Cihan Tugal · · · · ·
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16/06/2013
Cuando la revuelta se extiende a uno de los pilares de la estabilidad
capitalista, todo parece indicar que ola internacional de protestas de 2011
sigue viva. Turquía, que es puesta como ejemplo en todo
el mundo como un éxito neoliberal (y en el mundo árabe como un modelo de democracia), esta en pie
contra el autoritarismo y el capitalismo de libre mercado (o al menos su
especulación inmobiliaria). Las revueltas turcas,
que ahora se suman al tren de 2011, tendrán consecuencias más allá del país.
Sin embargo, esta ola de protestas, como las de 1848 y 1905, acabará probablemente en pequeñas victorias y derrotas parciales. De alguna
manera, las perspectivas son algo peores que las de las anteriores oleadas de
protestas. El pesimismo a nivel internacional post-1980 sigue estando presente.
Carecemos de alternativas sólidas al actual orden
mundial. La desorganización es general e incluso es reproducida
por un activismo que ha hecho del espontaneismo un culto.
La ola de protestas de 2011 no terminará en un 1789, 1917 o 1949.
Herencias inesperadas
Como en 1848 y 1905, las herencias culturales y organizativas de 2011
pueden resultar más importantes que las victorias
inmediatas. 1848 no dio como resultado ningún régimen democrático estable, pero convenció a la clase obrera y a las clases medías europeas de que era posible un mundo con más democracia y más social. Puso en la agenda la socialización. Es más, las derrotas de las revueltas
masivas enseñaron a los militantes que necesitaban
una organización y una dirección mucho más consolidadas si querían alcanzar sus
objetivos. Los dispersos espacios y ambientes políticos republicanos y obreristas dieron paso a sólidas organizaciones nacionales y continentales
hacia finales del siglo XIX.
La ola de 1905 ha pasado a la historia más por sus derrotas que por sus victorias. Pero esas derrotas
proporcionaron la experiencia necesaria para una mayor educación y organización política; crearon además las organizaciones de democracia directa de masas
autónomas de la historia (los consejos de
obreros, campesinos y soldados). Sin las derrotas, semi-victorias y lecciones
de 1905-1911 no hubiera habido revolución en Rusia, ni en China (ni tampoco culturas de oposición fuertes y duraderas en México, Turquía e Irán).
Para resumir: aunque el resultado inmediato de las revueltas
internacionales en 1905 fue mucho más desmoralizante, la maduración de sus efectos fue mucho más revolucionaria.
La cuestión que se plantea es si 2011 será un segundo 1848 o 1905. ¿Tendremos que esperar décadas para conocer sus frutos o es 2011 el anunció de algo que está por venir muy pronto, quizás un segundo 1917? Alguien podrá preguntar ¿para que queremos un
segundo 1917, teniendo en cuenta que las esperanzas puestas en él fueron totalmente desproporcionadas? La revolución de los consejos se extendió rápidamente a otras
partes de Europa, pero fue derrotada y aplastada completamente en pocos años. Quizás fue política y económicamente prematuro avanzar hacia el socialismo en
una Rusia aislada, como demostró la dictadura de
partido único consiguiente. Sin embargo, los
primeros años después de 1917 demostraron a todo el mundo que las clases populares eran
capaces de auto-organizarse y tomar decisiones que determinasen el destino de
sus países y de todo el mundo. Es más, todo el Occidente capitalista tuvo que
reorganizar sus estructuras políticas y económicas para incorporar las voces y las
reivindicaciones populares ante el miedo de ser destruido por esa experiencia
de democracia directa. Y los dirigentes de los consejos rusos hubieran hecho
mejor y hubieran ayudado más al resto del mundo
si se hubieran impuesto unos objetivos más realistas y hubieran sido más tenaces a la hora de extenderlos al resto del mundo en vez de intentar
en vano construir el socialismo en un país semi-capitalista empobrecido y aislado.
El primer intento de revolución post-capitalista fue una tragedia. Como a la gente no le gusta hoy en
día, y con razón, las farsas, ningún movimiento querrá aprender de 1917 a menos que
encontremos el concepto con el que extraer las lecciones correctas de aquel
momento crucial.
La revolución recurrente
Por lo tanto, ¿qué es lo que necesitamos para construir un
segundo 1917 sin las ilusiones, derrotas y horrores del primero?
Ni las estructuras económicas ni los niveles
políticos e ideológicos de los activistas y de la gente están aun preparados para un mundo post-capitalista hoy
en día. Los dirigentes rusos sabían que ninguna de las condiciones necesarias existían tampoco en 1917. Su solución, como la formuló uno de ellos, fue la "revolución permanente" (o en las palabras de otro de
ellos, la "revolución ininterrumpida"), que combinase las tareas de
preparación con las propias de la revolución; las tareas del cambio capitalista y democrático con las de la transformación post-capitalista. La perspectiva de este desafío era valida: si se deja al capitalismo funcionar a
su aire, acabará por destruirse y con él al mundo, en vez de crear las bases en este mundo
para una civilización post-capitalista. Por esta misma razón, cualquier transformación post-capitalista tiene que ser necesariamente
inmadura. Pero el siguiente paso lógico que adoptaron estaba equivocado: confiaron en que el proceso
revolucionario (del que los consejos eran la columna vertebral) y su propia
dirección serían capaces por si mismos de combinar con éxito la preparación del socialismo y la revolución. Su exagerada confianza en la voluntad popular y su equivocado
optimismo en relación con su capacidad de dirección revolucionaria fue el crisol de las ilusiones de
1917. En una Rusia aislada, los revolucionarios fueron empujados primero a
silenciar a los que disentían, después a los consejos y finalmente a ellos mismos, unos
contra otros. Las estructuras que les presionaban no pueden simplificarse en
una fórmula rápida que enfatice la mala fe y el autoritarismo de una pocas manzanas
podridas. Si las ilusiones vuelven a reaparecer en circunstancias favorables,
también lo hacen los horrores.
Pero, si toda transformación post-capitalista tiene necesariamente que comenzar de forma inmadura, ¿qué puede hacerla
madurar, sino es una revolución permanente? La
energía popular (del tipo que emanaban los
consejos, o la Comuna de Taksim hoy y las innovaciones anarquistas de OWS) y la
dirección revolucionaria son imprescindibles,
pero no suficientes. Dejadas a su propia dinámica, una está condenada a destruir a la otra y
viceversa, y con ellas al propio proceso revolucionario. Es necesario un
proceso lento de maduración política y co-educación ideológica (una educación interactiva en la que tanto los
intelectuales como las masas se transformen simultáneamente) que las acompañe. La gente insatisfecha con el capitalismo tiene
también que crear sus propias instituciones
post-capitalistas (como cooperativas y otras formas de economía social colectivistas), sin olvidar nunca que no
son sostenibles (en tanto que instituciones democráticas y populares) a largo plazo sin intervenciones
revolucionarias (y revueltas masivas).
Un proceso así, en el que los activistas y la gente
se concentren en construir instituciones alternativas, en la co-educación y en la acumulación de experiencias políticas en los períodos más tranquilos hasta que las barreras y obstáculos que surgirán impidiendo su extensión les obliguen a recurrir de nuevo a la protesta,
puede ser llamado una revolución intermitente o
recurrente.
La revolución intermitente no es una revolución permanente: parte de la comprensión de que son necesarios períodos de calma para la construcción de instituciones, para la co-educación, en la sociedad civil. Pero los revolucionarios
intermitentes, a diferencia de los reformistas, reconocen la necesidad de las
revueltas de masas para crear y sostener los órganos de poder popular y las culturas de
solidaridad y para superar los obstáculos que se interponen en el camino de las instituciones alternativas.
Los dirigentes de 1917 también tuvieron otra visión parcialmente válida: la imposibilidad de la transición post-capitalista en un solo país. Esta visión, sin embargo, estaba unida a otra ilusión: la inmediatez de la revolución europea (especialmente en Alemania). Para evitar la monstruosidad que
implicaría imponer a la fuerza este sueño (¡invadiendo a los países vecinos!), Rusia acabó por sucumbir al pragmatismo autoritario de un
dictador (envuelto en los hábitos de un estricto
dogmatismo). Pero cuando se abandonan las ilusiones de una transición inminente al socialismo, también se pueden evitar la falsa dicotomía entre revolución mundial y socialismo en un solo país; al mismo tiempo que entre un internacionalismo de manual y un
nacionalismo pragmático. Solo podemos construir un mundo
post-capitalista a través de una revolución interregional, intermitente; es decir, a través de la cooperación de activistas y gente que no tendrán más remedio que aceptar derrotas y
semi-victorias, continuar y perseverar, y hacer de la solidaridad su mejor
instrumento. Los cuadros y los dirigentes de la revolución intermitente tendrán sus raíces en sus propios países, pero pensarán estratégicamente y alentarán las posibilidades de cambio en otros lugares, en
interacción activa con los dirigentes de esos
lugares y sus contextos nacionales. Estas relaciones se están ya forjando hoy en todo el mundo.
A la búsqueda de nuevas formas de
organización
¿Qué podemos esperar, por lo tanto de la ola de protestas
internacionales de 2011?
Podemos razonablemente esperar la extensión de formas de cultura y organización democráticas y populares. No podemos saber aún que culturas y estructuras estatales existentes
cambiarán y hasta que punto, como en las décadas posteriores a 1848. Esa época fue testigo en Europa de la construcción de los primeros pilares del estado del bienestar. ¿Incorporarán de la misma manera las culturas y los estados actuales las nuevas
sensibilidades de 2011 en relación con la naturaleza, los derechos urbanos y la democracia participativa?
Dependerá sin duda de que se siga
extendiendo la revuelta a nivel internacional, ya que hoy las élites y los regímenes en cuestión son mucho más reaccionarios si se les compara con los de la
Europa de mediados del siglo XIX.
Por lo tanto, quizás pueda parecer ilusorio hablar, de
manera más ambiciosa, de un segundo 1905. Pero
la tarea es más urgente hoy: el capitalismo está alcanzando sus límites financieros y naturales. Ya no es sostenible.
Si no aparecen alternativas y son puestas en práctica, el planeta será destruido bajo
su peso. Cuales pueden ser las alterativas al capitalismo es otro tema, pero
esa discusión también es imprescindible. Pero ahora quiero centrarme en otra tarea: la
construcción de los sujetos que puedan luchar por
esas alternativas.
¿Qué podemos esperar conseguir en este momento? Además de la extensión de la revuelta, podemos trabajar por crear lazos interregionales entre
activistas y dirigentes; reclutar y educar a una nueva capa de cuadros de la
nueva generación que por primera vez participa en política. Pero este reclutamiento y esta construcción de una red de alianzas solo será relevante históricamente si parte de una visión estratégica. En vez de celebrar el
espontaneismo y la falta de dirigentes, los activistas necesitan construir
estructuras de dirección flexibles y democráticas, Las revueltas espontaneas se disipan con
facilidad o pierden sus objetivos (si no hubiera una "dirección" en Taksim hoy, como pretenden
algunos activistas, el movimiento en la plaza hubiera caído rápidamente en las manos de los kemalistas -los nacionalistas liberales
laicos-; ha sido gracias a las diferentes gamas de dirección de las izquierdas plurales, a pesar de su
dispersión, como se ha podido evitar la amenaza
kemalista). Pero también sabemos que una dirección centralizada acaba por despojar a la gente de su
poder.
La nueva forma de dirección para una transformación post-capitalista
sostenible exige la habilidad de aprender de la base, la voluntad de
interactuar con la energía popular, institucionalizar mecanismo
de equilibrio entre fuerzas y la constante inmersión en instituciones alternativas y la co-educación. Como 1905 puso su sello en la historia mediante
la consolidación de una nueva forma de organización (el partido revolucionario centralizado), 2011
puede crear (o al menos plantear) una nueva forma de organización revolucionaria (más democrática y al mismo tiempo más eficiente).
Solo entonces podremos empezar a hablar de un nuevo 1905.
Cihan Tugat es profesor asociado de sociología de la
Universidad de Californía, Berkeley. Autor dePassive Revolution: Absorbing
the Islamic Challenge to Capitalism.
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