Escribe César Hildebrandt
Viernes 21 de mayo de 2010
Una sensación
de hartazgo recorre muchos sectores.
Es la náusea
que produce el hedor de la política entendida como negociado o franquicia. No
es la náusea sartreana por la condena de la existencia. Es náusea humildemente
estomacal.
Todos
desconfiamos de esa Contraloría que ahora gasta millones en publicitarse, y la
Contraloría, a cargo de una medianía buscada con lupa para que no moleste con
una pizca de carácter, hace todo lo posible para que esa desconfianza se
acentúe.
Todos
desconfiamos del Poder Judicial y el Poder Judicial, a cuya cabeza están
antiguos simpatizantes de la corrupción fujimorista, trabaja denodadamente para
que nuestra desconfianza halle más razones todavía.
Todos
desconfiamos del Congreso y el Congreso, en manos de alfabetos resignados y
analfabetos estridentes, convive con la corrupción, autoriza la impunidad,
engaveta las investigaciones y ejerce muchas veces la ley del silencio que, en
el Chicago de los 30 y en la Sicilia de los 70, se tenía como sagrada.
¿Y qué decir
de los partidos políticos? El PPC se parece al socialcristianismo como la
pedofilia a un jardín de infantes. El Apra, que es partido serio e histórico,
se debate en una crisis que ya es de identidad y compromete su futuro. El
nacionalismo es un estado de ánimo, una ira que llega de provincias pero que
nadie sabe si cuajará en un programa integrador y verdaderamente nacional. Lo
demás es como Barba: la depravación del vocablo pragmatismo.
¿Y el Jurado
Nacional de Elecciones o la ONPE, que deberían servir de filtros? Son, con su
patética debilidad, la expresión del cáncer institucional que nos agobia (sólo
en las últimas horas el JNE ha recordado que los partidos deben hacer
"internas" para elegir candidatos).
¿Y el presidente de la República? Bueno, él es otra vez el jefe de una
organización poderosa decidida, por ejemplo, a asaltar Collique, a tomar Chilca
como si fuera Normandía, o a permitir que Fujimori reanime su banda propia
desde la prisión donde despacha.
¿Y la policía? ¿Nos
salvará la policía? Bueno, la policía está en manos de un señor que se viste de
paisano para irse a hostales a hacer de macho alfa (y que por eso es defendido
por el doctor García, machazo alfa el mismo). Y el ministro del Interior tiene
el hándicap de una leve minusvalía residenciada en el cerebro.
Tenemos una crisis de
viabilidad. No somos un país sino un milhojas, un suspiro limeño amargado por
la corrupción.
Ya lo vemos:
un alcalde que no explica el porqué del robo de Comunicore, denunciado por el
diario Perú21, está primero en las encuestas. La hija de un corruptor, la que
estudió en Bastan con dinero robado por su padre, está segunda. Y el señor
Kouri, que tendría que estar entre rejas por lo de Convial y ser un apestado
social por lo del SIN, podría ganar la alcaldía de Lima.
Perú se
pudre. Y la derecha, con algunos idiotas que se alegran por un Garzón
defenestrado y un Cipriani triunfante, está feliz. Porque la derecha ha vivido
y vivirá siempre en el limo descompuesto y entre la burundanga de la coima.
Desde Echenique hasta García.
“Y cuando
hagamos ese balance, sentiremos escalofrío“.
Cabeza armada de esa derecha que González Prada ya había auscultado y
apretado es, por supuesto, la prensa.
La prensa que patatin, la prensa que patatán, la prensa que Gisela, la
prensa que América Noticias (festival de muertos), la prensa que entretiene
para que se roben el país, la prensa que pone traseros para que no le miren el
suyo, los comercios diversos y tarados.
¿Y los intelectuales? ¿Nos sacarán las castañas del fuego los
intelectuales?
Bueno, la
mayoría de ellos está dedicada a sobrevivir. Y, además, esa mayoría considera
que la rebeldía es un suvenir de los sesenta y que ser tibio y neutro da una
pincelada de posmodernidad. No es que sea cínica esa mayoría (porque para el
cinismo se requiere cierta bravura). Lo que esa mayoría ha aceptado es la quincena
y el acomodo en el nuevo orden, que consiste en llamar nuevo a lo viejo y
socialmente científico a lo puto y académica a la complicidad.
El Perú se
pudre en una sola ola de chavetas. Y todos parecen felices limpiando sus
chavetas después de usarlas.
No lo
olvidemos: el 25% de encuestados en Lima dice que se tolera robar si se hace
obra. No lo olvidemos: un grupo destacado de "intelectuales" y
payasos le ha hecho un homenaje de reivindicación a un plagiario incontable y
ha habido gente, como un tal Julio Ortega, que ha escrito en favor del plagio.
No lo olvidemos: la Universidad Católica ha tenido que salir a defenderse
después de que unos zamarros intentaran devolver a sus aulas a un par de
alumnos que habían presentado como suyos textos hurtados del internet.
Vivimos en un país donde un cuarto de sus habitantes se declara
implícitamente ladrón y consentidor de ladrones. Y en donde los ladrones
regresan a la presidencia para robar más (porque robar es un verbo no sólo
transitivo sino que insaciable). Y en donde los plagiarios son homenajeados.
Este es el Perú del 2010. Por más que nos quieran decir que es el país
del oro inagotable, del gas para todos, del cobre en alza, del pisco querido y
la butifarra internacionalizada.
Todo eso
pasará. Como han pasado tantas otras prosperidades falaces de nuestra historia.
Pasará y nos
quedaremos con lo que perdura: la gente y sus valores.
Y cuando
hagamos ese balance, si lo hacemos con honestidad- sentiremos un escalofrío.
Porque de tanta minería quedarán relaves y de tanta demagogia quedarán cuentas
por pagar. Y de tantas tareas no hechas quedarán resmas de culpa.
¿No se han
puesto a pensar que si Sendero sigue siendo, treinta años después, una remota
amenaza es porque estamos haciendo todo lo posible para desacreditar a la
democracia?
Nadie nos
sacará de este marasmo si no reaccionamos.
La corrupción
tiene que ser el gran tema electoral.
Y los
corruptos tienen que dejar de infectarlo todo.
Y el Perú,
este viejo país que es nuestro y duele, tiene que decir basta.
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