lunes, 5 de septiembre de 2011

EL FENÓMENO PARTIDARIO


El fenómeno partidario

Alirio Montoya
Rebelión

04-09-2011

Para tratar de comprender el génesis, su justificación y la naturaleza de los partidos políticos, requiere ineludiblemente el hecho de proyectar una visión hacia los acontecimientos políticos, sociales y económicos de los siglos XVIII, XIX y XX, sobrevenidos en Europa. El abordaje de este tema más que político es sociológico, tanto en cuanto la sobrepoblación fue un aliciente para justificar el fenómeno de la representatividad política en los diversos parlamentos o asambleas en Europa.

Cuando aparece ese factor de la sobrepoblación, más que todo en las zonas urbanas de las principales ciudades de Europa, surgen ciertos grupos que comparten sus mismos intereses en común, sus mismas costumbres, formas de pensar y muchas veces la misma posición social. Esa profundización de la urbanización de los siglos XVIII y XIX vino a acelerar más el surgimiento de las “facciones”, y la ascendente burguesía al aparecer los partidos políticos los utilizan como mecanismo de control de aquellas medidas de gobierno desde y para el parlamento. Es entonces cuando le dan forma a agrupaciones que más tarde se le conocieron como “facciones” que son en sí las que dieron paso a los partidos políticos.

En otras palabras, hay una transición por la que tuvo que pasar la sociedad sin necesidad de violencia. Esta violencia vino después, manifestándose como una agresión de algunos partidos políticos en contra de las mayorías populares. De tal manera, Benjamín Constant nos ilustra al decir que “La institución de la representación, como mecanismo a través del cual la deliberación pública y las decisiones de gobierno se trasladan desde el titular de la soberanía democrática (el pueblo) hacia sus agentes (los representantes), establece la frontera histórica y teórica entre la democracia antigua o directa y la moderna o representativa.

Ostrogorsky fue el primero en hablar sobre el surgimiento de los partidos políticos, posteriormente fue Maurice Duverger, dándole forma a lo que ellos le llamaron “Teoría Institucionales”; las cuales ponen acentuación en las relaciones con el parlamentarismo. Para Duverger en este sentido los partidos políticos se desarrollaron a manera de organizaciones auxiliares de las nacientes cámaras representativas, con el objetivo de controlar la clasificación y quehaceres de los miembros de la asamblea. Por tanto, es procedente hablar de formaciones políticas de origen interno como el Partido Conservador inglés; o también de formaciones políticas externas –nacidas desde y para la sociedad- tal como el Partido Laborista inglés de aquella época.

Algunos señalan que es en ese momento, en el Reino Unido donde aparecen los partidos políticos. En lo personal difiero con esa idea, puesto que en la postrimería de la Revolución Francesa (1779), ya existían facciones o partidos políticos tales como los guirondinos o el partido de los moderados, así también los jacobinos, conocidos como el partido de la montaña o simplemente los radicales. Estos partidos controlaban lo que era la Asamblea Nacional o Convención Nacional, en la cual se debatía el camino y forma de gobierno que debía prevalecer en Francia.

Es procedente hacer mención al prototipo de los políticos de hoy en día, incluso políticos salvadoreños de todas las corrientes de pensamiento ideológico; me refiero a Josep Fouché, un traidor y conspirador de primera línea. La noche anterior en la que la Convención Nacional iba decidir si guillotinar o no a Luis XVI, Fouché, miembro del partido de los guirondinos, el partido moderado, toman la decisión unánime de perdonarle la vida a Luis XVI. Fouché en cuestión de minutos redacta su discurso y se los lee a sus compañeros del partido. El siguiente día, el día de la Convención Nacional, Fouché entra a la Convención, los del partido de la montaña, los radicales jacobinos dirigen improperios contra el que antes era el Rey de Francia, la plebe respalda a los jacobinos; Fouché solamente observa como todo un experto en matemáticas, percibe que la balanza se va inclinando en contra del Luis XVI.

Le toca el turno de dar su voto nominal y público a Fouché, sube al atrio y pronuncia la tenebrosa y estremecedora palabra: Le Morte. Sus compañeros del partido moderado se quedan perplejos, aquel Fouché que se había comprometido a dar el voto para que no guillotinaran a Luis XVI de repente traiciona a sus compañeros. Pero el cinismo de un político de la talla de Fouché no tiene límites, justifica y razona su voto: “Si le perdonamos la vida a este asesino, todos los ladrones, violadores y asesinos de Francia caminarán con su cabeza erguida”, sentencia.

Eso mismo ocurre en la trastienda de nuestra Asamblea Legislativa. Los que antes proliferaban consignas en contra de la dolarización ahora la defienden. Los enemigos del pueblo a veces hacen requiebres a favor de la gente aunque de manera hipócrita y cínica; aprueban un Decreto Legislativo, el famoso 743, y después se repliegan al clamor popular y piden su derogatoria. Quienes se abstuvieron –no es que votaron en contra-, se resistieron en un inicio a derogarlo. Por fin hubo algún arreglo y el polémico Decreto 743 fue derogado. ¿Y el pueblo, el soberano, qué papel jugó en eso? Ese es el enorme problema de la Democracia Representativa, una vez en el poder se desvinculan de quienes les han dado el mandato, un mandato imperioso concedido por el pueblo. Es tiempo de ir pensando en buscar la manera de transitar de la Democracia Representativa hacia la Democracia Participativa.

El fenómeno partidario le está causando mucho daño a la sociedad salvadoreña, porque no hay un compromiso serio con el pueblo. En épocas de elecciones bajan de las cumbres a enrolarse a la gente más incauta, con promesas que van desde cambio de modelo hasta mejoras en las condiciones de precariedad en que vive el pueblo salvadoreño, pero al final vienen las privatizaciones de las instituciones del pueblo. ¿Cuál es el rol del pueblo dentro de Casa Presidencial o dentro de la Asamblea Legislativa? Ninguno. Es necesario entonces crear un partido radical, un partido antisistema. Porque la distinción entre izquierda-derecha no es significativa en esta coyuntura política, los primeros tienden a impulsar la intervención del Estado en las políticas económicas y sociales; mientras que la derecha puja para que no cambie el orden establecido sobre la pátina de la “libertad”, mientras que la izquierda lanza sus consignas a favor de la “igualdad”.

El asunto de estos partidos sistémicos –izquierda y derecha-, es que en el fondo no quieren cambiar el orden establecido. Esa usanza de sindicar los partidos en izquierda-derecha apegados a definiciones teóricas respecto de su ideología a nivel estatutario sirve únicamente de atractivo para posibles militantes o correligionarios. Los partidos políticos que intentan llegar al poder con las mismas reglas del régimen político son llamados por muchos politólogos como “partidos moderado dentro del sistema”. En cambio, hay partidos de la izquierda revolucionaria que a la vez que rechazan el régimen imperante tal cual se encuentra estatuido, se esmeran por pugnarlo por medios más o menos legítimos, con el claro y manifiesto objetivo de cambiar ese régimen de opresión antes que cambiar el gobierno, a estas formaciones políticas les llaman partidos antisistema o extremistas.

Pero los partidos llamados radicales o antisistema son estigmatizados. Un ejemplo bastante ilustrativo se da en España, en donde la Izquierda Anticapitalista y el Partido Comunista de las Tierras Vascas, son acosados incluso por el mismo PSOE. Sin duda alguna la misma suerte correría cualquier partido de esa naturaleza en nuestro país, pero como diría José María Vargas Vila: “Vencidos, pero no vendidos”.

*El autor es de El Salvador, América Central, analista político de izquierda.
Blog del autor: http//:alimontoyaopinion.blogia.com

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