EZLN:
Las lecciones ignoradas
El Universal
17-01-2013
Efectivamente, como el Subcomandante
Insurgente Marcos lo dijo: los zapatistas siempre han estado ahí, nunca se han
ido.
Sin embargo, tras su reaparición pública
del 21 de diciembre del 2012, los partidos y la clase política muestran un
entusiasmo inusitado por defender los derechos indígenas y apoyar los Acuerdos
de San Andrés Larráinzar que rechazaron en 2001. Hipócritas: El Partido
Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN), y el
Partido de la Revolución Democrática (PRD), en contubernio, cometieron traición
de Estado y les dieron la espalda.
Y no sólo ellos. También la izquierda les
dio la espalda: la institucional, la partidista y gran parte de la intelectual
y del movimiento amplio de izquierdas.
Resultó sorprendente que a una semana de
la marcha del 21 de diciembre, la perredista Dolores Padierna presentara un
punto de acuerdo en el pleno del Senado para que el Estado Mexicano cumpla los
Acuerdos de San Andrés y que fuera aprobado por unanimidad.
Después, también en unanimidad partidista,
la Comisión Permanente exhortó a la reactivación de la Comisión de Concordia y
Pacificación (Cocopa). Y ahora, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel
Osorio Chong, anuncia que en lugar de esta instancia se crea la Comisión para
el Diálogo con los Pueblos Indígenas en México.
No es de extrañar entonces que Enrique
Peña Nieto, en una jugada de legitimación política, dé su visto bueno a los
Acuerdos de San Andrés.
Estamos pues frente a un coro de
simulaciones.
En 2001, como dije, los partidos
rechazaron la aprobación de los Acuerdos discutidos durante siete años. A
partir de 2006, cuando el EZLN criticó lo mismo a los candidatos presidenciales
del PRI y del PAN que a Andrés Manuel López Obrador, el movimiento amplio de
izquierdas dejó solas a las comunidades zapatistas.
Solas enfrentaron una mayor
militarización, el despojo de sus territorios y el aumento de agresiones no
sólo de paramilitares sino de militantes del PRI, PAN, PRD y del abanico
partidista de izquierda.
Sin embargo, las poblaciones zapatistas
han resistido los ataques de forma pacífica y no han sucumbido al bombardeo de
programas sociales federales y estatales que buscan cooptarlos y dividirlos. No
sólo resisten, consolidan la única experiencia de autogobierno real que en 2007
involucraba cinco regiones, llamadas por ellos Caracoles, en donde habitan
alrededor de 40 mil indígenas.
Ese autogobierno es una lección
excepcional para México, porque en plena crisis institucional, del sistema de
partidos y de la representación popular, nos muestra una forma distinta de
ejercer el poder y de impartir la justicia de forma horizontal, rotativa,
incluyente y sin corrupción.
La izquierda electoral lucha porque la
repartición del pastel capitalista sea más equitativa. El mensaje zapatista de
fondo es que ese pastel está podrido y que la sociedad civil debe preparar uno
nuevo con su propia receta. Y eso es lo que han hecho las comunidades rebeldes
a pesar de estar bajo una estrategia contrainsurgente.
Tuve oportunidad de conocer dicha
experiencia autonómica y de entrevistar al Subcomandante Marcos a fines de 2007
con motivo de un reportaje para la revista Gatopardo que luego
se convirtió en el libro Corte de caja.
Constaté que el autogobierno zapatista es
el ejercicio político y de cambio cultural más radical del país al romper con
todos los niveles de gobierno y los partidos para depositar el poder en
colectivos, llamados Juntas del Buen Gobierno, donde están incluidos mujeres y
jóvenes.
Corroboré también cómo sin presupuesto
gubernamental ni de la iniciativa privada han erigido clínicas de salud,
escuelas y proyectos productivos donde no había nada.
Sí, es verdad, tienen fallas. Los
resultados son distintos en cada Caracol y hay procedimientos que obstaculizan
en parte la vida interna de cada Junta de Buen Gobierno. Pero esto se vive como
un aprendizaje a superar y las decisiones se socializan.
Cuando entrevisté a Marcos, él acababa de
regresar del norte del país en el recorrido que La Otra Campaña hizo para
tender puentes con otras comunidades indígenas y colectivos de lucha ciudadana.
En la que hasta hoy es la última
entrevista por él concedida, me dijo que el EZLN buscaría trabajar en un
programa político de carácter nacional a partir de junio de 2008. No obstante
me externó: “el EZLN está en una indefinición, estamos acostumbrados a ello y
así es como mejor nos salen las cosas”.
Me precisó que esa indefinición en parte
se debía a que desconocían si la gente respondería de forma organizada y
articulada o el EZLN, por su cuenta, impulsaría ese programa nacional de lucha
ajeno a los partidos políticos.
No obstante el zapatismo se replegó de
2008 a 2012. En varias ocasiones intenté sin éxito entrar de nuevo a sus comunidades
pero estaban cerradas. No era extraño. Sus repliegues tienen sus razones. Así
sucedió tras el rechazo legislativo de los Acuerdos de San Andrés en 2001. Dos
años cerraron sus puertas y se abrieron de nuevo en 2003, tras la creación de
los Caracoles.
Ignoro los motivos del repliegue reciente.
Quizá se debió a que esa indefinición de por dónde seguir se extendió más de lo
que pensaban, quizá sobrevino el desgaste, quizá vivieron una crisis interna
por la estrategia contrainsurgente, la crisis económica y la ruptura con las
izquierdas. No lo sé.
Pero ahora, cuando muchos daban a la
organización por fenecida, reapareció en la escena política haciendo ostensible
una militancia nutrida, su cierre de filas y que de nuevo tiende puentes hacia
fuera.
La marcha del 21 de diciembre también
sirvió para presentar en sociedad a su nueva generación. Esa juventud indígena,
contemporánea a la del movimiento #Yo soy 132, nació en el contexto del
levantamiento del EZLN y en los años posteriores a la consolidación de su autogobierno.
Sin duda, esta es su principal fuerza y su armamento es la dignidad y
congruencia aprendidas de sus padres y abuelos.
Esa juventud indígena sale hoy a la luz y
demanda que los Acuerdos de San Andrés sean una realidad.
No olvidemos que de fondo los Acuerdos
exigen el cumplimiento del artículo segundo constitucional sobre derechos
territoriales, de información y consulta de los pueblos indígenas recogidos en
el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y que las
etnias del país no son las mismas que antes de 1994, pues la insurrección
zapatista marcó el proceso ascendente de defensa territorial y autonómica en
poblaciones indígenas y rurales en México.
Quizá este proceso sea la principal
semilla brotada fuera del EZLN. Se debió a que comunidades indígenas y rurales
comenzaron a sufrir el despojo de sus territorios por mega proyectos
hidroeléctricos, mineros, eólicos, turísticos, inmobiliarios, carreteros.
Si bien este despojo ya era histórico, la
embestida se hizo mayor por las reformas constitucionales impulsadas por Carlos
Salinas y Ernesto Zedillo, las facilidades fiscales y legales de los gobiernos
panistas, la corrupción de gobiernos locales y la voracidad de las
multinacionales.
La antropóloga María Fernanda Paz registra
que durante el sexenio de Felipe Calderón los conflictos comunitarios por
defensa del territorio se elevaron a 125 en 22 estados de la República.
La batalla comunitaria se ha dado de forma
desigual, recurriendo a la movilización y la defensa jurídica con todos los
agravantes en contra: falta de dinero y de asesoría legal capacitada,
instituciones corruptas, violencia.
Sin duda, la implementación de los
Acuerdos de San Andrés daría certeza jurídica a esas luchas y a los diversos
procesos autonómicos que por razones de seguridad o justicia, autogestión
interna, protección de recursos naturales o uso de monedas alternativas se
multiplican en el país.
Peña Nieto, como se dice, ahora tiene el
balón de su lado. También a la oligarquía, que por supuesto, no permitirá que
sus intereses sean tocados.
Estamos pues ante un momento crucial del
movimiento zapatista y de las etnias de México. Todos, gobiernos, partidos
políticos, el movimiento amplio de izquierdas, y la sociedad civil, tenemos
responsabilidad para que se materialicen los Acuerdos de San Andrés en su
beneficio.
Independientemente del curso de los
Acuerdos, la realidad zapatista está ante nosotros. Trascendamos las simpatías
y antipatías que despierta el vocero y jefe militar de la organización. Marcos
no es las comunidades zapatistas. Dejemos de lado la visión clasista, racista y
sexista y miremos de frente a las mujeres y hombres tzeltales, tzotziles,
tojolabales, choles, zoques y mames rebeldes. Salvaguardemos su experiencia de
autogobierno y aprendamos de ellos las lecciones que por tanto tiempo hemos
ignorado.
Laura Castellanos es periodista
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