miércoles, 2 de mayo de 2012

PARA TEJER LA RED - 07: LA RED PRECOLOMBINA

ESPACIO Y TERRITORIO SAGRADO (2-3)
Jair Zapata Torres

Relaciones de telares del mundo Arhuaco. El telar del Mundo Kogi.

En tal sentido, el pensamiento sistémico (Capra 1996) permite realizar lecturas de los principios esenciales de organización, en las que emergen las interacciones e interrelaciones entre las partes. Estas partes no están aisladas y la naturaleza del conjunto es siempre distinta de la mera suma de las partes; el planteamiento sistémico, advierte que las propiedades de las partes solo se pueden comprender desde la organización del conjunto. Por lo tanto, el pensamiento sistémico no se concentra en los componentes básicos sino en los principios esenciales de la organización, además, es contextual, en contrapartida al analítico y encuadra dentro del contexto de un todo superior. Estas realidades se sustentan en la idea de urdimbres y tramas que ordenan al mundo como un tejido de redes dentro de redes. Así la visión sistémica parte de la cosmovisión y se refleja en el pensamiento y en la cultura. La urdimbre es lo que se comparte, lo que es semejante, lo que permite la comunicación y las metas comunitarias. La trama es lo diferente, lo propio, lo que está dentro de la urdimbre nos hace únicos. (Restrepo 2002). Así, los territorios sagrados guardan la memoria ancestral representada en la urdimbre.

Los territorios sagrados engendran dentro de sí mismos una soberanía que les permite actuar como centros ordenadores de unidades mayores, pero que al mismo tiempo se relacionan con otros centros ordenadores, generando redes organizativas que se tejen para configurar un mundo-tejido que simula un gran telar (Dolmatoff 1975) donde se constituye el universo. Cada espacio sagrado conectado con otros espacios entra en comunicación con otros seres y configuran una especie de telaraña unida al gran centro desde donde se cuida y se ejerce el control de todas las manifestaciones del contexto. Así, el territorio sagrado constituye la lógica que las distintas comunidades adoptan para la construcción y simbolización de su entorno.

El sol es el gran tejedor de vida, que irradia conocimientos a través de su movimientos (equinoccio y solsticio) determinando los rumbos y los mundos, el arriba y el abajo, la luz y la oscuridad, como relaciones complementarias que tejen un sistema operativo ordenador de espacios comunitarios en que la cruz multidimensional toma importancia en la explicación del centro y el entorno como relaciones intrínsecamente ligadas a la construcción de un pensamiento sistémico que ordena el territorio a partir de un punto como centro del universo y desde allí se relacionan con otros puntos que engendran las redes de la unidad.

El paisaje sagrado está pleno de contenidos simbólicos y significados, que respaldan los conocimientos de los pueblos indígenas como un entorno natural y humano, que ha permanecido históricamente dentro de los parámetros ancestrales donde se insertan formas tecnológicas que se integran al territorio generando conceptos de desarrollo alternativos a las manifestadas hasta la actualidad. Esta perspectiva permite a las futuras generaciones tener unas reflexiones diversas de su entorno, en el que aparecen otras posibilidades de explicar los fenómenos que desencadenan un conocimiento del territorio como explicación de un universo singular, representados en los territorios sagrados, las cuales determinan las características esenciales de la simbolización territorial que establecen mediante el uso y manejo del territorio como unidades relacionadas con sus contextos culturales.

La espacialidad territorial indígena, corresponde a la delimitación ancestral y simbólica, que representa el territorio sagrado y las dinámicas propias de significar al universo de manera física y real. Los símbolos representan los dominios ancestrales, los seres espirituales que permanentemente interactúan con el universo y los humanos, que se manifiestan en los espacios geográficos sagrados (montañas, valles, lagunas, piedras, árboles, pozo de los ríos), estos, orientan los procesos de supervivencia y de cuya permanencia dependen la existencia de los distintos seres. Dichas relaciones simbólicas configuran la ritualidad como un proceso espiritual de “pagar” por los beneficios recibidos, estos se manifiestan en los mitos, costumbres y tradiciones, que se trasmiten de generación en generación expresando la razón de ser y existir de los pueblos indígenas y sus territorios.

Estas relaciones que se tejen entre los espacios y territorios sagrados contienen la esencia del lienzo que enmarca el telar de la vida, donde las nociones de urdimbre y trama generan unas correspondencias entre el cosmos y el mundo real, como lo expresa la cosmovisión Kogi, en el que la tierra se concibe de forma plana y cuadrada, tal como un telar. Por encima de esta superficie terrestre se escalonan otras tierras más, todas en forma de telares y sujetas a diversas divinidades, cada nivel hacia abajo o hacia arriba siendo mas reducido en extensión que el anterior, configurando las forma de las dos pirámides unidas por sus bases. Al combinar entonces los dos elementos simbólicos, tienen como modelo del cosmos un telar atravesado por un uso perpendicular. Este modelo expresa las observaciones astronómicas. Las dos varas horizontales representan las líneas solsticiales, cada una delimitada por el cruce de las esquinas que indica las salidas o la puesta del sol en los días del 21 de junio y 21 de diciembre. La línea equinoccial (21 de marzo y 21 de septiembre) está representada por la varita central del telar que, al sacarla del tejido terminado, permite desplegarlo hacia arriba y hacia abajo.(Dolmatoff 1975)

Estas representaciones que se establecen se verifican en los templos sagrados, centros ceremoniales, las montañas, las lagunas y lugares sagrados.

Las relaciones de comunicación las refiere Urbina (2004) en una analogía de la telaraña que se deposita la fuerza en el abuelo desde su banco y se ensimisma depositando en su corazón los problemas apalabrados. Los medita ubicándolos. Visualiza su corazón y lo deja vacío de voces. Siente su cuerpo rodeando su corazón. Siente su cuerpo en el campo iluminado por el candil. Siente ese campo. Siente los rincones oscuros de la maloca y su encumbrada techumbre. Él es la maloca. La maloca es su cuerpo. Es la antena de su pensar. En su sentir sale de la maloca y se extiende en derredor. Su pensamiento-cuerpo, como una sensible red de araña, se va entretejiendo con los huertos, con los terrenos de caza, con el río, hasta hacerse uno solo con el territorio de su tribu. Y todo desde su “banco de contar historias” La red de pensamiento del Sabedor toca otras redes. Él sabe que a esas horas en otros lugares otros pensadores indígenas hacen lo mismo. Sienten el Gran Árbol. Enmarcan en él, la cotidianidad, lo piensan, lo cuidan. Para eso son jefes. Esta territorialidad simbólica y cultural se diferencia de las categorías constituidas por el estado, como son las geográficas, agrarias, político administrativas (municipales) y otras, las formas simbólicas parecen ser representaciones territoriales estructuradas de acuerdo a una lógica interna propia de las culturas. Distintas investigaciones, han hablado del concepto de territorio como la noción de un espacio geográfico y social propio, bordeado de fronteras porosas que explican los conceptos etno-territoriales cuyos espacios comunitarios están relacionados con circuitos de culto que articulan el territorio tradicional.

Las tradiciones en el uso y el manejo del espacio y el territorio en los pueblos indígenas han evolucionado por distintas circunstancias. Desde la época prehispánica hasta la colonia los rasgos que prevalecieron tuvieron relación directa con la naturaleza y el cosmos, generando usos y manejos del espacio acorde con las necesidades propias de los pueblos y su evolución cultural. (…)

Finalmente la noción del territorio se configura a partir de las construcciones de unidades complejas y articuladas entre sí, que se posee, se cuida y se defiende de manera comunitaria, en el que se plantean distinciones entre los ámbitos de lo doméstico, de los cultivos, del monte o el bosque, las montañas y el río. Estas categorías se reconocen y se vinculan entre sí, como ámbitos que pertenecen al mundo de lo terrenal, como un espacio intermedio. Entre el mundo superior y el mundo inferior (Duque Et al 1997), es decir, es aquí donde dialoga el pensamiento y la acción en una relación de armonía que se genera a partir de la complementariedad. Bajo esta representación, la distinción de los ámbitos que reconocen los pueblos indígenas en sus relaciones con el entorno, se determinarán las manifestaciones que estos espacios generan en la vida de los pueblos indígenas, colectiva e individualmente. Es necesario aclarar que estos ámbitos están relacionados de manera sistémica a través de redes que tejen la unidad y materializan la realidad. (…)

Las dinámicas y tendencias se manifiestan en la simbolización territorial van mas allá de una simple “ordenación” o configuración de las dinámicas espirituales y culturales, que se vinculan con los comportamientos sociales de las comunidades y suscitando distintas maneras de manejo y apropiación del territorio, estas manifestaciones establecen una visión diferente del territorio, configurando las unidades físico-espaciales-espirituales que identifican y explican cada lugar, sin embargo, el colonialismo al que está sometido el pensamiento no indígena, no ha logrado trascender mas allá de un reconocimiento teórico de la diversidad cultural que convendría inscribir dentro concepto de la aceptación de diversas cosmovisiones y sus estándares valorativos diversos y hasta contrarios a los valores de la ética universal. (Sentencia T-254-94) de tal forma que se genere una nueva manera de vislumbrar la relación de los pueblos indígenas y el estado permitiendo una construcción dialéctica de sus normas, de sus orígenes y sus dinámicas propias como una efectiva valoración de diversidad. (…)

Para estas comunidades los “planes de vida” han sido procesos importantes para visionar el futuro de sus comunidades, cuyos argumentos se fundamentan en las acciones culturales y tradicionales para la permanencia, las cuales revelan los principios básicos de relación con la madre tierra y por tanto con la vida, por ello la ley primera o ley de origen es de primer orden y en consecuencia concebir a un indígena sin tierra es desarraigarlo de su origen, de su vida y su madre. (…)

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Nota.- Urdimbre es el conjunto de hilos que se colocan en el telar longitudinal y paralelamente para formar un tejido. Trama es el conjunto de hilos cruzados con los de la urdimbre y colocados en sentido transversal de un tejido. Posiblemente, cuando el ser humano empezó a hilar y tejer, empezó a relacionar el tejido con su organización y entorno, dando categorías definidas a su red vecinal, municipal, regional, estatal.

Como nuestra realidad es un hecho histórico, si el Activista no capta la necesidad de un Perú Integral, el Socialismo Peruano no podrá utilizar la sabiduría precolombina para Tejer la Red. Y no podremos dejar atrás el urdir (maquinar) ni el tramar (intrigar)

Ragarro
02.05.12

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