Cuando se
enfatiza la necesidad
de una transformación estructural radical debe
quedar claro desde el principio que ello no es un llamado a una Utopía no realizable. Al contrario, la
característica distintiva
primaria de las
utopías modernas era precisamente la proyección de que la
mejoría pretendida en las condiciones de vida de los trabajadores podía
ser alcanzada en
el ámbito de
la base estructural existente de las sociedades criticadas. Así,
Robert Owen de New Lanark, por ejemplo,
que tenía una sociedad comercial básicamente insustentable con el
filósofo liberal utilitarista Jeremy Bentham, intentó
con ese espíritu
la realización general
de sus esclarecidas reformas
sociales y educacionales. Ella pedía lo imposible. Como también
sabemos, el altisonante principio moral “utilitarista” “el mayor bien
para el mayor número” se redujo a la nada desde su defensa por Bentham. El problema
para nosotros es que, sin una
evaluación adecuada de la
naturaleza de la crisis económica y
social de nuestros
días –que ya no puede
ser negada por
los defensores del orden
capitalista, aun cuando
ellos rechazan la necesidad
de una transformación mayor–, la probabilidad de éxito a este
respecto es insignificante. El
fin del “Welfare
State”, en el pequeño número de países privilegiados
donde una vez fue instituido, ofrece una lección que nos hace reflexionar sobre
ello.
Voy a comenzar
citando un artículo reciente de los editores del más completo
diario de la burguesía
internacional, The Financial Times (“US budget impasse”, The Financial
Times, 2 June 2011). Hablando de la peligrosa crisis financiera, reconocida
por los propios Editores como peligrosa, ellos terminan el artículo con estas
palabras: “Ambos lados [Demócratas y Republicanos] son culpados por un vacío de
liderazgo y deliberación responsable. Es una
grave falta de gobierno y más peligrosa de lo que Washington cree ser”. Eso es todo lo que
tenemos como sensatez
editorial sobre la pertinente cuestión de la “deuda
soberana” y los
crecientes déficits económicos.
Lo que torna el editorial del
Financial Times aún más vacío que el vacío
de liderazgo deplorado por el diario es el ruidoso subtítulo de ese
mismo artículo: “Washington debe
dejar de posar
y comenzar a
gobernar”.
Como si editoriales
como ese pudiesen significar algo más que asumir determinada actitud en nombre
de “gobernar”; pues la grave cuestión en
juego es la deuda
catastrófica de la
“casa todo-poderosa” del
capitalismo global, los Estados Unidos de América, donde tan sólo la deuda del
gobierno (o sea,
sin agregar deuda
privada individual y Corporativa) ya
se cuenta muy
por arriba de
14 billones de
dólares, conforme lo proyectado en grandes números iluminados en la
fachada de un edificio
público de Nueva
York, indicando la
incontenible tendencia creciente de la deuda.
El punto que yo
deseo enfatizar es que la crisis que tenemos que enfrentar es
una crisis estructural profunda y
cada vez más grave, que necesita la adopción de cambios estructurales de gran alcance, con el objetivo de alcanzar una
solución sustentable. Se debe también enfatizar que la crisis estructural de
nuestro tiempo no se originó en 2007 con la “explosión de la burbuja
inmobiliaria de los Estados Unidos”, sino que, por lo menos, cuatro décadas
antes. Yo hablé sobre ello, en estos mismos términos, en los años de 1967 (en
“As tarefas a nossa frente”), mucho
antes de la explosión de Mayo de 1968 en
Francia; y escribí en 1971, en el Prefacio a la Tercera Edición de la
“Teoría de la enajenación en Marx”
[Editorial Era, 1ª edición 1978, México], que los acontecimientos que
se estaban desenvolviendo “caracterizaban dramáticamente la
intensificación de la crisis
estructural global del capital”.
A este respecto, es
necesario aclarar las diferencias relevantes entre tipos o modalidades de
crisis. No es indiferente si una crisis en la esfera social puede ser
considerada una crisis periódica/coyuntural o algo mucho más
fundamental que eso.
Pues obviamente, la
manera de lidiar con una crisis estructural fundamental no puede ser conceptualizada en términos de las categorías de crisis
periódica o coyuntural. La diferencia
crucial entre esos dos tipos de crisis, marcadamente contrastantes, es que la crisis
periódica o coyuntural se desenvuelve y es más o menos
solucionada con éxito
dentro de la estructura
establecida, en cuanto
la crisis fundamental
afecta a la propia estructura en su totalidad.
En términos
generales, esa distinción
no es simplemente
una cuestión acerca de la aparente gravedad de esos tipos contrastantes
de crisis. Una crisis periódica o coyuntural puede ser dramáticamente
severa, como fue la “Gran
Crisis Económica Mundial
de 1929-1933” habiendo sido
con todo capaz de una
solución dentro de los parámetros del sistema dado. Y del mismo
modo, pero en el sentido opuesto, el
carácter “no-explosivo” de una
crisis estructural prolongada, en contraste con las “grandes tempestades” (en
palabras de Marx) a través de las cuales
las crisis coyunturales y periódicas
pueden ellas mismas librarse y solucionarse, puede conducir
a estrategias fundamentalmente mal concebidas, como resultado de la
interpretación errónea de la ausencia de
“tempestades”, como si tal ausencia fuese una evidencia impresionante de la estabilidad indefinida del
“capitalismo organizado” y de la “integración de la clase obrera”.
Se debe
enfatizar bien: la
crisis en nuestros
días no es comprensible sin que sea referida a la
omnipresente estructura social global. Eso significa que, con el fin de aclarar
la naturaleza persistente y cada vez
más grave crisis
en todo el
mundo de hoy,
debemos enfocar nuestra atención
en la crisis
del sistema del
capital en su integralidad, pues la crisis del capital que ahora estamos
experimentando es una crisis estructural omniabarcante.
Veamos, pues,
resumiendo cuanto sea posible, las características que definen la estructura que definen la crisis estructural que nos preocupa.
“La novedad histórica de la crisis de hoy se torna manifiesta
en cuatro aspectos principales:
1
– su carácter es universal, en lugar de ser
restringido a una esfera particular (por ejemplo, financiera o comercial, o
afectando éste o aquél rubro particular de la producción, aplicándose a éste o
aquél tipo de trabajo, con su gama específica de habilidades o grados de
productividad, etc.);
2 –
su objetivo es verdaderamente global
(en el sentido
más literal y amenazador del termino), en lugar de estar limitado a un
conjunto particular de países (como fueron todas las principales crisis del
pasado);
3 – su escala de tiempo es extensa, continua -o si se prefiere, permanente- en lugar de
limitada y cíclica, como fueron todas las crisis anteriores del capital;
4 –
en contraste con
las erupciones y
colapsos más espectaculares y
dramáticos del pasado, su modo de
desenvolvimiento podría denominarse
como reptante, con la
condición de que de cara al futuro, no se puede excluir que haya las
convulsiones más fuertes o violentas: es decir, cuando se le acabe la
gasolina a la
compleja maquinaria ahora
activamente anclada en la
“administración de la crisis” y en el “desplazamiento” más
o menos temporal
en que las
crecientes contradicciones pierdan su fuerza…
[En este punto],
se vuelve necesario
tejer algunas
consideraciones generales sobre
los criterios de
una crisis estructural, así como
sobre las formas en que puede ser prevista su solución.
En
términos más simples
y generales, una
crisis estructural afecta a la totalidad
de un complejo
social, en todas
las relaciones entre
sus partes constituyentes o
subcomplejas, así como con
otros complejos a
los cuales esta
vinculada. Al contrario, una crisis
no-estructural afecta sólo algunas partes del complejo en cuestión y, así, no
importando qué tan grave puede ser en lo que se refiere a las partes afectadas,
en tanto no puede poner en riesgo la sobrevivencia continua de la estructura
global. Consecuentemente, el
desplazamiento de las
contradicciones sólo es posible
cuando la crisis
fuese parcial, relativa o
internamente administrable por el sistema, requiriendo solamente
alteraciones -por muy
importantes- dentro del
propio sistema relativamente autónomo.
Justamente por eso,
una crisis estructural pone
en cuestión la
propia existencia del
complejo global involucrado, postulando su trascendencia y sustitución
por un complejo alternativo.
El mismo contraste se puede expresar en términos de
los límites que todo complejo social
específico resulta tener
en su inmediatez, en determinado
momento, cuando son comparados a aquéllos más allá de los cuales no puede ir.
De este modo,
una crisis estructural
no se refiere
a los límites inmediatos, sino a los límites
últimos de una estructura global...” [Cita de la Sección 18.2.1 de Beyond
Capital. Edición en español Más allá
del capital. Editorial,
Hermanos Vadell, Venezuela, 2001.)
De este
modo, en un
sentido bastante obvio,
nada puede ser más serio que la crisis estructural del modo de reproducción
sociometabólico del capital, que define
los límites últimos
del orden establecido. Sin
embargo, aunque profundamente
grave en sus parámetros generales de gran importancia,
a juzgar por la apariencia, la
crisis estructural puede
no parecer de
importancia tan decisiva cuando es
comparada a las
vicisitudes dramáticas de una crisis coyuntural mayor. Las “tempestades” a
través de las cuales las crisis coyunturales se descargan son bastante
paradójicas, en el sentido de que, en su modo de desdoblamiento, ellas no sólo
se descargan (y se imponen), sino también se solucionan, dadas las
circunstancias, hasta donde sea
viable. Ellas pueden
hacer eso precisamente
por ser de carácter parcial, lo que no pone en
cuestión, los límites máximos de la estructura global establecida. Al mismo
tiempo, sin embargo, y por la misma
razón, sólo pueden
“resolver” los problemas
estructurales subyacentes
hondamente arraigados —que
necesariamente tienen que hacerse
valer una y otra vez en forma de las crisis coyunturales específicas— de una
manera estrictamente parcial y, en lo temporal, también sumamente limitada. Es
decir, hasta que sobre el horizonte de la sociedad se aparezca la siguiente
crisis coyuntural.
Por el
contrario, en vista
de la naturaleza
inevitablemente compleja y prolongada de la crisis estructural, que se
desenvuelve en el tiempo histórico en un sentido epocal y no
episódico/instantáneo, lo que decide el punto es la interrelación acumulativa
de la totalidad, aun bajo la falsa apariencia
de “normalidad”. Es así porque
en la crisis estructural todo está en juego, incluidos
los últimos límites omniabarcantes del orden establecido, del cual ya no es
posible que exista una instancia
en particular “simbólica/paradigmática”. Si no comprendemos
las conexiones e implicaciones sistémicas generales de los
eventos y desarrollos
específicos, perderemos de
vista los cambios realmente
significativos y las correspondientes palancas para una potencial
intervención estratégica que
los afecte de
manera positiva, en pro
de la necesaria
transformación sistémica. Nuestra responsabilidad social, por
consiguiente, exige tener una conciencia incondicionalmente crítica de la interrelación
acumulativa que va
surgiendo, en lugar de andar buscando garantías reconfortantes en el
mundo de la normalidad ilusoria hasta que la casa se nos derrumbe sobre
nuestras cabezas.
Es necesario
enfatizar aquí que, por casi tres décadas después de la
segunda guerra mundial, la expansión económica
desarrollada en los países
capitalistas dominantes generaron la
ilusión, incluso hasta en algunos
intelectuales de izquierda, de que la fase histórica de “capitalismo en crisis”
había sido superada, dando lugar a lo que ellos llamaron “capitalismo organizado
avanzado”. Quiero ilustrar este problema citando algunos
pasajes del trabajo de uno de los mayores intelectuales del siglo XX, Jean-Paul
Sartre, por quien, como ustedes saben por mi libro sobre Sartre, tengo la más
elevada consideración. Sin embargo, el
hecho es que
la adopción de
la noción de
que, superando el “capitalismo
en crisis” y
convirtiéndose en “capitalismo avanzado” el orden establecido
creó grandes dilemas para Sartre. Eso es
aun más significativo, porque
nadie puede negar
la búsqueda completamente comprometida
de Sartre por una solución
emancipatoria viable, ni
su gran integridad
personal. En relación
a nuestro problema, tenemos
que recordar que,
en la importante entrevista dada
al grupo Manifiesto Italiano –después de esbozar su concepción de
las implicaciones insuperablemente negativas
de su propia categoría
explicativa de la
institucionalización
inevitablemente perjudicial de lo que él llamaba el “grupo en fusión”,
en su Crítica de la Razón Dialéctica–, él tuvo que llegar a la penosa
conclusión de que: “en cuanto reconozco la necesidad de una organización, debo
confesar que no
veo cómo los
problemas que confrontan
cualquier estructura estabilizada puedan ser resueltos” (Entrevista
publicada en The Socialist Register, 1970, p. 245).
Aquí la dificultad
reside en que los términos del análisis social de Sartre son establecidos
de tal modo
que los distintos
factores y correlaciones que en
la realidad forman parte del todo, constituyendo diferentes facetas
fundamentalmente del mismo
complejo societario, son
descritos por él en la forma de dicotomías y oposiciones de lo más
problemáticas, generando así dilemas insolubles y una derrota inevitable para las
fuerzas sociales emancipatorias.
Esto se muestra
claramente en el diálogo entre el grupo Manifiesto
y Sartre:
“Manifiesto:
¿en qué
bases precisas se
puede preparar una alternativa revolucionaria?
Sartre: Repito, más
en la base
de la “alienación”
que la de “necesidades”. En resumen, en la
reconstrucción de lo individual y de la libertad – la necesidad de ella es tan
urgente que hasta las técnicas de integración más refinadas no pueden permitirse no tomarlas en cuenta.
Así,
Sartre, en su
evaluación estratégica de
cómo superar el carácter
opresor de la
realidad capitalista, construye
una oposición totalmente insustentable
entre la “alienación”
de los trabajadores y sus “necesidades”
supuestamente satisfechas, tornando,
por tanto, más difícil de prever
un resultado positivo prácticamente viable. Y aquí el problema no reside
simplemente en darle credibilidad en exceso a la explicación sociológica
extremadamente superficial, entonces en boga, de las llamadas
“técnicas refinadas de integración”,
en lo que se refiere a los trabajadores.
Por desgracia,
es mucho más
grave que eso.
En verdad,
el problema realmente
perturbador en juego
es la evaluación de
la viabilidad del propio “capitalismo avanzado”
y el postulado asociado de
“integración” de la clase trabajadora, que Sartre comparte en esta ocasión, en
gran medida, con Herbert Marcuse.
En la
actualidad, la verdadera
cuestión es que,
al contrario de la
cuestión indudablemente viable
de algunos trabajadores
específicos en el orden capitalista, la clase obrera –la antagonista
estructural del capital– representando la única alternativa hegemónica
históricamente sustentable al sistema del capital –
no puede ser
integrada a la estructura
explotadora y alienante
de reproducción societaria
del capital. Lo que
torna eso imposible
es el antagonismo
estructural subyacente entre capital
y trabajo, que
emana, como una
necesidad inevitable, de la
realidad de clase
de dominación y
subordinación antagónicas.
En este discurso, ni
siquiera una mínima plausibilidad del tipo de una alternativa falsa, a la
manera de Marcuse/Sartre, entre alienación continua y
“necesidad satisfecha” es “establecida” con base en la
compartimentación descarrilante de
indeterminaciones estructurales
globalmente arraigadas e insustentables del capital – sobre la cual se basa
necesariamente la viabilidad sistémica elemental del único orden sociometabólico
reinante del capital
– en la
forma de separación extremadamente problemática
del “capitalismo avanzado” de las llamadas “zonas
marginales” y del
“tercer mundo”. Como si el orden
reproductivo del postulado “capitalismo avanzado” pudiese sustentarse por algún
periodo de tiempo, e incluso indefinidamente en el futuro, sin la explotación
existente de las mal comprendidas “zonas marginales” y del “tercer mundo”
dominado por el imperialismo.
Se hace
necesario citar aquí,
de modo íntegro,
el pasaje relevante en
que esos problemas son
explicados detalladamente por Sartre.
La parte en
cuestión de esa
esclarecedora entrevista es la
siguiente:
“El capitalismo avanzado, en lo que se refiere a la
conciencia de su propia condición, y a pesar de las enormes desigualdades en
la distribución de
la renta, consigue
satisfacer las necesidades elementales de
la mayoría de
la clase trabajadora
–faltando, naturalmente,
las zonas marginales, 15
por ciento de trabajadores en
los Estados Unidos, los negros y los inmigrantes; faltando los
viejos, faltando, en
escala global, el
tercer mundo. Sin embargo,
el capitalismo satisface
ciertas necesidades
primarias y también
satisface ciertas necesidades
que creó artificialmente: por
ejemplo, la necesidad
de un carro.
Fue esa situación lo que me llevó
a revisar mi “teoría de las necesidades”, una vez que esas necesidades no están
más, en una situación de capitalismo avanzado, en oposición sistemática al
sistema. Al contrario, se tornan, parcialmente, bajo el control del sistema, un
instrumento de integración
del proletariado en
ciertos procesos producidos y
dirigidos por la
ganancia. El trabajador
se agota para producir
un carro y
para ganar lo
suficiente para adquirir uno; esa adquisición le da la
impresión de haber satisfecho una necesidad. El sistema que lo explota le
impone al mismo tiempo una meta y
la posibilidad de alcanzarla. La
conciencia del carácter intolerable
al sistema no
debe más, por
tanto, ser buscada en
la imposibilidad de
satisfacer necesidades
elementales, sino, sobretodo, en la conciencia de la alienación – en otras
palabras, en el hecho de que esta vida
no vale la pena ser vivida y
no tiene sentido,
que ese mecanismo
es un mecanismo engañoso, que
esas necesidades son artificialmente creadas, que ellas son falsas, que ellas
son extenuantes, y sólo sirven a la ganancia. Pero unir la clase con base en
esto es aun más difícil”.
Si aceptamos
esa caracterización del
orden “capitalista
avanzado” al pie
de la letra,
en este caso,
la tarea de
producir una conciencia
emancipatoria no es sólo “más difícil”, sino casi imposible. Pero el
fundamento dudoso a través del
cual podemos llegar
a una conclusión apriorística,
imperativa y tan
pesimista – prescribiendo
de lo alto de esa “nueva teoría de las necesidades” el abandono por los
trabajadores de sus
“necesidades artificiales adquisitivas”, ejemplificadas por
el automóvil, y su sustitución
por el postulado completamente abstracto que pone
para ellos que “esta vida no vale la pena
ser vivida y
no tiene sentido”
(un postulado noble,
pero antes abstracto e imperativo,
y efectivamente negado, en la realidad, por la evidente necesidad
de los miembros
de la clase
trabajadora de asegurar las
condiciones de su
existencia económicamente
sustentable) – es tanto la aceptación de un conjunto de afirmaciones
totalmente insustentables como
la omisión igualmente
insustentable de algunas partes
vitales determinantes del
sistema del capital realmente existente en su crisis estructural
históricamente irreversible.
Para empezar,
es extremadamente problemático
hablar sobre “capitalismo
avanzado” – cuando el sistema del capital como modo de reproducción sociometabólica se
encuentra en su
fase declinante de desarrollo histórico
y, por tanto,
es sólo capitalisticamente avanzado, mas no
en ningún otro
sentido, siendo, entonces,
capaz de sustentarse sólo
de un modo
más destructivo y,
por tanto, en
último análisis,
autodestructivo. Otra afirmación:
la caracterización de la
aplastante mayoría de
la humanidad –
en la categoría
de pobreza, incluyendo los
“negros y los
inmigrantes”, los “viejos”
y, “en escala global, el
tercer mundo” –
como pertenecientes a
las “zonas marginales” (en
afinidad con los “excluidos” de Marcuse), no es menos insustentable. En
realidad, es el
“mundo capitalista avanzado”
que constituye el margen privilegiado totalmente insustentable del
sistema global desde hace
mucho tiempo, con
su inhumana “negativa elemental de la necesidad” para la
mayor parte del mundo, y no lo que hace
mucho tiempo, es
descrito por Sartre
en su entrevista
al Manifiesto como
las “zonas marginales”.
Lo que dice respecto a los
Estados Unidos de América, el margen de pobreza es muy disminuido, como si fuera
un mero 15 por ciento. Además de ello,
la caracterización de los
automóviles de los
trabajadores solamente como
simples “necesidades artificiales”, que sólo sirven a la ganancia, no puede ser
más unilateral. Al contrario de muchos intelectuales, ni siquiera aquellos
trabajadores relativamente ricos,
sin hablar de los
miembros de la
clase trabajadora como
un todo, tienen
el lujo de encontrar su local de trabajo al lado de
su cuarto.
Al mismo tiempo, al
lado de las omisiones espantosas, algunas de
las contradicciones y
fracasos estructurales más
graves están faltando en
la descripción sartreana
del “capitalismo avanzado”, virtualmente vaciando
el significado de
todo el concepto.
En este sentido, una de las
necesidades más importantes sin la cual ninguna sociedad -pasada, presente o
futura- podría sobrevivir, es la necesidad de
trabajo. Tanto para
los individuos productivamente activos
– incluyendo todos ellos en un orden social completamente emancipado
– como
para la sociedad
en general, en
su relación históricamente sustentable con la naturaleza.
El necesario fracaso en solucionar ese problema estructural fundamental, que
afecta todas las categorías de trabajo,
no solo en el “tercer
mundo”, sino hasta
en los países
más privilegiados del capitalismo
avanzado, con su desempleo peligrosamente creciente,
constituye uno de
los límites absolutos
del sistema del capital
en su integralidad.
Otro grave problema
que enfatiza la inviabilidad
histórica presente y
futura del capital
es su transformación desastrosa
en dirección a los sectores parásitos de la economía – como la especulación
aventurera productora de crisis que incomoda
(como una cuestión
de necesidad objetiva
a menudo erróneamente como
fracaso personal irrelevante) al sector financiero y la fraudulencia
institucionalizada,
íntimamente asociada a
él – en contraposición a las ramas
productivas de la
vida socioeconómica
requeridos para la satisfacción de
la genuina satisfacción
de la necesidad humana.
Esa es una transformación que sobresale en nítido contraste
amenazador con la fase
creciente del desarrollo histórico del capital, cuando el prodigioso dinamismo expansionista sistémico (inclusive la revolución
industrial) se debía predominantemente a las
realizaciones productivas socialmente viables y mucho más
intensas. Tenemos que
añadir a todo
ello las cargas económicas
masivamente despilfarradoras impuestas
a la sociedad de
manera autoritaria por el Estado
y por el
complejo militar/industrial –con la industria de armas permanente y las
guerras correspondientes–, como parte
integral del perverso
“crecimiento económico” del “capitalismo organizado avanzado”. Y para
mencionar solo una más de las
implicaciones catastróficas del desarrollo
sistémico del capital “avanzado”, debemos
tener en mente la transgresión ecológica
global devastadora de
nuestro modo de reproducción sociometabólico no
mas sustentable en
el mundo planetario finito, con
la explotación voraz de los recursos materiales no renovables y la destrucción
cada vez más peligrosa de la naturaleza. Decir todo ello, no es “ser prudente
después del acontecimiento”. En la misma ocasión en que Sartre dio la
entrevista al Manifiesto, yo escribí
que “Otra contradicción
básica del sistema
capitalista de control
es que él no
puede separar ´avance´
de destrucción, ni
´progreso´ de desperdicio –
por más catastróficos que sean
los resultados. Cuanto más
descubre la fuerza
productiva, más desencadena
el poder de destrucción; y cuanto más amplía el
volumen de producción, más debe enterrar las montañas de basura sofocante. El
concepto de economía es
radicalmente incompatible con
la ´economía´ de
producción de capital, que,
por necesidad, empeora
aun más las
cosas, primero agotando con
desperdicio voraz los
recursos limitados de
nuestro planeta, y agravando
aun más el
resultado contaminando y
envenenando el medio ambiente humano con sus residuos y efluentes
producidos en masa”.
(Isaac Deutscher Memorial
Lecture, The Necessity of
Social Control, delivered
at the London
School of Economics on January
26, 1971.)
De ese modo, las
afirmaciones problemáticas y las omisiones de importancia seminal
de la caracterización de
Sartre del “capitalismo avanzado” debilitan
mucho el poder
de negación de
su discurso libertario. Su
principio dicotómico que repetidamente defiende
con la “irreductibilidad del
orden cultural al
orden natural” se
encuentra siempre a la búsqueda de soluciones del “orden cultural”, en
el nivel de la conciencia de los individuos, a través del trabajo de
“conciencia sobre conciencia” del
intelectual comprometido. Él
recorre la idea
de que la solución
exigida estaría en
aumentar la “conciencia
de la alienación” –
esto es, en
términos de su
“orden cultural” –
al mismo tiempo descartando la
viabilidad de basar la estrategia revolucionaria en necesidad
perteneciente al “orden
natural”. Necesidad material, esto es, la que se dice que ya
cumplen la mayoría de los trabajadores, y
de cualquier manera
constituyendo un “mecanismo
falso y engañoso” y un
“instrumento de integración del proletariado”.
Para estar
seguro, Sartre se
involucra profundamente con el
desafío de tornarse hacia la cuestión de cómo aumentar “la conciencia del carácter
intolerable del sistema”. Pero, como tema de consideración inevitable,
la propia primacía
indicada como condición vital del éxito – el poder de la
“conciencia de la alienación” precisado por Sartre, necesitaría ella misma de
algún amparo objetivo. En caso contrario, más allá de la debilidad de
circularidad autorreferencial de la primacía indicada, la naturaleza imperativa de sus palabras “puede
prevalecer contra el carácter
intolerable del sistema”
permanece predominante como una
defensa cultural noble,
pero ineficaz. En verdad,
ello es problemático
hasta en los
propios términos de referencia de Sartre, cuando, en sus
palabras bastante pesimistas, la necesidad
es de derrotar la realidad tanto material y culturalmente
destructiva, como estructuralmente atrincherada
“de este
miserable conjunto que es nuestro planeta”, con sus “determinaciones
horribles, feas y ruines, sin esperanza”.
Así, la cuestión
primaria se refiere respecto a la demostrabilidad o no del carácter
objetivamente intolerable del propio sistema. Pues, si la intolerabilidad demostrable del
sistema falta en
términos sustantivos, como proclamado
por la noción
de habilidad del “capitalismo avanzado”
para satisfacer las
necesidades materiales
excepto en las
“zonas marginales”, el
“largo y paciente
trabajo en la construcción de
la conciencia” abogado
por Sartre permanece
casi imposible. Es ese conocimiento básico objetivo que requiere ser (y,
en verdad, puede ser) establecido en sus propios términos integrales de
referencia, requiriendo la
desmistificación radical de
la creciente destructividad del
“capitalismo avanzado”. De
modo que para
ser capaz de superar la dicotomía postulada entre orden cultural y orden
natural, la “conciencia del carácter intolerable del sistema” sólo puede
ser construida en esa base
objetiva – que
incluye el sufrimiento causado por el fracaso del
capital “avanzado” de satisfacer hasta las necesidades elementales
de alimentación, no
sólo en las
“zonas marginales”, sino para incontables millones, como claramente ha
sido evidenciado en los motines por alimento en muchos países.
En su
fase ascendente, afirmaba
con éxito sus
realizaciones productivas
con base en
su dinamismo expansionista
interno hasta ahora sin el imperativo de un esfuerzo monopolista/imperialista
de los países capitalisticamente más avanzados para la dominación mundial
militarmente asegurada. Con todo, por la circunstancia históricamente
irreversible de entrar
en la fase
productivamente descendente, el sistema del capital se torna
inseparable de la necesidad de un aumento constante de
expansión militarista/monopolista y la ampliación de
su base estructural,
cuidando en el
tiempo debido del plano
productivo interno, el
establecimiento y la operación
criminalmente
destructiva/devastadora de una
“industria de armas permanente”, conjuntamente
con las guerras
necesariamente a ella asociadas.
De hecho, mucho
antes de la deflagración de la primera guerra mundial, Rosa Luxemburgo
identifico claramente la naturaleza de este desarrollo monopolista/imperialista en
el plano destructivamente productivo, escribiendo en
su libro La Acumulación de Capital
sobre el papel de la producción militarista masiva que:
“El
propio capital, en
el fondo, controla
este movimiento automático y
rítmico de producción
militarista a través
de la legislatura y de la imprenta,
cuya función es moldear a la llamada ´opinión
pública´”. Es por
eso que esta
rama específica de acumulación capitalista
parece, en principio,
capaz de una expansión infinita”.
En otro respecto, el
creciente despilfarro de energía y recursos estratégicos de material
vital trajo consigo
no sólo la
siempre y más destructiva articulación de
las autoafirmativas determinaciones estructurales del
capital en el
plano militar (por
la “opinión pública” legislativamente manipulada y nunca
siquiera investigada, cuanto mas propiamente regulada), pero también en lo que
se refiere a la creciente invasión
destructiva en la
naturaleza por la
expansión del capital. Irónicamente, pero de ningún modo
sorprendentemente, esa vuelta del desarrollo histórico regresivo del sistema
del capital en cuanto tal, trajo consigo algunas consecuencias amargamente
negativas para la organización internacional del trabajo.
En verdad,
esa nueva articulación
del sistema del
capital en el último tercio del siglo diecinueve, con su
fase imperialista monopolista inseparable de su ascendencia global plenamente
ampliada, abrió una nueva modalidad de dinamismo expansionista (demasiado
antagónico y fundamentalmente insustentable) con el aplastante beneficio de
sólo algunos países imperialistas privilegiados, aplazando así “el momento
de la
verdad” que acompaña
a la crisis
estructural inevitable de nuestro propio tiempo. Este tipo de
desarrollo imperialista monopolista dio un impulso importante hacia la
posibilidad de expansión del capital y acumulación militaristas, cualquiera que
fuese el precio a pagarse en su debido tiempo por la destructividad cada vez
más intensa de este nuevo dinamismo expansionista. En verdad, el dinamismo
monopolista militarmente
estructurado, tuvo que
asumir la forma
de las dos devastadoras guerras mundiales, bien como
de la aniquilación total de la
humanidad implícita en
una potencial tercera
guerra mundial, además de la
peligrosa destrucción actual
de la naturaleza
que se torno evidente en la
segunda mitad del siglo veinte.
En nuestros
días, estamos experimentando la
profunda crisis estructural del
sistema del capital. Su destructividad es visible en todas partes, y no da
señales de disminución. En relación al futuro, es crucial saber cómo
conceptualizar la naturaleza
de la crisis
con el fin de
prever su solución. Por el mismo motivo, se hace necesario rexaminar algunas de
las principales soluciones pensadas en el pasado. Aquí no es posible hacer más
que mencionar, con una concisión estenográfica, los abordajes contrastantes que
fueron ofrecidos, indicando al mismo tiempo, lo que en los hechos les
aconteció.
Primero, tenemos que
recordar que fue mérito del filósofo liberal John Stuart Mill tejer
consideraciones sobre qué tan problemático sería el interminable crecimiento capitalista
sugiriendo como solución
para ese problema “el estado estacionario de la economía”. Naturalmente,
tal estado estacionario,
bajo la égida
del sistema del
capital, no pasaría de
una ilusión, porque
es enteramente incompatible
con el imperativo de expansión de
capital y acumulación. Hasta hoy mismo, cuando tamaña destrucción es causada
por el crecimiento inadecuado y por la
más despilfarradora distribución
de nuestra energía
vital y recursos materiales
estratégicos, la mitología
del crecimiento es constantemente reafirmada,
siendo asociada al
plan engañoso de “reducir
nuestro nivel de
carbono” hasta el
año 2050, cuando
en realidad se está moviendo en la dirección opuesta. Así, la realidad
del liberalismo vino a ser la agresiva destructividad del neoliberalismo.
Suerte semejante
afectó a la perspectiva social demócrata. Marx formuló claramente sus
advertencias sobre este peligro en su Crítica del Programa de Gotha, pero
ellas fueron totalmente ignoradas. Aquí, también, la
contradicción entre el
prometido “socialismo evolutivo” bernsteniano y su realización
en todas partes
se tornó flagrante.
No sólo en virtud de la capitulación de los partidos social demócratas y
de los gobiernos al cebo de las guerras imperialistas, sino también por la
transformación de la social democracia en general – incluso el “Nuevo
laborismo” británico –
en versiones más
o menos abiertas
del neoliberalismo, abandonando no sólo la “vía del socialismo
evolutivo”, sino hasta la
otrora prometida implementación de
la reforma social significativa.
Además de ello, una
solución muy prometida para las repulsivas desigualdades del
sistema del capital
fue la prometida
difusión en el mundo
entero del “Welfare
State”, después de
la segunda guerra mundial. Entre tanto, la prosaica
realidad de esa pretendida conquista histórica se tornó no sólo fracaso
absoluto en la institución del Welfare State
en cualquier parte
del llamado “Tercer
Mundo”, si no aun
liquidación actual de las relativas conquistas del Welfare State – en la esfera
de la seguridad social, servicio de salud y educación –, hasta en el pequeño papel de países
capitalistas privilegiados en que ellas fueron instituidas.
Y, es claro, no
podemos desconsiderar la promesa de realizar la fase más
elevada del socialismo
(por Stalin y
otros) a través
de la derrota y
abolición del capitalismo.
Trágicamente, siete décadas después de
la Revolución de
Octubre, la realidad
se convirtió en la
restauración del capitalismo de una forma neoliberal regresiva en los países de
la antigua Unión Soviética y del Este europeo.
El denominador común
de todas esas tentativas fracasadas – a pesar
de sus diferencias
principales – es
que todas ellas
intentaron alcanzar sus objetivos
dentro de la
base estructural del
orden sociometabólico establecido. No obstante, como penosas
experiencias históricas nos enseñan,
nuestro problema
no es simplemente
“la derrota del capitalismo”. Así,
a medida que
ese objetivo pueda
ser alcanzado, con certeza será apenas una realización inestable, porque
todo lo
que puede ser
destruido puede también
ser restaurado. La verdadera -
y mucho más
difícil – cuestión
es la necesidad
de transformación estructural radical.
El sentido
palpable de tal
transformación estructural es la
completa erradicación del propio capital del proceso sociometabólico. En otras
palabras, la erradicación
del capital del
proceso metabólico de la
reproducción societaria.
El capital
en sí mismo
es un modo
general de control;
lo que significa que
él lo controla
todo y lo
implosiona como un
sistema de control reproductivo
de la sociedad. Consecuentemente, el capital en cuanto tal no puede ser
controlado en ninguno de sus aspectos. Todas las tentativas de medidas y
modalidades para “controlar” las distintas funciones del
capital en una
base duradera fallaron
en el pasado. Teniendo en cuenta su
incontrolabilidad estructuralmente arraigada – lo que
significa que no hay
poder
concebible dentro de la base estructural del propio sistema del
capital por medio del cual el propio sistema pueda ser sometido a un control
duradero. El capital debe ser completamente erradicado. Este es el significado
central del trabajo de toda la vida de Marx.
En nuestros
días, la cuestión
del control –
por medio de la
institución de transformación estructural
en respuesta a la
profundización de nuestra crisis estructural – se está tornando urgente no sólo
en el sector
financiero, debido al
desperdicio de billones
de dólares, sino en
todo lugar. Las
principales revistas financieras capitalistas se quejan de que
“China está sentada en tres billones de dinero en efectivo”, idealizando una
vez más soluciones para “el mejor uso
de aquel dinero”.
Pero lo que
verdaderamente hace pensar seriamente es
que la agravante
deuda total del
capitalismo llega a diez
veces más que
la cantidad de
dólares no utilizados
de China. Además de
ello, aunque la
inmensa deuda actual
pudiese ser, de algún
modo, eliminada, aunque
nadie sepa cómo,
la verdadera pregunta sería:
cómo fue generada,
en primer lugar,
y ¿cómo se puede asegurar que no será nuevamente generada en el fututo?
Es por
eso que la
dimensión productiva del
sistema – a
saber, la propia relación
del capital –
es que debe
ser fundamentalmente transformada
con el fin de superar la crisis estructural a través de la transformación
estructural adecuada.
La dramática crisis
financiera que experimentamos en los últimos tres años
es sólo un
aspecto de la
trifurcada destructibilidad del sistema del capital.
(1) en
la esfera militar,
con las interminables
guerras del capital desde
el inicio del
imperialismo monopolista en
las décadas finales del siglo
diecinueve, y sus más devastadoras armas de destrucción masiva en los últimos
sesenta años;
(2) la intensificación, a través del evidente
impacto destructivo del capital en la
ecología, afectando directamente
y colocando en riesgo
el fundamento natural
elemental de la
propia existencia humana, y
(3) en el dominio de la producción material y de
desperdicio cada vez mayor, debido al avance de la “producción destructiva”, en
lugar de la otrora alabada “destrucción creativa” o “productiva”.
Estos son
los graves problemas
sistémicos de nuestra
crisis estructural que sólo
pueden ser solucionados
por una completa transformación estructural.
Traducción Libre
elaborada por:
Centro de Estudios y
Análisis Materialista -
Ernesto Che Guevara.
México, octubre 2012.
Contacto:
cedam.ecg@gmail.com
CDAM-CHE GUEVARA
México, octubre
2012.
[1]
Esta edición
de CDAM-CHEGUEVARA es
una traducción al
español de la
versión portuguesa del texto base de la Conferencia impartida por István
Mészáros en la apertura del II Encuentro
de Sao Lázaro,
el 13 de
Junio de 2011,
fecha del Aniversario
70 de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas
de la Universidad Federal de Bahía, Brasil. Al no existir traducción al español
de la presente Conferencia, CDAM-CHEGUEVARA se lanzó a la tarea de brindar esta
aportación en el marco actual del desenvolvimiento pleno de la crisis
estructural del capital.
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