sábado, 24 de noviembre de 2012

RESPUESTA A UN TEXTO DE SAMUEL FARBER ACERCA DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA





24-11-2012


El pasado jueves, día 15 de noviembre, Rebelión publicó un texto de Samuel Farber, en el que defendía que “el Partido único es el principal obstáculo para la democratización genuina de la sociedad cubana”, y consideraba indispensable la oposición a ese unipartidismo para alcanzarla. Personalmente, nunca he creído que la democracia necesite de varios partidos para existir, más bien considero justo lo contrario: el multipartidismo es un invento de la burguesía que sólo sirve para dividir a las masas en indiscutible beneficio para el gran capital; curiosamente, con todas las imperfecciones que emanan de la condición humana -la Revolución la llevan a cabo humanos, no extraterrestes-, el proceso de la Isla es ejemplo vivo de que mi creencia no va del todo mal encaminada. A continuación, intentaré responder a algunos puntos del mencionado texto.

Comienza Farber con un comentario ciertamente tendencioso, señalando que la agencia de negocios GAESA, al parecer ligada a las FAR, está “liderada por Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, un yerno de Raúl Castro”. ¿Acaso una persona válida para desempeñarlo debe ser rechazada para un cargo por el mero hecho de ser familiar del máximo responsable de una nación? Nunca un familiar, por el hecho de serlo, debería ser privilegiado a la hora de alcanzar altos cargos, como tampoco debería ser rechazado por el único hecho de serlo, porque en ambos casos se estaría cometiendo una tremenda injusticia. ¿Tampoco para Farber Raúl Castro debería ser el actual presidente del Consejo de Estado y de Ministros? La reacción siempre acusó a Raúl de alcanzar la presidencia por ser hermano de Fidel, cuando todo el mundo sabe que lo hizo por méritos propios y de manera absolutamente democrática. No creo que existan muchos cubanos y cubanas que piensen lo contrario.

Defiende Faber el multipartidismo. No parece importarle que prácticamente todos los países del mundo estén infectados por el fenómeno y, sin embargo, la cuestión democrática esté a años luz de ser realidad en aquellos lugares que lo mantienen. En el caso concreto de Cuba, con Batista como presidente títere existían, si mal no recuerdo, catorce partidos políticos; sobra decir que de democracia nada de nada. ¿Por qué en la actualidad van a adoptar el multipartidismo, cuando saben más que de sobra que, lejos de solucionar sus problemas, ahondaron en los mismos hasta el punto de convertirles en esclavos y extranjeros en su propio territorio? Faber confunde partido único con pensamiento único, que son dos cosas muy diferentes. El multipartidismo nunca será sinónimo de democracia ni de pluralidad de pensamiento, en cambio ésta sí puede existir y desarrollarse sin la imperiosa necesidad de que existan varios partidos políticos. Por supuesto que el PCC tiene su ideología pero, a día de hoy, su militancia está compuesta por individuos de pensamiento diverso, entre ellos no pocos con creencias religiosas, y todos tienen su importancia dentro del Partido y de la Revolución.

Se debe saber que el PCC que tanto molesta a Farber no postula ni interviene para nada en los procesos electorales -no hace falta ser militante para ser elegido-; que fue la Constitución Socialista de la República de Cuba, aprobada en referéndum por el 97,7% del electorado, tras previa discusión del proyecto por parte de prácticamente toda la población, la que otorgó el papel de fuerza rectora principal de la sociedad cubana. De modo que el Partido no es una imposición, sino la voluntad popular, el resultado natural y democrático de las condiciones del proceso social.

Farber acusa al PCC de ser un partido estalinista, lo que, además de ridículo, es totalmente falso. El PCC es el garante de la Revolución y, por tanto, ni actua ni puede actuar a espaldas del pueblo, sino con y para éste. El PCC tiene la buena costumbre de implicar de manera efectiva a toda la población de la Isla -no sólo a su militancia- en la toma de decisiones importantes, así como en los debates previos a las mismas. Sobran los ejemplos. Por ser un caso reciente citaré el proceso de debates sobre los Lineamientos de la Política Económica y Social que, tras ser debatidos por los delegados –meses antes por la inmensa mayoría de la población y, durante dos días de diciembre de 2010, por la Asamblea Nacional del Poder Popular-, fueron finalmente aprobados por el VI Congreso del PCC, clausurado el 19 de abril de 2011.

Desde el 1 de diciembre de 2010 hasta el 28 de febrero de 2011 se desarrollaron los mencionados debates. Y participaron en todo el territorio nacional nada más y nada menos que 8.913.834 personas –de una población aproximada de 11.500.000, incluidos los niños y las niñas- a través de más de 163.000 asambleas, efectuadas en el seno de la diferentes organizaciones y que contaron con más de 3.000.000 de intervenciones por parte de los participantes. ¿Qué partido en el gobierno de cualquier país del mundo permite tamaña participación a sus gobernados, y además la fomenta? Pueden imaginarse la respuesta.

En el informe central al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el compañero Raúl Castro reveló estos esclarecedores datos: El documento original de los Lineamientos albergaba a 291 de ellos. Tras la aportación de la ciudadanía, de estos 291, 16 fueron integrados en otros, 94 se mantuvieron intactos, a 181 se les modificó su contenido y se añadieron 36 nuevos. De modo que el documento que debatieron los delegados en el congreso del Partido contía 311 Lineamientos; 20 más que en la versión original. Prueba inequívoca de que la participación de la población cubana es sin realmente efectiva, ya que ésta cambió el 68% de los Lineamientos, es decir, algo más de dos tercios de los mismos. Creo que no hace falta añadir nada más para defender que el PCC aprueba lo que la inmensa mayoría de la población considera oportuno, no sólo su militancia.

Dice Farber que es falso el paralelo que “los voceros del régimen trazan entre el PCC y el Partido Revolucionario Cubano -PRC- liderado por José Martí”, porque éste no era “una organización que formula propuestas sistemáticas para el gobierno y administración de un estado constituido”. Lo que no dice Farber es que el PRC no pudo ejercer esa labor porque, gracias a su temprana disolución y a la injerencia del gobierno estadounidense nunca alcanzó el poder que, por otra parte, tuvo al alcance de la mano.

Más que le pese a Farber, el paralelismo entre el PCC y el PRC es evidente. Y es que el PCC, resultado del proceso de unidad de todas las fuerzas revolucionarias, no solamente dispone -por voluntad popular, insisto- de valor jurídico sino que además está amparado por los planos políticos e históricos, ya que, el 10 de abril de 1892, también Martí creó el PRC para hacer la revolución y, según el artículo primero de sus bases, “lograr con los esfuerzos unidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico” -recordemos que El Apostol insistió en que la revolución no es lo que se hace en la Manigua, sino en la república, luego de la toma de poder por parte de los revolucionarios.

La estrategia de las revolucionarias y revolucionarios cubanos actuales no fue, no es nueva. Los nuevos mambises, los que entraron victoriosos a Santiago de Cuba el primero de enero de 1959 dirigidos por Fidel, tenían bien aprendida la lección. Conocían que desavenencias en las filas mambisas habían frustrado la revolución del 68; sabían lo qué había sucedido en 1898, al final de la Guerra Necesaria, con la disolución del PRC [1], así como con el desarme del Ejército Libertador: la conversión de Cuba en un protectorado (1902-1934), primero, y después en una neocolonia yanqui (1934-1958). Conocían, también, cómo la falta de unidad fue determinante para que fracasara la revolución del 30, aquella en la que el primer Partido Comunista de Cuba fundado en agosto de 1925 por Julio Antonio Mella y Carlos Baliño, entre otros compañeros, y magistralmente dirigido por Rubén Martínez Villena durante los últimos años de su corta pero intensa vida, tuvo un papel protagonista. Los revolucionarios cubanos, que tanto habían luchado y sufrido para derrocar al último presidente títere de los imperialistas -Fulgencio Batista- no estaban dispuestos a tropezar con la misma piedra. Así nació el 3 de octubre de 1965 el PCC, aunque, por supuesto, para llegar a este importante hecho, antes se hubieron de dar otros pasos.

En Cuba siempre tienen muy presente estas palabras de Martí: “los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente”. En la Isla sólo existe un partido, pero no por ello deja de existir la pluralidad de pensamiento, y sus habitantes tienen y saben como expresarlo de manera efectiva.

Farber dice con el título de su texto que “el Partido es el obstáculo principal”; y claro que lo es, pero no para que en Cuba se de la democracia, como él afirma, sino para que el imperialismo yanqui y europeo metan sus sucias manos, que, desde hace muchos años, es lo que anhelan y persiguen de enfermiza manera.

Nota:

[1] No cabe duda de que la muerte en combate de José Martí –Dos Ríos, 19 de mayo de 1895- y de Antonio Maceo –Punta Brava, 7 de diciembre de 1896- influyó de negativa manera en las filas independentistas que lucharon contra el colonialismo español. Gracias a ello, en parte, Tomás Estrada Palma se adueñó de la dirección política de la Guerra de Independencia –la supresión de la elección anual del cargo de Delegado propició que él mismo dirigiera el Partido desde 1895 hasta 1898 sin ser efectivamente electo- y el Partido Revolucionario Cubano abandonó la posición antiimperialista, introduciéndose notables modificaciones que lo alejaron sustancialmente de la idea martiana original. También se perdió la democrática costumbre de rendir cuentas anuales de la gestión realizada, y se incrementó las relaciones con la burguesía productora de azúcar –en septiembre-octubre de 1896, con el consentimiento de la Delegación cubana de Nueva York y la de París, los azucareros cubanos en Francia llegaron a negociar, sin resultados concretos, la compra de la Isla a España.

En 1898, cuando los cubanos ya habían vencido prácticamente a los españoles, el gobierno yanqui decidió participar en la contienda. Y como en principio nadie le dio “vela en aquel entierro”, se autohundió el Maine. Era el 15 de febrero cuando en la bahía de La Habana estalló el buque, ocasionando la muerte de 266 personas. Estados Unidos ya había dado con el pretexto que buscaba.

Finalmente los españoles fueron vencidos, el gobierno de William McKinley ya tenía a parte de su ejército en el interior de la Isla de Cuba y, aprovechando la coyuntura histórica, Estrada Palma disolvió el Partido. Los yanquis consideraron a los mambises “disidentes de la Corona” y al Ejército Libertador como un “ejército extranjero”, lo que propició también la disolución del propio Ejército Libertador y de la Asamblea General de Representantes de la Revolución. El 12 de agosto de 1898 se firmó el armisticio entre la Metrópoli y el gobierno de los Estados Unidos –obsérvese cómo los cubanos fueron descaradamente ninguneados-; y el 10 de diciembre del mismo año, con el Tratado firmado en París por España y Estados Unidos sucedió exactamente lo mismo: el desprecio y absoluto soslayo a los mambises y al pueblo de Cuba. La firma de aquel Tratado supuso el traspaso de España a Estados Unidos, a partir del 1 de enero de 1899, de la Isla de Cuba, además de Puerto Rico y las 7.100 islas de Filipinas y de Guan.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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