martes, 26 de octubre de 2010

DOS CREADORES ABSOLUTOS




Lenin y Mariátegui

Octubre 1917 - 1928 Octubre 2010


Hace miles de años, el padre de la estrategia Sun Tzu, aconsejaba: “Si no puedes derrotar a tu enemigo, únetele”. De ese modo, el paganismo romano derrotó al “monoteísmo” cristiano; y, siglos después, el socialismo pequeño burgués venció al socialismo proletario. Marx triunfó con Lenin; pero, Proudhon ganó la batalla después de la muerte de Lenin. La ilusión del equilibrio se impuso a la natural e inevitable contradicción. Proudhon, el doctrinaire, busca en la lucha de contrarios la síntesis; pero, la síntesis para él es el equilibrio.[1] Los “buenos” deseos de Proudhon prevalecen sobre el movimiento y la contradicción y el error se impone a la verdad objetiva. El equilibrio, como es notorio para toda persona medianamente informada, sólo puede ser relativo porque el movimiento (lucha) es absoluto.

Después de Mariátegui, debajo de la epidermis proletaria, vive agazapado el punto de vista pequeño burgués que tiene en Proudhon uno de sus mejores representantes. Hasta hace algunos años había, en el movimiento socialista peruano, quienes fundaban su estrategia en la búsqueda del equilibrio socio-económico y en el desarrollo subjetivo. La dialéctica subjetiva a lo Plejánov - Ravines prevalecía sobre la dialéctica objetiva a lo Lenin - Mariátegui.

Lenin y Mariátegui fueron dos creadores absolutos. Dos gigantes en el siglo XX.

Los revolucionarios son por naturaleza, inconformes, iconoclastas, herejes cuando se proponen encontrar respuestas. La herejía les sirve para hallar la solución. Cuando la encuentran y entran en posesión de ella, la herejía cesa de ser útil. Una vez en el dominio y disfrute de la solución: la transforman en dogma. A esa transformación se refiere José Carlos Mariátegui, en su magistral Defensa del Marxismo: “La herejía individual es infecunda. En general, la fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus posibilidades de devenir un dogma o de incorporarse en un dogma.”[2] Podemos afirmar, en consecuencia, que la herejía es la madre de todos los dogmas. En los orígenes del cristianismo, la idea de un Dios-Hombre fue el punto de quiebre con el monoteísmo judío y el mundo pagano. En esa ruptura o punto de quiebre se encuentra el combustible que mantiene viva la flama cristiana. La utopía de Cristo quebrantaba las antiguas reglas de poder y en la herejía cristiana residía la potencia del nuevo dogma.

Descubierto el remedio el hombre se aferra a la solución dando origen a la ortodoxia en la religión, la política o la ciencia. La ortodoxia, de una parte, cuando no tiene en la heterodoxia su contrapeso, conduce al dogmatismo, a la ceguera, frente a lo inevitable: el cambio. La heterodoxia, de otra parte, sin un método y una doctrina, navega sin rumbo ni objeto en medio de las agitadas aguas de la imaginación. Y la imaginación voltejea a una velocidad loca pero inútil en torno a todo y a la vez nada.

Leonardo da Vinci, el “discípulo de la experimentación”, rechaza el principio de autoridad y la idea de creer en las palabras frente a la contundencia de los hechos. La máxima “Nullius in verba” (no hay que creer en las palabras de nadie) le convirtió en hombre de ciencia. Creer y no creer es un postulado básico entre los hombres de ciencia. La constante de Einstein tiene la velocidad de la luz como velocidad límite a la que ninguna otra puede sumarse. Esta constante es una verdad como un templo para los hombres de ciencia pero al mismo tiempo la asumen con escepticismo. La ciencia no se queda petrificada ante una “verdad” o dogma. La ciencia sólo alcanza nuevas cumbres revisando, modificando, abandonando las viejas verdades, los viejos dogmas. Los socialistas convierten “la verdad al fin descubierta” de Marx, Lenin, o quien fuera, en dogma (ortodoxia). Pero, el dogma, sólo puede desarrollarse a través de la herejía (heterodoxia) y la herejía es la superación del dogma.

En la historia objetiva (no la que escriben los hombres para su propia gloria), la dialéctica lo penetra todo relacionando ortodoxia y heterodoxia, fe y razón, orden y desorden, disciplina y rebeldía, dogma y herejía. Estas señalan diferentes aspectos de la conducta humana. Actitudes o comportamientos que si se enseñan u obran por separado responden al mezquino interés de las clases explotadoras. Ese es el trasfondo que distingue los dos métodos en la administración del poder: Mandar Mandando de los explotadores y Mandar Obedeciendo de los explotados.

Ahora bien, si entendemos que toda CREACIÓN HUMANA emerge a la vida como una herejía. Entenderemos que José Carlos Mariátegui fue un hereje y, por cierto, no cualquier hereje. Comprenderemos que el trato recibido después de muerto no fue fortuito. Ni tampoco es una ironía, en la historia de los partidos comunistas, que el espíritu de la “santa” inquisición viva en el movimiento comunista.

Cristo fue un hereje en su tiempo y fue crucificado. Mariátegui fue otro hereje y fue tratado como un apóstata. Si el santo oficio purificaba a los herejes en la hoguera; el doctrinarismo de izquierda los condena a muerte, al ostracismo, la exclusión y, hasta la obra escrita, es objeto de latrocinio. Mao Zedong criticando ese estilo fariseo decía que hay “dos maneras de matar: una con el fusil y la otra con la pluma.”[3] Las cabezas no crecen en las macetas como las flores: “La historia demuestra que una vez caída una cabeza, no hay cómo volver a unirla al cuerpo, y que con ella tampoco ocurre lo que con los puerros, que vuelven a crecer luego de cortados. Si cortamos equivocadamente una cabeza, no hay manera de rectificar el error, aunque lo deseemos.”[4] Lenin, por su parte, nos sugiere que el monopolio del poder es el punto de partida de la descomposición de cualquier organización económica, política o social.[5]

El socialismo de los Soviets brota de la lucha de clases y se sostiene en un marxismo dinámico y antidogmático; pero, con el tiempo, ese marxismo se va fosilizando y empantanado. Y la escolástica y el dogmatismo terminan dominando su praxis.

El partido bolchevique, en tiempos de Lenin, era un organismo vivo, agitado por conflictos ideológicos, por desacuerdos sobre la estrategia, el análisis de la situación y las tareas de la organización. Cada uno de esos hombres participaba sin reservas en la lucha política, tomaba partido por tesis opuestas: se enfrentaban entre sí con firmeza e inclusive con violencia verbal pero ninguno se sometía fácilmente. Sus relaciones personales eran el resultado de un largo pasado de discusiones y polémicas, de luchas y compromisos, de acuerdos y antagonismos, de rencores y fraternidades en la victoria o en la derrota.[6]

El monopolio del poder y la censura de los medios de comunicación enterraron las huellas de un marxismo creativo. Los guardianes de la herencia leninista respondieron al reto de la historia sólo como guardianes. Y los guardianes jamás podrán volar a la altura de las águilas. El talento de Lenin no encontró paralelo después de su muerte. Los genios nacen y se inventan en la experimentación científica, la lucha de clases y la producción material. En cambio el doctrinarismo parasita, en la obra de los maestros, porque está más preocupado en la integridad del legado que en la RECREACIÓN de la realidad. Imita a los maestros. No es auténtico, verdadero, original. La vida no consiste en buscarse a sí mismo, sino en crearse a sí mismo, decía George Bernard Shaw. El doctrinarismo se escandaliza de la más pequeña “mutilación” o interpretación diferente a la “interpretación auténtica”. La anteojera funciona en una sola dirección, y los militantes no pueden ni siquiera fisgonear hacia otro lado. Así la palabra se transforma en vehículo de coerción para asegurar la lealtad de la militancia (política o religiosa).

Marx o Mariátegui hace mucho dejaron el reino de la tierra, pertenecen al “reino de los cielos”. No es la cabeza de Marx ni la de Mariátegui la que determina el itinerario de la lucha de clases. No hay camino, camino se hace al andar. Nosotros construimos nuestro propio camino, apoyándonos en el método de Marx, recreando la realidad, y por ende la teoría, en la variabilidad de posibilidades que la lucha de clases presenta en nuestro tiempo. El rumbo de la lucha de clases se desenvuelve al margen, y la más de las veces en contra, de la conciencia individual. La conciencia es un producto de las contradicciones sociales y, a la vez, como la conciencia reacciona sobre las contradicciones aquélla tiene la posibilidad de modificar la materia. Sin embargo, el socialismo no puede definirse por adelantado. Ni pueden elaborarse modelos de socialismo. El socialismo es el resultado, por su naturaleza fundamentalmente imprevisible, del desarrollo de las contradicciones del capitalismo. Pero, los doctrinarios de izquierda se alucinan profetas, intransigentes en sus anteojeras, en su dogmatismo, terminan convirtiendo el socialismo en un cliché, en una fórmula de “fácil” realización, estéril y muerta.

Mariátegui desaparece de la escena política en abril de 1930. A partir de ese momento se impone la concepción lineal de la ortodoxia. El punto de vista del petit bourgeois prevalece en medio del desconcierto e inmadurez de los hombres del proletariado. Un marxismo de anteojeras se impone. Este piensa la historia de la clase obrera como el desarrollo de una línea única que se abre paso entre desviaciones y revisiones. Esta concepción lleva al exclusivismo personalista (caudillismo) y al sectarismo organizativo (fanatismo) que menosprecia y censura a los competidores. Es más, ese partidismo enfermizo se corresponde con un cretinismo doctrinal que altera la esencia de la teoría. Hace de la teoría un rito. En lugar de hacer uso de la teoría, para analizar la realidad social, se la apropian como un icono al cuál adorar. Esta es la base para el culto al individuo, para el servilismo y el autoritarismo.

En la multitud un fósforo presume
del futuro penacho.
(Poema Poema A Dios, Ese Pajarito Mandón de Julio Cortázar)


¿Qué ha pasado con ese marxismo vivo que se revitaliza permanentemente en la lucha de clases? En La enfermedad infantil del izquierdismo Lenin había advertido: “¡Nuestra teoría no es un dogma, sino una guía para la acción… Los revolucionarios rusos, desde la época de Chernishevski acá, han pagado con innumerables víctimas su ignorancia u olvido de esta verdad. Hay que conseguir a toda costa que los comunistas de izquierda y los revolucionarios de Europa occidental y América fieles a la clase obrera paguen menos cara que los atrasados rusos la asimilación de esta verdad.”[7] Y ciertamente hemos pagado con millones de víctimas la ignorancia u olvido de esa verdad irrefutable. En 1920 aconsejaba a los revolucionarios del mundo que aprendan de los errores de los rusos y no se precipiten en un dogmatismo miope y enfermizo. Pero, después de Lenin, los funcionarios de partido, evangelizaron el marxismo trastocándolo en un código de fórmulas válidas para todo tiempo y lugar. El cretinismo doctrinal había enervado el marxismo transformándolo en un corpus teórico, rígido e inerte.

Pero el marxismo es un método fundamentalmente dialéctico. No se reduce a un conjunto de ideas elaboradas por Marx y Engels, por el contrario –dice José Carlos Mariátegui-, es continuado por hombres como Lenin que nos prueba, en la política práctica, con el testimonio irrecusable de una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx[8]. Vale decir, el marxismo es un método, que ha revolucionado la manera de entender la historia, de enfrentar la vida, de pensarla hasta en sus más insignificantes detalles. El marxismo ha arrancado a los explotados del marasmo y el conformismo y es percibido como el pensamiento de la clase obrera. El marxismo habita en el cerebro de los obreros revolucionarios. La palabra “marxismo” resume un complejo mundo de pensamientos con los cuales los explotados se piensan, piensan su historia y piensan el capitalismo en su conjunto, en su movimiento contradictorio, en su sometimiento y rebelión, y a partir de ese pensamiento impersonal elaborado por sus “intelectuales orgánicos” se constituyen determinadas formas organizativas para responder a la opresión y explotación del capital. ¡Ese es el marxismo militante de los revolucionarios pensantes y operantes!

Actualmente, en el desarrollo del pensamiento, se tiende hacia la formación de un “cerebro” colectivo, que marcará el fin del marxismo, y de toda doctrina, cuando éstas se conviertan en parte orgánica del pensar humano. El dogma o mito social mueve montañas; pero, el doctrinarismo, encadena las potencialidades del sujeto social. Son los hombres quienes como por “arte de magia” mutan las teorías (perfectibles) en doctrinas (“perfectas”), y son ellos mismos los que las arrojarán al tacho de basura. Mientras el hombre enajenado exista sobre la tierra las teorías se convertirán en doctrinas. Mientras no se libere la potencia revelada, en la fuerza de producción multiplicada (clase obrera), el individuo concreto no podrá emanciparse como individuo distinto pero universal. Esa es la razón de que los militantes socialistas transfiguren el marxismo y lo conviertan en doctrina; es decir, en un sistema cerrado, auto justificador y dogmático. Pero, el marxismo no es ni puede ser una teoría acabada. El marxismo no es ni puede ser un sistema cerrado. El marxismo no es ni puede ser una ciencia concluida. El marxismo es una teoría que se desarrolla en medio de contradicciones y a través de contradicciones. Lo cuál no es nada extraño; pues, es el modo natural de desarrollo de la humanidad.

La crítica al doctrinarismo es una constante en Mariátegui. El Mensaje al Segundo Congreso Obrero de Lima (1927) es continuado con su Defensa del marxismo de septiembre 1928 – junio 1929. En éste punto, debemos advertir lo que el mismo José Carlos en noviembre de 1928 escribiera: “El libro que daré a Babel se titula Defensa del Marxismo porque incluiré en él un ensayo que concluye en el próximo número de Amauta, y que revisaré antes de enviarle. Como segunda parte va un largo ensayo: Teoría y Práctica de la Reacción, crítica de las mistelas neo-tomistas y fascistas. El subtítulo de la obra será siempre POLEMICA REVOLUCIONARIA.”[9] Su alegato opuesto a las revisiones negativas de los hombres de la II Internacional se distinguía, sin menoscabo, de la crítica al doctrinarismo de izquierda en la III Internacional. Dos años antes, en 1926, ya había marcado distancia con el estólido dogmatismo de la Internacional Comunista. En enero de ese año escribe “La agonía del cristianismo” de don Miguel de Unamuno en el que, sin lugar a equívocos, dice: “Marx no está presente, en espíritu, en todos sus supuestos discípulos y herederos. Los que lo han continuado no han sido los pedantes profesores tudescos de la teoría de la plusvalía, incapaces de agregar nada a la doctrina, dedicados sólo a limitarla, a estereotiparla; han sido, más bien, los revolucionarios, tachados de herejía, como Georges Sorel —otro agonizante diría Unamuno— que han osado enriquecer y desarrollar las consecuencias de la idea marxista. El “materialismo histórico” es mucho menos materialista de lo que comúnmente se piensa.”[10]

José Carlos Mariátegui, al afirmar que sólo hay posibilidad de progreso y de libertad dentro del dogma, en junio de 1929, puso en jaque al doctrinarismo. El dogma –dice el autor de los Siete Ensayos– es entendido aquí como la doctrina de un cambio histórico. Y mientras el cambio se opera, continúa José Carlos, mientras el dogma no se transforma en un archivo o un código de una ideología del pasado, nada garantiza como el dogma la libertad creadora, la función germinal del pensamiento.[11] Mariátegui al relacionar dogma y herejía, ortodoxia y heterodoxia, dejaba sin piso al doctrinarismo que opone esos conceptos como si no tuvieran relación. La metafísica trata la dialéctica de los conceptos –reflejo en el cerebro del movimiento real–, como realidades “conceptuales” separadas –absolutamente opuestas–, que se niegan o rechazan la una a la otra. Esa es una manera de negar el encanto dialéctico de conceptos que no tienen significación el uno sin el otro. Marx decía el lenguaje es la conciencia práctica (La Ideología Alemana) porque “lo concreto es concreto, ya que constituye la síntesis de numerosas determinaciones, o sea la unidad de la diversidad.”[12] Mal grado la intolerancia de los doctores del marxismo de ayer y hoy. La homogeneidad es la unidad de la heterogeneidad. El doctrinarismo de izquierda se sostiene en la ilusión de la “homogeneidad” del pensamiento, vale decir, el rebaño como política. El sueño burgués de la política de los clones. Fantasía imposible porque los hombres son en gran medida producto de las circunstancias y las circunstancias son variables como la vida misma.

Las obras imperecederas son producto del ingenio humano. Muchas de éstas quiebran las reglas, destruyen los viejos dogmas, debilitan las tradiciones culturales o científicas, sustituyéndolas por nuevos paradigmas. Una nueva idea produce un gran revuelo entre los hombres del vulgo. Es el momento en que se produce un punto de quiebre, y como tal, genera reacciones “naturales” en ciertos sectores interesados o involucrados. Isaac Asimov comenta, en su conferencia El futuro de la humanidad, que la resistencia, generalmente, viene de aquellos grupos que enfrentan una pérdida de influencia, status, dinero, etc., como resultado del cambio; pero, nunca declaran la razón de su resistencia. Por el contrario, siempre dicen que es por el bien de la humanidad. Por ejemplo, cuando las diligencias llegaron a Inglaterra, –relata Asimov– los propietarios de los canales fluviales objetaron. No porque ellos perderían dinero, aunque lo perdieran, sino porque temían por la humanidad. Argumentaban: ya que las diligencias corrían a unos veinticinco kilómetros por hora, decían, el aire que golpearía a los pasajeros, según el Teorema de Bernoulli, absorbería todo el aire de sus pulmones. El viejo recurso de apelar a la ciencia contra la ciencia. La razón de la sinrazón.

Romper las reglas establecidas es, en todo tiempo y lugar, una herejía. Recrear la realidad es cambiar el status quo y, por tanto, es otra herejía. Y como los revolucionarios son “herejes” en potencia, los Torquemadas, siempre estarán listos para empalar a los blasfemos, a los sacrílegos, a los sospechosos de pensar con cabeza propia. Esta escuela es tan antigua como la propiedad privada. En el siglo XX revive en el movimiento comunista como doctrinarismo de izquierda. Esta corriente pretende sobrevivir en contra de las leyes de la física. La física moderna demuestra que nada es compacto y parejo y, mucho menos, homogéneo; siempre existen pequeñas grietas u ondulaciones que en modo alguno desdicen la singularidad del objeto.

En los últimos meses, Gustavo Pérez, con la agudeza que lo caracteriza, viene sustentando que todavía existe una tendencia dogmática en el movimiento socialista peruano. Esta tendencia se esfuerza –inconscientemente- en “sacralizar” el “¿Qué Hacer?” de Lenin[13]. Pero, lo cierto es que esa “sacralización” no se limita a la obra de Vladimir Ilich. Los dogmáticos, de hoy como de ayer, la hacen extensiva al “marxismo” en su conjunto que ha sido transfigurado en una “doctrina” omnisciente, todopoderosa y acabada. El doctrinarismo transforma la obra de cualquier “parroquiano” en cosa divina cuando es simplemente humana. La izquierda doctrinaria aparentemente asume una defensa cerrada del “marxismo leninismo” pero, en verdad, lo corroe desde dentro. Estos son una suerte de defensores del Santo Grial que se autoproyectan más marxistas que Marx, más leninistas que Lenin, más maoístas que Mao, más etcéteras que etcétera; pero, en el fondo, su mediocridad sólo les alcanza para delirios de grandeza mientras su egotismo, su narcisismo, enfermizo y decadente, se entretiene en disquisiciones de cafetín y butifarra.

En 1929 Mariátegui voltea la mirada hacia el pasado inmediato, resumiendo el período previo a la constitución del Partido Socialista del Perú: “La represión de junio (1927), entre otros efectos, tuvo el de promover una revisión de métodos y conceptos y una eliminación de los elementos débiles y desorientados en el movimiento social. De un lado se acentúa en el Perú la tendencia a una organización exenta de los residuos anarcosindicales, purgada de ‘bohemia subversiva’; de otro lado aparece clara la desviación aprista. Uno de los grupos de deportados peruanos, el de Mejico, propugna la constitución de un Partido Nacionalista Libertador. Haya define al APRA como el Kuo Ming Tang latinoamericano. Se produce una discusión en la que se afirma definitivamente la tendencia socialista doctrinaria, adversa a toda forma de populismo demagógico e inconcluyente, y de caudillaje personalista.”[14] Ese es el entender de JCM de la facción orgánica y doctrinariamente homogénea del primer gran partido de masas y de ideas de toda nuestra historia republicana.

Después de Lenin la supremacía teórica se reduce a la cosificación y codificación de la teoría marxista. La tradición del marxismo se limita a una fórmula: materialismo histórico/materialismo dialéctico. El redescubrimiento de Marx, Rosa Luxemburgo, Lenin, Mariátegui, después de la segunda guerra mundial saca en claro que el marxismo es mucho más rico que las fórmulas de la escuela de Stalin. Ese redescubrimiento hace posible que el movimiento político retorne a Marx en lo internacional y continúe a Mariátegui en lo nacional.

Edgar Bolaños Marín

Tacna, 25 de octubre 2010

[1] Carta de Marx a Annenkov, Bruselas, 28 de diciembre de 1848, Correspondencia Marx – Engels, Editorial Cartago, Bs. As. 1973, Pág. 20-21

[2] JCM, Defensa del Marxismo, Versión Electrónica

[3] Mao Zedong, Critica a las reaccionarias ideas de Liang Shu–Ming, Tomo V obras escogidas , Versión Electrónica

[4] Mao Zedong, Sobre diez grandes relaciones, Tomo V obras escogidas , Versión Electrónica

[5] Lenin en Imperialismo fase superior del capitalismo escribe “Pero la tendencia al estancamiento y a la descomposición inherente al monopolio, sigue obrando a su vez, y en ciertas ramas de la industria, en ciertos países, por períodos determinados llega a imponerse.”

[6] JCM, Trotsky y la oposición comunista, La organización del Proletariado, Pág. 40

[7] V.I. Lenin, La enfermedad infantil del izquierdismo, Versión electrónica

[8] JCM, Defensa del Marxismo, Versión electrónica

[9] Carta de JCM a S. Glusberg, Lima, 7 de noviembre de 1928.

[10] JCM, Signos y Obras, Pág. 113

[11] JCM, Defensa del Marxismo, Versión electrónica

[12] Karl Marx, Fundamentos de la Crítica de la Economía Política (Esbozo de 1857-1858), Editorial de Ciencias Sociales, Cuba, 1970, Tomo I, Pág. 38. Hegel en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio (Bs. As., Claridad, 1975, Pág. 60) escribe: “Sólo el concepto como algo concreto e incluso toda certeza en general es esencialmente en sí mismo una unidad de determinaciones diferenciadas.”

[13] Véase: Lenin, Mariátegui y el partido de masas de Gustavo Pérez Hinojosa, difundido en medios electrónicos.

[14] JCM, Antecedentes y desarrollo de la acción clasista, La organización del proletariado, Pág. 215

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