Publicado por Francisco Umpiérrez Sánchez en 09:49
Sábado, 6 de octubre de 2012
El 1 de
octubre celebramos una de las reuniones quincenales del Centro de Estudios Karl
Marx. Teníamos como objeto de estudio dos pequeñas secciones de la obra de
Ovidio titulada Metamorfosis: El origen del mundo y la creación del hombre. Nuestro objetivo era aprender la sintaxis del texto
de Ovidio y la selección del léxico. La ventaja consiste en que Ovidio es un
gran escritor y mientras lo estudiamos nosotros estamos a su altura o lo
intentamos. Empleamos una hora y media en estudiar cuatro páginas. Y sólo
obtuvimos una primera impresión. Todos estos textos hay que estudiarlos muy a
fondo y para ello se necesitan varias lecturas detenidas y detalladas. Sólo así
podremos obtener algún fruto digno de crédito. Todos admiramos y disfrutamos de
la enorme calidad literaria de Ovidio. Y le sacamos cierto partido.
Uno de los asuntos que planteé en la reunión es que
bajo el punto de vista de la representación este tipo de literatura tiene
ciertas facilidades. Todo está sustantivado, todo es sujeto: el mar, el aire,
la tierra, el viento,… Hay cierta candidez e inocencia en todo esto. A nosotros
no nos cabe en la cabeza que la gente de aquel entonces pudiera pensar así.
Pero han pasado más de dos mil años desde que las fuerzas de la naturaleza fueran
representadas como dioses. Hubo aquí un pequeño problema. Uno de los miembros
del Cekam tenía dudas acerca de cómo tenía que representarse a los dioses.
Aclaré que no deberíamos confundir la claridad propia del ámbito científico con
la claridad propia del ámbito religioso. Justamente la religión se distingue de
la ciencia por su falta de claridad. Debemos poner en el caso de la religión
mucha fe y una buena dosis de imaginación y fantasía. Así que no hay que buscar
en las representaciones religiosas la intelección que tenemos de los conceptos
científicos. Lo importante es representarse las fuerzas y entes de la
naturaleza como sujetos que tienen intencionalidad. Si consideramos que todos
los entes de la naturaleza son dioses, el azar quedará fuera de la vida del
hombre y todo ocurrirá por alguna razón o causa. La religión puede ser
considerada en este sentido como la primera envoltura del conocimiento
científico: allí donde el hombre y la mujer de hoy buscan las leyes que
expliquen los fenómenos naturales y sociales, el hombre y la mujer de antaño
ponían un dios.
Una vez estuve en mí casa repasé el libro de Aby
Warburg sobre Sandro Botticelli, un estudio
histórico artístico sobre dos de las obras del pintor del primer renacimiento: El nacimiento
de Venus y La Primavera. Justamente en el cuadro El nacimiento
de Venus aparecen dos vientos que soplando sobre las olas
empujan a Venus hacia la orilla. Aquí el viento viene representado por el soplo
realizado por dos figuras humanas. No sabría decir, en primera instancia, si
esa es la representación adecuada del viento en tanto dioses: una figura humana
que sopla. O no: tal vez deberíamos representarnos a los vientos como dioses
sin más. Sólo con nombrarlos, llamando Euros al viento del este, Zéfiro al
viento del oeste, Bóreas al viento del norte y Austro al viento del sur,
debería bastar. Tal vez deberíamos quedarnos en el nombre y no ir a la
representación. Aunque la pintura no puede hacer tal cosa: su esencia está en
la representación.
Dice Ovidio que al principio el único aspecto de la
naturaleza en todo el orbe era el caos: desorden, confusión y oscuridad. Así
era el mundo antes que el dios benefactor actuara. Pero cuando se puso manos a
la obra todo cambió: realizó una tarea de diferenciación separando del cielo
las tierras y de las tierras las aguas, liberó a todas
las cosas del oscuro montón, y luego unió
las partes distintas del mundo en armoniosa paz. No creó el mundo de la nada
como el dios cristiano, sólo puso orden y luz a lo ya existente. Bienvenido
fue.
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