martes, 21 de agosto de 2012

6 DE AGOSTO, LA ÉPICA VICTORIA DE JUNÍN - 02



Un Tema de Actualidad


Danilo Sánchez Lihón

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Y en apenas veinte minutos están revirtiendo la contienda. Necochea estaba herido y hecho prisionero y acaba de ser rescatado. Miller huía y ha vuelto. Y en estos momentos contraataca, encerrando a la caballería enemiga entre dos frentes.

Bolívar emprendió la fuga, se dice que para apurar a la infantería, y ver si con ella algo aún se puede salvar.

Pero, en estos momentos, más bien se persiguen a las escuadras realistas. Y Canterac deja el campo de batalla sin creer lo que sus ojos están viendo.

Y es que nunca antes la caballería española había sido abatida de ese modo. Nunca antes había sido tan horrendamente acuchillados y atravesados los jinetes por las lanzas enemigas, aún antes de la Reconquista de España y la expulsión de los moros.

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345 cuerpos de jinetes del ejército realista han quedado regados en el campo de batalla. 400 caballos ensillados con todos sus aparejos pasan a manos del ejército patriota. 17 jefes y oficiales del Ejército del Rey yacen muertos en la pampa. 80 prisioneros, entre jefes y soldados, restañan sus heridas.

No ha habido un solo disparo, ninguna explosión que produjera humo, ninguna detonación ha denigrado ni contaminado esta ara del sacrificio. Una ley sacrosanta ha querido que este sea un rito y una gesta heroica.

No lo ha mancillado el humo de ninguna detonación ni la pólvora de ninguna cobardía. Todo ha sido zumbido de espadas. Todo fuerza del músculo y del coraje.

Ha sido una contienda épica, como nunca viera la historia en un lugar tan alto, en donde las únicas testigos son los cuerpos celestes y las galaxias. En una altura en que el aire se enrarece, la tierra está escarchada y crece aquella paja brava que es el ichu, entre el sueño y la utopía de América.

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Ya ha cesado el combate. Ya se detuvo la persecución.

La trabazón ha sido feroz, tanto que la mitad de muertos patriotas en esta contienda ha sido de los Húsares del Perú, que han quedado regados en el campo.

Algunos cuerpos aún yacen colgados del estribo de los caballos que relinchan y se sacuden impacientes.

Los jinetes del ejército realista del general Canterac sobrevivientes finalmente han emprendido la fuga más humillante durante largos siglos en que no habían sido abatidos.

La masa de bronce de la caballería del Regimiento Húsares del Perú, que se ha investido de gloria esta tarde, en su gran mayoría provienen de Trujillo, Chiclayo, Lambayeque y de la cuenca del Mantaro.

Pero, no nos engañemos: no son blancos, ni altos, ni lucen uniformes rojos con azul, estampados de sutaches dorados.

No nos equivoquemos, son gente del pueblo, como nosotros.

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Los Húsares del Perú es un ejército de montoneros mestizos, la mayoría cetrinos, que han combatido en guerra de guerrillas al ejército colonial, que los teme como a nadie.

Para que no quepa dudas, todos visten de poncho, a ratos increíblemente colgado del hombro. Y todos tienen un lazo envuelto que cuelga de la silla de sus caballos.

En su mayoría usan un sombrero gacho de lana de vicuña en la cabeza.

Como armas tienen espadas, cuchillos, lanzas o picas que manejan con increíble destreza.

Ellos ya se han enfrentado en cientos de escaramuzas al ejército español.

Ellos mismos se han organizado y no reciben pago alguno de nadie.

700 peruanos se han incorporado en Rancas al ejército libertador el día 3 de agosto, es decir hace tres días. Y ellos son los que han dado la victoria.

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Cuando los primeros mensajeros han llegado hasta el refugio de Bolívar y le han dado la noticia de la victoria este no podía creerla.

– ¡Imposible! –Ha sido la palabra más frecuente que ha salido de su boca.

Su expresión ha sido de incredulidad total, hasta ver el parte de batalla que le enviara el General Miller, escrito apresuradamente a lápiz.

Informado por la unanimidad de los jefes su primer gesto ha querido inmortalizar la gloria de la caballería peruana dictaminando que el nombre de Húsares del Perú pase a denominarse Húsares de Junín, decisión a su vez desacertada.

Sin embargo, el General La Mar, jefe de la división peruana ha mandado llamar al teniente José Andrés Rázuri, natural de San Pedro de Lloc, población muy cerca de Trujillo, sobre quien pende orden de fusilamiento, y a quien interroga.

Tras amonestarle severamente con gesto adusto por su intolerable indisciplina, le dice de manera tajante:

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– Supongo que usted conoce el Código Militar.

– Sí, mi general

– ¿Entonces, que significa cambiar una instrucción en el campo de batalla?

– Pena de muerte inminente e inapelable.

– ¿Es usted totalmente consciente de ello?

– Sí, mi General.

– Entonces, ¡deme una razón valedera y convincente por la cual no deba yo fusilarlo! O, ¿quiere morir?

– Amo la vida, mi General.

– Quiero decirle primero que soy consciente, y todo el ejército patriota lo sabe, que a usted se debe la victoria de esta tarde, pero ya sabe que en este tipo de decisiones los resultados no cuentan, cualesquiera que hayan sido.

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– Sí, mi General.

– ¿Entonces? Dígame una razón.

– Si me permite, le diré dos: La primera: Decidí arriesgar mi vida porque continúa el complot en contra del Ejército del Perú, que se nos dejó fuera de la batalla en nuestro propio suelo.

Aludía a que esos dos escuadrones Bolívar los había desestimado completamente. Ni los tomó en cuenta. Los dejó en la retaguardia por olvido o por desprecio.

– Esta aseveración agrava su situación. ¿Y la segunda?

– Vi la huella de nuestros sueños entre la yerba y la escarcha en la pampa de Junín. Y consideré que nuestro ejército debía seguir esas huellas.

La Mar se queda largo rato mirándolo:

– Usted me ha dado dos razones trascendentes. Y admiro su coraje, ¡soldado!

Y levantándose de su asiento lo abrazó efusivamente.

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Ahora bien: ¿por qué fue importante la victoria de Junín? Por lo siguiente: el arma principal del ejército español en tierra siempre fue la caballería, desde tiempos inmemoriales. Y jamás significó tanto destrozar esa moral, como esta vez. En esta batalla se destruyó un mito. Y ya sin mito el ejército realista dejó de ser invicto.

En Junín el ejército patriota venció al arma de caballería del ejército español, considerada imbatible. Así como sucumbió la Armada Invencible española de Felipe II, el 31 de julio de 1588 ante el ataque inglés, así en las pampas de Junín los montoneros del Regimiento Húsares del Perú asestaban el golpe mortal a las tropas de caballería del Rey español.

La gloriosa caballería realista sufrió su revés más total y profundo. Nunca antes la caballería española había sido vencida de esa manera. El caballo soberbio y piafante hasta cuando muere, había sido para los aborígenes la muestra de que los conquistadores eran dioses.

A partir de ahora el caballo ya no estaba más en las manos del conquistador sino en las nuestras.

CAPULÍ, VALLEJO Y SU TIERRA
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Nota.-

Danilo Sánchez Lihon, a través de Capulí, Vallejo y su Tierra, difunde sistemática y perseverantemente diversos aspectos de nuestra historia, de nuestros personajes históricos. Con ocasión de un nuevo aniversario de la histórica Batalla de Junín, (6 de agosto de 1824) presentó este artículo, que Un Tema de Actualidad colabora en su difusión en dos entregas (14 de agosto, 21 de agosto)

Es muy cierto que la batalla estaba perdida. Es muy cierto que la orden recibida por el teniente José Andrés Rázuri fue cambiada (“Escapen” por “Ataquen”) Es muy cierto que este cambio decidió el resultado de la batalla. Es muy cierto que la indisciplina recibía castigo severo según el Código Militar. Es muy cierto que “Húsares del Perú” era escuadrón peruano de 700 voluntarios.

“¡Debería ser fusilado, pero a usted se debe la victoria!” No podía ser otro el resultado de la investigación al término de la batalla.

En el SMO (Servicio Militar Obligatorio) lo primero que había que aprenderse de memoria era que “las órdenes de cumplen sin dudas ni murmuraciones, porque el superior que las imparte es el único responsable, no siendo dable reclamar sino después de haberlas cumplido” Si el teniente Rázuri la hubiera cumplido, ¿a quién podía haber reclamado después?

Danilo Sánchez Lihon narra los sucesos de la batalla como corresponsal de guerra, como si hubiera estado presente. Tal se presenta al lector la fidelidad del relato, cual si fuera de un reportero presencial. Es una “fiel reconstrucción de los hechos” que sirve de ejemplo para todo escritor. Y para tenerla siempre presente.

Ragarro
21.08.12

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