Determinismo económico y formación nacional
Las naciones latinoamericanas tienen un origen diferente a las naciones europeas. Allá, especialmente en Inglaterra y Francia, las burguesías en lucha contra el feudalismo construyeron los Estados nacionales. Su objetivo era darle viabilidad al mercado capitalista. Fueron verdaderas revoluciones burguesas en las que los trabajadores hicieron enormes sacrificios pero aún no tenían la suficiente preparación y organización para ir más allá. Las revoluciones de 1830, 1845 y 1871 (Comuna de París) fueron intentos derrotados por avanzar hacia la reivindicación social. La revolución política fue controlada por el capital.
Por el contrario, las precarias naciones latinoamericanas surgieron del desmembramiento de tres grandes reinos que los españoles conformaron en América. Esos reinos americanos los construyeron en alianza con las élites derrotadas indígenas en los territorios de los tres grandes imperios que existían antes de su llegada. Así organizaron la Nueva España con los aztecas en México, la Nueva Castilla con los incas (aymará-quechuas) en Lima-Perú y la Nueva Granada en Bogotá-Colombia con los muiscas-chibchas. Los nuevos países que aparecieron luego surgieron de la fragmentación de esos virreinatos y son naciones todavía en construcción. Sus pueblos lo hacen actualmente enfrentando tanto al poder imperial estadounidense y europeo como el dominio de las oligarquías entreguistas que no están interesadas en un desarrollo autónomo y propio.
A principios del siglo XIX los encomenderos españoles y sus herederos criollos –todos con espíritu terrateniente y semi-feudal– fueron organizando diversas “repúblicas” con la ayuda del imperialismo inglés, que estaba interesado en concertar con las dirigencias “nacionales” una serie de acuerdos para impulsar procesos productivos adecuados a sus necesidades. Así lograron construir unas economías de enclave para cultivar y producir cereales (trigo, cebada), azúcar, ganado, quinua, tabaco, café, cacao, añil, guano, caucho, etc., y a la vez, garantizarse un mercado cautivo para sus inversiones y productos manufacturados, además de asegurar el acceso a la extracción de minerales como oro, platino y plata. Más adelante esa función intervencionista la asumió el imperialismo estadounidense.
Por ello, aplicar los principios de Lenin sobre la “cuestión nacional”, desarrollados en lo fundamental a partir de las concepciones marxistas surgidas de la realidad europea, pueden ser un buen intento para comprender las particularidades de América Latina, pero tenían que haber sido re-pensados y re-creados, entendiendo que en esta parte del mundo las “burguesías nacionales” no surgieron de un proceso de acumulación originaria del capital, sino que nacieron atadas a la propiedad gran terrateniente y a la intervención imperialista.
Es así como el determinismo económico que desarrollaron los herederos de Marx y Lenin, con base en una interpretación errada del postulado de Engels de que la “infraestructura económica determina en última instancia a la superestructura política e ideológica de una sociedad”, llevó a que los revolucionarios latinoamericanos –en vez de investigar y conocer con precisión científica nuestra propia realidad–, asumieran conceptos elaborados para otros procesos históricos, como ocurrió con el MOIR y otras agrupaciones políticas que importaron la fórmula de la “Revolución de Nueva Democracia”, en donde una supuesta burguesía nacional ocuparía un lugar preponderante en esa lucha.
Ello impidió que el marxismo latinoamericano se hubiera desarrollado con base en el conocimiento de nuestra propia realidad. Los aportes de los socialistas latinoamericanos autóctonos (José Martí, José Carlos Mariátegui, Rafael Uribe Uribe, Tomás Uribe Márquez, Jorge Eliécer Gaitán y otros) quedaron anulados y fueron barridos por las interpretaciones deterministas y economistas que se impusieron en el Partido Comunista de la Unión Soviética PCUS después de la muerte de Lenin. Es una herencia que todavía nos limita la visión y nos conduce por el camino del dogmatismo y la unilateralidad.
No es el desarrollo lineal del capitalismo el creador de las naciones latinoamericanas. Por el contrario, es el colonialismo y neocolonialismo imperialista el inventor de estas falsas republiquetas y el sostén de unas burguesías anti-nacionales, lumpescas, parasitarias, entreguistas, de naturaleza comercial y burocrática, que sólo han empezado a convertirse en una “burguesía transnacionalizada” a finales del siglo XX y principios del XXI, pero sin liberarse de sus características compradoras. Ese colonialismo y neo-colonialismo imperial ha impedido a nuestros países consolidar una fuerte base económica y un verdadero mercado interno. Además, la diversidad de pueblos originarios, traídos y surgidos (indios, negros, blancos y mestizos) constituyen también la materia prima de una identidad variopinta que está en desarrollo. Sólo la constitución de una Patria Grande Latinoamericana –como fue el sueño de los Libertadores (Miranda, Bolívar, Sucre, San Martín, Morazán, Artigas, O’Higgins y otros)– podrá ser la herramienta para lograr una verdadera soberanía y autonomía en el futuro.
Francisco Mosquera –fundador del MOIR– se acercó a la solución del problema. Identificó la existencia de una “burguesía nacional” en lo económico, pero al no insistir lo suficiente sobre los orígenes terratenientes e imperiales de esa burguesía, le adjudicó cualidades revolucionarias (anti-imperialistas) que no podía tener, y ocultó –seguramente sin querer– su carácter profundamente reaccionario que hoy se expresa no solo en Colombia sino en toda Latinoamérica. Hoy esa gran burguesía transnacionalizada se unifica a nivel continental (Alianza del Pacífico y “Tercera Vía”) para impedir la consolidación de la Patria Grande. Concierta, como lo hace con el imperio, una estrategia para quebrar el proyecto bolivariano y bajo el liderazgo de Santos, impulsa una ofensiva contra los procesos nacionalistas-democráticos que inspiran los pueblos latinoamericanos.
Así –con este breve recuento–, podemos entender cómo el determinismo económico sirvió de base ideológica para sustentar la existencia de una “burguesía nacional” supuestamente anti-imperialista, que no ha existido en los hechos, y que si en algunos países ha impulsado algunas tareas democráticas como las tímidas reformas agrarias, las leyes plurinacionales o la aprobación de Constituciones “progresistas”, lo ha hecho obligada por las circunstancias, presionada por la rebelión y movilización popular. Sin embargo, esa vacilante y débil burguesía da inmediatamente varios pasos atrás, asume posiciones contra-revolucionarias y no duda en entregarse al poder imperialista para mantener su hegemonía oligárquica.
Esa posición determinista y economista es la herencia que hoy lleva a la dirigencia “moirista” a identificar sus banderas políticas con los intereses de la burguesía agraria. Con la consigna de la “defensa de la producción nacional”, pasa por encima de intereses de clase y coloca la lucha por subsidios –que pagan en lo fundamental los trabajadores y las clases medias– como el eje principal de esa política. En ese propósito el MOIR utiliza en forma retórica la lucha contra los TLCs como se comprobó en los paros agrarios de 2013 y 2014 y a la vez se niega a aliarse con los campesinos para luchar contra el gran latifundio.
Tampoco aparece en su programa de acción (“dignidades”), la lucha por la industrialización de nuestras materias primas y por apropiarnos de la comercialización internacional de los productos procesados, única forma de liberar a los productores directos de la explotación que hacen las corporaciones transnacionales. Sabemos, por ejemplo, que las grandes procesadoras y comercializadoras de café (Starbucks, Nestlé, etc.) son las que se quedan con las inmensas ganancias de la venta de la taza de café al consumidor en Europa, EE.UU. o Japón. Así mismo, poderosas empresas transnacionales obtienen pingües beneficios con el procesamiento y/o comercialización internacional de nuestro petróleo, minerales, banano, flores, etc., lo que implica que la lucha por soberanía y autonomía nacional pasa por la transformación industrial de esas materias primas, que debe ser realizada por grandes y poderosas cooperativas de productores que estamos en mora de organizar.
La formación nacional y otros factores no capitalistas
En América Latina han jugado otra serie de factores “no capitalistas” en la formación –aún parcial y limitada– de las naciones. Las herencias étnico-culturales del período pre-colombino, la diversidad de los legados europeos, las formaciones socio-económicas y culturales que aparecieron durante la época colonial debido a situaciones geográficas y otros factores, y los entrelazamientos entre disímiles desarrollos históricos autóctonos (economías indígenas, negras, mestizas, campesinas, artesanales, populares), permitieron que los nuevos países que se fueron configurando adquirieran características particulares que hoy le dan identidad a cada una de las naciones latinoamericanas.
El capitalismo impuesto por las necesidades imperiales adquiría en estos países su propia dinámica y ayudaba a moldear las nuevas naciones pero sin ser el único factor. En unos países ese imperialismo se enfrentaba a la fuerte resistencia de pobladores nativos o “traídos” que habían desplegado en forma temprana una fuerte “conciencia territorial” debido a desarrollos particulares y hasta especiales (Haití, Jamaica, Cuba, Nicaragua). En otros países, en donde la población natural había estado dominada por los imperios pre-colombinos (aztecas, incas, muiscas), las metrópolis modernas refuerzan una especie de “cortesanismo criollo” que se apoyaba en la servidumbre familiar, en fuertes lazos sociales surgidos del mestizaje y en un temprano clientelismo que se forjó principalmente en los centros económicos y administrativos de los reinos españoles y portugueses.
De igual manera las nuevas corrientes migratorias de finales del siglo XIX y de las posguerras mundiales del siglo XX, ayudaron a configurar las diferencias entre los diversos países. Así, tenemos a los países del Cono Sur (Argentina, Uruguay y Chile) en donde una burguesía moderna se desarrolló con cierta fuerza; a los países andinos (Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia) en donde una débil burguesía mantiene lazos estrechos con los grandes terratenientes sin lograr avanzar hacia la “modernidad”; las naciones centroamericanas en donde los EE.UU muy rápidamente se impusieron a sangre y fuego; y aun México, en donde una burguesía comercial intentó una revolución nacional que más tarde produjo una casta burocrática que a finales del siglo XX sucumbió al poder imperialista de los EE.UU.
Caso aparte y muy particular han sido Venezuela, Brasil y Paraguay. La primera con su enorme potencial petrolero siempre se destacó por contar a su interior con pueblos indígenas y negros (caribes-cimarrones-llaneros) de gran carácter libertario que se encontraron con una burguesía comercial progresista que los apoyó y utilizó desde antes de la independencia de España. En el caso de Brasil, el hecho de haber sido una colonización portuguesa con base en población africana y europea, le dio carácter de una gran nación unificada en torno a la herencia lusitana y en parte afro, y le permitió a la burguesía brasileña construir una economía capitalista apoyada sobre relaciones esclavistas que perduraron hasta finales del siglo XIX, y mantener una relativa autonomía frente a los poderes imperiales. La situación de Paraguay es la clásica supeditación de una débil burguesía al fuerte poder terrateniente que se constituyó sobre la base de la esclavización del pueblo guaraní (pueblo “sometido” anteriormente al imperio inca).
Esas particularidades eran desconocidas por nuestros revolucionarios izquierdistas del siglo XX. No se había profundizado en el conocimiento de nuestras realidades complejas. Las fórmulas copiadas de otras revoluciones fueron la salida inmediata. Por ello es que no se reconoce por parte de la izquierda tradicional la existencia de un “nacionalismo popular no burgués”. Es la razón por la cual movimientos de nuevo tipo como el Movimiento 26 de julio en Cuba, los Sandinistas en Nicaragua, el Movimiento Quinta República en Venezuela, el Movimiento 19 de abril en Colombia, más enraizados en nuestra historia latinoamericana, han logrado conectar con el pueblo dándole una dimensión revolucionaria a aspectos nacional-culturales como el cristianismo sincrético, la cultura mágica, la identidad étnica, el caudillismo popular, la resistencia y el levantamiento armado y otros aspectos propios y particulares de nuestros pueblos mestizos.
Nuestro MOIR es ajeno a esos ejercicios. Para sus dirigentes son veleidades pequeño-burguesas. El único nacionalismo que reconocen es el atado a la existencia de una “burguesía nacional”. No pueden explicarse los nacionalismos populares y por lo tanto no pueden conducirlos. No cuadran dentro de su esquema “marxista” y por ello, reaccionan a la defensiva. Es su tragedia compartida con otras agrupaciones de izquierda influidas por concepciones “euro-céntricas”.
El nacionalismo popular y su versión uribista
En Colombia el nacionalismo fue convertido por la extrema derecha en un “patrioterismo reaccionario” para detener el desarrollo del movimiento democrático. Los errores de nuestra izquierda armada y desarmada, le han facilitado esa tarea. Uribe consiguió ubicar como principal enemigo de la nación a las FARC y al proyecto “castro-chavista” como una amenaza latente para el país. Ese trabajo ideológico le ha reportado importantes resultados políticos.
Uribe –apoyado por estrategas de origen izquierdista– logró entender las esencias del “nacionalismo popular” y ha tratado de explotar sus aspectos negativos. La necesidad y el papel preponderante del caudillo, el “autoritarismo comunitario” como sustitución de la falsa democracia, la religiosidad, el fanatismo, la simbología patriotera, han sido puestos al servicio de un proyecto totalitario que tiene connotaciones fascistas con singularidades tropicales. Esa combinación ideológica aborda creativamente la enorme confusión que vive nuestro pueblo y pretende dirigir la emotividad popular hacia la irracionalidad y la guerra.
Incluso, amplios sectores populares identifican a Uribe como un político anti-oligárquico. Representar a la burguesía agraria, recoger liderazgos regionales, tratar de ocultar sus estrechos vínculos con los grandes terratenientes, su apoyo a los paros agrarios –canalizado políticamente por Zuluaga con la connivencia e ingenuidad del MOIR– le permiten posar como el principal opositor a Santos. Su estilo populachero, su capacidad histriónica, su defensa de la nacionalidad frente a supuestas amenazas de Venezuela y Nicaragua, hacen parte de un entramado teatral bien pensado y magistralmente ejecutado. Es por ello que intelectuales como William Ospina llegan a confundirse.
No entender las particularidades de un “nacionalismo popular” que puede ser moldeado por las diferentes clases sociales en confrontación, ha sido un descomunal limitante que nos ha impedido jugar en un terreno que requiere de creatividad e imaginación. Nuestros esquemas mecanicistas han sido una enorme carga que nos paraliza e impide actuar en consecuencia.
El nacionalismo popular y el movimiento democrático
A pesar de todos los esfuerzos reaccionarios y retrógrados de la oligarquía colombiana, el pueblo colombiano ha empezado a reaccionar. Un movimiento democrático por la Paz y la Democracia está aflorando a la superficie. Se acaba de expresar a la sombra de la reelección del presidente Santos. No lo pudo hacer nítidamente debido –en lo fundamental– a los errores y división de las fuerzas progresistas y de izquierda.
El fervor nacionalista que acabamos de vivir en torno a la selección de fútbol no pudo ser canalizado por el uribismo y tiene un sabor eminentemente popular. A pesar de los manejos publicitarios del gobierno, de empresas capitalistas como Pacific Rubiales y de los medios de comunicación monopólicos, un espíritu de pueblo, de esfuerzo colectivo, de unidad nacional, afloró en esas jornadas. Son señales que el movimiento democrático debe valorar al máximo. Son mensajes del pueblo que nos obligan a re-pensar y re-crear actitudes y comportamientos que ya en el pasado fueron utilizados con éxito por algunas organizaciones revolucionarias.
La oposición cerril y cerrera a Santos –en un ambiente de optimismo popular– no pareciera ser la fórmula correcta. Nuestra actitud debe ser totalmente propositiva. Nuestras propuestas, auténticamente nacionalistas y democráticas, deben colocarse sobre el escenario político como la fórmula para continuar avanzando. Es un problema de enfoque y de actitud. La mejor forma de “oposición” es empujando al gobierno, confrontándolo con nuestras iniciativas, forzándolo a deslindarse del uribismo, colocándolo contra la pared con verdaderas reformas estructurales en temas como la apropiación de nuestros recursos naturales, la industrialización de nuestras materias primas, la reforma agraria democrática, la salud y educación públicas y otros del mismo tenor. La actitud no es de oponernos a tal o cual reforma del gobierno sino de presentar las nuestras con el acompañamiento del movimiento popular movilizado en las calles.
Interpretar el verdadero “nacionalismo popular” es una obligación del momento para el movimiento democrático. Seguir pegados a una supuesta “burguesía nacional” como lo hace el MOIR, es no sólo un grave error sino una traición a la revolución. El movimiento democrático debe adquirir personalidad unificada y avanzar con audacia al encuentro con un pueblo ávido de iniciativas y de propuestas positivas. El eterno “pesimismo crítico” y el “negativismo contestatario” propio de una izquierda tradicional, debe ser superado y reemplazado por un espíritu de avance democrático y de conquista del futuro. El pueblo así nos lo exige.
En anterior artículo hicimos la siguiente afirmación: La naturaleza de clase del MOIR se transformó con el tiempo. De ser un proyecto de partido del proletariado, se convirtió en el “ala de izquierda” de la burguesía agraria. Hoy es un partido burgués.
Para fundamentar esa tesis nos comprometimos a explorar la formación ideológica y política de esta organización. Hacerlo, implica reconstruir la vida no sólo de esta agrupación partidaria sino de toda la nación. Trataremos de hacerlo en forma sintética y clara. Esperamos lograrlo.
Debo aclarar que no he sido militante del MOIR. Reconozco –con orgullo y grata valoración– que tengo grandes amigos moiristas y recibí la influencia de la crítica de “Pacho” Mosquera a lo que él denominó “guerrillerismo guevarista”. Compartí su vertical posición de utilizar en forma revolucionaria las elecciones para educar y organizar las masas populares cuando la abstención hacia carrera entre las fuerzas de izquierda
Popayán, 11 de julio de 2014
para: (…)
fecha: 12 de julio de 2014, 8:51
asunto: El MOIR, nacionalismo popular y movimiento democrático
Nota.- “28 de julio, postrer día del despotismo y primero de lo mismo”, sentenció nuestro gran Tradicionista Ricardo Palma. “Hay nacionalismos y nacionalismos”, declaró nuestro gran Amauta José Carlos Mariátegui. Y el devenir histórico va aclarando conceptos, como el central de nación y nacionalismo.
La teoría de JCM acerca de la formación nacional es el gran aporte no sólo para nuestro país sino para las naciones en formación de nuestra América Nativa. Por eso sus 7 Ensayos tienen vigencia y actualidad. En este marco no puede haber confusión entre nacionalismo burgués (de izquierda) y nacionalismo proletario (socialista) En nuestro país la burguesía nacional es eso, del país, pero está lejos de ser nacionalista. Apenas es parasitaria y rentista, y más ahora con su único rol de “burguesía compradora”
El nacionalismo popular es el nacionalismo proletario, y así se marca la diferencia entrenacionalismo capitalista y nacionalismo socialista Por eso existe el Socialismo Peruano, internacional por su contenido y nacional por su forma.
El presente artículo trae material que puede servir para comprender mejor la teoría de la formación nacional de JCM. ¡Aprendamos la lección!
Ragarro
29.07.14