Guillermo Almeyra
Hugo Chávez
era, con mucho, incluso con sus errores y carencias tan grandes como su figura
histórica, el más radical y firme de todos los llamados gobiernos progresistas de América Latina y de todos los
políticos de dicho sector en nuestro continente. Era capaz de evolucionar, de
sentir la influencia popular, de responder a las adversidades con lucha y
tenacidad y, aunque se apoyaba en un aparato –en especial, en las fuerzas
armadas–, no dependía del mismo ni para llevar a cabo la política que se
trazaba ni para hacer política. En un continente de caudillos, y siendo él
mismo un caudillo que medía todo con referencia a su persona y veía la
organización de los trabajadores como emanación propia (por eso decía que los sindicatos son
contrarrevolucionarios), no era sólo un caudillo.
A diferencia
de Rafael Correa, Cristina Fernández, Dilma Rousseff o José Mujica, Chávez era
anticapitalista e intentaba, desde el poder, producir –y controlar– un todavía
vago poder popular (que las
fuerzas armadas y el aparato se encargaban de asfixiar). A diferencia de Evo
Morales, no era un edificador de un Estado capitalista más moderno,
desarrollista y extractivista pues, aunque aplicaba una política en la que todo
sigue basado en la exportación de petróleo a Estados Unidos y aunque promovía
la industrialización, buscaba a tientas y sin todavía lograr mucho un Estado no
capitalista, estructurado sobre bases más democráticas, que él denominaba
vagamente socialismo del siglo XXI, y que se diferenciaba del neodesarrollismo
y a la vez del sistema burocrático soviético, cubano, chino, vietnamita. Por
eso su desaparición se hará sentir no sólo en Venezuela sino también en toda
América Latina y, en particular, en las organizaciones que él impulsó.
El Mercosur,
semifrenado por los intereses rivales de un gran país –Brasil– que ve a otro
mucho más débil –Argentina– como mercado y no como socio, y también por los
esfuerzos vanos de Buenos Aires por contrarrestarlo, podría salir de ese
empantanamiento si Venezuela, con sus excedentes petroleros, desempeñase en su
seno un papel importante, a pesar de la reticencia brasileña ante el proyecto
chavista de BancoSur que Brasilia ve como competidor de su propio Banco de
Desarrollo.
Si para
afianzarse en el poder el nuevo grupo, que depende del chavismo nacionalista y
conservador de las fuerzas armadas, optase por reforzar el clientelismo y la
dependencia total de la renta petrolera (que son lastres de la economía
venezolana que Chávez combatía) para hacer una política de subsidios,
asistencialismo e importaciones indiscriminadas, es posible que ese sector
logre mantener una popularidad que Chávez buscaba, en cambio, en medidas
renovadoras, pero fortalecerá la boliburguesía y la corrupción y pondrá sordina
a los esfuerzos integradores en el plano latinoamericano.
Ese peligro
amenaza también al Alba, a las relaciones con los países caribeños, al apoyo a
Cuba para que tenga combustible más barato y pueda comprar alimentos. Sobre todo
porque en el Alba ningún país está en condiciones de remplazar a Venezuela en
su papel de locomotora y ningún líder político tiene la talla o el prestigio
necesarios para sustituir a Chávez como animador político de esa organización.
Lo mismo
sucede con la Unasur ,
que se basa en el trío Brasil-Argentina-Venezuela y que si pierde una de las
patas del trípode se reduciría casi a acuerdos bilaterales. En dicho grupo,
Rafael Correa, y sobre todo Dilma Rousseff, son los que desde el punto de vista
político están más firmes en el poder. Pero el primero tiene una economía muy
débil y, además, dolarizada, y la segunda depende demasiado de una burguesía muy
fuerte a la que satisface continuamente (lo cual hace que algunos hablen,
tontamente, de subimperialismo brasileño, a pesar de que Brasil tiene roces
constantes con Washington para preservar, justamente, su propio margen de
acción capitalista).
En cuanto a
Cristina Fernández, muy probablemente no podrá lograr la modificación de la Constitución que le
autorice un tercer mandato consecutivo. Su gobierno parece ya un pato rengo y
un posible sucesor surgido de la tribu que por ahora la reconoce como caudillo
en versión femenina, muy probablemente será más derechista que ella. Además,
con un gobierno paraguayo de derecha pero constitucional y, por lo tanto,
readmitido en la organización; Chile, en crisis política pero sin grandes
cambios, y con una crisis política en Colombia que dificulta al presidente Juan
Manuel Santos, que apostó a la distensión con Venezuela, en su combate contra
el regreso del ultrarreaccionario Álvaro Uribe, el panorama de la Unasur cambiará mucho con
respecto al imperante cuando Chávez era una fuerza impulsora.
Todo depende
pues, en muy gran medida, del desenlace del postchavismo oficial en Venezuela
y, sobre todo, de la reacción popular para defender palmo a palmo las
conquistas y la participación de los trabajadores y los pobres y crear y
ampliar el llamado poder popular, dándole fuerza e ideas a la autogestión, a la
lucha por la unidad sindical, a la organización de comunas que administren el
territorio y le quiten así base a la derecha oligárquica y proimperialista, que
ahora está calma porque teme despertar una ola hostil, pero reaparecerá a la
luz, y a los sectores verticalistas y burocráticos del chavismo oficial que
buscarán hacerle concesiones a esa derecha y a la boliburguesía.
Lo mejor del
legado de Chávez –osar, insubordinarse–, pasado el momento de gran duelo,
estará al orden del día, así como una discusión-balance sobre lo que hay que
cambiar y sobre cuál debe ser la estrategia para el futuro próximo. Sólo la
preparación de las bases del socialismo podrá mantener la independencia
nacional y los progresos materiales realizados en tiempos de Hugo Chávez.
Fuente: La Jornada de México
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