miércoles, 4 de abril de 2018

LA POLICÍA: REGULACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN PÚBLICA Y MANTENIMIENTO DEL ORDEN





El trabajo anexado a continuación corresponde al tercer capítulo de una serie de artículos que he venido publicando y que forma parte de un ensayo titulado: “La policía y la sociedad civil. Análisis y perspectivas desde Occidente”.

El capítulo anterior trataba de los inicios del proceso de institucionalización de la policía francesa que se estaba llevando a cabo paralelamente a la constitución del Estado-nación y, dentro de ello, se describía la fundación de la Casa de Ayuntamiento, que se encargaba de todos los asuntos municipales ligados a la buena marcha de la ciudad, y de su rival, la Lugartenencia General de la Policía, la cual era responsable de la división y del control policial. 

En el capítulo presentado hoy analizo, desde la lógica de rentabilidad impulsada por el Estado, toda la estrategia que regía el sistema de reglamentación de la vida local y la apropiación del territorio municipal por parte de la Lugartenencia de la Policía. Esta última, en el marco del reforzamiento de la estructura policial, acaparó siempre más funciones atribuidas, en un inicio, a la Casa de Ayuntamiento. Dentro de este análisis, se hace hincapié en la percepción que Hegel tenía de la policía. 

Saludos cordiales
Nicole Schuster

LA POLICÍA:
REGULACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN PÚBLICA
Y MANTENIMIENTO DEL ORDEN

PARTE III

POR NICOLE SCHUSTER


    La nueva racionalización del Estado francés regida por la necesidad de hacer imperar la seguridad pública impulsó, sobre todo a partir de finales del siglo XVII y en el siglo XVIII, la elaboración de políticas relativas a la policía, vista ésta como un dispositivo que siempre más se moldeaba en función de criterios ligados a la rentabilidad. Dentro de esa lógica, se priorizó la relación costo-beneficio en materia de lucha contra la delincuencia y, a tal efecto, se evaluó la probabilidad y el costo de la criminalidad, así como el índice de reincidencia inherente a ciertos tipos de delitos. A este análisis se contraponía el precio que engendrarían la aplicación de medidas represivas por parte de la policía y la consecuente encarcelación de los delincuentes, y se elaboraban los mecanismos policiales que se situaban dentro de los límites de los presupuestos destinados a optimizar esta operación de control y represión(1). La política de persecución de las personas errabundas es ilustrativa de esos programas en la medida en que pone al descubierto las variaciones en la manera como fue aprehendido –desde que apareció en el siglo XIV– el fenómeno del vagabundeo. Al inicio, este último fue efectivamente asimilado a la mendicidad para luego ser diferenciado de ello y tratado como una plaga que se corregía según las necesidades de mano de obra en el país, o sea, mediante el encarcelamiento de o la asignación a los vagos de tareas que servían a la comunidad. La pobreza experimentaba las mismas tribulaciones en materia de regulaciones estatales(2).

   Dentro de la nueva forma de “gestionar el cuerpo social” y paralelamente al decrecimiento del campo de actuación de la Casa de Ayuntamiento(3) en beneficio de la Lugartenencia de la Policía que estudiamos anteriormente, se reforzaron el papel regulador atribuido a la policía(4) y la organización de las comunidades bajo la autoridad pública(5). Las varias funciones que incumbían a la policía hacían de ella no solo una institución compuesta por miembros en uniforme que mantenían el orden en las calles, sino más bien una política,

un conjunto de mecanismos que regían el buen funcionamiento del orden, del crecimiento de las riquezas y de las condiciones de mantenimiento de la salud en general”(6).

     Esos mecanismos, que se fundamentaban en un nuevo constructo discursivo, fueron potenciados por la reforma de la división policial y del control del espacio confiado a los funcionarios de la Lugartenencia de la Policía. El discurso inherente a esta institución emergente, que se independizaba del discurso académico-jurídico, enfocaba la noción de territorio dentro de la relación que se forjaba entre este último y el oficial(7). O sea, se buscaba insertar la acción administrativa de los comisarios en el barrio que se les asignaba, haciendo de la ancianidad de los oficiales en el puesto un factor positivo, dado que esta era considerada como un mayor anclaje dentro de la población. En 1770, el comisario Lemaire subrayaba la ventaja que representaba para el barrio la especialidad de los comisarios veteranos en cuanto a la regulación del comercio de las semillas y de los granos, a la gestión de los productos de carnicería, al buen funcionamiento del régimen carcelario y a la administración de la Bolsa y del cambio monetario(8). A esas especialidades se añadían, entre otras, la capacidad de: frenar la extensión del vagabundeo; controlar la venta de la pólvora, del salitre, la tenencia de armas, los incendios, el desbordamiento de los ríos; y asegurar la libre circulación de los medios de subsistencia(9). Dentro de este marco funcional, el oficial a cargo de un barrio estaba, por lo tanto, en la posición de llevar luego al conocimiento del teniente de la Policía las demandas del pueblo de la jurisdicción donde operaba. Esas medidas contribuyeron en un notable mejoramiento en la organización de los comisarios asignados en sus barrios.

Se percibía el énfasis puesto, por un lado, en la movilidad de los oficiales para facilitar la conectividad de su acción con el terreno, y, por otro, en el esfuerzo destinado a consolidar sus competencias. Esos aspectos constituían factores claves en materia de traspaso de la experiencia adquirida por un comisario a lo largo de su trayectoria profesional a su subordinado(10). Además, la voluntad de reforzar la movilidad y el grado creciente de la profesionalización de los oficiales bajo la égida de la Lugartenencia general de la Policía correspondía no solo a la iniciativa tomada por los que se alternaban en el puesto, sino también a una verdadera tentativa de sistematizar la optimización de la actividad policial dentro de un espacio vigilado dado, con sus características propias (nivel de delincuencia, frecuencia o ausencia de la movilidad migratoria, la cual influye en la ampliación o estagnación geográfica del barrio, etc.)(11).

En la segunda mitad del siglo XVIII, la policía soñaba con instaurar en la ciudad de París un sistema de partición territorial similar al esquema adoptado por los militares a fin de poder tener un mejor control sobre la zona y la población vigiladas(12). Jeremy Bentham se situaba en la misma línea cuando se inspiró en la estructura de las casernas y elaboró su sofisticado proyecto panóptico carcelario que concibió basándose en la ruptura de la relación “ver y ser visto”(13). La aplicación del modelo militar era innovadora, habida cuenta de que la delimitación territorial asumida por la policía había sido calcada durante mucho tiempo del sistema de división de las jurisdicciones judiciales. Pero no pudo implantarse de manera uniforme y desde la perspectiva de una distribución geométrica equilibrada de los barrios, ya que el tamaño de estos últimos fluctuaba en función de la densidad poblacional(14), la cual, en ese siglo sujeto a los cambios drásticos impuestos por la Revolución industrial, escapaba a toda norma tendiente a homogeneizar lo heterogéneo. Es para paliar esta imposibilidad de delimitar lo no-delimitable que surgió la iniciativa, entre otras, de recurrir a la práctica de subdividir las divisiones jurisdiccionales originales reproducidas por la policía a fin de hacer coincidir mejor los perímetros diseñados con las realidades urbanas, por cuanto el recorte de los barrios facilitaba el influjo de la acción policial sobre la población(15). Por otro lado, la implantación territorial de la policía podía igualmente suscitar un sentimiento de disociación entre las autoridades policiales y los habitantes de los barrios. Estos últimos habían edificado un sistema de auto vigilancia y defensa, como la protección contra la delincuencia, la regulación de las relaciones entre la gente, que ciertos personajes notables de la ciudad provenientes de la burguesía, de la iglesia, e igualmente la milicia burguesa encargada de la defensa de la ciudad se empeñaban en hacer respetar. Es decir, la policía de París, que estaba en proceso de construcción, podía encontrar una cierta oposición en la estructura que se sustentaba en lazos de vecindad tejidos a lo largo de siglos de sedentarismo, los cuales podían representar un obstáculo a la inserción creciente de la policía en su vida. Ello refleja la situación de equilibrio inestable que se daba entre ambas partes, pues el grado de disociación y/o de asociación entre los oficiales de la policía y la comunidad local podía variar en función tanto de la implantación progresiva de estaciones de policía en los barrios con ejecutores asignados en ellas de forma fija como de la presencia de patrullas en las calles. Es por ello que el problema de la movilidad fue objeto de debates constantes en el seno de las autoridades. Se analizaba si un aumento de las patrullas en la calle orientadas a prevenir el peligro era más provechoso que fijar a los funcionarios en estaciones de la policía para que recibiesen las demandas de los vecinos que acudirían a ellos y actuasen partiendo de este lugar de asignación(16). A pesar de esos interrogantes sobre la distribución territorial que nacían de una práctica diaria que mucho tenía de la experimentación, la idea de modelar el territorio urbano seccionándolo para manejar mejor el espacio y la población asentada en él tuvo un cierto impacto, pues se implementó en otras ciudades de Europa como en Madrid (con la subdivisión de los grandes “cuarteles” en barrios menores), Nápoles, etc.(17). Sin embargo, esas estrategias y su eficiencia real requieren ser contrastadas puesto que, en esa época, al lado de una población enraizada en su espacio local y sus costumbres, se presenciaba, como lo mencionamos, un movimiento migratorio bastante dinámico(18) que influía en la dimensión y forma de los barrios tradicionales al hacer que los recién llegados se aglomeraran en ellos.

     La amplia misión de “crear el orden público” no era competencia exclusiva de la policía francesa. Era igualmente común en otros países europeos, como Alemania, donde se consideraba que:

“la policía es el cuerpo de leyes y reglamentos relativos al interior de un Estado, es decir, al buen empleo de las fuerzas del Estado”,

por lo que participaba en la estabilidad del equilibrio que debía reinar entre los países europeos(19). Esta nueva lógica de gestión policial y de seguridad contribuía al “esplendor del Estado”(20) y, sobre todo, a la imagen de ejemplaridad que se quería proyectar de la capital gala, tal como consta en el escrito de un personaje ligado a los círculos policiales, donde se puede leer que se debe lograr formar una:

“Policía muy digna de Su Majestad, muy cristiana y ejemplar para todos los Estados, Imperios y Repúblicas del Universo”(21).

     Pese a esas buenas resoluciones, el siglo de las Luces estaba lidiando con un dilema de orden ético, puesto que no se conseguía internalizar la articulación que existía entre la policía –en tanto reguladora del orden socioeconómico– y el cuerpo policial titular de la facultad de recurrir a la coerción no negociable para reprimir a la población(22). Nos encontramos aquí frente a las dos tendencias que existían en ese tiempo y que se expresaban, a finales del siglo XVIII, a través de la oposición de las visiones presentadas por los filósofos alemanes Hegel y Fichte. El ideal propugnado por Hegel era el de un organismo policial que debía trascender el plan jurídico orientado únicamente hacia la detención de aquellos que infringen la ley y la propiedad. Con ello, Hegel se demarcaba totalmente de la visión fichtiana del Estado policial en el que todos tienen la obligación de aceptar ser intervenidos por la policía y deben, por lo tanto, llevar permanentemente una documentación que demuestre su identidad(23). Si bien Hegel consideraba a la policía como un guardián de la ley, señalaba que era necesario pensarla como una entidad dotada de funciones más amplias al hacer de ella un cuerpo cuya misión fuera vigilar y asegurar:

“la iluminación de las calles, la construcción de puentes, la fijación diaria de los precios de mercancías básicas, el cuidado de la salud pública” (24),

así como la ejecución de otras obras públicas. Es decir, en la perspectiva hegeliana, su rol era proveer servicios de utilidad pública. De este modo, la policía constituía, mediante la sociedad civil, el nexo entre lo universal y lo individual, para que, dentro del marco de este último, el ser lograra realizar objetivos personales. Según Hegel, el desarrollo de la sociedad tiene que efectuarse en un contexto de cambios entre productores y consumidores, que deben ser políticamente arbitrados para proteger y promover el bienestar público(25). Por consiguiente, es menester establecer un equilibro entre ambas partes a través de una regulación del poder económico –que a veces tiende a querer sobrepasar los límites que se le impone y a frustrar el interés individual–, una tarea que incumbe al Estado que debe intervenir, siempre y cuando se noten desbalances(26). La visión hegeliana, aunque represente un ideal, se basa en la realidad y tiene semejanzas con la descripción que Foucault hace de la policía. Pero no se puede obviar que también se diferencia de ella en la medida en que Hegel contempla igualmente la realización individual mientras el modelo de regulación en el contexto del mercantilismo, tal como lo presenta Foucault, solo apunta a la buena marcha de los asuntos públicos y de la economía para que el Estado-nación logre consolidarse. O sea, este último no considera al individuo como un ente merecedor de un proceso de realización personal, sino como parte de un conjunto global llamado población y, en consecuencia, como estadística a la que también recurre la policía, la cual, a su vez, dentro de su rol de mediador entre el cuerpo ciudadano y el Estado, pierde su imparcialidad al servir directamente a la causa del Estado. 
    
      En todo caso, las concepciones de Hegel y Foucault ponen de manifiesto que la policía era un agente activo en la conformación del nuevo sistema sociopolítico que se establecía y, en ese sentido, no se circunscribía a asumir un rol puramente funcional de “simple instrumento por intermedio del cual se impiden los desórdenes”(27). Como lo mencionamos anteriormente, velaba para que cada individuo fuera parte del cuerpo productivo y contribuyera a que el Estado-nación emergente prosperara económicamente, por lo que la población se convirtió en blanco de las políticas del gobierno y en actor decisivo en la implementación de las estrategias de crecimiento del Estado(28). El proceso de edificación del Estado-Nación y del organismo de la policía inherente a ella dio lugar a un régimen dualista de gobernabilidad y policía con sus dos orientaciones complementarias. La primera orientación, llamada “biopoder”, tiene el objetivo de controlar y reglamentar a la población(29) para que se mantenga la tranquilidad pública, siendo el biopoder la proyección del Estado y de la policía, por cuanto ambos asumen el rol de “equilibrador y defensor del orden social”(30). La otra orientación se expresa a través de la línea de medidas que apuntan a instaurar la disciplina.

Notas de pie:

1. Ver Michel Foucault, Sécurité, territoire, population, op. cit., pp. 7-13.
2. Ver Histoire de la sécurité publique et des politiques pénales enhttp://www.scribd.com
3. Sobre las funciones de la “Casa de ayuntamiento” y la Lugartenencia, ver mis trabajos anteriores difundidos en:
4. Ver Stuart Elden, Plague, Panopticon en Police, Surveillance & Society 1(3), p. 248.
5. Ver Michel Foucault, Sécurité, territoire, population, op. cit., p. 320.
6. Ibíd.
7. Ver Catherine Denys, Logiques territoriales, Revue d’histoire moderne et contemporaine 1/ 2003 (no50-1), p. 13-26.
8. Vincent Milliot, Saisir l'espace urbain: mobilité des commissaires et contrôle des quartiers de police à Paris au XVIIIe siècle, op. cit.
9. Ver Jean-Baptiste-Charles Le Maire, La police de Paris en 1770: mémoire inédit composé par ordre de G. de Sartine sur la demande de Marie-Thérèse, Société – Histoire de Paris, Paris, France, 1879, pp. 1-3.
10. Vincent Milliot, Saisir l'espace urbain: mobilité des commissaires et contrôle des quartiers de police à Paris au XVIIIe siècle, op. cit.
11. Ibíd.
12. Ver Catherine Denys, Logiques territoriales, op. cit., p. 13-26.
13. Ver Michel Foucault, Surveiller et punir. Naissance de la prison, op. cit., p. 235.
14. Ver Catherine Denys, Logiques territoriales, op. cit.    
15. Ibíd.
16. Ibíd.
17. Ibíd.
18. Ver Vincent Milliot, Saisir l'espace urbain: mobilité des commissaires et contrôle des quartiers de police à Paris au XVIIIe siècle, op. cit.
19. Michel Foucault, Sécurité, territoire, population, op. cit., p.321 y p. 322.
20. Ibíd., p. 321 y p. 336.
21. Ver Bibliothèque Nationale de France, Mss Fr.18599, fol.95 rº, citado en Nicolas Vidoni, Les officiers de police à Paris (Milieu XVIIème-XVIIIème siècle, op. cit.
22. Ver Marco Cicchini, La police sous le feu croisé de l’histoire et de la sociologie. Notes sur un chantier des sciences humaines. Carnets de bord Nº14. 2007 en:
23. Ver Timothy Luther, Hegel’s Critique of Modernity. Reconciling Individual Freedom and the Community, Lexington Books, Plymouth, UK, 2009, p.179.
24. Ibíd., p. 180.
25. Ibíd.
26. Ibíd.
27. Ver C. Journès, Police et Politique, op. cit.
28. Ver Michel Foucault, Sécurité, territoire, population, op. cit., p. 20.
29. Stuart Elden, Plague, Panopticon en Police, Surveillance & Society 1(3): 240-253
30. Ver C. Journès, Police et politique, op. cit., pp. 26-49.


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