SIGLO XXI - QUINTO LUSTRO -
"Un nuevo orden emerge de la desintegración del capitalismo que irá reemplazando la célula económica (familia) por una nueva matriz reproductiva (comunas) que cumplirá funciones defensivas, judiciales, productivas y administrativas."
Afganistán nos enseña de nuevo:
¡Guerra nunca más! Ese fue y es el lema correcto
La guerra de la OTAN en Afganistán ha costado la vida a cientos
de miles de personas, ha dejado un país devastado y empobrecido y, al mismo
tiempo, ha fomentado el terrorismo.
En lugar de sacar las conclusiones correctas y abstenerse de
realizar intervenciones militares en el futuro, destacados políticos alemanes y
europeos piden que la UE siga desarrollando sus capacidades militares para
poder actuar militarmente en el futuro, también con independencia de los
Estados Unidos. Este será el tema central de la próxima “Conferencia de
Seguridad de Múnich”.
La “Conferencia de Seguridad”
de Múnich (SIKO) no trata la seguridad
En la SIKO,
que tendrá lugar del 18 al 20 de febrero de 2022, se reunirán jefas y jefes de
Estado y de gobierno, así como representantes políticos – principalmente de los
países de la OTAN – con altos mandos militares, representantes de grandes
empresas, incluida la industria armamentística, y servicios de inteligencia. No
se preocupan por la seguridad de los ciudadanos, ni aquí ni en el resto del
mundo. Se preocupan solamente por asegurar la supremacía estratégica de los
estados capitalistas occidentales y sus corporaciones. La “SIKO” sirve sobre
todo como plataforma publicitaria de la OTAN, actualmente de la Estrategia
2030, así como de justificación de los miles de millones gastados en armamento
por Alemania y la UE y de sus misiones de guerra, vendiendo todo eso a la
población como “misiones de paz”.
El nuevo gobierno federal:
nuevos colores, viejas políticas
El gasto militar y armamentístico de Alemania se ha duplicado
con creces en los últimos 20 años. De acuerdo con las “Recomendaciones de
Política Exterior” de los organizadores de la SIKO, La nueva coalición del
semáforo [partidos rojo, amarillo y verde] quiere continuar este curso de
rearme de acuerdo con las “Recomendaciones de Política Exterior” de los
organizadores del SIKO. Quiere aumentar aún más los gastos militares, adquirir
drones de combate armados para el Bundeswehr [Ejército Federal], mantener el
estacionamiento de armas nucleares estadounidenses en Alemania y comprar nuevos
aviones portadores de armas nucleares por 8.000 millones de dólares en Estados
Unidos para su uso por el Bundeswehr. Además, se impulsará el rearme
militar de la UE.
La creciente militarización de Alemania y de la UE no sirve para
la paz, ni tampoco el curso de confrontación incendiaria, la retórica bélica y
las maniobras de guerra contra Rusia y la RP China, que podrían escalar
militarmente en cualquier momento y conducir a una guerra entre las potencias
nucleares.
Hay que acabar con esta política de confrontación. La paz en
Europa y en el mundo sólo puede lograrse con y no contra Rusia y China. Al
contrario de la aplicación violenta de los intereses de
las grandes potencias y los intereses de la supremacía, el
desarme y la cooperación internacional deberían estar a la orden del día.
Luchamos por el desarme y por
una política de distensión
En el año 2020, los gastos militares mundiales alcanzaron la
suma astronómica de 2.000 billones de dólares. Ahí solamente los países de la
OTAN representan 1.100.000 millones de dólares. Esto significa 18 veces más que
los gastos de Rusia y 4 veces más que los de China. Una fracción de estos miles
de millones bastaría para acabar con el hambre en el mundo, proporcionando
atención médica y acceso a la educación para todos.
Las crisis presentes y futuras ni se van a resolver con
arsenales de armas cada vez más grandes, ni con la competencia capitalista, ni
con la rivalidad entre grandes potencias.
Para hacer frente al mayor reto de nuestro tiempo, que es
detener la catástrofe climática, se necesitan billones de dólares de inversión.
Pero el dinero que se necesita urgentemente se está despilfarrando en armamento
militar que es perjudicial para el clima. Ni siquiera se están cumpliendo las
promesas de ayuda totalmente inadecuadas de 100.000 millones de dólares anuales
para los países pobres del Sur. Por tanto, así no se alcanzará el objetivo tope
de 1,5 grados de calentamiento ambiental.
Por eso exigimos:
• ¡Desarme en lugar de rearme! En lugar de despilfarrar miles de
millones en armamento y en preparaciones de guerra, hay que invertir el dinero
de nuestros impuestos en los sistemas sociales, en los sistemas de salud y
educación y en la protección del clima.
• Exigimos el fin de todos los despliegues del ejército alemán
(Bundeswehr) en el marco de la alianza bélica de la OTAN y de todas las
estructuras militares de la UE. Cero participación en los proyectos de
rearme de la UE. No a la adquisición de drones armados.
• La complicidad de Alemania en las guerras de agresión
contra el derecho internacional y en la guerra ilegal de drones que se libra a
través de la base aérea estadounidense de Ramstein debe terminar. Hay que
cerrar todas las bases de tropas de Estados Unidos y la OTAN en Alemania
y todos los centros de mando de Estados Unidos y la OTAN ahí presentes.
• El fin de la participación en la estrategia bélica nuclear
estadounidense. No a la adquisición de aviones de combate estadounidenses para
el uso de armas nucleares estacionadas en Alemania. El gobierno federal debe
adherirse al Tratado de la ONU sobre la Prohibición de las Armas Nucleares y cancelar
el estacionamiento de armas nucleares estadounidenses en Büchel.
Hay que detener las
exportaciones de armas alemanas.
Alemania ocupa un escandaloso cuarto lugar en el ranking mundial
de exportaciones de armas. Los clientes de las entregas de armas alemanas
son Estados dictatoriales y beligerantes, entre ellos Turquía, que libra
una sangrienta guerra contra la población kurda y ha invadido el norte de
Siria violando el derecho internacional para aplastar el proyecto
democrático y emancipador de Rojava.
Hay que acabar con el mortífero
negocio de los traficantes de armas y los especuladores de la
guerra, así como con la concesión de licencias y la deslocalización de las
empresas armamentísticas en el extranjero.
Hay que eliminar los motivos de
la huida en lugar de luchar contra los refugiados.
Las guerras, el cambio climático, la pobreza extrema, la
persecución política y las violaciones de los derechos humanos empujan a
millones de personas a huir. Sólo unos pocos reciben asilo en Alemania.
El gobierno alemán es parcialmente responsable de la mayoría de estos motivos
de huida. Las relaciones económicas y comerciales injustas, las sanciones
y las guerras van destruyendo las bases de vida en los países del Sur
Global. Sin embargo, Alemania y la UE se cierran en banda, devuelven a
los refugiados de forma ilegal sin tener en cuenta los derechos humanos y
permiten que miles de personas se ahoguen en el Mediterráneo. No debemos
resignarnos ante ello.
Basta de políticas económicas
explotadoras, que producen guerra, pobreza y huida. Nuestra
solidaridad pertenece a los refugiados, especialmente a los que huyen de las
guerras libradas con armas alemanas. La huida no es ningún crimen. Ningún
ser humano es ilegal.
La juventud necesita
perspectivas y no guerras.
El movimiento pacifista y las asociaciones juveniles
progresistas llevan años protestando contra la falta de perspectivas y contra
la guerra. Aunque cada vez hay menos seguridad laboral, las condiciones
de trabajo van empeorando y los salarios reales disminuyendo, la Bundeswehr se
presenta como un empleador atractivo y se presenta en las escuelas, en
las ferias y en las redes sociales buscándo a atraerse a la gente con su
fascinación por la tecnología, sus ofertas de plazas de estudio y
posibilidades de formación profesional. ¡Esto debe terminar! La juventud
no se debe quemar en ningún tipo de guerra!
Por eso exigimos:
¡Educación en vez de bombas! No
publicidad para morir. Más plazas de aprendizaje civil y mejores
condiciones de trabajo y formación.
Únete a nosotros en las
calles por el desarme y contra la preparación de la guerra, por la justicia
social mundial, por la solidaridad con los que huyen de la guerra, el hambre y
la destrucción de sus países de origen, y por una transformación democrática,
social y ecológica para salvar la naturaleza y el clima.
Implícate, actívate,
porque la política de paz, el desarme y la protección coherente del clima sólo
serán posibles mediante una creciente presión social y un fuerte movimiento
extraparlamentario.
Acuda a la manifestación el
sábado 19 de febrero de 2022 a las 13:00 horas en Múnich, en el Stachus
(Karlsplatz)
Alianza de Acción contra la
Conferencia de Seguridad de la OTAN
Las recientes entrevistas al
presidente Pedro Castillo han desatado una gran polémica en torno a sus
habilidades comunicativas y su posicionamiento en el espectro político. Han
permitido, además, acrecentar las críticas de una oposición hambrienta de
vacancia, que tras las respuestas del mandatario no dudaron en calificarlo de
incapaz y mediocre, incluso aseverando que sus expresiones generaban una
vergüenza nacional. Esto, como era de esperarse, fue difundido por medios de
comunicación comprometidos con la “noble causa” de la derecha peruana de
concretar la salida (renuncia) del Presidente, una pretensión que empieza
abrirse espacio.
No obstante, conviene aclarar que
esta controversia sobre las tres primeras entrevistas dadas por el presidente
Castillo en lo que va de su gobierno radica en las reiteradas declaraciones
sobre su nula preparación para ocupar el cargo de Presidente de la República,
una sincera pero imprudente respuesta que estimuló el ensalzamiento de la
retórica de la meritocracia en un país lleno de informalidad, donde
“periodistas”, que no estudiaron periodismo, exigen estudios y capacitación
académica, o congresistas traumados con el fantasma del comunismo piden
seriedad y compostura. La más selecta hipocresía cultural en Perú, haciendo que
el negacionismo sea el arma de satisfacción personal, creyendo que señalando
los errores ajenos uno se volverá perfecto. Pero lo más irónico no es ello,
sino lo que se intenta resaltar en el fondo, haciendo creer que la formación
académica y la buena oratoria en la política son indispensables para ser buen
presidente, cuando la histórica contemporánea nos demuestra lo contrario, con
expresidentes educados en el extranjero y de verbo fluido que ahora afrontan
procesos judiciales.
Queda claro que estas
interpretaciones sobre las declaraciones de Castillo han sido generalizadas y
convenientemente direccionadas para alimentar el descontento que se percibe en
la población, tal como lo reflejan las últimas encuestas. Sin embargo, poco se
ha tratado sobre los preocupantes problemas de fondo que transmite Castillo al
brindar estas entrevistas. El primer problema se encuentra en su pésimo
asesoramiento para aceptar tres entrevistas seguidas, lo que obviamente le
generó desgaste y mostró sus limitaciones al responder superficialmente
preguntas que fueron repetidas, o lo que fue peor, aceptar una entrevista a la
cadena CNN, con el periodista Fernando Del Rincón, quien apoyó abiertamente el
golpe de Estado en Bolivia y sugirió la salida del ejército para reprimir a
ciudadanos del vecino país. Otro problema lo encontramos en la poca preparación
política del Presidente, que no logra definirse dentro de los parámetros de
izquierda o derecha, haciendo que las dudas sobre su populismo se incrementen
al ver las cercanías del mandatario con personajes como Ricardo Belmont o
Daniel Salaverry. Esta percepción no se centra solo en el Perú, sino que basta
ver las declaraciones del exvicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera,
quien tras ser consultado sobre las semejanzas entre Evo Morales y Pedro
Castillo manifestó lo siguiente: “Hay una diferencia de personalidad muy fuerte
(..). Castillo tiende más a preservar que a transformar. Evo llegó para
transformar, no tanto para preservar las cosas” (2022).
Una sincera pero imprudente respuesta
que estimuló el ensalzamiento de la retórica de la meritocracia en un país
lleno de informalidad, donde “periodistas”, que no estudiaron periodismo,
exigen estudios y capacitación académica, o congresistas traumados con el
fantasma del comunismo piden seriedad y compostura. La más selecta hipocresía
cultural en Perú, haciendo que el negacionismo sea el arma de satisfacción
personal, creyendo que señalando los errores ajenos uno se volverá perfecto.
Por otro lado, las falencias de
Castillo no solo corresponden a él, sino que constituye un problema que incluso
nos sobrepasa como país, y nos referimos a la ausencia de partidos políticos
sólidos. Recordemos que Pedro Castillo fue invitado por Perú Libre como una
salida de último momento, no recibió ningún tipo de formación ni educación en
política, tampoco se evaluó su liderazgo para hacer realidad las propuestas del
partido. Esto revela la precarización de la política en el Perú, donde los
partidos políticos han renunciado a la formación de cuadros, a la reflexión
intelectual y a la configuración de la voluntad popular.
Con todo lo mencionado, reflexionar
sobre lo que hoy representa Pedro Castillo es indispensable; pensar sobre las
acciones que toma y las que no toma; pensar sobre sus reflejos políticos ante
los problemas que se le presenta. Castillo no pierde la oportunidad de generar
un cambio, pero su entorno y al parecer su despreocupación por su formación
política podría ocasionar su vacancia, y con ello la desilusión de un país que
clama por cambios.
Referencia
García
Linera, A. (2022) “Álvaro García Linera: «En Bolivia, todo vicepresidente
espera ser algún rato presidente»/ entrevistado por Jorge Fontevecchia, revista
Perfil.
Sobre la fragilidad de Rusia. Una advertencia
contra la sobrevaloración de su potencia.
Procesión
de Pascua. Ilya Repin
Me parece que algunos observadores
de izquierda del Sur global son excesivamente optimistas, y están demasiado
deslumbrados por la combinación que resulta de la alianza ruso-china por un
lado, y del declive de Occidente en el mundo por el otro. Ambos procesos son
verdaderos, pero el primero, la alianza ruso-china, es incierto a
medio plazo. No sabemos cuanto va a durar, teniendo en cuenta el desequilibrio
de potencia entre ambos países y la nula vocación de Rusia por ser “hermana
menor” de nadie. Respecto al segundo, es tendencia histórica, es decir
tiene lugar desde hace décadas y es lento en sus efectos. Así que la promesa de
un mundo multipolar, con varios centros de poder, que suceda al hegemonismo
occidental a punto de quebrar, es al mismo tiempo verdadera, problemática y
relativa…
Todo esto es un gran asunto del que
no sabemos qué resultará, pero aquí vamos a centrarnos solo sobre un aspecto
del mencionado optimismo: la exagerada sobrevaloración de la potencia rusa.
Por más que algunos despechados intelectuales “euroasianistas” de su
régimen lo insinúen, Rusia no es Asia. Con su milenaria tradición cristiana, su
alfabeto de tipo griego, su etnia y lengua mayoritariamente eslavas, sus
coordenadas de civilización son inequívocas. Parafraseando a Pavel Miliukov, el
principal historiador de su cultura política de principios del siglo XX,
podemos afirmar que Rusia no es Asia, sino Europa
complicada por Asia. Rusia es periferia occidental
-como España lo era hasta que su reciente asfaltado intelectual europeista
evaporizó a Don Quijote de la escena. Eso quiere decir que desde esa posición,
Rusia forma parte y está inserta en la tendencia histórica del declive
occidental.
En los años noventa, tras el fin de
la URSS, por algunos momentos nos pareció que el país se iba literalmente al
garete de la mano de su degenerada casta política administrativa, concentrada
en el saqueo y la privatización del patrimonio que con la URSS solo
administraba sin poseer ni heredar. El restablecimiento llevado a cabo por
Putin corrigió esa perspectiva de hundimiento, pero hay que ser conscientes de
que, en el mejor de los casos, ese restablecimiento no pasa de ser una mera
administración del inexorable declive general, tal como pronosticaba en los
noventa Lev Gumiliov. Para entendernos, ese restablecimiento no tiene nada que
ver con los combustibles que impulsan el ascenso de China.
En mi opinión el fortalecido papel
de la Rusia de Putin, en su entorno y en el mundo, es más engañoso que real.
Bajo su aparente contundencia se oculta una inquietante fragilidad.
LOS TRES CÍRCULOS DEL “SOCIALISMO”
Desde el punto de vista de su
cohesión territorial, la Unión Soviética se creó como una federación de
repúblicas. A diferencia del Imperio Ruso, en el acrónimo “URSS” ni siquiera
figuraba “Rusia”, pero el carácter dogmático y casi religioso de su ideología
exigía una absoluta unidad y obediencia. Esa exigencia acabó por anular por
completo no solo lo federal sino cualquier atisbo de autonomía, aunque esto
último se recuperó en la época de Brezhnev, por lo menos a nivel de la holgura
con que las élites de las diferentes repúblicas hacían y deshacían en sus
territorios.
El nuevo imperio ruso que fue la
URSS -imperio “raro”, en el sentido de que no había succión de recursos de la
periferia desde el centro ruso- ejerció un dominio basado en la ideología.
Desde que Stalin afirmó el “socialismo en un solo país” frente al precedente
internacionalismo, el “socialismo” fue el cemento nacional ruso de dominio y
cohesión territorial que se acabó instalando una vez anulados los impulsos
liberadores y de radical ruptura de la Revolución de 1917. Como decía el
historiador y maestro Dmitri Furman (1943-2011), “Stalin fue la síntesis entre
un clásico del particular marxismo ruso, un nuevo Lénin, y un reformulador del
nacionalismo ruso, un nuevo Iván el terrible”. La analogía con Napoleón, a la
vez verdugo y reformulador imperial de la Revolución Francesa, tiene cierto
sentido. En todo caso, gracias a ese “socialismo”, un nacionalismo ruso
camuflado pudo seguir manteniendo el enorme espacio euroasiático durante 80
años mas.
El espacio imperial soviético tenía
tres círculos concéntricos. El primero era su matriz rusa, la República
Socialista Federativa de Rusia (RSFR), el segundo las repúblicas de la URSS, y
el tercero los países del bloque socialista. Con la disolución de la URSS y la
anulación de su muy erosionada ideología, se evaporó el cemento que adhería
toda la construcción. Con la disolución de la autocracia zarista en 1917 pasó
algo parecido. En el caos que sobrevino algunos territorios (entre ellos
Polonia y Finlandia) abandonaron el imperio. Con la disolución de la URSS y su
previa liberalización, fue todo el bloque del Este y las repúblicas soviéticas,
el tercer y segundo círculo, las que se fueron. Pero de la misma forma en que
tras la Revolución de 1917 el espacio se recompuso con otras fórmulas mediante
la URSS, tras la disolución de ésta se inventó la CEI, la Comunidad de Estados
Independientes, para rescatar los restos del naufragio con una nueva
integración.
LA DOBLE COMPLICACIÓN DE LA
INTEGRACIÓN POSTSOVIÉTICA
Desprovista del cemento ideológico y
de toda idea cohesionadora, este nuevo invento integrador que la Rusia
postsoviética lleva a cabo desde hace años en la CEI, ya es una lucha por
refundar un espacio rusocéntrico sin matices ni camuflajes. Está empresa está
resultando extremadamente complicada, tanto a nivel institucional como a nivel
ciudadano.
Institucional, porque el esfuerzo de
Moscú por recuperar espacios e influencias, algo que tiene pleno sentido nacional
ruso, choca con la afirmación nacional de las nuevas repúblicas independientes.
Para ellas, la independencia y la soberanía son el presupuesto ideológico
básico de su cohesión nacional. La integración de la enorme Rusia con las
pequeñas y no tan pequeñas repúblicas contiene, además, una certeza de
desigualdad implícita en los diferentes pesos de cada una de ellas comparadas
con Rusia. En la integración de los pequeños con el grande no hay posibilidad
alguna de ecuanimidad. Pasaría lo mismo si Estados Unidos creara una especie de
federación con Canadá, México y las siete repúblicas centroamericanas. En la
Unión Europea también se observan tendencias desintegradoras pero las
correlaciones son diferentes, por la existencia de varias naciones “grandes” en
cierto equilibrio que amortiguan el propósito dominador de Alemania, la mayor
de ellas. Por Varufakis y muchos otros testimonios, sabemos que en las
reuniones del Euro grupo, esa especie de Politburó tecnocrático-neoliberal, es
Alemania la que lleva la voz cantante, mientras los otros escuchan. Pero es
otra escala.
Los dirigentes de las repúblicas ex
soviéticas solo pueden ver en la integración un yugo desigual, una mera
disciplina y sometimiento a designios rusos sin mayores matices. Entonces, ya
sin fundamentos ideológicos comunes y con la necesidad de afirmar su propia
cohesión en colisión con los designios de Rusia, ¿qué es lo que les mantiene
unidos a Moscú a pesar de todo? La respuesta a esa pregunta es inequívoca: el
nuevo cemento es la común naturaleza autocrática de sus regímenes. Y la
maldición de este nuevo intento de integración del espacio euroasiático es
precisamente que ese cemento es sumamente quebradizo.
CLUB DE REGÍMENES AUTORITARIOS
Todos los regímenes postsoviéticos
que participan en el esfuerzo integrador ruso tienen en común su condición de
“democracias de imitación”. Sus parlamentos son irrelevantes, sus elecciones
trucadas, sus regímenes autoritarios/oligárquicos con gran nivel de corrupción,
y sus dirigentes no tienen alternativa: se suceden en el poder o nombran a sus
sucesores, sin que haya posibilidad alguna de cambio. Aunque el sentido,
económico, comercial, cultural, lingüístico, histórico y político, de la
integración sea enorme y genuino, en la práctica la principal y última razón de
ser institucional es el mantenimiento de los regímenes autocráticos formados
por cada oligarquía nacional en diversas modalidades. Esa característica
fragiliza enormemente la empresa ante las sociedades y ciudadanías de todos
esos países para las cuales un horizonte de mayor libertad y holgura es una
aspiración ineludible.
Desde Kirgizstán a Ucrania, pasando
naturalmente por Rusia, todas las sociedades se miran a efectos de futuro en el
espejo “europeo”. No estamos en China donde se juega en otra liga (¿de
momento?), la liga de las “características chinas”. El caso de Mongolia, que no
es una “democracia de imitación” sino una democracia homologable con las
occidentales desde todos los puntos de vista, sugiere que no hay un límite
geográfico en Eurasia a esos efectos. Con mayor o menor intensidad, la
aspiración a una vida con menos corrupción, desigualdad e injusticia, y mayor
espacio de libertad, incluida la posibilidad de cambiar de gobierno en
elecciones, es una presión que se manifiesta periódicamente (que en caso de
realizarse, esa aspiración tenga muchas probabilidades de convertirse en
sumisión y vasallaje a otro poder extranjero, cambia poco la situación). Ese es
el principal fundamento de las llamadas “revoluciones de colores” y es mucho
más importante que el intervencionismo occidental de propósitos manifiestamente
bastardos y sin la menor conexión con la democracia en ellas. Sin un movimiento
nacional-popular genuino, el cambio de régimen del 2014 en Ucrania, que incluyó
inequívocos aspectos de golpe de estado, no habría sido posible, por más dinero
y esfuerzos que hubieran puesto Washington y Bruselas.
Ante esos movimientos sociales y
civiles, Rusia actúa en la CEI como la URSS actuaba en Europa del Este en el
anterior ciclo histórico: defendiendo el estatus quo, e impidiendo la autonomía
social. Las contradicciones están llegando a tal extremo que hasta en
Bielorrusia, la más soviética y hermana de su matriz rusa de las repúblicas de
la URSS, Rusia empieza a ser vista como impedimento y obstáculo de emancipación
y evolución hacia un sistema político para el que la democracia de baja
intensidad común en Europa Oriental y Occidental es manifiestamente preferible
a la autocracia de Lukashenko que ha preservado una nivelación social y un
estado asistencial de tipo soviético considerable y valioso (aspecto que
explica la frialdad obrera ante los últimos grandes movimientos ciudadanos
contra el caudillo bielorruso).
En Kazajstán acabamos de ver cómo se
ha aplastado y reprimido un movimiento social antioligárquico (el grito “¡vete
viejo!” dirigido al Caudillo Nursultán Nazarbayev) con la ayuda de Moscú y su
estructura militar de seguridad euroasiática. El contenido práctico de esa
ayuda ha sido discreto, las tropas no han participado en la represión y apenas
han estado en Kazajstán una semana para no ofender al nacionalismo local (sería
interesante saber qué decían al respecto los chinos, que tienen mucha mas
inversión en el país), pero han servido para imponer a una facción de la
oligarquía kazaja sobre otra, la familia de Nazarbayev, que monopolizó el
saqueo del patrimonio energético del país durante treinta años.
Se está llegando a una situación en
la que Moscú es el impedimento de cualquier evolución política. Lo máximo que
pueden esperar los bielorrusos es que el Kremlin encuentre un recambio
autocrático de su gusto al desprestigiado, astuto y conflictivo Lukashenko.
Respecto a los kazajos, no creo que puedan esperar mucho más del cambio de la
familia y los clanes de Nazarbayev por la de Tokayev y los suyos.
En la actitud del Kremlin no hay
solo consideraciones, digamos “geopolíticas”, evitar que tal o cual república
se pase a Occidente con toda la pérdida económica, política y de seguridad que
supone. Es muy importante también el miedo a un contagio: miedo a una revuelta
social y anti oligárquica en Rusia, algo que tarde o temprano sucederá…
Así, si la desproporción de pesos
específicos y la correlación de fuerzas de las repúblicas de la CEI con
respecto a Rusia, complican todo horizonte de soberanía por arriba, la defensa
a ultranza del orden oligárquico, por miedo de que las sociedades huyan hacia
Occidente y que la ola llegue a Rusia, complica sobremanera la integración por abajo. La
conclusión es inequívoca: este embrollo solo puede desenredarse con un cambio
político en Rusia. Llegamos así a lo más complicado.
AL CAMBIO POR LA CONVULSIÓN
El cambio evolutivo hacia una
democracia homologable con las de Occidente (entiéndase una democracia de baja
intensidad, plutocrática, corrupta e injusta, por todo aquello que hace al
capitalismo incompatible con una democracia genuina) es en Rusia más difícil
que la caótica quiebra de su régimen. Como expliqué en mi libro Entender la Rusia de Putin (2018), una
sociedad civil excluida de toda responsabilidad política, sin posibilidad de
cambio institucional, con pocos altavoces para expresar legalmente su
disconformidad, etc., etc. tenderá siempre a una actitud de derribo más que de
reforma o enmienda del orden establecido. Si no se puede intervenir vía
elecciones, vía las cámaras representativas y los medios de comunicación, solo
queda la calle y la fuerza como espacio y método de cambio. En esas
condiciones, la autocracia considerará siempre, y con razón, cualquier
propósito de reforma desde abajo como subversivo, cuando no obra de agentes
extranjeros. El pacto y el consenso son figuras
complicadas que tanto arriba, en el poder, como abajo, en la sociedad, tienden
a verse como expresión de debilidad. En esa dialéctica, el cambio tiene muchas
probabilidades de plantearse como convulsión.
Si, como consecuencia de tal
quiebra, regresaran al poder en Rusia las fuerzas “liberales” que gobernaron el
país tras la disolución de la URSS de 1991, el resultado podría ser parecido, o
igual, o peor, al actual. Esto no es una profecía, sino la constatación de algo
conocido y experimentado, algo que ya hemos visto.
El actual régimen ruso, tan
denostado por Occidente, no lo fundó Putin, sino Boris Yeltsin en nombre de valores
liberales-occidentalistas. No hay en esto ninguna paradoja. Recordemos que
Rusia es el país en el que los espantosos crímenes de los años treinta de
Stalin se cometieron en nombre del socialismo… Fue en los años noventa bajo el
gobierno “liberal” y pro occidental de Yeltsin (con raras excepciones mas bien
habría que hablar de “liberales-estalinoides”), cuando se bombardeó el primer
parlamento plenamente electo de la historia rusa entre el aplauso de Occidente
(octubre de 1993) y se impuso sobre aquella masacre (unos 200 muertos y miles
de detenidos) un presidencialismo y una constitución autocráticos y un
parlamento (Duma) consultivo e irrelevante. Esta memoria nos advierte contra el
aplauso y el padrinazgo occidental de personajes alternativos a Putin como el
envenenado y encarcelado Aleksei Navalny: puede haber algo peor que Putin.
Muchos rusos, seguramente la mayoría, así lo piensan.
Otra consideración importante es la
contradicción entre el propósito “nacional” del Kremlin (lo político) y la
dependencia que la oligarquía rusa tiene del entramado occidental, en cuyas
instituciones bancarias y paraísos fiscales guarda sus capitales. En ese
“internacionalismo” de los ricos hay un claro potencial de cisma interno del
régimen ruso que es un conglomerado burocrático-oligárquico…
No hay en estas consideraciones nada
de determinismo fatalista. Son el resultado de una observación de los ciclos de
la historia rusa y de los datos y señales que ofrecen el país y las
circunstancias de su sociedad, un trabajo que en gran parte está aún por hacer.
Y ese análisis apunta mas bien a que solo mediante turbulencias podrá Rusia
llegar a un gobierno y una condición económica y socialmente más estables. El
día que los rusos así lo decidan me parece que un escenario de tipo
socialista-colectivista, tiene más futuro que uno oligárquico-occidentalista,
pero quizás para eso tenga que pasar una generación. En ese escenario será
mejor un estricto no intervencionismo, dejar a Rusia en paz, para no repetir
los desastres que agravaron el salvajismo de su guerra civil después de la
Revolución, contribuyendo al “comunismo de guerra” y a la génesis del
estalinismo. Rusia es material inflamable que conviene no agitar. Y es
demasiado grande, en todos los sentidos, para ser colonizada y aleccionada.
ACTITUD HIPOCRÁTICA
Esa debería ser la actitud europea
hacia ella, una actitud, podríamos decir, hipocrática: no agravar con nuestra
intervención el estado de salud del paciente, los traumas y complejos que su
complicada historia imprimieron en la psiqué colectiva de su sociedad. Eso
quiere decir, por ejemplo, aquí y ahora, acceder a sus razonables exigencias de
“garantías de seguridad”, retomar la diplomacia y renunciar a la política de
sanciones. Al fin y al cabo estipular un estatuto de neutralidad para países
como las repúblicas bálticas, Ucrania o Georgia, y delimitar un continente
libre de armas nucleares, no equivale al “nuevo Yalta”que invocan nuestros
políticos. Finlandia y Austria tuvieron estatutos de neutralidad en el siglo XX
cuando Rusia era mucho más poderosa que ahora, sin vender por ello su soberanía
a Moscú. Si Europa convive, e incluso sanciona tácitamente, anexiones tan
violentas y abusivas como las de Israel, la de Turquía en Chipre o la de
Marruecos en el Sahara occidental, ¿por qué hacer escándalo de Crimea, secular
tierra rusa, incorporada a Rusia sin violencia y con el beneplácito de su
población?
La tensión con Rusia conviene a
Estados Unidos cuyo dominio político-militar del continente depende de ella.
Una relación normalizada entre Rusia y la UE acabaría con ese dominio (otro
asunto es cómo se proyectaría en el mundo tal sintonía si llegara a integrarse
desde Vladivostok a Lisboa).
La simple realidad es que en el
mundo de hoy, Rusia y China, practican una política exterior mucho más
prudente, opuesta al belicismo y abierta a la diplomacia y el consenso en la
resolución de los problemas internacionales, que sus adversarios occidentales.
Basta con observar la crónica bélica de los últimos veinte años para
convencerse de ello. No hay aquí tampoco gran paradoja, pues Occidente mantiene
niveles de pluralismo de puertas adentro, perfectamente compatibles con la
dictadura, el racismo y las matanzas, características del colonialismo y el
imperialismo, de puertas afuera.
Si la tensión con Rusia se mantiene
hoy en Europa, no es solo a causa de esa maldición de la autocracia que condena
a la fragilidad al espacio euroasiático con centro en Moscú, sino también, y
sobre todo, a causa de otras enfermedades, particularmente occidentales. Pero
esa es otra historia mucho más conocida entre nosotros, y hoy solo queríamos
abordar el problema de la fragilidad de Rusia y las contradicciones que
encuentra la complicada integración del espacio postsoviético.
Los partidarios de ese orden
internacional no imperial, menos injusto y más democrático que necesitamos para
afrontar los retos del siglo (calentamiento global, desigualdad, exceso de
población y proliferación de recursos de destrucción masiva), deben ser
realistas y no hacerse falsas ilusiones.
En la contienda político electoral del año
2021 participaron 19 agrupaciones políticas, en representación de las diferentes
clases y facciones de clases sociales del Perú actual. Fue la contienda electoral más
reñida de los últimos años.
I
En un esfuerzo por simplificar el análisis, y
forzando un poco la figura, podemos agrupar a las diferentes agrupaciones en
tres grandes bandos sociales y políticos.
1.- La ultraderecha reaccionaria, que pretende
desconocer todos los derechos de los trabajadores conquistados en 100 años de
lucha, y regresar al orden social que existió en el siglo XIX. Esta
ultraderecha feudal burguesa está agrupada en tres corrientes principales:
Renovación Popular, Fuerza Popular y Avanza País.
En su conjunto esas tres agrupaciones ganaron las
elecciones parlamentarias del 11 de abril, y por eso actualmente tienen mayoría
y controlan el actual Parlamento. En cualquier propuesta que se haga tenemos
que partir de este hecho real y objetivo, la ultraderecha ganó las elecciones
de abril de 2021, así como hace cinco años ganó las elecciones de abril de
2016. Esta es una realidad que muchos izquierdistas superficiales no toman
en cuenta al hacer propuestas que no corresponden a la actual correlación de
fuerzas.
2.- La derecha conservadora, que pretende mantener
al país en el siglo XX. Esta derecha burguesa, agrupada en tres corrientes
principales: Partido Morado, Somos Perú, y una parte de Acción Popular (el ala
acaudillada por Lescano).
Aprovechando las pugnas entre los dos extremos que
hay en el Parlamento, y ganando el apoyo de un sector de la ultraderecha, los
representantes de esta derecha conservadora, ganaron la elección para la actual Mesa
Directiva del Parlamento.
Confundir a la derecha burguesa, con la
ultraderecha feudal burguesa, es un grave error táctico de algunos
izquierdistas "puristas" y superficiales.
3.-Los movimientos democráticos del pueblo, más
conocidos como "movimientos de izquierda", que se identifican con los intereses
y con las demandas del pueblo peruano, que aspiran a la renovación peruana para
posicionarse y avanzar en este ya iniciado siglo XXI. Estos movimientos también
están agrupados en tres corrientes: Frente Amplio, Juntos por el Perú, y
Perú Libre.
Los candidatos del Frente Amplio no alcanzaron
representación en el Parlamento, mientras que los candidatos de Juntos por el
Perú y Perú Libre en su conjunto suman más de 40 representantes del pueblo en
el Parlamento.
Este es un destacado mérito que hay que reconocer,
saber aprovecharlo para la lucha legal, y no dilapidarlo por
cuestiones menores. La lucha parlamentaria debe ser un complemento de la lucha
de masas.
Las otras 10 agrupaciones que participaron en la
contienda electoral de abril de 2021, de una u otra manera, se ubican en la
ultraderecha o la derecha, señaladas anteriormente.
II
En la segunda vuelta electoral, los tres
movimientos democráticos (Frente Amplio, Juntos por el Perú, y Perú
Libre,) en su conjunto apoyaron la candidatura de Pedro Castillo, quien
resultó elegido presidente del Perú (2021-2026), con una muy ajustada
votación.
Estas tres corrientes de izquierda (Frente Amplio,
Juntos por el Perú y Perú Libre), son movimientos democráticos, que representan
a diferentes sectores del pueblo peruano. Esta es la primera consideración que
debemos tener en cuenta, al evaluar el comportamiento individual de sus
dirigentes, y el actuar conjunto de sus respectivos movimientos políticos.
Cometeríamos un grave error, por una pretendida "objetividad",
el considerarlos parte de la derecha conservadora o arrinconarlos al lado
de la ultraderecha reaccionaria, como equívocamente vienen haciendo algunos
doctrinarios de izquierda marginales.
A los movimientos democráticos del pueblo, no los debemos evaluar
con los requisitos y exigencias propios que deberían cumplir las
tendencias socialistas. Sería como pretender evaluar a un estudiante de educación
primaria, con un examen de educación secundaria.
No pues, no es así. Revisemos la acertada propuesta
de Mariátegui de utilizar el "relativismo histórico". (revisar 7
Ensayos)
Además, en todo momento debemos tener en cuenta en
primer lugar la etapa histórica en la cual estamos viviendo, así
como la coyuntura del momento actual.
En lo primero, actualmente, la lucha de
clases en el Perú, todavía continúa en "la etapa democrática de la
revolución socialista". Ya quedó atrás la revolución democrática que
debió dirigir la burguesía; y todavía no se ha ingresado a la etapa socialista
de la revolución socialista. (recomiendo revisar nuevamente los
"Principios Programáticos" propuestos por Mariátegui el año 1929).
En lo segundo, referente a la coyuntura, reiteró
que actualmente "no hay situación revolucionaria" en el país.
(recomiendo hacer el análisis concreto de la situación concreta del momento
presente, y dejarnos de especulaciones antojadizas que no corresponden al
momento actual).
Con estos criterios básicos de referencia, estoy revisando las
diferentes opiniones que se han expresado a propósito de la necesaria e
importante renovación de la directiva del Movimiento Nuevo Perú, uno de los
movimientos democráticos más importantes de los inicios del presente siglo
XXI. (continuaremos).
No faltan
los estrategas dentro del Pentágono que hablan de “guerras nucleares limitadas”
o de “guerras atómicas de baja intensidad”. Otros estrategas militares,
conocedores de estos temas y con visiones más racionales, afirman que eso
sería incontrolable.
El título de
este opúsculo es una frase habitualmente atribuida a Einstein, muy elocuente de
la situación actual que vive la Humanidad. Es sabido que de desatarse
una nueva guerra mundial, las grandes potencias implicadas (Estados Unidos y
Rusia principalmente, China en segundo lugar) poseen una capacidad en
armamentos nucleares tan monumental que podría pensarse en la desaparición de
toda especie viva de la faz del planeta. Sería un holocausto superior incluso
al que ocurrió hace 66 millones de años, con la caída de un meteorito en lo que
hoy se conoce como el Cráter de Chicxulub, en la península de Yucatán, México,
cuando desapareció el 75% de toda forma viva (animal y vegetal), produciendo la
extinción de los dinosaurios.
Hoy día, en
realidad, el gran público no puede saber con exactitud cuánto armamento nuclear
existe efectivamente en el mundo. Como todos los muy guardados secretos de
orden militar, los ciudadanos de a pie podemos tener retazos de información,
podemos especular un poco, intuir algo. Los académicos y centros de
investigación que estudian estos temas tienen acceso a determinados datos,
aunque todo indica que no a su totalidad. Muchos menos, a los planes
estratégicos que tienen trazadas las potencias que manejan el orden
global.
Lo cierto es
que, hasta donde se sabe, existen en el mundo alrededor de 15.000 armas
nucleares. En el momento más álgido de la Guerra Fría, que enfrentaba a Estados
Unidos y la Unión Soviética como superpotencias con poder atómico, hacia 1985
llegó a haber 65.000 armas activas. Con el desmantelamiento de la segunda, se
produjeron significativos recortes a esos arsenales. De todos modos, muchas de
esas armas que oficialmente salieron de servicio de acuerdo a los tratados de
desarme firmados, nunca se destruyeron, sino que fueron parcialmente
desmanteladas, estando en condiciones de volver a ser operativas con rapidez.
El poder de fuego nunca desapareció; en todo caso se redujo al nivel de la
época en que se desató la llamada “crisis de los misiles”, en 1962, cuando la
Unión Soviética estacionó armamento nuclear en la isla de Cuba, a kilómetros de
La Florida.
En otros
términos: la capacidad de destrucción total nunca desapareció, aunque hoy día
no se curse una Guerra Fría (y caliente en determinadas regiones del mundo,
donde se enfrentaban las dos superpotencias a través de guerras locales:
África, Medio Oriente, Centroamérica). La capacidad instalada en la actualidad,
aunque menor a los peores momentos de aquella guerra nunca desatada, continúa
siendo altamente letal. Del total de bombas atómicas, el 92% pertenece a las
dos superpotencias nucleares: Estados Unidos y la Federación Rusa, heredera de
la Unión Soviética, con alrededor de 7.000 cada una. Otros países
–curiosamente, todos los otros miembros del Consejo de “Seguridad” de Naciones
Unidas– completan el cuadro: Francia, China y Gran Bretaña. Junto a ellos,
también otros Estados poseen este armamento, en mucho menor medida: India,
Pakistán, Corea del Norte e Israel (que oficialmente dice no disponerlo).
Debe
remarcarse que el poder destructivo de cada uno de estos artefactos es, como
mínimo, 20 veces superior a las bombas que lanzó Estados Unidos en 1945 sobre
Japón (Hiroshima y Nagasaki), único país de la historia en utilizar este
armamento en acciones de enfrentamiento real, y justamente cuando la Segunda
Guerra Mundial ya estaba decidida y la nación nipona prácticamente rendida.
Pero hay un agravante: los medios para hacer llegar esos ingenios a sus
objetivos han seguido desarrollándose, y hoy asistimos a misiles hipersónicos,
con una velocidad estratosférica, capaces de burlar todas las defensas
enemigas. En estos momentos Rusia tiene la total delantera al respecto, siendo
que China acaba de realizar una prueba –negada por Pekín, agigantada por
Washington, que vivió esa experiencia como un nuevo y devastador “momento
Sputnik”– de un misil de este tipo que va dejando a Estados Unidos a la zaga.
Se calcula que el país americano lleva un retraso de, al menos, tres años en
relación a sus rivales en esta capacidad bélica.
¿Por qué
decir todo esto? Valen aquí palabras de Freud, judío de familia, en respuesta a
una carta de otro judío atemorizado por el avance del nazismo en la década del
30 del pasado siglo: Albert Einstein. En contestación a esa carta-pregunta del
físico alemán, ¿por qué los seres humanos pareciera que viven matándose
continuamente a través de la historia?, el médico vienés respondió en 1932, en
un texto imprescindible conocido luego como “El porqué de la guerra”: “Usted se
asombra de que sea tan fácil incitar a los seres humanos a la guerra y supone
que existe en los seres humanos un principio activo, un impulso de odio y de
destrucción dispuesto a acoger ese tipo de estímulo. Creemos en la existencia
de esa predisposición en el ser humano”. A eso Freud lo llamó, en lo que él
mismo consideraba su “mitología” conceptual: pulsión de muerte
(Todestrieb).
Todo indica,
desde la clínica individual al estudio del curso de la historia, que
efectivamente habría una tendencia destructiva muy grande en los seres humanos.
“La violencia es la partera de la historia”, pudo decir Marx al ver la marcha
de la Humanidad. Entonces: ¿es posible hoy la desaparición de la especie humana
producto de una guerra que desate la furia nuclear acumulada? Sí, sin
dudas.
Según los
científicos conocedores de estos asuntos, de activarse todos los arsenales
nucleares disponibles en la actualidad se podría producir una explosión de
tales dimensiones cuyas secuelas llegarían hasta los confines del Sistema
Solar, hasta la órbita de Plutón. Ello podría ocasionar la muerte de millones y
millones de seres humanos en forma inmediata producto del impacto, más otros
miles de millones al corto tiempo por efecto de las nubes radioactivas que
envolverían todo el planeta. Quienes eventualmente sobrevivieran, morirían de
hambre a la brevedad, porque el invierno nuclear (polvo levantado por las
explosiones, similar a lo del meteorito de Yucatán) cubriría el sol por una
década como mínimo, creando una noche continuada que eliminaría toda forma
viva. La frase de Einstein respecto a una posible cuarta guerra mundial queda
así demasiado esperanzadora, en exceso optimista: ¡no quedaría nadie!
Es imposible
predecir si eso puede pasar. Queremos creer que la racionalidad y la sensatez
se impondrían, y que nadie quiere comenzar un conflicto que puede terminar en
ese Armagedón atómico. De hecho, las potencias utilizan la expresión
MAD: Mutually Assured Destruction (Destrucción Mutua
Asegura), relación también conocida como “1+1=0”, para referirse al eventual
escenario de una guerra nuclear: ninguno de los dos adversarios
sobreviviría. Mad, curiosamente, significa “loco” en idioma inglés. Confiamos
en que nadie va a ser tan “loco” de oprimir el primer botón. Pero la intuición
freudiana –no muy distinta a lo que pueden haber dicho Marx o Einstein– parece
tener mucha consistencia.
En estos
momentos se está jugando con fuego. Y no debe olvidarse que cuando se juega con
fuego… nos podemos quemar. El detalle a tener en cuenta es que ahora esa
quemazón implica la posible desaparición de la Humanidad. ¿Por qué decir esto?
Porque una vez desatado un ataque nuclear, la vuelta atrás es imposible. Todos
los análisis coinciden en que es técnicamente imposible una conflagración
nuclear, porque allí no habría ganadores. Las bravuconadas, amenazas y mentiras
son parte esencial de la guerra.
Es obvio
que, aunque sin nombrarla, vivimos ya una nueva guerra fría. La clase dominante
de Estados Unidos, o mejor aún: el complejo militar-industrial de ese país, que
es quien fija su política exterior, se beneficia de ese clima de bravuconería y
amenazas. Ver en el otro un enemigo monstruoso obliga a mantener siempre en
funcionamiento la industria militar. Industria, no olvidarlo nunca, que es la
más próspera de todas en el planeta, con facturaciones que equivalen al
Producto Bruto Interno de muchos países juntos del Sur global.
Ese complejo
militar-industrial necesita enemigos; de su aparición, y cuanto más temible
sea, depende su éxito comercial. La Unión Soviética fue la excusa perfecta para
mantener ese gran negocio por décadas. Ahora es Rusia, y recientemente también
China pasó a ser buen candidato. En un libro aparecido en plena pandemia, en
2021: “2034: A Novel of the Next World War” (“2034:
una novela de la próxima guerra mundial”), el almirante de la Marina
estadounidense, ahora retirado, Jim Stavridis, quien fuera comandante de
las fuerzas de la OTAN en Europa, junto al escritor Elliot Ackerman, pintan el
escenario de una tercera guerra mundial iniciando en el Mar de China. Más allá
del posible sensacionalismo novelesco, más de algún comentarista preguntó por
qué poner esa guerra con China tan lejana, porque ya estaría comenzando en un
par de años.
¿Estados
Unidos desea una guerra nuclear? Una guerra total con todas las armas
desplegadas, no. Pero no faltan estrategas dentro del Pentágono que hablan de
“guerras nucleares limitadas”, “guerras atómicas de baja intensidad”. Locura
absoluta. Otros estrategas militares, conocedores de estos temas y con visiones
más racionales, afirman que eso es incontrolable, por dos motivos: 1) las nubes
radioactivas se diseminan por todo el planeta (Europa Occidental, casi en su
totalidad, sigue sufriendo contaminación en sus suelos por el desastre de
Chernóbil de hace ya varias décadas). 2) El inicio de una guerra solo habla de
cómo comienza la misma, jamás de cómo termina. Esto significa, como dijera
Freud, que es “tan fácil incitar a la guerra [pues] supone que existe en los
seres humanos un principio activo, un impulso de odio y de destrucción” por el
que nadie quiere perder. Además, en el transcurso del combate, pueden surgir
imponderables que deciden el final: errores humanos, sabotajes, aprovechamiento
del escenario por terceras fuerzas que indirectamente se benefician de la
situación, acciones locas y desesperadas de quien va perdiendo. Las guerras no
son racionales: son humanas. Y los humanos distamos mucho de ser robots
racionales.
La clase
dominante de Estados Unidos pareciera que realmente se cree depositaria de un
destino manifiesto de salvación de la Humanidad. Articulando eso con los
negocios y con un american way of life que solo ve al
resto del mundo como subordinado, al que hay que llevarle los “buenos
principios” de la democracia liberal y la prosperidad capitalista, desde hace
100 años la emprende contra todos. Los Documentos de Santa Fe, piedra basal de
esa élite dueña de buena parte del mundo, llevan por título “Por un nuevo siglo
americano”, dando por supuesto que los destinos de la Humanidad deben seguir
siendo regidos desde la Casa Blanca de Washington en el siglo XXI, similar a lo
ocurrido en el XX.
Pero el
mundo no es más unipolar, como pareció serlo cuando caía el Muro de Berlín, se
desintegraba la URSS y China abrazaba el libre mercado. Aunque la Unión Europea
–otrora dominadora del planeta, arrogante y racista– ahora sea un triste furgón
de cola de Estados Unidos, ahí están Rusia y China mostrando que el mundo no es
solo como lo conciben los halcones guerreristas de Washington. El mundo no es
un paraíso, y ninguna de esas dos potencias euroasiáticas lo promete. En
realidad, no hay paraíso, ni lo podrá haber nunca. La historia humana se
escribe con sangre. Pero puede haber algo más equitativo que el actual desastre
del capitalismo global al que asistimos, donde su principal negocio ¡es la
guerra! El experimento del primer estado obrero y campesino en Rusia muestra que
otro mundo sí es posible. La actual Rusia capitalista y mafiosa ¿será solo un
accidente de la historia y volverá el socialismo? La Nueva Ruta de la Seda
china no es, hoy por hoy, la solución a los problemas de la Humanidad, pero
abre preguntas sobre el mundo por venir, mostrando que hay alternativas al
capitalismo más rapaz y sanguinario. Las provocaciones cada vez más descaradas
de Estados Unidos contra Rusia (con el calentamiento de Ucrania en este
momento, lo que forzó a Moscú a declarar que si la OTAN no cesa en su
acercamiento preocupante llevará a instalar misiles rusos en Venezuela y Cuba)
y contra el gigante asiático (con la militarización del Mar de la China y una
subida provocación con una tremenda flota de guerra en el área) pueden deparar
cualquier cosa. Quizá todo no pasa de escaramuzas bélicas con algunos muertos
con armamento convencional, pero ¿quién lo sabe? Insistamos: se puede saber
cómo empiezan las guerras, pero no cómo terminan.
Nadie quiere
perder en una guerra, y la avidez de la clase dirigente norteamericana parece
no tener freno, más aún ahora que comienza a ver que va cayendo su hegemonía
planetaria. ¿El gigante herido estará dispuesto a hacer cualquier cosa para
mantener su predominio? ¿Armas nucleares? Pero… quien juega con fuego, se
quema. Alguien, parafraseando la frase de Einstein que sirve como título del
presente escrito, dijo mordazmente: “Que venga de una vez la guerra atómica
total. Quizá así, los que sobrevivan pueden empezar de nuevo y no lo hagan tan
mal como se hizo hasta ahora”. ¿Valdrá la pena esperar el holocausto
termonuclear para recomenzar, o mejor luchar ahora por un mundo sin las
inequidades de las que, aunque quiera, no puede salir el sistema capitalista?