El escándalo que ha significado el hecho
que el ejército y gobierno peruanos, en su combate a las columnas narco
senderistas en el VRAEM, recurra a la represión indiscriminada y el terror
sobre las poblaciones de la zona, las más pobres y olvidadas del Perú,
incluyendo el secuestro arbitrario de niños pequeños para presentarlos como
“rescatados” del terrorismo, y ahora el asesinato de una niña de 8 años,
arrojada a un barranco y silenciada en los informes oficiales para ocultar el
hecho, es un símbolo de lo que este gobierno representa en el proceso histórico
y político del país.
Esencialmente,
se trata de una opción política que se convirtió en significativa y logró el
gobierno, en base a la idea programática esencial de “hacer la diferencia”. Es
decir, romper la continuidad de cosas que viene desde la dictadura
fujimontesinista y la democracia subsecuente, caracterizada por el ultra
neolibearalismo económico, cuya principal característica es el privilegio
desembozado de los grandes poderes económicos; el autoritarismo represivo anti
popular, la corrupción desatada de la clase política, el centralismo limeño, el
racismo encubierto pero operante contra los pueblos indígenas, campesinos y
pobres de la ciudad; el uso psicosocial de los monopolios mediáticos limeños; y
el sabotaje de los procesos de integración regional soberanos para favorecer
las iniciativas de libre comercio impulsadas por los poderes económicos y
políticos internacionales.
En
poco más de un año de gobierno, esta opción ha dejado de hecho de existir, y
asumido de manera cabal la continuidad esencial de esos procesos. Por más que
intenta presentar las derrotas propinadas a ese continuismo por las poblaciones
en resistencia, como Cajamarca, Espinar y otras, como si fueran decisiones
“progresistas”, de cambio; y lo mismo ocurre con las medidas salariales y
programas sociales, clientelistas, existentes desde la dictadura bajo
diferentes nombres y formas, y ahora para colmo cada vez más entrampadas por
los neoliberales que controlan todos los resortes decisivos del gobierno.
La
consecuencia lógica, inevitable, de este continuismo económico y político, ha
sido la continuidad de la represión anti popular, con cifras récord de
asesinato de ciudadanos manifestantes en protestas sociales, todos ellos base
activa de esta opción política y de su triunfo electoral.
Este
nuevo escándalo, que muestra la continuidad en el plano de la política de
gobernar superficialmente a través del uso de los psicosociales, inaugurada por
el fujimontesinismo, muestra también la última de las
continuidades, quizás la más crucial de todas, la de la falta de honestidad.
Si
hubo una característica que permitió a la pareja presidencial sintonizar con la
necesidad estructural de cambio de grandes sectores del país y representarla
políticamente fue que estos sectores los vieron “honestos” y la honestidad en
el Perú neoliberal es un rasgo de radicalidad política. Así lo señalaba el
eslogan electoral: “Honestidad para hacer la diferencia” y la consigna
programática: “Radicalismo ético”. Ahora, se cae, de hecho, objetivamente, este
último rasgo de diferencia.
No
puede ser de otro modo, y es que la renuncia a hacer la diferencia requirió
“deshacerse” de los cuadros técnicos, profesionales e intelectuales que
sustentaban la opción por la diferencia. En términos políticos progresistas, se
trataba de hecho de los mejores. Necesariamente, debieron quedarse con quienes
su principal, sino su único, mérito es la incondicionalidad y la falta de
crítica y escrúpulos para defender cualquier cosa que el gobierno haga. He ahí
la explicación de la mediocridad y la torpeza extralimitada que alcanzan las
medidas y declaraciones oficiales, pero también del acelerado proceso de
descomposición ética que se hace evidente.
Con
toda seguridad no será ni mucho menor la última situación de este tipo. La
deshonestidad, así como la represión anti popular, más allá de las personas,
son una necesidad estructural del sistema neoliberal y autoritario peruano, y
con absoluta certeza las seguirnos sufriendo.
No
hay forma de evitarlas si se ha optado por la continuidad. Y la continuidad es
clara y real para la gente, por más que se intente desesperadamente, otra vez
en la vana creencia que la superficialidad psicosocial puede remplazar la
realidad, de nombrarla como “cambio gradual”.
Y
es apenas el primero de cuatro años.
Ricardo Jimenez A.
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