lunes, 18 de febrero de 2019

EN LA BODA DE MI HIJA ADRIANA





         Considero el matrimonio como una aventura galante que debe perdurar; aunque sabemos que en toda aventura hay un riesgo, un riesgo calculado y tomamos la decisión de aventurarnos.

         Sin embargo, el matrimonio es una aventura excepcional.  Y tratándose del AMOR el cálculo y la razón poco ayudan, están fuera de contexto.  Simplemente, la pareja está enamorada.  Y eso es lo que cuenta.  Nuestra participación es desearles:  rumbo firme, velas desplegadas y buen viento.

         Decir que estoy triste o alegre con el matrimonio de mi hija sería muy simple.  Yo estoy emocionado.  Tengo una sensación indescriptible.  Ya que, algunas veces, la tristeza o la alegría conducen a las lágrimas.

         Recuerdo algunas actitudes o características de la infancia de Adriana, mi Puchito.  Fue precoz en su desarrollo físico e intelectual.  Adquirió el hábito de la lectura espontáneamente.  Su novela favorita:  Los miserables de Víctor Hugo.  La leyó no solo una vez, sino varias.  La llevaba a todas partes.  Tal es así que desvencijó los dos tomos.  Los que fueron empastados por la mamá de una compañera de colegio, admirada por la precocidad de Adriana.

         Aunque ocupó los primeros puestos, nunca quiso ir al colegio.  Cierta vez, la camioneta del colegio la estaba esperando, pero se resistía a salir y no había manera de persuadirla.  Así es que la cargué con firmeza y cuando estaba saliendo a la calle se prendió sorpresivamente de la reja, llorando inconsolablemente.

         Así como hay niños, en la realidad y en la literatura, que no quieren ser adultos; Adriana, por el contrario, no se aceptaba como niña.  Decía que quería ser grande.  En un super market la escuchó la cajera y le dijo que cuando sea grande iba desear ser niña.  Su deseo de ser adulta se expresaba en su conducta, arreglo personal y conversación; por lo que concitaba la atención.  Y es así que fue la delicia de mi madre y durante un tiempo su fiel compañera.

         Termino de hablar de mi hija señalando lo principal de ella.  Su autonomía de criterio, fuerza de voluntad e ingenio para superar las limitaciones y los problemas que se nos presentan en la vida.  Sabe formular un objetivo y planificar su logro.  Sin embargo, le advierto sobre la asechanza del pragmatismo, dominante en nuestra época.

         En cuanto a Jorge, considero que mi hija ha elegido como esposo al hombre ideal, son complementarios.  En él su vitalidad es manifiesta.  Le gusta el fútbol, las bromas, hacer parrilladas, tomarse unas cervezas y escuchar música tropical.  Tiene una sonrisa fresca y atractica; emite su opinión en forma directa y sin tratar de complacer, oportunistamente, a quiénes lo escucha.  Qué agradable es esa trasparencia!.  Vaticino que su carácter jovial lo conservará hasta la senectud.  Ojalá que mi pronóstico se cumpla.

         Considero que la vida hay que hacerla vivible y disfrutarla.  Y en ese disfrute, según mi parecer, ocupa un lugar importante el placer sexual.  Ojalá ambos tengan el mismo temperamento y realicen todas las fantasías que el vuelo de su imaginación se lo permita.

         Les recomiendo que pongan más emoción que razón a todos los actos de su desenvolvimiento personal, pues la emoción y la alegría son el condimento de la vida, el sazonador natural…

         Y la alegría no debe perderse ni siquiera en situaciones de emergencia.  Estas situaciones constituyen una puesta a prueba de lo que realmente somos.  Si se les presentase, deseo que estén más unidos que en otras circunstancias.

         Les hago una invocación que quizá está de más, pues son médicos por vocación.  Atiendan con igual gentileza y eficiencia en una clínica para ricos y en un hospital de salud pública.  Acordarse que quien acude es una persona tan igual a ustedes, y está afligida por una dolencia.  Curar a un hombre enfermo o salvar una vida debe otorgar una satisfacción enorme.

         Finalizo con unas palabras sobre la convivencia.  Aunque considero que el gran problema de la humanidad es la convivencia y que una de las características constitutivas de lo que nos hace humanos es la diferencia existente entre todos nosotros; también considero -a la vez- que ahí donde aflora un conflicto o un problema, hay una solución.

  El matrimonio es la unión de dos personas para convivir armoniosamente y en pie de igualdad.  Igualdad significa compartir gastos y valores morales; igualdad significa tolerar las creencias y opiniones diferentes; y en caso de discrepar, hacerlo con respeto y firmeza.  Evitar el peligro de rozar con la soberbia; el pecado más horrendo de todos, según la Biblia.

  Para convivir armoniosamente, aunque no lo parezca, cada uno debe tener su espacio propio para que la unión no asfixie ni el amor se convierta en prisión.  Como dijo el poeta:  permanezcan juntos, pero no demasiado juntos:  porque los pilares sostienen el templo, pero están separados.  Y ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro.  (Khalil Gibrán)



Lima, sábado 3 de Enero del 2004.

Antonio Rengifo Balarezo

rengifoantonio@gmail.com

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