lunes, 24 de mayo de 2010

El lenguaje y la dialéctica en un nuevo comienzo por otro camino




El lenguaje en un nuevo comienzo por otro camino

II

Escribir puede ser peligroso para la salud pero que te lean es mucho más peligroso. La palabra es una lanza con la que jaqueamos a la realidad. La palabra lleva un cargamento de significados que no hablan por sí solos. A la palabra le hace falta interpretarla: acompañada de un titubeo o una mirada esquiva puede decir todo lo contrario de lo que apuntaría un mero análisis lingüístico. Hablar, recordar o relatar es necesariamente hacer ficción. Necesitamos relatar para entender, necesitamos relatar para vivir y sobrevivir. Necesitamos relatar, novelar, inventar la historia humana y la propia historia. El hombre necesita vivir de historias que no se acaben, de personajes que no cambien, de los que no podamos dudar y que queden siempre fijos en nuestra memoria, convirtiéndose en más reales que nosotros mismos. Sin esos hombres del pasado no podemos continuar, no podemos realizarnos como hombres del presente. Los niños, generación tras generación, se hacen adultos en la figura idealizada del padre, la madre o quién los sustituya.

¿Qué son las palabras sino lanzas que arrojamos contra nuestra calentura y la irreflexión de otros? ¿Qué son las palabras sino dardos que han de llegar a su destino? La palabra es como una flecha decía Emilio Breu Gómez. “Una vez que se aleja del arco, ya no la gobierna nadie. Su vuelo depende de tu fuerza, pero también del viento y, ¿por qué no decirlo?, del destino que camina detrás de ella”.[1] Victorio Codovilla, en una de sus intervenciones en la Primera Conferencia Comunista Latino Americana de junio de 1929, dispara sus dardos: “temo que nuestros camaradas del Perú, a pesar de todas nuestras razones, querrán hacer “su” experiencia. Pero como se trata de revolucionarios sinceros, la harán manteniéndose en estrecho contacto con los organismos de dirección de la I.C., y estamos seguros de que al poco tiempo de iniciar su “ensayo” se darán cuenta de que marchan por una senda equivocada y abandonarán la idea del “gran partido” heterogéneo, para dedicarse con más tesón al desarrollo de las fuerzas comunistas y del partido revolucionario: el Partido Comunista.”[2] Esa era la respuesta a la estocada que José Carlos Mariátegui había inferido a la ortodoxia de la Internacional.

Don Ricardo Palma, en un pasaje de sus Tradiciones Peruanas, comenta sobre aquellos sujetos que, sin mediar reflexión alguna, “no dejan que se cocinen en el buche las palabras, y largan el arcabuzazo y venga lo que viniere”.[3] Pues sí. La reflexión o la irreflexión producen diferentes resultados en las relaciones sociales. Las ideas, sentimientos o arrebatos, pueden viajar directamente al blanco y generar reacciones completamente opuestas. Nabila Peña, en su Blog Píldoras de Sabiduría, da cuenta de una vieja fábula árabe. La moraleja cae de perillas en la presente discusión: “Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender el arte de comunicarse. De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas. La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.”6 Vencer la resistencia al cambio o, lo que es lo mismo, superar la obstinación del tradicionalismo, es buscar la manera de presentar el mensaje como una noticia importante. Una cosa es presentar una noticia como el responsable de la muerte de tus parientes; y, otra cosa, es que la crónica indique que simplemente les sobreviréis.[4] En ese sentido, el periodista Mariátegui, fue un experto en quebrar el rechazo natural de la mente a lo nuevo.

En política, las ideas nuevas deben enfrentar los viejos hábitos que se oponen a cualquier cambio. Las tradiciones son vitales en las formaciones sociales pero, al mismo tiempo, constituyen un obstáculo para el desarrollo social. La perfecta fusión entre tradición e innovación es la fuerza que empuja la historia social. Los humanos nos hacemos grandes en las tradiciones de nuestras familias, clases, pueblos o naciones; y, esas mismas tradiciones van cuajando al rebelde, al hombre contestatario, al hombre heterodoxo que brota del hombre ortodoxo. El tradicionalismo es la ortodoxia pero las tradiciones son heterogéneas y contradictorias en sus componentes y desarrollo.[5] El tradicionalismo es el freno mientras que el tradicionismo es la base de todo desarrollo. El maestro Mariátegui en 1925 publica un ensayo en honor a Edwin Elmore caído en el trágico desenlace de la disputa con José Santos Chocano. Escribe: “Elmore supo conservarse joven y nuevo al lado de sus mayores. Lo distinguían y lo alejaban cada vez más de éstos su élan y su sed juveniles. El espíritu de Elmore no se conformaba con antiguas y prudentes ver­dades. Su inteligencia se negaba a petrifi­carse en los mismos mediocres moldes en que se congelaban las de los pávidos doctores y letrados que estaban a su derecha. Elmore quería encontrar la verdad por su propia cuenta. Toda su vida fue una búsqueda, un peregrinaje. Interrogaba a los libros, in­terrogaba a la época. Desde muy lejos presintió una verdad nueva. Hacia ella Elmore se puso en marcha a tientas y sin guía. Nin­guna buena estrella encaminó sus pasos. Sin embargo, extraviándose unas veces, equivocándose otras, Elmore avanzó intrépido. / Llegó así Elmore a ser un hombre y un escritor descontento de su clase y de su am­biente. El caso no es raro. En las burgue­sías de todas las latitudes hay siempre almas que se rebelan y mentes que protestan.”[6]

Tradición e innovación mueven el carro de la historia, y la palabra cumple su función disolvente y unificadora en un mundo que se resiste a ser aplastado. La tradición está contenida en la palabra tanto en la forma como en el contenido; pero, la efectividad del verbo está vinculada a las emociones y las emociones a las relaciones de clase y de género. La palabra de José Carlos Mariátegui era efectiva porque colmaba las emociones de su tiempo, representaba el cambio histórico y, al mismo tiempo, personificaba y condensaba los intereses de la clase obrera. Jorge Basadre no provenía de cuna proletaria y, sin embargo, fue un hombre del entorno de Mariátegui porque los intereses de género los unía en una gran cruzada humana: el socialismo. La palabra de Adolf Hitler convencía porque sabía llegar a las frustraciones, resentimientos y aspiraciones del pueblo alemán. Fujimori maltrataba el español, empero, engañó a millones de peruanos. El verbo de Alan García embriaga, a hombres y mujeres del Perú contemporáneo, con promesas, promesas y más promesas que jamás cumple.

Las multitudes, en cada tiempo y lugar, necesitan creer en algo. El político de éxito es aquél que sabe llegar a los sentimientos de su pueblo. A las muchedumbres, al hombre iletrado, al ganapán, no le preocupan las disquisiciones teoréticas. Si tiene que actuar, actúa. Si debe creer, cree. Si debe combatir, combate. El mayor problema para un emisor es lograr que la muchedumbre crea y combata. En esa línea de acción, no es suficiente decir la verdad. La dificultad reside en cómo se trasmite esa verdad. Se trata de allanar la resistencia al cambio, se trata de sustituir una “verdad” por otra verdad en la mente, se trata de romper la resistencia de los hábitos. El campo de batalla fundamental de la política es la mente, y entre mejor comprendamos como funciona el cerebro, mejor comprenderemos como opera el posicionamiento.[7] Desentrañar cómo opera el posicionamiento es prácticamente resolver las dificultades del cambio social porque la hegemonía de clase se define en la conciencia de los hombres. Y ese es el problema fundamental de nuestra época: Capitalismo o socialismo. Mariátegui, hace más de 80 años, nos dejó una frase que describe perfectamente la crítica situación que vivimos: el capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía.[8] Hoy, la mayor dificultad sigue siendo cómo desplazar el posicionamiento del liberalismo económico en la mente de los hombres.

El posicionamiento de la burguesía se sostiene en los sentimientos y aspiraciones de las muchedumbres; no obstante, la base de esa hegemonía es su mayor debilidad. El capitalismo explota las aspiraciones de éxito individual; pero, el éxito de unos es la ruina de otros. El capital convierte el egoísmo en una virtud, y los hombres persiguen objetivos particulares y limitados, entregados a la servidumbre de una necesidad egoísta. La ambición de riquezas, la insania por el monopolio, mueve la maquinaria de la superabundancia, descartando toda posibilidad de un control racional de la oferta y la demanda. Egoísmo, más y más egoísmo; ambición, más y más ambición; codicia, más y más codicia; es la fórmula de éxito del capital que desliza al hombre más y más bajo que los animales. Esta espiral de desarrollo condujo al mundo financiero internacional a la “casi desintegración del sistema bancario del mundo occidental”[9]. Y, demasiado pronto, en la época de la globalización de los mercados, los hombres caerán en cuenta que se marcha hacia la conformación de un solo gran monopolio a costa de la ruina de millones de pequeños y medianos emprendedores.

La efectividad de la palabra, entonces, tiene que ver con el contenido y la forma del discurso. El éxito de un político proviene de su habilidad para evocar sentimientos y aspiraciones en los receptores. El emisor debe tener claro a quien se dirige y para qué se dirige. El emisor se dirige al receptor como género humano y como criatura de una clase social. Y, no sólo debe tener presente lo anterior sino que la efectividad del verbo esta vinculada a la maestría para dirigir y controlar el antagonismo de la contradicción. (La contradicción es el reconocimiento de intereses opuestos que se desenvuelven en medio de contradicciones y a través de contradicciones.)

Los hombres, desde tiempos inmemoriales, se comunican para resolver problemas que derivan de la acción conjunta. Los impasses se resuelven en el camino y la solución germina en el debate. La controversia aparece porque los intereses particulares (de nación, clase o personales) se anteponen a los intereses generales (humanos). Muchas veces las naturales diferencias entre los hombres se acrecientan y envilecen los procesos por un desacertado manejo de las contradicciones. Si bien es cierto que las antitesis existen al margen de nuestros deseos; también, es cierto que el hombre es único en su género por su capacidad para dirigir y controlar el desenvolvimiento del antagonismo de la contradicción. István Mészáros en La teoría de la enajenación de Marx señala: “Solamente el individuo humano real es capaz de realizar la unidad de los opuestos (vida pública-vida privada; producción-consumo; hacer-pensar; medios-fines)”[10]; sin lo cual, no seria posible siquiera discutir la superación de la enajenación. Ciertamente, de otro modo, la especie humana estaría condenada a la miseria eterna de sucumbir al antagonismo de la contradicción en una espiral de violencia sin fin.

En la vida política, quienes miran desde lejos la lucha de clases o simplemente la imaginan se deleitan jugando a la guerra de papel. Estas personas trasladan las leyes de la guerra que enfrenta conjuntos contra conjuntos, clases contra clases, naciones contra naciones, a las contradicciones entre individuos. Las contradicciones entre individuos pueden expresar las diferencias absolutamente naturales entre seres de una misma especie y clase social. Pero, también pueden señalar el antagonismo de la contradicción de sujetos de una clase contra sujetos de otra clase. Algunos interpretes de la tesis de Lenin (la unidad de los contrarios es relativa y la lucha, el antagonismo de los contrarios, es absoluta), extremando sus conclusiones se han deslizado por el camino de generalizar el antagonismo y “menospreciar” la identidad, es decir “su aspecto no antagónico”.[11] La esencia de la dialéctica es la condición de las cosas y fenómenos de ser y no ser a la vez. Por eso, Lenin agregaba: “La distinción entre subjetivismo (escepticismo, sofística, etc.) y dialéctica, (…) consiste en que en la dialéctica (objetiva) la diferencia entre lo relativo y lo absoluto es ella misma relativa. Para la dialéctica objetiva hay un absoluto dentro de lo relativo. Para el subjetivismo y la sofística lo relativo es sólo relativo y excluye lo absoluto.”[12] Así, por ejemplo, en la contradicción capital-trabajo, el aspecto no antagónico hace posible la coexistencia, convivencia y colaboración entre obreros y burgueses. El trabajador y el patrón, atados por un cordón umbilical, desde el principio de su tiempo, dependen el uno del otro y cada cuál tira hacia su lado; el primero por mejoras salariales, de trabajo, etc.; el segundo por arrancarle al otro mayor plusvalía, más tiempo de trabajo. El tira y afloja hacia uno u otro extremo es lo permanente. Pero, la voluntad del trabajador como la del patrón puede coincidir en un aspecto y divergir en otro. Es decir, se corresponden pero al mismo tiempo son excluyentes. La constante es la tensión y la distensión lo variable. Si esta relación entre clases antagónicas fuese aplicable a las relaciones intra clase o intrafamiliar la vida seria un infierno, plagada de conflictos. En la dialéctica de los distintos (por ejemplo, el matrimonio), la distensión es la constante y la tensión es lo variable que sólo aparece cuando las diferencias se transforman en antagonismo de los opuestos.

En determinadas circunstancias, la dialéctica de los distintos se convierte en dialéctica de los contrarios, y las diferencias se transforman en antagonismo como consecuencia de las contradicciones de clase. El debate entre Mariátegui y Haya de la Torre es un claro ejemplo de lo anterior; asimismo, es testimonio fehaciente de la efectividad de la palabra. El Perú de la década del veinte del siglo pasado fue escenario de un enconado conflicto entre proletariado y burguesía. La polémica Haya-Mariátegui, representantes de la pequeña burguesía y el proletariado, puso en escena dos prototipos en el trato de las contradicciones, es decir, con la verdad y con el embuste. José Carlos Mariátegui lleva al debate ideas y móviles definidos. Ideas que privilegian el contenido y la esencia de las cosas. En ese sentido pertenece a una falange de hombres y mujeres de verdad. Pero, verdad o embuste responde a intereses de clase, a motivaciones económicas, a razones políticas. Las clases que detentan el poder político defienden sus privilegios con todo lo que esté a su alcance. Su instinto los conduce a pensar que ellos mismos son todopoderosos y que el pueblo no vale nada. Ellos se sobrestiman y subestiman a los demás. La razón es que no sólo necesitan engañar a otros, sino también engañarse a sí mismo; de otra manera, no podrían vivir. La mentira y la estafa es parte de su naturaleza de clase. Todas sus habilidades, destrezas o artificios para sobrevivir se canalizan a través del infundio. Además, cuando los argumentos escasean se recurre al expediente fácil de difamar al oponente, al insulto y la calumnia. ¿Es extraño ese comportamiento? En modo alguno, es el sello característico de la política burguesa.

Mayo, 24 2010

Edgar Bolaños Marín

[1] Emilio Breu Gómez, Canek, Historia y leyenda de un héroe Maya, Pág. 110

[2] Actas de la Primera Conferencia Comunista Latino Americana, junio 1929, editado por la revista “La correspondencia sudamericana, Buenos Aires, Pág. 190

[3] Ricardo palma, Las tradiciones peruanas, Tomo II, Pág. 42

[4] “Una sabia y conocida anécdota árabe dice que en una ocasión un Sultán soñó que había perdido todos los dientes. Después de despertar, mandó a llamar a un adivino para que interpretase su sueño. / -¡Qué desgracia, mi señor! -exclamó el adivino-, cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad. / -¡Qué insolencia! -gritó el Sultán enfurecido-, ¿cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡Fuera de aquí! / Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos. Más tarde ordenó que le trajesen a otro adivino y le contó lo que había soñado. / Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo: / -¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada. El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes. / Iluminóse el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó le dieran cien monedas de oro. Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado: / -No es posible!, la interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer adivino. No entiendo porqué al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro. / -Recuerda bien, amigo mío -respondió el segundo adivino-, que todo depende de la forma en el decir. / Uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender el arte de comunicarse. / De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. / Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, mas la forma con que debe ser comunicada es lo que provoca en algunos casos, grandes problemas. / La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura ciertamente será aceptada con agrado.” Véase en: http://pildorasdesabiduria.blogspot.com/2010/05/y-una-fabula-clasica-con-moraleja.html

[5] JCM, Peruanicemos al Perú, Tomo 11, Ob. Completas, Pág. 118: “La tradición, en tanto, se caracteriza precisamente por su resistencia a dejarse aprehender en una fórmula hermética. Co­mo resultado de una serie de experiencias, -esto es de sucesivas transformaciones de la realidad bajo la acción de un ideal que la supera consultándola y la modela obede­ciéndola-, la tradición es heterogénea y contradictoria en sus componentes. Para reducirla a un concepto único, es preciso contentarse con su esencia, renunciando a sus diversas cristalizaciones.”

[6] JCM, Peruanicemos al Perú, Tomo 11, Ob. Completas, Pág. 80-81

[7] Jack Trout, Introducción a El Nuevo Posicionamiento, Octubre 1995

[8] JCM., La crisis mundial y el proletariado peruano, La Organización del Proletariado, Pág. 27

[9] Comentario de Financial Times, del 28/10/08, después de la “quiebra” del sistema financiero norteamericano.

[10] István Mészáros, La teoría de la enajenación de Marx, Ediciones Era, México, 1978, Pág. 174

[11] Mao Zedong, Citas del Presidente Mao, Edición 1966, Pág. 48

[12] Lenin, Cuadernos filosóficos, Tomo XLII, Ob. compl., Pág. 328

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