Robinson Crusoe
Daniel Defoe inspirado en la voluntad de aislamiento de un marinero, Alexander Selkirk, escribe su obra cumbre: Robinson Crusoe. El éxito lo empujó a publicar una segunda parte, Las aventuras ulteriores de Robinson Crusoe, con lo que se diluye el hecho sustantivo de su obra maestra. Tuvo que ser Emilio de Rousseau quien volviera a fijar la atención en el mito robinsoniano. Defoe, construye en la soledad –de su héroe- una sociedad ideal totalmente al margen del mundo. Una “colectividad” de un solo miembro. Sabedor que sólo sobrevivirá estableciendo relaciones sociales, Robinson se obliga cada día a hablar consigo mismo representando varios personajes para no volverse loco. Robinson sabe que del monologo interior al monologo exterior, de la reflexión al disparate, del hombre sensato al loco de remate, sólo lo separa el delgado hilo de circunstancias que quiebran la sensatez del más sensato. Soliloquio forma parte de los síntomas de la locura. Como el hombre no viene al mundo provisto de un espejo. El hombre se ve reflejado sólo en otro hombre. Es a través del otro como percibe su corporeidad, la forma que reviste el género humano. De allí que la personalidad sea materia imposible en el hombre aislado. La personalidad es el resultado de una cultura específica estructurada a través de las relaciones sociales: los rasgos genéticos y las aptitudes individuales se desarrollan y vuelven significativas sólo a través de la experiencia en un medio social y cultural.
Tacna, 11 julio 2009
Edgar Bolaños Marín
No hay comentarios:
Publicar un comentario