MALAS TENDENCIAS. EL DEBER DEL EJÉRCITO Y EL DEBER DEL ESTADO
1.- UN INCIDENTE
Bulla en un portal:
-¡Claro! ¡Eso no puede ser! ¿Qué significa, entonces, el ejército? ¿Es que así estamos?
Y voces encontradas:
-¡Esos militares no han hecho bien! ¡Ha sido un abuso! ¡Hay que llamarlos al orden!
-¿Pero qué pasa? –inquirimos nosotros.
Entonces nos contaron que en un semanario aparecido el sábado se registra un artículo en que se recomienda al Perú ser bueno y rico antes que ser fuerte, y se sostiene que el ejército carece todavía, entre nosotros, de toda la autoridad moral que necesita. Algo así, poco de menos.
-¿Y qué?
-¡Que ese artículo estaba firmado por un periodista joven y culto!
-¿Y qué?
-Que esta tarde han ido a buscar a ese periodista algunos militares y lo han ofendido, en su imprenta.
Nos quedamos boquiabiertos.
-¡No puede ser! -gritamos al fin-. Habrá sido un incidente provocado por alguna otra cosa. ¡Cómo! ¿La autoridad moral del ejército puesta en duda por ese joven periodista se va a defender con la violencia? ¡Es un error! ¡No puede ser!
Y nos separamos con la intención de convencernos.
En palacio ya estaba la noticia sofocando al ministro de la guerra. Era él, valgan verdades, el primer sorprendido:
¡Ya sé! -nos dijo-. Acabo de impartir órdenes eficaces para reprimir este abuso. Estoy contrariadísimo.
Y a fe que con él va a estarlo todo el mundo. Ese periodista atacado ayer tiene una foja de servicios honrosa en el periodismo y en la literatura. No es un cualquiera. Merece, por sus dotes, el aprecio que le concede el público. Podrá estar equivocado; pero en su espíritu cabe el convencimiento de su error, si alguien se lo prueba. Y sobre todo, en el Perú los periodistas podemos discutir todas nuestras instituciones democráticas, inclusive el ejército.
¡No faltaba más!
-Señor ministro de la guerra -le dijimos con todo el respeto que nos merecen él y el ejército-, ¡no es a trompadas como se prueba la autoridad moral!
Y el ministro, felizmente para el país, nos dio la razón.
Luis Fernán Cisneros
En La Prensa: Lima, 25-VI-1918
2.-BORRADOR DE CARTA
Señor don Pedro Ruiz Bravo, director de El Tiempo”
Pte.
Muy señor mío:
El comportamiento un tanto reticente y otro tanto desleal de Ud. Ante la agresión de que he sido objeto en las oficinas de “El Tiempo”, violadas y vejadas por el tumultuoso grupo de oficiales del ejército que la perpetró, me hace sentir el deber imperioso de apartarme de este diario al cual me trajeron, con la complicidad dolorosa de mi abulia y mi inquietud, solicitaciones de usted.
Habría tenido Ud. El derecho para mostrarse asolidario con un redactor a quien no debiera UD. cooperación tan intensa, perseverante y abnegada como la mía. Cooperación, señor Ruiz Bravo, que para mí no ha representado sino la esterilización baldía de dos años de mi juventud y mi contaminación con esos pecados, huachaferías y errores cuya repulsa he tenido que sepultar en el fondo de mi alma.
Pero conmigo, señor Ruiz Bravo, no ha tenido usted jamás derecho para portarse inconsecuentemente. Usted no necesita que yo se lo diga por qué. Mejor se lo dirá siempre su conciencia.
Advierta Ud. Que no me quejo contra “El Tiempo”. Sólo me quejo contra Ud. Si me quejase “El Tiempo” mis reproches caerían injustamente sobre mis muy queridos, buenos e inteligentes compañeros que siempre me han rodeado con un cariño, una simpatía y un aliento que yo jamás sabré merecer bien.
Y sepa Ud. Finalmente que me retiro de “El Tiempo” afligido por la amargura de desgarrar un compañerismo y una camaradería dueños de todas las devociones de mi corazón.
Sírvase Ud. Dar hospitalidad en las columnas de su diario a esta carta cuya publicación creo indispensable por varios motivos.
Su atto. y S.S.
(José Carlos Mariátegui)
Texto mecanografiado, sin firma, conservado en el archivo familiar.
Ha sido publicado en su Correspondencia.
Nota de la edición facsimilar
3.-LANCE DE HONOR MARIÁTEGUI – VÁSQUEZ BENAVIDES
Ciudad, 25 de junio de 1918
Señores don Alberto Secada y doctor don Lauro Ángel Curletti
Pte.
Muy señores y amigos míos:
Un grupo de oficiales del ejército me ultrajó ayer en la redacción de “El Tiempo” en la forma relatada hoy por la prensa, a causa de un artículo mío, que ha sido mal interpretado.
Deseando una explicación satisfactoria o la reparación correspondiente, ruego a ustedes, mis buenos amigos, se sirvan demandarla del teniente José F. Vásquez Benavides, uno de los oficiales que encabezaban el grupo y quien declaró reiteradamente que asumía la responsabilidad del acto.
Hago de ustedes mis más autorizados poderdantes.
Y les pido me tengan como su más agradecido y afmo amigo.
José Carlos Mariátegui.
4.- MARIÁTEGUI EXPLICA SU ARTÍCULO DE “NUESTRA ÉPOCA”
Un acendrado fervor doctrinario y un noble ardimiento patriótico me impulsaron a publicar, ayudado por escritores tan bien intencionados como yo, el periódico “Nuestra Época”, Y esos mismos sentimientos me inspiraron el artículo sobre el ejército cuya resonancia estruendosa, conservadora y terrible conturba mi ánima en estos momentos de fiebre y de bullicio.
Mi artículo no fue un estudio del problema militar. Fue únicamente un sumario de mis ideas sobre ese problema. Fue un índice de mis observaciones. Fue, luego, muy poco.
Demasiado tiene que asombrarme, pues, que ese artículo que quiero que todos miren como un arranque de mi sinceridad más pura, haya producido acontecimientos tan graves y tan dolorosos. Porque jamás pude aguantar que algunas palabras mías trastornaran la tranquilidad pública de tal manera honda y expresiva.
Y como, antes que escritor soy peruano y soy patriota, me apena tanto esta sucesión de sensibles escenas que estoy a punto de arrepentirme de haber escrito las cuatro cuartillas que así han conmovido a la república.
Me transformo en espectador. Y contemplo primero el ataque a un hogar periodístico y a un escritor. Contemplo enseguida la solidaridad contra la censura arrancada a la superioridad por ese ataque. Contemplo finalmente, una actitud que arredra e intimida al gobierno.
Y naturalmente siento entonces la responsabilidad de estas conmociones. Miro en ellas una secuela de mi artículo. Y me pregunto si valía la pena expresar una convicción a tan cuantioso precio.
No he sido yo el ofensor
Antes de pasar adelante he de aclarar el alcance de las palabras mías que han soliviantado a la oficialidad joven y susceptible. No lo he hecho ya porque no se avenía con mi dignidad de escritor responder a un ataque con una explicación, por altiva que esta explicación fuese. Ahora tengo que hacerlo porque es mi responsabilidad quien me pide la explicación.
Dice el párrafo de mi artículo mal interpretado en el ejército: que “la oficialidad está compuesta, en un noventa por ciento, por gente llevada a la escuela militar unas veces por la miseria del medio y otras veces por el fracaso personal”.
Y bien.
Esta no es una ofensa al ejército. No lo es por la intención. No lo es por los términos. No lo es por la idea. La miseria del medio nos aflige a todos. En país rico y activo la gente puede elegir libre y fácilmente el empleo de su capacidad. En un país pobre e inerte no ocurre lo mismo. La gente más apta suele ser vencida por la miseria del medio. La miseria del medio es más fuerte que su aptitud. El fracaso personal no es por ende una culpa ni es, mucho menos, una vergüenza. Es una consecuencia frecuente y triste del estado económico del país.
Yo, pues, no le he reprobado ni le he inculpado nada a la oficialidad. Tan solo le he discutido la vocación militar. Y no le he discutido desde un punto de vista lesivo para su honor ni para su orgullo. Se la he discutido tan solo desde un punto de vista panorámico y general.
Creo oportuno un ejemplo. Y considero que es el ejemplo que puedo presentar con más sinceridad es, sin duda alguna, el ejemplo mío. Si yo me gobernara, en vez de que me gobernara la miseria del medio, yo no escribiría diariamente, fatigando y agotando mis aptitudes, artículos de periódico. Escribiría ensayos artísticos o científicos más de mi gusto. Pero escribiendo versos o novelas yo ganaría muy pocos centavos porque, como este es un país pobre, no puede mantener poetas ni novelistas. Los literatos son un lujo de los países ricos. En los países como el nuestro los literatos que quieren ser literatos -o sea, comer de su literatura- se mueren de hambre. Por esto, si mi mala ventura me condena a pasarme la vida escribiendo artículos de periódico, automatizado dentro de un rotativo cualquiera, me habrá vencido la pobreza del medio. Seré un escritor encadenado al diarismo por el fracaso personal.
Luego no se puede decir sensatamente que yo haya ofendido a la oficialidad. He hablado sin circunloquios y sin disfraces porque así es mi costumbre. Pero no he hablado con procacidad.
Sin embargo, llevo mi honradez hasta el extremo de averiguar el origen probable de la equivocación de la oficialidad que me ha juzgado mal. Y me imagino encontrarlo. Mi artículo, como más arriba lo declaro, no fue sino un índice de mis opiniones. Cada opinión mía apareció en ese artículo mío sin las comprobaciones por la sencilla razón de que las comprobaciones de cada opinión habrían ocupado un artículo entero. Ha sido tal vez por esto que no se me ha entendido bien. Una opinión cualquiera, extraída de ese índice, ha sido suficiente para causar tal cual alarma o tal cual aprensión en los ánimos tropicales y nerviosos que nos rodea,
Un voto que es una esperanza
Tanto gesto desmandado y agrio, tanta voz altisonante y dura y tanto comportamiento penoso y anormal podrían hacerme desesperar del ejército de mi patria. Podrían hacerme caer en el pesimismo más acerbo. Podrían hacerme pensar que había llegado para las instituciones peruanas una hora de desquiciamiento sombrío. Podrían hacerme suponer que habíamos entrado en un período de pleno y absoluto señorío de la fuerza y de sus coacciones.
Pero quiero tener fe en los destinos del Perú. Para tenerla necesito olvidarme de que se me ha atacado por haber emitido mis ideas. Y bien. Me olvido de que se me ha atacado. Un arrebato, un estrépito me parecen cosas muy propias de la psicología personal. Y, sobre todo, creo indispensable razonar por encima de ellas.
Mi aspiración actual y vehemente es la aspiración de que el ejército del Perú no se aparte de su deber. De que el ejército comprenda la austeridad de su rol. De que el ejército no olvide que es tradicionalmente la institución donde se conciertan, guardan y cultivan las virtudes más caballerescas, pundonorosas y bizarras.
Y mi aspiración, por ser muy intensa y muy grande, es una esperanza.
José Carlos Mariátegui
En El tiempo: Lima, 27-VI-1918
5.- RENUNCIA DEL MINISTRO DE GUERRA
Señor Dr. D. Francisco Tudela y Varela, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de Estado en el despacho de Relaciones Exteriores:
Los acontecimientos realizados en el seno del Ejército, a raíz de un artículo publicado en un semanario de esta capital, me ponen en el caso de renunciar, irrevocablemente, al cargo de Ministro de Guerra y Marina, con que se sirvió honrarme el Jefe del Estado a propuesta de usted.
Le ruego se digne expresar al Señor Presidente de la República mis agradecimientos por las reiteradas pruebas de confianza que le he merecido y aceptar al mismo tiempo, con mi adhesión personal, mi consideración más distinguida.
Dios guarde a usted.
C. A. de la Fuente
En La Crónica: Lima, 27-VI-1918
Nota.- Ante el artículo comentando “el deber del Ejército” un grupo de oficiales agredió verbal y físicamente a JCM. Quien comandó el ataque fue el teniente Vásquez Benavides, primer oficial de ancestro africano que llegó a General del Ejército, y en su retiro fue Presidente del Club de Fútbol Alianza Lima, de “los grones” Pero la procaz agresión provocó crisis ministerial con renuncia del Ministro de Guerra.
El artículo que “Un acendrado fervor doctrinario y un noble ardimiento patriótico” lo impulsaron a publicar, confirma que desde 1918, nauseado de política criolla, JCM se orientó “resueltamente hacia el Socialismo” Entonces, el punto de partida para el Activista del Socialismo Peruano es ¡Nausearse de política criolla!
Ragarro
13.07.12
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