LA POLÉMICA Y LA DIALÉCTICA
El debate entre Eduardo
Ibarra y Eusebio Leyva adquiere ribetes cada día más esclarecedores. En la
polémica, la crítica –si los contendientes no traen al debate propósitos
oscuros– conduce, tarde o temprano, obligadamente a la autocritica. Eduardo
Ibarra, al menos, ya acepta que en la controversia del 2007-2008 hizo uso indebido de
adjetivos calificativos: «No negamos, sin embargo, que hemos utilizado
adjetivos para determinar debidamente ideas, posiciones, actitudes y conductas
que hacen mucho daño a la causa del proletariado. Asumimos honradamente esta
realidad»[1]
Al parecer, no todo está perdido si se dan pasos para reconocer los errores,
por parte y parte.
Crítica
y autocrítica son dos conceptos que no pueden caminar separados. Forman parte
del modus vivendi de todo andante que se precie de transparente y
honrado. El lado más fácil de asumir es la función crítica de todo lo externo a
sí mismo. El lado difícil resulta aquél que trata del reconocimiento de
nuestros propios yerros. La crítica es examen y juicio de la producción y la
práctica ajena. La autocrítica es la capacidad de autoeducarse. István Mészáros tiene razón cuando señala que “la educación es una
cuestión interna, inherentemente personal: nadie puede educarnos sin nuestra
propia participación activa en el proceso. El buen educador es aquél que inspira la autoeducación…”[2] El
político debe ser un buen educador; y, como tal, debe inspirar, infundir o hacer nacer en el ánimo o la
mente del interlocutor, discípulo, polemista o rival la necesidad de
autoeducarse, de superar estados de ánimo o limitaciones de clase. Gustavo
Pérez, en julio 2007, nos decía
comentando la tozudez del adversario de aquél momento: “la simple repetición de las mismas
tesis con las cuales el compañero… empezó dicho debate. Ello por supuesto
es un derecho…, pero también podría ser la prueba de nuestro fracaso para persuadirlo
de su error.” Y
tiene mucha razón, nuestro amigo Gustavo. La crítica externa, cuando va acompañada de excesos verbales; así, como
de cualquier otro mecanismo de coerción no persuade. Todo lo contrario.
Enfurece el ánimo, nubla el entendimiento y la individualidad se cubre con su
coraza protectora. Los excesos verbales en nada contribuyen a la unidad. Miguel
Ángel Urquieta recuerda que José Carlos Mariátegui cambia el sentido y la significación del concepto polemizar: “Polemizar
es algo más que escribir y más que hablar (…) Ahora, polemizar es expurgar,
buscar en la raíz misma de las cosas (…) Para Mariátegui, la polémica es un
procedimiento de comparar, precisar, definir, iluminar racionalmente cosas e
ideas. No se arroga el privilegio de poseer él solo la verdad. Razona,
contrasta, deduce, sintetiza. Y, sobre todo, escucha.”[3] Un verdadero maestro no impone puntos de
vista. Causa en el ánimo del auditorio o de sus lectores el impulso necesario
para poner manos a la obra. Predispone las voluntades para desplegar el
potencial inherente a cada sujeto. Crea la necesidad de buscar la verdad
histórica en los hechos y sólo en los hechos.
Hoy,
Eusebio Leyva, nos lleva de la mano con un lenguaje sencillo, directo y franco a
la columna vertebral del marxismo: el método. Nos recuerda que el marxismo es
una ciencia viva. Lenin, Luxemburgo, Mariátegui, Mao, y tantos otros, con su
experiencia han enriquecido y desarrollado la teoría fundada por Marx y Engels en el siglo XIX. El marxismo –nos dice– es una
ciencia, y como tal, hace uso de un método. Pero, hay que aclarar y distinguir
entre el método de la ciencia de Marx y los métodos de otras ciencias. Los
métodos de otras ciencias son inventos humanos; en cambio, el método marxista
no es producto de la inventiva humana. La materia no es dialéctica porque se le
ocurre a Marx o Engels, es dialéctica porque la materia es dialéctica, sin la
intervención de la mano de Dios (ergo, el hombre). Este es un problema que
choca con la arrogancia humana en la escala de la vida (complejo de superioridad);
y, hiere profundamente el ideismo de los intelectuales, “reacios hasta hoy a admitir cualquier noción
científica que implique una negación o una reducción de la autonomía y majestad
del pensamiento”[4]. El método dialéctico es un instrumento, una herramienta, válida para
entender el movimiento de la sociedad porque la sociedad es dialéctica. Razón
de más para buscar en la experiencia la salida a los problemas del presente.
Las obras de Marx, Engels, Lenin, Mariátegui son síntesis de las soluciones que
aquéllos encontraron a los problemas de su tiempo. Vano es todo esfuerzo,
entonces, para encontrar en sus obras respuestas puntuales a nuestros
problemas. ¡Así de simple!
Tacna, 09 Noviembre 2012
Edgar Bolaños Marín
[1] E. Ibarra, Adjetivos y adjetivos, 23.10.2012
[2] István Mészáros, La teoría de la enajenación en Marx, Ediciones Era, S.A., México. 1978, Pág. 178
[3] Miguel Ángel Urquieta, Hombres y cosas del Perú de hoy: José Carlos Mariátegui, La Paz, 1929, Reproducido en Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, Selección y prólogo de José Arico, Cuadernos de Pasado y Presente, México, 1978, Pág. 255
[4] JCM, Defensa del Marxismo, versión electrónica
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“LOS CRUZADOS”: ¿MARXISTAS
O CATECÚMENOS? 1
En la base, en la raíz misma del estrepitoso fracaso que arrastran desde hace casi 40 años en que se constituyeron como tendencia dentro del movimiento socialista, 4 décadas en las que han sido totalmente incapaces de contribuir al indispensable proceso de fusión de la teoría revolucionaria con las masas obreras y populares, se encuentra la concepción que nuestros pintorescos caballeros de “La Santa Cruzada contra el Revisionismo” poseen del marxismo.
Nuestros caballeros conciben el marxismo,
no como un método pleno de vitalidad que día a día se enriquece, que es como un
inmenso río que atravesando la selva amazónica va incrementando su caudal con
las portentosas lluvias torrenciales propias del trópico y con los inmensos
ríos que vierten sus caudales en su cauce; sino como un cuerpo
esclerótico, momificado, como un conjunto cerrado formado por
“principios” y “verdades” contenidas en las obras de un puñado de autores
clásicos: Marx, Engels, Lenin, Mao, y Mariátegui.
A partir de una pésima y obtusa lectura de estas obras, nuestros Cruzados se hicieron un “esquema” de cómo funciona la sociedad y cuál el camino a seguir.
Se fabricaron pues un catecismo, una receta, un manual.
Acto seguido se auto constituyeron en los
celosos guardianes de esa “doctrina,” en los portaestandartes de la pureza
ideológica.
En algún momento de su pésima lectura se toparon con los conceptos contenidos en la Teoría del Reflejo del materialismo marxista y concluyeron con la peregrina tesis que en ellos se reflejaba ideológica y políticamente el proletariado. Pasaron entonces a autoerigirse como los representantes políticos e ideológicos del proletariado revolucionario.
Esa es la razón por la que de lo más
orondos y muy sueltos de huesos hablan, discursean y peroraran como si el que
estuviese perorando, discurseando y hablando fuese el proletariado
revolucionario en persona.
¿No repiten a cada rato la fórmula “la
posición proletaria” para referirse a sus elucubraciones?
¿No nos dicen a cada momento cosas como
que “el proletariado tiene que defenderse”, “el proletariado tiene derecho a
adjetivar”?
¿Quién es “el proletariado” en esas
oraciones?
Pues Ibarra I, Ibarra II, Daniel Chumpitaz, César “venenito” Risso, Tinoco y algún otro más por allí.
Dentro de este cuadrapléjico y esclerótico concepto de marxismo que manejan cual si fuese una verdad revelada:
¡! Ay de aquel que se animase a pensar con cabeza propia!!
¡! Réprobo el que cuestione las santas verdades y revelaciones contenidas en su catecismo!!
Su praxis social entonces queda reducida a
trabajar como una suerte de Tribunal del Santo Oficio de la Doctrina.
Todo lo que se mueva cerca corre el peligro de que le caiga el sambenito de “revisionista”, de “oportunista”, de "pequeño burgués"
Tienen tan internalizado este papel de
inquisidores de la fe, derivada de su condición de catecúmenos que muy sueltos
de pluma acaban de proferir, en boca del caudillo mayor, una de las máximas
estupideces que podamos haber leído en años:
“En la lucha por concretar estos dos
instrumentos se mueven los activistas del Socialismo Peruano, superando
limitaciones, corrigiendo errores y combatiendo tanto al dogmatismo como al revisionismo,
entendiendo que esta última desviación constituye el peligro principal en el
movimiento obrero”
(“Mucho Ruido y Pocas Nueces” -segunda
parte- Ibarra, Eduardo (página 47 del archivo adjunto)
¡!El peligro principal en el movimiento
obrero peruano en el 2,012 es el revisionismo ¡!! ????
¡! Por favor señor Ibarra, en qué mundo
vive Ud.!!
¡!Salga a tomar un poco de aire fresco!!
¡! Oxigene mejor su cerebro!!
Hay cien mil tareas anteriores en la
agenda del “¿Qué Hacer?” 2,012 peruano, que enfrascar al movimiento obrero en
sus prácticas del más estéril de los doctrinarismos.
Salvo que usted, como derivada de esa interpretación retorcida de la Teoría del Reflejo, crea, como lo viene diciendo que sus “cruzados” y usted mismo son la encarnación, la personificación de la clase obrera, del proletariado y que el “movimiento obrero” en esas sus ensoñaciones no sea sino la sumatoria de esas pequeñas sectas, capillas, cenáculos que pululan por aquí y por allá.
Pero no nos distraigamos y volvamos al
tema.
El marxismo es una ciencia viva.
Si se me pidiese hacer un paralelo con otra ciencia con fines puramente didácticos y nada más, tomaría como ejemplo la Medicina.
Día a día la Medicina se va enriqueciendo y desarrollando con más y más conocimientos.
Conocimientos que vienen de la experiencia acumulada de generaciones anteriores y enriquecida con las numerosas investigaciones que todos los días se realizan, de los estudios y experimentación que se realizan en animales, de la contribución de otras ciencias (Biología, Bioquímica, etc.) del desarrollo de la tecnología aplicada proveniente de la electrónica y la cibernética; en síntesis todo el portentoso desarrollo de la experiencia humana sistematizada con la que tiene vinculación.
Con el marxismo pasa, cambiando lo que haya que cambiar, algo similar.
El marxismo es una ciencia que tiene como
tal su método, el que nos permite conocer, interpretar y transformar
revolucionariamente la realidad social.
Es en esencia, un instrumento, una herramienta y no otra cosa.
Luego de establecido por Marx y Engels, el marxismo no ha cesado en su enriquecimiento.
Sin duda ni discusión alguna Lenin hizo un aporte valiosísimo al aplicar el método marxista a la realidad de la Rusia a principios del siglo XX.
Esa consecuente aplicación del método en la realidad de la economía y sociedad del Imperio Zarista, trajo como consecuencia, amén de las sociales, el enriquecimiento del marxismo.
Lenin fortaleció como nadie el
marxismo.
Aplicó esta herramienta para interpretar una nueva fase que se abría en el capitalismo; aplicó esa herramienta para determinar qué tipo de organización política se necesitaba en Rusia para acometer la revolución; utilizó esa herramienta para estudiar las características que tenía el desarrollo del capitalismo en su país y en su época; utilizó esa herramienta para conocer la naturaleza de El Estado y utilizo esa herramienta para fines de organización, táctica, estrategia política y demás, utilizó esa herramienta para dar los primeros pasos en la economía de un país donde la revolución había triunfado, etc. etc. etc.
Vengamos por un momento de la Rusia zarista al Perú leguiista.
José Carlos Mariátegui aplicó esa misma ciencia, ese mismo instrumental (enriquecido ya con el inmensurable aporte de Lenin) al conocimiento e interpretación de nuestra realidad peruana, en lo más variado de sus campos.
Desde la Economía, hasta la Cultura, pasando por la Religión y la Literatura, amén de lo que sucedía en la escena contemporánea pasó por la criba del método marxista. Así enriqueció el marxismo.
.... y, por supuesto dedicaba gran parte de sus energías y tiempo a la
organización del proletariado en una paciente labor para sembrar y germinar la
idea clasista, la idea socialista en la vanguardia de la sociedad.
Luego de esta paciente labor que le demandó años, cuando las condiciones
estaban maduras procedió junto a la vanguardia de la clase obrera a fundar un
partido.
Al igual que Lenin en relación al
marxismo, José Carlos Mariátegui lo estaba enriqueciendo de manera sustantiva.
Lo mismo que decimos de Lenin y de
Mariátegui en relación al marxismo podemos decirlo de otras figuras señeras que
han contribuido a enriquecerlo.
Pero esto lo ampliaremos en otro artículo.
Eusebio Leyva
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MUCHO RUIDO Y
POCAS NUECES
(Segunda Parte)
Ciertamente Leyva se cree muy
listo, pero no se ha percatado de que su criolla lógica hubiera tenido que
llevarlo a criticar, por ejemplo, la llamada “Conferencia Política Consultiva
del Pueblo Peruano”, promovida por el grupo revisionista, evento que, no
obstante su pomposo y demagógico título, reunió apenas alrededor de una
veintena de sus mismos militantes. Esa reunión no sólo fue una prueba del
aislamiento de dicho grupo con respecto a las masas populares, sino también el
más grande engaño al pueblo peruano en ochenta años.
Pero, como lo han constatado
muchos lectores, de eso el “imparcial” Leyva no ha dicho nada.
No se ha percatado tampoco de
que su criolla lógica hubiera tenido que llevarlo a criticar la deserción de
Ramón García de las filas del Partido y de toda práctica política, doble
deserción que está por cumplir cuarenta años; y, asimismo, a señalar que este
personaje no es conocido en la clase obrera.
Pero, como lo han constatado
muchos lectores, de ninguna de esas cosas el “imparcial” Leyva ha dicho una
sola palabra.
Tampoco se ha percatado de que
él mismo no es conocido en absoluto en la clase obrera, ¡y ni siquiera en el
movimiento que forman unas cuantas pequeñas tendencias!
Y, claro, de esto, tampoco ha
dicho nada.
Pero veamos la cuestión desde
otro ángulo. Es sabido de todos que Abimael Guzmán es ampliamente conocido
en la clase obrera y pueblo peruanos, e, incluso, en la clase obrera
internacional y en los pueblos del mundo. ¿Esta realidad valida sus ideas
oportunistas? ¿Esto hace que sean respetables? Ciertamente que no.
Pero el listo Leyva no se ha
percatado de este alcance de su criolla lógica.
Entonces, por todo lo
señalado, está claro que nuestro desorbitado crítico ha irrumpido de pronto
para echar barro a tontas y a locas a los críticos del revisionismo, y, al
mismo tiempo, para encubrir al grupo revisionista. Este es el triste papel que
ha cumplido.
Eludiendo debatir con
argumentos teóricos las cuestiones fundamentales dirimentes, el señor Leyva ha
chapoteado, pues, en las turbias aguas de su discurso subalterno, y, así, se ha
exhibido subjetivo, tendencioso, antojadizo, sesgado, malévolo, confusionista,
camorrero, provocador.
Pero dejemos a nuestro
fracasado criticón, y anotemos algo fundamental: la defensa del
marxismo-leninismo y la crítica a su negación es una tarea ineludible,
necesaria y oportuna; del mismo modo, la defensa de la Creación Heroica de
Mariátegui y la crítica a su tergiversación es igualmente una tarea ineludible,
necesaria y oportuna. Etcétera, etcétera.
En consecuencia, cualquier
marxista consciente tiene que darse cuenta que esas defensas y esas críticas
contribuyen al cumplimiento de la doble tarea que tiene ante sí el pueblo
peruano: la Reconstitución del Partido de Mariátegui y la Construcción del
Frente Unido Revolucionario.
En la lucha por concretar
estos dos instrumentos se mueven los activistas del Socialismo Peruano,
superando limitaciones, corrigiendo errores y combatiendo tanto al dogmatismo
como al revisionismo, entendiendo que esta última desviación constituye el
peligro principal en el movimiento obrero.
16.10.12.
Eduardo Ibarra.
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