25-11-2012
No, Samuel Farber, quien nació y se
crió en Cuba (¿?), el obstáculo principal no es el partido único; es la
ideología epocal dominante el principal y único obstáculo… Parafraseando a
Clinton: “Es la ideología, estúpido.”
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El jueves 22 del corriente, los lectores
habituales de Rebelión encontramos con sorpresa un texto de Samuel Farber en el
que reproduce la idea de que el sistema de partido único vigente en Cuba es un
obstáculo para la “democratización genuina de la sociedad”.
La
extrañeza proviene del hecho de que, por lo general, Rebelión ha servido para
promover ideas diversas, a veces contrapuestas, pero bien argumentadas, en
especial si ellas se refieren a procesos sociales plenos de vitalidad y
dinamismo que, como en el caso de los eventos más conspicuos de América, el
cubano entre ellos, basan su perfeccionamiento no en la renuncia al curso
genuinamente elegido y seguido sin vacilaciones por sus pueblos, sino en su
profundización fructífera…
Permítaseme
una anécdota, para ser bien comprendido.
Hace
unos años, en medio de la debacle que el desmontaje de la Unión Soviética
significó para la causa del comunismo (esto es, para el futuro de la
humanidad), una persona sinceramente interesada preguntó a un comunista cubano
de la esfera ideológica por la causa del éxito de la glasnost, en términos de
lectores. “ ¿Cuántos lectores usted cree que tendría en el Vaticano un
hipotético ‘Diario del Papa’ que se dedique a la difusión de datos que
demuestren, apelando a las ciencias, la imposibilidad biológica de la
concepción inmaculada de Jesús de Nazareno y de su resurrección de entre los
muertos? ” –respondió el interpelado. “Por eso no existe ese diario en el
Vaticano” –agregó.
El
mundo está lleno de personas, la mayoría, que suponen que festejar con champán
es “lo máximo”, que no hay descanso comparable al de unas vacaciones en París,
que Nueva York es la ciudad que cada persona debería visitar una vez en esta
vida (si no puede vivir en ella), que es mejor ser el cónyuge de una celebridad
hollywoodense que de alguien del vecindario, que vale la pena algún sacrificio
por obtener la ciudadanía estadounidense, que estudiar en Harvard nos hace
“universalmente mejores” que si lo hacemos en la universidad de la esquina de
la casa y que poseer un Bentley, vestir Versace, ser amigo de Bill Gates,
aparecer frecuentemente en los medios y tener un millón de seguidores en
facebook es “un sueño hecho realidad”.
En
este mismo mundo, si bien muchos aceptan en público que –como “afirmación
general”– todos los humanos somos iguales, muy pocos suponen que esa “igualdad”
debe traducirse en deberes y derechos verdaderos , esto es, en deberes y
derechos con respaldo material, con sustentación en la equidad sobre la cuota
de la realidad que –dada esa identidad consubstancial– a todos responsablemente
corresponde , y mucho menor es la cantidad de humanos socializados que están
dispuestos a vivir según esos preceptos, salvo que sean comunistas raigales o…
miembros de ciertas comunidades religiosas.
Esas
“máximas sociales” que modulan los pareceres (y saberes) de las personas de una
época determinada (lo cual significa en propiedad que cada época tiene sus
propias “máximas”, hecho no menor), y con ello las conductas de esos individuos
(“Los hijos se parecen más a su época que a sus padres” –sentenció K. Marx), se
conoce con el nombre de ideología epocal dominante.
La
ideología que domina una época es aquella que posee individuos que la encarnan,
tan numerosos y visibles que la vida, opiniones, experiencias, conocimientos,
relaciones, comportamientos y similares de esos individuos se convierten en
paradigma para la mayoría de los demás.
(Es
tan difícil emanciparse de los patrones conductuales emanados de la ideología
epocal dominante, que los especialistas han dado a ese proceso de “liberación
interior” la sugerente denominación de “desprogramación”, la cual –a su vez–
puede ser objeto –y lo es con frecuencia– de una “domesticación…
convenientemente programada”, hasta tal punto, que hay quienes afirman –no siempre
sin razón– que todo ese proceso debería ser conocido como “sustitución de
programaciones”.)
La
fuerza de la ideología dominante radica en que sus referentes brindan
coherencia a nuestras opiniones y actos, y nosotros, seres causales,
necesitamos una lógica que nos ofrezca exactamente eso: coherencia.
Por
ejemplo, la mayor parte de las personas no solo cree conocer qué es
“desarrollo” y distinguir consecuentemente una nación “desarrollada” de una que
no lo es, sino que ninguna de ellas duda ni por un segundo que todo país
“normal” debe luchar vehementemente por ese “desarrollo” que visualizan los
miembros mayoritarios de la comunidad humana.
Exactamente
igual ocurre con el concepto de “democracia”: si en un estado no hay múltiples
partidos, no hay democracia en él.
Para
esas personas, el fin de los humanos es, sin la menor hesitación, dedicar
nuestras vidas a las exigencias del mercado, a fin de que un grupo selecto de
individuos disponga de tiempo para idearnos nuevas misiones. Y para ellos
resulta impensable que todo un pueblo se cohesione en torno a propósitos
comunes: lo normal es que sus gentes se organicen por sectores y que luchen
entre sí las facciones resultantes por lograr objetivos sectoriales, para mejor
satisfacer las exigencias de las cúpulas dirigentes de las agrupaciones que
corresponda.
Lo
curioso es que los países “desarrollados” en que impera la “democracia”
multipartidista recomendada a Cuba están inmersos en una agudísima crisis
sistémica, esto es, en una crisis que revela la irracionalidad teleológica de
su sistema, así de sencillo.
El
texto de Samuel Farber no es profundo. Hace afirmaciones categóricas sin
preocuparse por fundamentarlas, porque las tiene –programado como está– por
“verdades autosustentadas”, en sí mismas evidentes.
Sin
embargo, al final del escrito hay una observación que llama la atención: “Samuel
Farber nació y se crió en Cuba, [ha] publicado muchos artículos y libros sobre
este país”…
“Nació
y se crió en Cuba…” Bueno, además de que muchas personas lo han hecho, sin que
eso garantice un conocimiento mejor o más original de la realidad cubana, ni
siquiera un compromiso con su nación, aun si ese compromiso implicara una
oposición asumida a su propio ego, habría que entender que ya no vive en ella.
Incluso el libro que expone como carta de presentación, a juzgar por el título,
parece haber sido escrito en inglés… Será para que mejor lo entiendan aquellos
que más interesa a Samuel Farber que lo hagan.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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