como Joao Machado, Raul Pont y , sobre todo, a Heloísa Helena. Una especie de pasionaria católica-trotskista que todavía hoy, es una de las personalidades políticas más populares y menos sospechosas de oportunismo en el país. Estos progresos fueron experiencias entusiásticas y estimulantes para Daniel con mayor motivo, en contraste con el cielo plúmbeo de la era Mitterrand en Francia con su fardo cada vez más pesado de regeneración, de antitotalitarismo liberal, de kitsch y degeneración moral xenófoba. Además, el acierto de las opciones estratégicas de la DS parecían ratificar por su afirmación cada vez más fuerte como corriente del PT, como lo atestigua la elección de Pont como alcalde de Porto Alegre -lugar de nacimiento del Foro Social Mundial– de 1996 a 2000, y el nombramiento de Miguel Rossetto como vicegobernador del Estado de Rio Grande do Sul.

Sin embargo, como los hechos que siguieron a la elección de Lula en 2002 iban a demostrar tan cruelmente, estos avances se hicieron a un precio exorbitante. El gobierno del PT era favorable a la incorporación de una serie de antiguos revolucionarios en la dirección donde se convirtieron en perros guardianes fieles a la defensa de la línea realista neoliberal (El Partido Socialista Francés ya había patentado este método de Lionel Jospin a Jean Christoph Cambadélis, en los años ochenta).

Para Rossetto, el regalo envenenado tomó la forma del Ministerio de Desarrollo Agrario y de la Reforma Agraria, en un país en el que la falta de tierras es una cuestión vital para millones de personas. Como empezaban a verse las posiciones en este campo a propósito de qué posición adoptar sobre las reformas del gobierno, -un proceso que llevaría a la expulsión del partido de Helena y de otros activistas en función de su oposición– se hacía claro que la mayor parte del grupo, detrás de la retórica del doble poder que pretendían apoyar desde los arcanos del poder, estaba totalmente integrada en el partido y en los mecanismos del Estado. La sección se escindió, con una mayoría que, de hecho, rompió con la IV Internacional y correspondió a la facción disidente la tarea compleja y difícil de crear una nueva izquierda radical pluralista partiendo de cero (bajo la forma del Partido del Socialismo y la Libertad, PSOL). Durante esta traumática ruptura, Daniel se esforzó en razonar con los compañeros brasileños, firmemente pero sin arrogancia, pero cuando la ruptura se hizo inevitable, apoyó a los disidentes sin reservas.

Durante el largo y árido periodo de los ochenta, Daniel dividía su tiempo entre su trabajo en la Universidad París VIII (Saint Denis) y los nuevos locales de la Internacional y su revista, Inprecor. Describe el equipo que rodeaba a Ernest Mandel en este “Comité bonsai”(que incluía a John Ross, que después recibió el gratificante papel de consejero de Ken Livingstone, la autoridad del Gran Londres), como un ejército mexicano cosmopolita y excéntrico que, a veces, se asemejaba a una troupe de payasos serios (2004, p. 361).

Daniel aprendió mucho de Mandel, por el que sentía un gran respeto más que un aprecio real. Daniel a veces se burlaba del aspecto estirado, filatélico y pequeñoburgués de Mandel y de su tendencia a caer en monólogos y afirmaciones irrefutables y optimistas. Estas burlas nos pueden parecer injustas pues Mandel tenía otras cualidades más seductoras, tendía a discutir acaloradamente, apasionada pero atentamente sobre cualquier tema, con no importa quién. Más concretamente, la inclinación de Mandel por las explicaciones positivistas y objetivistas, su incapacidad para adoptar posiciones claras en circunstancias nuevas e inesperadas 19/, asociadas a su inquebrantable fe en el curso de la historia y su manía de hurgar en los libros de historia a la búsqueda de precedentes y ejemplos, establecieron una cierta distancia entre ellos (2004, p. 365).

Daniel también jugó un papel activo en el Instituto Internacional de investigación y formación de la IV abierto en 1983 en Amsterdam y dirigido por Pierre Rousset y su mujer donde dio incontables y, parece ser, memorables conferencias, en las sesiones de formación de tres meses destinadas a los cuadros de la organización.

El hundimiento de los Estados estalinistas que comenzó con el desaparición del Muro de Berlín en 1989, cogió a Daniel en un estado serio e inquieto. Estaba en desacuerdo con las predicciones optimistas de Mandel sobre el levantamiento inminente del proletariado de Alemania del Este para barrer los restos de la burocracia y proteger las conquistas del Estado obrero deformado que habría reactivado las tradiciones militantes dormidas de la revolución alemana de 1918-1923 20/. Después de dos décadas escrutando el horizonte oriental con la esperanza de ver chispas de una revolución proletaria, la realidad del hundimiento era, por lo menos, decepcionante, por no decir, penosa. Este humor sombrío se exacerbó con la primera Guerra del Golfo y su sórdida falange de apologistas de izquierda y, poco después, por la aparición de la enfermedad de Daniel. Sin embargo, esta desgracia fue buena para algo: impuso un periodo de precioso reposo que le permitió comenzar a escribir obras más substanciales que sus textos puramente políticos o de circunstancias (si hacemos abstracción de su respuesta a la contrarrevolución intelectual de los años sesenta en La Revolución y el Poder). Este periodo fue inaugurado por su ventriloquía del espíritu de la Revolución Francesa, Yo, la Revolución, dirigida contra los historiadores revisionistas encabezados por François Furet, y publicada en 1989. Un años más tarde, siguió su estudio de Walter Benjamin (Walter Benjamin, El centinela mesiánico), después su tentativa de recuperación de la herencia de Juana de Arco a la derecha nacionalista en Juana cansada de luchar. Abiertas las válvulas, durante dos décadas de “grafomanía” publicó no menos de veintiocho obras.

Al son de su enfermedad -que le llevó, al menos una vez, a las puertas de la muerte– Daniel siguió, a partir de mediados de los noventa, comprometiéndose en una cantidad increíble y agotadora de actividades. Algunos dicen que se había lanzado en un cuerpo a cuerpo con la mortalidad (y no solo la muerte), siempre empujando su cuerpo hasta el límite, desafiando a la enfermedad a hacerle lo peor que ella era capaz. Aunque ya no formaba parte de la dirección, Daniel siguió hasta el final implicándose a fondo en los asuntos internos de la LCR, después en el Nuevo Partido Anticapitalista (NPA). Habiendo cambiado su estilo un poco rebelde –cazadora de cuero y chapas- por una formal chaqueta de tweed con coderas de ante y una gorra, se reinventó en el sensato al que todo el mundo, incluido Olivier Besancenot, venía a pedir una opinión o a hablar tanto sobre temas importantes como de otros menores. Siempre era solicitado para hablar en los mítines de todo tipo a lo largo y ancho del país (apreciaba especialmente, la acogida que le daban las secciones de la LCR en las provincias), para participar en entrevistas con periodistas del mundo entero, para intervenir en las formaciones o para participar en las reuniones de su célula local.

Sin dudar nunca en tomar decisiones tajantes, Daniel apoyó la decisión de la LCR de disolverse y lanzar el NPA con entusiasmo pero sin triunfalismo, consciente de los peligros que apuntaban a lo lejos. Durante este tiempo, Daniel continuó viajando mucho (Japón, Brasil, Chile, Italia, España, Quebec, Nueva York e incluso Londres), para dirigir a sus doctorandos y dar clases y participó fielmente en numerosos Foros Sociales europeos y mundiales durante el auge del movimiento antiglobalización.

Finalmente, quizás fue lo más importante para él, Daniel trabajó obstinadamente en el desarrollo de la teoría marxista, enriqueciéndola con el intercambio con otras corrientes radicales (como las influidas por Pierre Bourdieu y Alain Badiou), buscando transmitir de forma crítica, abierta y no apologética, la riqueza del pasado marxista a una joven generación que esperaba que forjase el futuro de esta tradición. Este proyecto se manifestó en la creación de la revista Contretemps en 2001, las obras editadas en Textuel y Syllepse y la creación de la sociedad Louise Michel (un marco de discusión para los intelectuales simpatizantes del NPA).

Y, cosa rara para un intelectual marxista contemporáneo, Daniel era capaz de labrarse un camino propio animando y participando sin descanso en formas de trabajo colectivo a todos los niveles. Hasta sus últimas horas de consciencia, seguía en París la organización de una conferencia sobre comunismo que había lanzado a continuación del acto organizado en Londres por Badiou y Slavoj Žižek y las negociaciones entre el NPA y el Partido Comunista para las próximas elecciones regionales.

“Aguanto” dijo unos días antes de morir; en efecto, estaba allá, como un boxeador determinado a seguir de pie hasta la campana final.

Personalidad

Es necesario añadir algunas palabras sobre la personalidad de Daniel Bensaïd pues si no la entendemos bien, no puede ser comprendido el profundo impacto que tenía sobre quienes nos encontrábamos con él. Antes de nada, hay que aclarar que el autor de estas líneas solo lo conoció en los últimos años de su vida, una fase más reflexiva, marcada por la sombra de la enfermedad. Bensaïd, el hombre de organización y el tribuno atronador, intrépido en los combates de fracción y en la calle era, sin duda, alguien bastante diferente 21/.

En todo caso, Daniel era innegablemente una especie rara en el ambiente, a menudo, grisáceo, oscuro y cerrado de la izquierda revolucionaria. El largo tiempo pasado en las pequeñas organizaciones marginalizadas, sujetas con alfileres o con cinta adhesiva, magulladas por las sucesivas derrotas, no son las circunstancias más propicias para cultivar personalidades ricas y radiantes. Las patologías de los periodos de reflujo pueden dañar mucho el espíritu de los militantes llevando a algunos (e incluso a organizaciones enteras) a hundirse en profundos delirios y a aislarse en mundos imaginarios. Pese a todos estos defectos, Daniel representó hasta el final un contraejemplo a estas tendencias.

Una forma demasiado fácil de describir este fenómeno sería decir que Daniel desprendía un encanto que seducía a todo el mundo a su alrededor. Era efectivamente un seductor, cortés y paciente, sabiendo contar y escuchar a la vez. Pero eso no lo es todo; no da cuenta de la complejidad, a veces contradictoria, de este hombre. Lo que puede ser una llave para identificar la especificidad de la fuerza de la gravedad que ejercía sobre los demás -militantes de base, sindicalistas, actores y directores, periodistas, intelectuales, amigos, adversarios e, incluso ciertos enemigos- es que la política, aun estando en el centro de su vida, no lo colmaba. De hecho, en un momento de sus memorias, Bensaïd escribe que siempre pensó que nunca había estado muy dotado para la política pero que se había comprometido sobre todo, por solidaridad de clase y por sentido del honor. Su vida de lucha política, decía, no estaba anclada en la certeza de una victoria porque la derrota era siempre más que posible, sino en la necesidad de evitar el deshonor asociado a la ausencia de combate (2004, p.451)

No estaba intrínsecamente prendado de las abstracciones de la filosofía, pero confesaba un amor permanente por la literatura en todos sus géneros, desde los clásicos del siglo XIX y de comienzos del XX (podía hablar elocuentemente de Charles Péguy o Georges Bernanos) a las novelas de Jonathan Coe y a las novelas policiacas contemporáneas 22/. La primera impresión confería a su aspecto una cierta distancia tranquila e irónica, una sonrisa burlona bailando en sus labios, lo que iba bien a su pasión y la sinceridad con las que adoptaba ciertas ideas. El segundo aspecto le impedía deslizarse hacia el ritual dogmático e hizo de él uno de los más grandes estilistas de la izquierda marxista 23/.

Sobre todo, Daniel tenía una personalidad emotiva, era profundamente curioso y afectuoso con los demás, especialmente con sus defectos, con sus debilidades y sus rarezas, siempre entusiasta con los nuevos encuentros, especialmente, con los jóvenes. Siempre solícito y enormemente generoso con su tiempo, a menudo, al mismo tiempo era malicioso, mordaz, guasón e irreverente. Quizás, lo más impresionante – pero, al mismo tiempo, un poco frustrante- es la profunda y sólida fidelidad que tenía hacia sus amigos, incluso los que hacía tiempo habían dejado atrás su pasado revolucionario por un ascenso poco brillante en los escalafones superiores de la política o el periodismo. Daniel no era dado a tapar o minimizar las diferencias políticas profundas con quienes se sentía cercano pero quedaban por detrás de los lazos afectivos forjados a través del tiempo. A veces, esto podía llevar a error pero, sobre todo, era el origen de una fuerza interior profundamente humana.

También era Daniel un ejemplo de la exitosa unión de diferentes “caracteres nacionales”: muy unido a ciertos aspectos de la cultura popular de la Revolución Francesa -adoraba honrar la tradición que consiste en comer una cabeza de ternera en el aniversario de la ejecución de Luis XVI– estaba profundamente impregnado por figuras brasileñas, españolas y latinoamericanas. Fascinado por los judíos disidentes como Spinoza e inspirado en una cierta tradición mesiánica pasada por la criba de Walter Benjamin, Franz Rosenzweig y Gershom Scholem, Daniel era un judío sefardí “no judío” que nunca cedió un ápice frente al sionismo o al comunitarismo estrecho. Naturalmente, en los años setenta, fue atacado por la prensa de extrema derecha debido a su apellido, a la vez, judío y árabe (2004, cap. 18).

En lo que respecta a su obra, Bensaïd siempre fue modesto -cuando se le presentaba como filósofo, él corregía diciendo que era solo “profesor de filosofía”- y creía con fuerza en los valores de la educación y el intercambio que llevó a sus actividades partidarias 24/. Abierto a todas las corrientes de pensamiento, viniendo de todas las áreas lingüísticas, y capaz de extraer los mejores elementos, precisando con elegancia sus críticas y divergencias, Bensaïd hacía de las discusiones teóricas una actividad calurosa, fraternal 25/ y auténticamente dialógica y agradable, llena de apartes, anécdotas y paréntesis.

El compromiso activo en la política, en la construcción de una organización de izquierda revolucionaria, no era para él ni un lujo diletante que abandonaba cuando llegaban los tiempos duros, ni un fetiche para lucir frenéticamente con ofuscación sobre el cambiante estado del mundo exterior. Esto constituía más bien una manera muy pragmática, un indispensable principio de realidad y de responsabilidad que le impedía irse hasta la estratosfera o estar completamente desorientado. La actividad política para Daniel no formaba parte de las “pasiones tristes” -por retomar las palabras de Heine– él decía de las “flores y los ruiseñores”; y el hecho de ser miembro de una organización no era un ejercicio de “abnegación sino más bien un proceso de descubrimiento de los otros” 26/.

A Bensaïd le gustaban mucho las formulaciones con oximorones como las que utilizaba para calificar su marxismo como de “dogmatismo abierto” o para designar la perspectiva de los revolucionarios como “prudencia ardiente” o “lenta impaciencia”. Estas expresiones se correspondían muy bien con su personalidad y expresaban abiertamente las tensiones interiores (entusiasmo infantil e inquietud de cabeza canosa, por ejemplo, o su lealtad partidaria inquebrantable y su vagabundeo intelectual) que podían ser fuente de creatividad más que lugar de estériles callejones. Hablaba, en los últimos años, de un optimismo “razonable” o “melancólico” en el fondo de su horizonte político, un optimismo “desencantado” del profano racional que apuesta por la capacidad humana de transformarse pero que jamás cierra los ojos ante el peso de un siglo de barbarie, de derrotas y de desilusiones o sobre los peligros del futuro. El revolucionario, insistía, debe ser un hombre de duda más que de fe.

Daniel no rechazaba nunca una ocasión de debatir -siempre es necesario debatir, era su divisa- con no importa quién, trotskistas ortodoxos argentinos pasmados ante un ronroneante y agradable Jacques Derrida, periodistas pelotas, con veteranos sindicalistas y con las jóvenes feministas posmodernas 27/. Impresionaba a todo el mundo con su pasión intransigente y su humor, incluso en los periodos más oscuros del combate cuerpo a cuerpo con su enfermedad sobre la que mantuvo una noble discreción aunque un poco excesiva.

Obra

Por retomar una expresión bien conocida, evidentemente es demasiado pronto para juzgar cuál será exactamente el impacto del pensamiento de Daniel, o para tener su medida exacta. Además, el mundo anglosajón está en clara desventaja por la falta de traducción de sus obras más importantes al margen de Marx, intempestivo 28/. Incluso para quienes leen en francés, es un problema la abundancia de textos entre los que es difícil elegir. Entre 1968 y 1989 Daniel solo publicó cinco libros, dos de los cuales estaban escritos en colaboración, mientras que un tercero era una recopilación de conferencias sobre la estrategia y el partido impartidas en la escuela de cuadros de Amsterdam (Estrategia y Partido, 1987) 29/. Evidentemente, al lado de esto existía un montón de artículos y documentos internos, pero el grueso de su producción consiste en textos inspirados por la coyuntura política específica (un gran número de textos sobre Brasil en los años 80 por ejemplo) o de reacciones ante los textos y toma de posición de los otros. A partir de 1989 y, sobre todo, a partir de mediados de los noventa, la velocidad e intensidad de su producción conocen una progresión algebraica y firmó 24 obras por lo menos, un montón de capítulos en diferentes obras, prefacios e introducciones (como sus introducciones muy útiles a cuatro volúmenes de escritos de Marx), e innumerables artículos y entrevistas en varias lenguas. A pesar de su hospitalización 30/, en el último año de su vida, Daniel publicó, al menos, una decena de textos importantes.

Si se tratara de evaluar correctamente esta contribución, sería necesario revisar cuidadosamente todos estos materiales, clasificarlos y ordenarlos tanto como fuera posible para separar lo efímero de los textos que tienen un valor más permanente, eliminar las repeticiones, etc. El tiempo y mis competencia son claramente demasiado limitadas para permitirme semejante ejercicio aquí. Sin embargo, es posible avanzar algunas consideraciones generales, si se deja de lado las obras de circunstancias, de una validez permanente menor.

Desde un cierto punto de vista, Daniel era un continuador, un heredero de la tradición marxista que había sido reducida casi a nada antes de la guerra, pero también de una corriente cálida del marxismo occidental, ampliamente asociado a un espíritu dialéctico, por no decir hegeliano, que se esforzaba en volver a conectar con las obras de los primeros Lukács y Korsch encarnados por figuras como Rosdolsky, Pierre Naville, Lucien Goldmann o Henri Lefebvre 31/. Sin embargo, a partir de los años ochenta, el pensamiento de Bensaïd se aleja de Lukács y adquiere un compromiso con Walter Benjamin y Ernest Bloch así como los contemporáneos Jacques Derrida, Michel Foucault y, más tarde, Badiou 32/. Solo experimentaba hostilidad para lo que sentía como las aguas glaciales del althuserismo doctrinario o el marxismo analítico y, de forma más general, declaró la guerra a cualquier forma de evolucionismo, de positivismo, de sociologismo y de teleología 33/. Marx intempestivo es un magnífico ataque en tres frentes a la concepción del marxismo como manifestación de la razón histórica, sociológica o científica y, en cierto sentido, es un texto posmoderno que incluye todo lo importante en la crítica a los grandes relatos pero sin ceder nunca al irracionalismo, al relativismo o al irrealismo.

Sin embargo, sin duda gracias a su temperamento literario, Daniel era más que un seguidor, era un alquimista, capaz de combinar las influencias, a primera vista incompatibles, como Lenin y Juana de Arco, Pascal y Trotsky, Blanqui y Mandel, Arendt y Chateaubriand, Proust y la Cábala, la tradición de los Marranos y la de la oposición de izquierdas. Esta hibridación de la política y la estética, de la alta burguesía y el proletariado revolucionario, del siglo XIX y del siglo XX, de lo medieval y lo moderno, le permitió a Daniel no solo dejar respirar más libremente a sus palabras sino que le ayudó también en su exploración de la naturaleza de la historicidad: por un lado, la necesidad de perpetuar y resucitar la memoria de los perdedores de la historia, de escuchar y de hacer oír las voces de los sepultados y de las fosas comunes; por otro lado, la lucha tanto contra la tendencia a la eliminación o a la homogeneización del pasado como a la interpretación de las tragedias del siglo XX por un tribunal moralizador 34/.

Y si el pasado debía considerarse como abierto –jamás completamente pasado, siempre dispuesto a ser reactivado y rescatado– el horizonte del futuro también era indefinido. Mezclando la concepción leninista de una temporalidad de crisis y de revolución comprimida y acelerada con una crítica benjaminista de la noción de tiempo vacío y lineal del progresismo positivista, y una cierta lectura del “mesianismo sin mesías” de Derrida, Daniel buscaba desarrollar una concepción estratégica del tiempo. Esto pasaba por la articulación compleja de varias temporalidades: las del capital (producción, circulación, realización, ciclos, crisis), y las de la política (largos periodos de estancamiento aparente -el tiempo de resistencia a contracorriente– seguidos de saltos, de picos, de travesías, de avances y retrocesos rápidos o lentos; las épocas revolucionarias y contrarrevolucionarias) con sus discordancias, sus divergencias y sus antagonismos y, a veces, sus coincidencias explosivas 35/.

Una concepción estratégica implicaba aprender el arte de cabalgar o de surfear sobre los movimientos tumultuosos e incompatibles de esas temporalidades no sincronizadas, no simultáneas, desiguales, y sin embargo combinadas, y de concebir el futuro como un campo de bifurcaciones, de momentos decisivos y de giros, no obstante, campo siempre ensombrecido por la amenazadora presencia de la catástrofe. “Crisis de civilización”: Daniel designaba así este fantasma del desastre ya en marcha, yendo de lo microscópico (como patente de vida) a lo planetario (los estragos ecológicos que exigen una respuesta eco-comunista), una catástrofe que no está más allá del horizonte sino que ya está activa y que supone la amenaza de inimaginables grados de barbarie más elevados. Semejante barbarie, repetía sin parar, estaba prefigurada por las transformaciones de la guerra contemporánea con su “bestialización” y la “deshumanización” de la figura del enemigo, de la abolición de la distinción entre civiles y combatientes como entre seguridad en el frente y en el “interior”, de forma que el menor acto de brutalidad podía ser justificado de antemano por el estado de excepción permanente (2008, cap. 3).

Con tales desafíos, Daniel intentaba buscar el cambiante terreno del pensamiento estratégico en el nuevo siglo, un paisaje siempre convertido en más complejo y engañoso por las reconfiguraciones espaciales, temporales y subjetivas, que la globalización neoliberal había iniciado y acelerado a la vez. Para Daniel, los cambios podían ser evaluados a la luz de ciertas tendencias: hacia la desaparición de lo político dejando el lugar a una masa de consumidores atomizados y cada vez más abstencionistas desde un punto de vista electoral (de hecho, una restauración del sufragio limitado de los siglos XVIII y XIX), seguimiento al gran despliegue de los sondeos de opinión y grupos de control, en realidad, gobernados por un insidiosos complejo de lobbys, de sistemas clientelistas y de mafias y, por otra parte, la desorientación, es decir el hundimiento de las líneas que separan hasta aquí las esferas públicas y privadas. Se manifiesten por un personalismo y por una importancia de los medios de comunicación crecientes de la vida pública (un fenómeno que no es desconocido de la LCR y del NPA estos últimos años) o por la sustitución de las formas universalista de la identidad por la nación, lo local o la comunidad, estas tendencias parecen militar contra cualquier proyecto creíble y basado en una base amplia 36/. Daniel no oponía a esto la nostalgia de una desaparecida época de certezas aparentes, sino la humilde aceptación del hecho de que el pensamiento estratégico serio en la extrema izquierda, incluida la tradición de la LCR, había alcanzado un nivel cero: “el eclipse de la razón estratégica”.

Esta implacable lucidez no le arrastraba a Daniel a caer en brazos de la desesperación y menos a unir su vagón al tren de la última moda sino que se arremangó y abordó directamente esta problemática. En su última obra importante, Elogio de la política profana (2008), Daniel ofreció un perspicaz estudio de los más importantes cambios históricos en las formas de la política contemporánea. A través de un compromiso crítico con pensadores tan distintos como Bejamin, Arendt, Schmitt, Miéville, Deleuze, Foucault, Harvey, Hardt y Negri, Holloway, Badiou y muchos otros, refutó a estos teóricos parciales que buscaban hacer de una tendencia parcial, un absoluto (el papel transformador del estado-nación, la deslegitimación de la forma de partido, el rechazo de una orientación estatalista, etc.) y así promover un nuevo utopismo, fuera radical o insignificante. Para Daniel, la “ilusión social” que podía adoptar numerosas formas, desde el autonomismo a una forma “suave” de movimentismo (suponiendo que las luchas sociales producirían ellas mismas y en ellas mismas, alternativas políticas), tenía tanto de deletérea como de caricatura y de bravata de la vanguardia política. Daniel rechazaba la alternativa binaria y estéril entre una política de avestruz según la cual nada habría cambiado fundamentalmente y una proclamación de la necesidad de apartar el cuadro de todas las concepciones precedentes de las políticas de emancipación. Esta herencia clásica del marxismo bajo sus diferentes formas y en las hipótesis estratégicas que él adapta (Daniel las rebautizó así para tomar distancia con la noción de modelos que podían ser aplicados en todas las circunstancias), permanecía como un recurso fértil a condición de estar continuamente enfrentado a las exigencias de la novedad. De su propio testimonio, Daniel no nos ofreció soluciones a los nuevos dilemas estratégicos pero su reconocimiento detallado de sus características es indispensable para los revolucionarios que desean progresar tanto como sea posible 37/.

Evidentemente, los métodos teóricos de Daniel no carecían de defectos. Su impaciencia respecto a la pedantería y el academicismo le llevaba, a veces, a ser muy expeditivo o negligente en sus lecturas. Su elección de textos y de autores como objetivo de crítica era, a menudo, arbitraria y poco sistemática y su hermosa pluma que podía producir destellos luminosos, también parecía encerrarlo una y otra vez en la creencia de que una formulación lírica era suficientemente poderosa para resolver una dificultad teórica real. En realidad, se trataba, a veces, de deslizarse –con mucho impulso– sobre la superficie de las cosas. Pero su marxismo era ejemplar en casi todos los casos, en su forma de combinar una intransigencia fundamental con un espíritu abierto, escéptico y contestatario. Esta capacidad de reflexión autocrítica aparece con claridad en una entrevista dada a los socialistas rusos del grupo Vpered en 2006. Cuando se le preguntaba cuáles eran, según él, los principales desafíos teóricos que esperaban al marxismo contemporáneo, Daniel respondió esbozando una agenda de búsqueda muy ambiciosa, que entre los temas que requerían estudios serios estaban: la cuestión ecológica, la producción desigual y combinada de espacios y escalas sociales; las transformaciones de la naturaleza del trabajo y las posibles perspectivas para trascenderlas; el fenómeno de la burocratización no solo de los partidos y los sindicatos, sino también de las ONG, las universidades y los medios de comunicación y las consecuencias de esto en la democratización y desprofesionalización de la política, y, por último, la cuestión que le había obsesionado desde sus años en la Universidad de Nanterre, la estrategia, mencionando, “la necesidad, sin renunciar al carácter central de la lucha de clases en las contradicciones del sistema, pensar en la pluralidad de estas contradicciones, de estos movimientos, de estos actores, pensar sus alianzas, pensar a través de la complementariedad de lo político y lo socia sin confundirlos, elegir de nuevo la problemática de la hegemonía y del frente unido... y profundizar nuestra comprensión de las relaciones entre la ciudadanía política y la ciudadanía social”.

Todo esto, añadió, en un gesto típicamente bensaidiano de rechazo a la pusilanimidad purista frente a la fertilización de las inteligencias, debía ser dirigido con:

“las herramientas importantes de otras corrientes del pensamiento crítico: de la economía, de la sociología, de la ecología, de los estudios de género, de los estudios poscoloniales, del psicoanálisis. Solo haremos progresos si nos comprometemos con un diálogo con Freud, con Foucault, con Bourdieu, y con muchos otros (2010, p.34)”. 

Para Daniel, este espíritu que mezcla aceptación desinhibida de la identidad singular del marxismo con la apertura de un diálogo auténtico con otras corrientes, podría aplicarse a la vez al frente intelectual y político:

“Es perfectamente compatible y complementario contribuir a amplios reagrupamientos y perpetuar un recuerdo y un proyecto que son sostenidos por una corriente política que tiene su propia historia y sus propias estructuras organizativas. Incluso, es la condición de claridad y de respeto en relación a los movimientos unitarios. Las corrientes que no manifiestan públicamente su propia identidad política son las más manipuladoras. Si es cierto, como le gustaba decir a Deleuze, que en política no existe la página en blanco, y que se debe siempre ’recomenzar desde el medio’ entonces, se debería poder abrirse a lo nuevo sin perder la huella de las experiencias pasadas (2010, p.38)

En un texto elegíaco, Badiou escribe: “Con la desaparición de Daniel, el mundo intelectual, militante, político, y el que se puede llamar, incluso si el adjetivo tiene hoy un significado oscuro, ’revolucionario’, ha cambiado 38/. Si esto es cierto para un “compañero distante” (como Badiou describe su relación con Daniel) será mucho mayor para nosotros. Pero en este mundo cambiado, tendremos más que nunca necesidad del trabajo, del ejemplo y del espíritu de Daniel Bensaïd.

La muerte de Daniel es como una herida pero no tristeza. Una pérdida que nos deja más cargados de peso. Pero esa carga es lo contrario de un fardo: es un mensaje compuesto no de palabras sino de decisiones y de actos y de heridas 39/.

13/07/2013
Sebstian Budgen, editor de Verso Books y miembro del Consejo Editorial de Historial Materialism

Notas
1/ Para las referencias completas ver la bibliografía anexa. Las referencias indicadas en el cuerpo del texto sin mención de autor son de Daniel Bensaïd.
2/ Bensaïd, 2001a, p. 111
3/ Solo dos libros han sido traducidos al inglés Marx l’intempestif, y una recopilación titulada Stratégies of Resistance. Será necesario esperar que sus memorias sean publicadas por Verso y que la colección “Historical Materialism Books” y las ediciones de “ Haymarket Books », entre otras,, publicarán otras obras en inglés. Algunas traducciones de artículos y entrevistas están disponibles en las páginas de europe-solidaire, marxists.org et internationalviewpoint.
4/ Ver por ejemplo el número 32 de la revista Lignes (mayo 2010), enteramente consagrada a Daniel, que comprende artículos de Gilbert Achcar, Alain Badiou, Étienne Balibar, Stathis Kouvelakis, Michael Löwy, Stavros Tombazos, Enzo Traverso, también de otros. Ver Arruzza, 2010.
5/ Por no hablar de su entusiasmo, incomprensible sin esto, por actividades embrutecedoras como el fútbol, el rugby o el ciclismo.
6/ Sin embargo, Daniel no perdió nunca su afecto por sus raíces y la cultura popular de Toulouse, y más generalmente, meridionales, ni su acento, lo que ciertamente, le preservó de todo tipo de afectación y esnobismo parisinos. Philippe Raynaud, en su estudio sobre los pensadores de la izquierda radical patrocinado por la fundación Saint -Simon, le llamó despreciativamente, “el folósofo rústico”. A decir verdad, una etiqueta que Daniel apreciaba mucho.
7/ Para una lectura perspicaz de la continuidad del leninismo en el pensamiento de Bensaïd, ver Arruzza, 2010.
8/ Ver Stutje, 2009, p. 148-154.
9/ Ver la reciente obra sobre Guevara pde Michael Löwy et Olivier Besancenot (Löwy et Besancenot, 2009). El mismo Bensaïd, hay que decirlo incluso si nunca renunció a su guevarismo original (sin que se le pueda describir como un castrista sin reservas), economizaba más las citas del Che en sus últimos años.
10/ Un extracto de sus memorias ha sido publicado bajo la firma de un artículo firmado con Sami Nair y publicado en la revista de , Maspero Partisanos, y está disponible en línea.
11/ Este episodio quizás puede estar en el origen de uno de los aforismos preferidos de Daniel, cuando comparaba la construcción de un partido revolucionario con el amor absoluto en las novelas de Duras:imposible pero necesario. Hay que precisar que este aforismo tuvo efectos desconcertantes entre el público británico cuabdo fue repetido en la conferencia Marxismo del SWP en Londres hace unos años.
12/ Dos corrientes minoritarias iban a continuar oponiéndose a esta orientación: la de Henri Maler e Isaac Johsua que acabaron por crear el grupo ¡Revolución! lazos conmla organización italiana casi maoísta Avanguardia Operaria y con la que los Socialistas Internacionales establecieron relaciones en los años de 70; la otra corriente estaba influida por André Glucksmann y Guy Hockenghem, que después fundaría el Front Homosexual e Action revolutionnaria (FHAR).
13/ En un caso, en 1970, una cuarentena de activistas disfrazados tomaron al asalto ael Banco de España en París para ptrotestar por la ejecución eminente de presos nacionalistas vascos. El banco fue saqueado pero no hubo heridos ni robo de dinero. Es un ejemplo de lo que Bensaïd llama forma “paródica” de violencia ejercida por la LC, que milagrosamente no derrapó enel camino.
14/ Daniel nunca dio crédito a los de acción: ver Bensaïd, 2004 p. 170-171.
15/ Ver el emocionante capítulo 10 en Bensaïd, 2004
16/ Bensaïd, 2004, p. 194. Para una reflexion más amplia, ver Bensaïd, 2009 b. Daniel desarrolló una amistad tardía con Jean-Marc Rouillan, un de los miembros activos del grupo terrorista izquierdista Action directe, que todavía purga su pena en prisión [durante la aparición de la versión original de este texto. NDT)
17/ Una minoría de la IV, alrededor de Tariq Ali, Gilbert Achcar et Michel Lequenne, defendieron una posición llamando a la retirada inmediata de las tropas soviéticas.
18/ Ibarra era la madre de un joven que el régimen había hecho “desaparecer” y la líder de un movimiento de padres y madres y de un conjunto de otras víctimas del corrompido gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
19/ Daniel cita la invasión de Afganistán y la Revolución nicaragüense– incluso si, como mostró Gilbert Achcar, en el primer caso al menos, la circunspección de Mandel era preferible a la prisa (lamentada más tarde) de Daniel por alcanzar a toda costa un juicio definitivo.
20/ Se cuenta que en el congreso de la IV, durante un debate sobre los acontecimientos del Este, Daniel respondió “¡Alka Seltzer!” a Gerard Filoche que gritaba ¡Champagne”.
21/ Bensaïd era un núcleo central de la vida política e intelectual de la izquierda en Francia – fuera de los búnquers de aislamiento sectario, “todo el mundo” conocía a Daniel “todo el mundo” había hablado con él y casi todos habían sucumbido a su encanto, unos más que otros. El nombre “Daniel Bensaïd” constituía para muchas cosas una llave mágica que producía al instante sonrisas y abría las puertas.
22/ En los momentos de gran lasitud política, esto se manifestaba, cuando ante la perplejidad de los camaradas, al igual que Trotski, se ponía a leer a Proust durante las reuniones del comité Ejecutivo. En la búsqueda de una estética para su obra, Daniel rompía con la escritura maquinal y monótona característica de la tradición trotskista de la posguerra y al mismo tiempo sintonizaba con una tradición anterior a la guerra que incluía, además de él mismo, figuras como Isaac Deutscher, Maurice Nadeau y C.L.R. James.
23/ Al menos para mí, el título de una de sus obras sobre la herencia comunista, La sonrisa del fantasma (Bensaïd, 2000), tiene desde entonces una resonancia nueva.
24/ En sus memorias, (Bensaïd, 2004, p. 140-143), recuerda con afecto el breve periodo en el que enseñaba en un instituto de Condé-sur-l’Escaut, en el Nord-Pas-de-Calais, haciendo referencia como “húsares negros” de la Tercera República, a los enseñantes que se encontraban en la primera línea en la lucha contra la iglesia y las supersticiones.
25/ Una palabra sobre la relación más bien fría de Bensaïd con el mundo anglófono: dejando aparte visitas poco satisfactorias a Estados Unidos durante el periodo en el que la IV tenía relación con el SWP americano (que Bensaïd encontraba bastante lúgubre y rígido, con su estricta organización y el acento puesto en la eficacia y la rapidez – todo lo contrario de la cultura de la Liga , informal y desordenada; ver Filoche, 2007), estableció pocos lazos duraderos con el marxismo anglófono hasta el último decenio de su vida y sus referencias culturales estaban muy alejadas de él. Sin embargo, a partir del cambio de siglo se convirtió en un traficante de las obras de Fredric Jameson, David Harvey, Ellen Meiksins Wood, Alex Callinicos y otros, la mayoría non traducidos al francés. En lo que respecta al SWP británico, Bensaïd tenía sentimientos ambivalentes: respetaba su capacidad de supervivencia a la recesión y su intento de engancharse a los nuevos movimientos a partir de 1999 y lo consideraba como un socio privilegiado para la LCR (y un modelo a seguir por la profesionalidad de sus publicaciones) pero no estaba cómodo con la cultura interna que encontraba excesivamente homogénea y rígida, su aparente miedo a los debates polémicos y a las disensiones y su estilo de discurso que calificaba de “auto-persuasión prosélita” supuestamente para mantener la moral de la tropa y evitar que la máquina deje de girar.
26/ Plenel, 2010, p. 130.
27/ En un incidente bastante extraño, Daniel aceptó con placer una invitación a hablar de su libro Juana de Arco en un mitin organizado por la Nueva Acción Realista, un extraño grupúsculo monárquico-izquierdista que milita a favor de una huelga general, la autogestión y la restauración de la monárquica...
28/ Ciertamente, es una consecuencia negativa de su relativa falta de narcisismo (o al menos, de formas especialmente virulentas y explícitas): al contrario de muchos intelectuales marxistas, con el alma carcomida por el resentimiento debido a la falta de reconocimiento él se implicaba muy poco en cualquier autopromoción ni impulsaba la traducción de sus obras, al menos al inglés. Los proyectos de traducción al inglés eran aceptados con una placer divertido y ligeramente sorprendido, pero sin aires de grandeza. Sin el entusiasmo de Mike Davis, incluso la traducción de Marx intempestivo nunca habría visto la luz.
29/ Igualmente participó en volúmenes colectivos contra Althusser en 1974, sobre la revolución portuguesa en 1976 y sobre Marx en 1986.
30/ Como lo ha recordado Enzo Traverso, este desparrame de una obra fragmentaria pero brillante, es justamente lo opuesto al modelo de Marx que escribía y reescribía hasta su muerte un libro que nunca llegó a terminar (Traverso, 2010, p. 180).
31/ Los paralelismos entre Bensaïd y Lefebvre, más allá de las similitudes entre sus personalidades o del afecto que el primero sentía por el segundo, podrían ser materia de un capítulo solo para ellos.
32/ Se puede establecer paralelismos con otra figura del movimiento trotskista que también descubrió la fecundidad de la herencia de Benjamin, Terry Aegleton – y se pueden percibir ecos en la obra de Alex Callinicos en este periodo, como Making History; la atracción por Benjamin en esta generación de intelectuales marxistas enfrentados a una época de derrotas aparece -aparte de los puristas y los gruñones – casi irresistible.
33/ Incluso si Daniel revisó a posteriori su juicio sobre Althusser (sobre todo, el Althusser tardío), como lo atestigua su contribución en Avenas, 1999 y en Bensaïd, 2001b. Como lo ha formulado Stathis Kouvelakis (en un intercambio privado), “”Daniel llegó a comprender la convergencia profunda entre la crítica de la teleología (la idea de una historia que se encamina a un fin) desarrollada por Benjamin y la de Althusser. De esta forma, su interés por la obra tardía de Althusser para el que el “encuentro aleatorio” es el equivalente exacto y de manera bastante explícita, del milagro, del suceso y de la aparición mesiánica o del amor imposible en Duras (especialmente, al final). Además: Daniel reconoció explícitamente la validez de la crítica del humanismo teórico hecha por Althusser. Fue una ruptura fundamental, por ejemplo, con el punto de vista de Mandel y con el paradigma del joven Lukács. Pero, en realidad, las cosas eran más complicadas pues e puede leer en sus memorias que Daniel pertenecía a una generación intelectual que estaba perfectamente familiarizada con los debates de los años sesenta. Esta generación se formó en ese contexto e incluso cunado Daniel nos dice que rechazó a Althusser en sus años de estudiante, eso fue después de semanas y semanas de estudio intenso de sus textos (con su camarada Antoine Artous entre otros). Es un universo intelectual completamente diferente al habitado , por ejemplo, por Michael Lowy, sin contar la genración precedente de intelectuales próximos al trotskismo (como Naville o Nadeau).
34/ Ver Bensaïd, 1999. La preocupación de Daniel con esta forma de pensar el pasado tan popular entre una cierta izquierda centrista moralista le llevó a ser muy prudente en los apoyos quepodia acordar incluso para medidas que podía parecer “políticamente correctas” como la ley Gassot que criminaliza el revisionismo del Holocausto o las persecuciones de Pinochet.
35/ Daniel mencionó también otras temporalidades jurídicas, estéticas, ecológicas. Ver Bensaïd, 2010, p. 33. Sobre todo, insistió en las temporalides diferenciadas de la investifación teórica y de la acción política.
36/ Ver Bensaïd, 2005, y su critica en Callinicos, 2008.
37/ Para sus contribuciones al debate estratégico en esta revista (International Socialism), ver Bensaïd, 2002b y 2007.
<38/ Badiou, 2010, p. 21.
39/ Tomado de un homenaje a Daniel de John Berger.
Bibiografía
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