miércoles, 17 de octubre de 2012

CRISIS TERMINAL 13 ACUMULACIÓN GLOBAL - 5: COMERCIO EXTERIOR Y TERCER MUNDO




TacnaComunitaria



DESTRUCCIÓN EN SUDÁFRICA

            “Hasta el sexto decenio del siglo pasado, en la colonia de El Cabo y en las repúblicas Boers, reinaba una vida totalmente campesina. Los Boers llevaron durante largo tiempo la vida de ganaderos nómades, quitándoles los mejores pastos a los hotentotes y cafres,a los que exterminaban o expulsaban. En el siglo XVIII, la peste, transportada por los barcos de la Compañía de las Indias Orientales, les prestó excelentes servicios, extinguiendo tribus enteras de hotentotes y dejando libre el suelo para los inmigrantes holandeses. En su avance hacia el Este tropezaron con las tribus bantús e inauguraron el largo período de las terribles guerras de cafres. Los devotos holandeses, lectores de la Biblia, tan orgullosos de su severidad puritana de costumbres y su conocimiento del Antiguo Testamento, que se consideraban como “pueblo elegido”, no se conformaron con robar las tierras de los indígenas, sino que se establecieron para vivir como parásitos a costa de los negros, a quienes obligaron a prestarles trabajo de esclavos, corrompiéndolos y enervándolos sistemáticamente. El aguardiente desempeñó en esta misión un papel tan esencial, que su prohibición por el gobierno inglés en la colonia de El Cabo fracasó por la oposición de los puritanos. En general, la economía de los Boers siguió siendo preferentemente patriarcal y de economía natural durante el sexto decenio. Téngase en cuenta que hasta 1859 no se construyó en Sudáfrica ningún ferrocarril. Cierto que el carácter patriarcal no impidió en modo alguno que los Boers dieran muestra de su dureza y brutalidad más extremas. Como es sabido, Livingston se quejó mucho más de los Boers que de los cafres. Creían que los negros eran un objeto destinado por Dios y la naturaleza para prestarles trabajo de esclavos y ser una base tan imprescindible de su vida patriarcal, que respondieron con la emigración a la supresión de la esclavitud en las colonias inglesas en el año 1836, a pesar de la indemnización de 3 millones de libras esterlinas a los propietarios perjudicados. Los Boers salieron de las colonias de El Cabo atravesando el Orange y el Vaal; empujaron a los matabeles al Norte, más allá de Limpopo y se tropezaron con los makalakas. De la misma manera que el granjero americano, obligado por el capital, impulsaba a los indios hacia el Oeste, así los Boers empujaron a los negros hacia el Norte. Así, pues, las “repúblicas libres”, establecidas hoy entre el Orange y el Limpopo, surgieron como protesta contra el ataque de la burguesía inglesa al derecho sagrado de la esclavitud. Las mínimas repúblicas campesinas sostenían una lucha de guerrillas permanente con los negros bantús. Y, con la disculpa de los negros, se estableció una guerra de varios decenios entre los Boers y el gobierno inglés. El pretexto para el conflicto entre Inglaterra y las repúblicas fue la cuestión de los negros, es decir, la emancipación de los negros que, al parecer, perseguía la burguesía inglesa. En realidad, la lucha se hacía entre los campesinos y la política colonial gran capitalista en torno a los hotentotes y los cafres, esto es, por sus tierras  y su capacidad de trabajo. El objeto de ambos competidores era exactamente el mismo: la expulsión o exterminio de las gentes de color, la destrucción de su organización social, la apropiación de sus terrenos y la utilización forzosa de su trabajo para servicios de explotación. Sólo los métodos eran radicalmente distintos. Los Bóers representaban la esclavitud anticuada, en pequeño, como base de una economía campesina patriarcal; la burguesía inglesa, la explotación capitalista moderna en gran escala. La ley fundamental  de la república del Transvaal declaraba con torpe rudeza: “El pueblo no tolera igualdad alguna entre blancos y negros dentro del Estado y de la Iglesia” En el Orange y en el Transvaal los negros no podían poseer tierra ni viajar sin pase o dejarse ver en la calle después de oscurecer. Bryce cuenta el caso de un campesino (un inglés, por cierto) que en El Cabo oriental azotó a un cafre hasta darle muerte. Cuando el campesino fue absuelto por el tribunal, sus vecinos lo acompañaron a casa con música. Frecuentemente, los blancos procuraban evitar la remuneración de trabajadores indígenas libres, obligándolos a emprender la fuga, después de terminado el trabajo, a fuerza de malos tratos. (…)

            El capital inglés sólo dio a conocer enérgicamente sus verdaderas intenciones con la ocasión de dos acontecimientos importantes: el descubrimiento de los campos de diamantes de Kimberley, en 1867-70, y el de las minas de oro delTransvaal, en 1882-85. Estos acontecimientos inauguraron una nueva época en la historia del África del Sur. Pronto entró en acción la Compañía Británica Sudafricana, es decir, Cecil Rhodes. En la opinión pública inglesa se verificó una rápida mutación. La codicia de los tesoros sudafricanos empujó al gobierno inglés a dar pasos enérgicos. A la burguesía inglesa no le parecía excesivo ningún gasto ni ninguna sangre para apoderarse de las tierras del África del Sur. Sobre ella cayó súbitamente una enorme corriente de inmigración. Hasta entonces había sido escasa, ya que los Estados Unidos atraían al emigrante europeo. Desde los descubrimientos de los campos de diamantes y oro, el número de los blancos en las colonias sudafricanas creció rápidamente. (…)

            Por su parte, el gobierno inglés realizó un brusco cambio de frente en su política. (…) Ahora comenzó el acoso político de los Estados campesinos por la ocupación de todos los territorios en torno a las repúblicas, con el objeto de impedirles toda expansión, mientras los negros, largo tiempo protegidos y adulados, iban siendo completamente absorbidos. Golpe tras golpe avanzaba el capital inglés. En 1888, Inglaterra se apoderó del país de los basutos, naturalmente, tras “repetidas súplicas de los indígenas” (…) Todo esto, naturalmente, sólo en beneficio de los indígenas y accediendo a sus insistentes requerimientos (…)

            El resultado general de la lucha entre el capitalismo y la economía simple de mercancías es éste: el capital sustituye a la economía simple de mercancías después que ésta había sustituido a la economía natural. Por consiguiente, cuando se dice que el capitalismo vive de formaciones no capitalistas, para hablar más exactamente, hay que decir que vive de la ruina de estas formaciones, y si necesita el ambiente no capitalista para la acumulación, lo necesita como base para realizar la acumulación, absorbiéndolo. Considerada históricamente, la acumulación del capital es un proceso de cambio de materias que se verifica entre la forma de producción capitalistas y las precapitalistas. Sin ellas no puede verificarse la acumulación del capital, pero considerada en este aspecto, la acumulación se efectúa destrozándolas y asimilándolas. Así, pues, ni la acumulación del capital puede realizarse sin las formaciones no capitalistas, ni aquellas pueden siquiera mantenerse. La acumulación sólo puede darse merced a una constante destrucción preventiva de aquéllas” (La Acumulación…, Rosa Luxemburgo)

            En América, la destrucción fue con desaparición de pueblos enteros, y para ello el Caribe es muestra de ello. En África, no sólo fue el esclavismo, para afrenta de la humanidad toda, sino incluso la división dentro del propio Estado entre blancos y negros. Esto, sin contar el trato en Argelia y otros países de población no negra.

            Así como en América la independencia no fue lograda por graciosa concesión de los colonizadores, igual ha ocurrido en África. En la República Sudafricana, la heroica e histórica gestión contra el Apartheid, culminó favorablemente liderada por Nelson Mandela. Historia reciente con su ejemplar lucha “medida por medida”

Ragarro
17.10.12

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