viernes, 30 de noviembre de 2018

FRIEDRICH ENGELS A VERA ZASULICH


Pensamiento 28 noviembre, 2018 Friedrich Engels


Londres, 23 de abril de 1885 [1]

Me pide usted mi opinión sobre el libro de Plejanov, Nashi Raznoglassya [Nuestras diferencias]. Para dársela debiera haber leído el libro, y puedo leer en ruso con bastante facilidad después de una semana de práctica. Pero hay semestres enteros en que ello me es imposible; luego pierdo la práctica y me veo obligado a reaprenderlo, por así decirlo. Así me ha ocurrido con Nuestras diferencias. Los manuscritos de Marx, que le estoy dictando a una secretaria, me tienen ocupado todo el día; por la noche llegan visitas a quienes, después de todo no se puede despedir; hay que leer pruebas y contestar mucha correspondencia, y finalmente están las traducciones de mi Origen [2], etc. (al italiano, al danés, etc.), que se me pide revise, y cuya revisión no es a veces ni superficial ni fácil. Pues bien, todas estas interrupciones me han impedido leer más de 60 páginas de Nuestras diferencias. Si pudiera disponer de tres días terminaría con la cosa y al mismo tiempo refrescaría mis conocimientos del ruso.

Entretanto creo que es suficiente la parte del libro que he leído para enterarme más o menos de las diferencias en cuestión.

Ante todo, le repito a usted, que estoy orgulloso de saber que en la juventud rusa hay un partido que acepta francamente y sin ambigüedades las grandes teorías económicas e históricas de Marx, y que ha roto resueltamente con todas las tradiciones anarquistas y levemente eslavófilas de sus predecesores. El mismo Marx se hubiera sentido igualmente orgulloso si hubiese vivido un poco más. En un progreso que será de gran importancia para el desarrollo revolucionario de Rusia. Para mí, la teoría histórica de Marx es la condición fundamental de toda táctica razonada y coherente; para descubrir esa táctica sólo es preciso aplicar la teoría a las condiciones económicas y políticas del país en cuestión.

Pero para hacerlo es preciso conocer estas condiciones; y en lo que a mí respecta, conozco demasiado poco acerca de la situación rusa actual como para presumir de competencia, para juzgar los detalles de la táctica requerida por esta situación en un momento dado. Además, desconozco casi por entero la historia interna e íntima del partido revolucionario ruso, especialmente la de los últimos años. Mis amigos narodovoltsy nunca me han hablado de esto. Y es un elemento indispensable para formarse una opinión.

Lo que sé o creo saber de la situación rusa me conduce a la opinión de que los rusos se acercan a su 1789. La revolución debe estallar ahí dentro de un tiempo; puede estallar cualquier día. En esas circunstancias, el país es como una bomba cargada que sólo necesita se le ponga una espoleta. Especialmente desde el 13 de marzo.[3] Este es uno de esos casos excepcionales en que a un puñado de gente le es posible hacer una revolución, es decir, hacer que con un pequeño empujón se derrumbe todo un sistema que (para emplear una metáfora de Plejánov) está en un equilibrio más que inestable, liberando, así de un golpe, en sí insignificante, fuerzas explosivas incontrolables. Porque si alguna vez el blanquismo —la fantasía de revolucionar toda una sociedad por acción de una pequeña conspiración— ha tenido cierta justificación es, por cierto, en el caso de Petersburgo. Una vez que la chispa toca la pólvora, una vez que han sido puestas en libertad las fuerzas y que la energía nacional ha sido transformada de potencial en cinética (otra imagen favorita de Plejánov, y muy buena), la gente que acercó la chispa a la bomba será barrida por la explosión, la que será mil veces más fuerte que esa gente y se abrirá camino por donde pueda, según lo determinen las fuerzas y resistencias económicas.

Y suponiendo que esa gente imagine que pueda tomar el poder, ¿qué importa? Siempre que hagan el agujero que haga estallar el dique, la propia avalancha les despojará de sus ilusiones. Pero si por casualidad estas ilusiones tuviesen por resultado una fuerza superior de voluntad ¿por qué quejarse? La gente que alardeaba de haber hecho una revolución veían siempre, al día siguiente, que no tenían idea de lo que estaban haciendo; que la revolución hecha no se parecía en lo más mínimo a la que les hubiera gustado hacer. Esto es lo que Hegel llama la ironía de la historia, ironía a la que escapan pocas personalidades históricas. Mire a Bismarck, el revolucionario a pesar suyo, y a Gladstone, que ha terminado peleándose con su adorado zar.

Para mí, lo más importante es que en Rusia se dé el impulso, que la revolución estalle. Sea esta o aquella fracción la que dé la señal, ocurra ello bajo esta o aquella bandera, me preocupa poco. Si fuese una conspiración palaciega sería barrida al día siguiente. Allí donde la situación es tan tirante, donde los elementos revolucionarios se han acumulado en un grado tal, donde la situación económica de la enorme mayoría de la población se hace cada día más imposible, donde figuran todas las etapas del desarrollo social, desde la comuna primitiva hasta la industria moderna, en gran escala y las más altas finanzas, donde estas contradicciones son violentamente mantenidas juntas por un despotismo sin precedentes, despotismo que se le vuelve cada vez más insoportable a la juventud en que se unen el valor y la inteligencia nacionales: allí, una vez lanzado un 1789, no tardará en seguirle un 1793.

Notas:
  • [1] Carta escrita en francés.
    [2] El origen de la familia.
    [3] Primero de marzo (según el antiguo calendario) de 1881, día en que fue asesinado el zar Alejandro II.



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