viernes, 12 de julio de 2019

ECOS DE LA COMUNA DE PARIS: UNA CIUDAD GOBERNADA POR BARRICADAS


 Barricadas durante la Semana Trágica de Barcelona (1909). Fotografía: Josep Brangulí


Durante semanas, a partir del 19 de julio de 1936, Barcelona estuvo controlada por la Federación de Barricadas, una experiencia anarquista que pretendía vivir otra ciudad y levantar otro mapa urbano


El poder, tal y como se había conocido, se había disuelto, emergiendo un nuevo contrapoder, pero un poder al fin y al cabo real, construido a partir de una historia previa en la que el control urbano y de los espacios de socialización estaban en manos de la clase obrera en la Barcelona desde comienzos de siglo. Cuando se produjo el levantamiento fascista, inmediatamente se levantaron barricadas en los principales barrios obreros, constituyendo un órgano de poder urbano sobre el que giraría la resistencia antifascista en aquellos primeros días, la Federación de Barricadas. Un intento similar, aunque bajo un contexto distinto, fueron las barricadas anarquistas levantadas durante la Semana Trágica de Barcelona, donde los barrios obreros vivieron un festín revolucionario y se levantaron decenas de barricadas. Pero también la experiencia tenía sus antecedentes más allá de las fronteras catalanas, con la legendaria resistencia parisina en los días de la Comuna de París o, más recientemente, en los combates urbanos durante la revolución alemana en Berlín (1918-1919), entre otras.


 Barricadas de la Comuna de París, Abril 1871. Esquina de la Place de l'Hôtel-de-Ville y la Rue de Rivoli.



Espartaquistas levantan barricadas en el centro de Berlín (marzo de 1919). Fotografía: Stadtmuseum Berlin

«Algunos obreros llevaban en el bolsillo siempre una cuchara para ser utilizada como palanca para poder separar el primer adoquín del suelo, para acto seguido poder levantar una barricada»

También, además de dominar el espacio urbano y coordinar las acciones de defensa, la Federación de Barricadas sirvió para el suministro de alimentos de las barriadas o como «ente» por medio del cual cualquier persona podía integrarse en la milicia. Las barricadas no solamente tenían una función práctica sino también simbólica: eran fronteras de clase, delimitando otro mapa alternativo de la ciudad, convertida ahora en intrincado laberinto que había que atravesar a través de puestos fronterizos y, de este modo, se establecían otras relaciones. Según Josep Antoni Pimentel, autor de Barricada. Una historia de la Barcelona revolucionaria, «algunos obreros llevaban en el bolsillo siempre una cuchara para ser utilizada como palanca para poder separar el primer adoquín del suelo, para acto seguido poder levantar una barricada». 

Durante la noche del 19 de julio, mientras arrancaba la revolución social, no existía más poder en Barcelona que el de las cientos de barricadas, tras las que se veían obreros armados, guardias semiuniformados o anarquistas pistola en mano. Eran las redes armadas formadas por distintos comités revolucionarios. El laberinto de barricadas erala antesala de un nuevo orden social. Tal y como afirma Chris Ealham en su maravilloso La lucha por Barcelona. Clase, cultura y conflicto (1898-1937), editado por Alianza Editorial en 2005, «la oficina del Sindicato de la Construcción, en la calle Mercaders del Raval, fue otro centro operativo importante, desde donde se coordinó la actividad de varias barricadas cercanas». Sin embargo, su centro neurálgico estaba en el cuartel, ahora en manos anarquistas, de Pedralbes, llamado popularmente «cuartel Bakunin». Al mismo tiempo, mientras obstaculizaban el movimiento de los soldados rebeldes, que desconocían la intrincada topografía de barrios como el Raval, las barricadas sirvieron para inspirar un sentimiento de solidaridad urbana desde abajo: «No solo sirvieron para trastornar los ritmos y conductores de poder dentro de la antigua ciudad burguesa –narra Ealham-, sino que además, en los días de euforia revolucionaria y huelga general que siguieron a la derrota del golpe militar, los obreros armados extendieron su poder a lo largo de Cataluña y hasta Valencia y Aragón a través de una red de puestos de vigilancia».

Los órganos de poder más o menos organizados eran el Comité Central de Milicias Antifascistas (CCMA) y, posteriormente, una semana más tarde, los comités de barrio, como expresión del poder obtenido por los comités de defensa. Muchas fueron desmanteladas poco después, cuando desde la CNT se hizo un llamamiento a regresar al trabajo. Había otras tareas que cumplir, entre ellas organizar una ciudad compleja para afrontar los terribles desafíos que se avecinaban. Para no impedir la circulación de autobuses y tranvías, ahora bajo control obrero, se derribaron las que cortaban las calles, pero el resto se mantuvo. La Federación de Barricadas tuvo una efímera existencia, pero su imagen quedó marcada como una de las más poderosas de la revolución social, sus primeros momentos, o los días en que una ciudad y un país soñaron con un mundo nuevo. 







 


 
















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