Publicado por Francisco Umpiérrez Sánchez en 04:32
sábado, 9 de febrero
de 2013
En su obra Conceptos
fundamentales de la historia del arte Heinrich Wölfflin trata de
establecer las diferencias entre el estilo lineal y el estilo pictórico, pero
observa que un determinado pintor A comparado con un pintor B puede ser
clasificado dentro del estilo lineal y que al compararlo con un pintor C puede ser
clasificado dentro del estilo pictórico. “En esto se venga la pobreza del
lenguaje. Habría que tener mil palabras para poder calificar todas las
transiciones”. Esto lo dice en la página 71 según la edición Espasa Libros
2011, pero en la página 104 vuelve a insistir en lo mismo usando otros
términos: “Aun manejando con economía todos los conceptos, no bastan
sencillamente las dos palabras, lo pictórico y lo no pictórico, para calificar
los innumerables matices de la evolución histórica”. Y no deja las cosas ahí.
En la página 296 añade esto otro: “Haciendo notar estas cosas, que determinan
la diferencia entre la época clásica y la época preclásica, descubriremos las
bases de nuestro verdadero tema. Sólo que en seguida se deja notar del modo más
sensible la carencia de vocablos que marquen bien las diferencias”.
Cuánta verdad hay en
lo que dice Wölfflin, pero no sólo referido a la historia del arte, sino
también en lo que afecta al mundo de la economía política y al mundo de la
filosofía. Hablamos de las transiciones entre contrarios en los procesos
evolutivos, de los innumerables matices y de las múltiples diferencias. Tal vez
hayamos fijado los contrarios uno frente al otro de modo rígido: estilo lineal
frente a estilo barroco, materialismo frente a idealismo, lo privado frente a
lo público, y socialismo frente a capitalismo. Y al querer captar el mundo con
esas categorías erramos en la representación del mismo. No nos hemos
detenido lo suficientes en la idea de los procesos de transición; y si en
algunos casos la hemos tenido en consideración, no lo hemos hecho de
una manera sustancial sino de una manera subrogada a algunos de los contrarios.
Aunque fue una conquista del pensamiento hegeliano la concepción de la
sustancia como proceso, la continua metamorfosis de unos conceptos
en otros, el pensamiento filosófico, a excepción del de Marx, siguió atado a
las oposiciones abstractas y absolutas. No hemos terminado de
comprender que la clave está en los procesos de transición. Y nuestro lenguaje,
al menos el de la izquierda, no es un lenguaje apto para reflejar
tal estado de cosas.
Pero no siempre ha
sido así. La izquierda no ha sabido todavía reconocer el poderoso potencial del
pensamiento de Ilích Ulianov para la actividad política, su aguda inteligencia,
y su disposición espiritual al continuo cambio. En sus cuadernos filosóficos,
en la parte dedicada a comentar Ciencia de la Lógica de Hegel, dice
lo siguiente: “La imaginación corriente capta la diferencia y la contradicción,
pero no la transición de lo uno a lo otro, que es sin embargo lo más
importante”. Así es: lo más importante para la vida, para la historia y para la
revolución, es la transición entre un contrario y otro. Y no como de forma
obsesiva hace la extrema izquierda: oponer de forma absoluta un contrario y
otro, no cesar de mencionar las diferencias entre los contrarios, permanecer
fijo y atado en la contradicción. Es una forma de negar el
movimiento, la evolución, el cambio.
Por eso creo que
tiene plena razón Wölfflin cuando se queja de que no disponemos de los
suficientes vocablos para expresar las múltiples transiciones, matices
y diferencias entre los contrarios. No queremos decir con esto que estemos ante
un problema de lenguaje, sino sencillamente que el lenguaje no nos ayuda. Pero sí
estamos ante un problema de concepción. Nos falta tener una concepción
dialéctica del mundo. Después de la transformación del mundo bipolar del tiempo
de la guerra fría en el mundo multipolar del periodo de la globalización ha
sobrevenido las diferencias profundas entre la izquierda radical. La llamada
“primavera árabe” ha mostrado que nos faltan muchos conceptos para explicar los
matices y las diferencias que existen entre esos movimientos y los movimientos
revolucionarios de la burguesía del siglo XIX y de los trabajadores del siglo
XX.
Ya nada está tan
claro. Todo no se puede reducir a las contradicciones simples de izquierda y
derecha, de revolucionarios y reformistas, de radicales y conservadores, de
extremistas y moderados, de comunistas y fascistas, de socialismo y
capitalismo, y de idealismo y materialismo. Ya ha pasado la época de los
conceptos caja, con contenidos cerrados sobre sí mismo, con netas y abismales
diferencias entre ellos. Ha llegado la época de los conceptos rejillas, con
contenidos abiertos a los otros conceptos, y con miles de transiciones entre
ellos. Ha llegado la época de los matices, de las diferencias relativas y de
las transiciones. Y el lenguaje tiene que acoplarse a esta nueva realidad.
El lenguaje de la
economía política de la izquierda tiene que cambiar, también su filosofía y
también su cultura. Debe situarse en mundo concebido como proceso de
transición, como proceso de interacción de lo viejo y de lo nuevo, como
movimiento hacia adelante y hacia atrás. Debe enriquecerse y no siempre la
riqueza está en lo nuevo. Hay cosas viejas, como sucede en el arte, que hay que
conservar, porque son poderosas armas para la transformación del mundo. La luz
viene también del pasado y en ocasiones con una fuerza inusitada. El pensamiento
de Marx es una de esas poderosas fuerzas. También lo es el pensamiento de
Hegel. La concepción de un mundo en proceso de transición implica que el pasado
vuelve significativo el presente.
Vivimos en una época
de continuos e incesantes cambios. Han muerto las formas puras y han llegado
para suplantarlas las formas mixtas, las formas mezcladas, las formas
evolutivas. Es la época de las múltiples diferencias, de los flujos
y de los reflujos, y de las difíciles y complejas transiciones. Ha
llegado la hora de que un nuevo lenguaje y un nuevo arte se hagan cargo de este
mundo en agitado cambio y profundización.
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