Publicado por Francisco Umpiérrez Sánchez en 09:59
Lunes, 29 de julio de 2013
El trabajo que hoy entrego al
lector es una explicación de un texto de Marx, contenido en el tercero de los
Manuscritos de Economía y Filosofía, en las páginas 154-156, según la edición
de 1980 de Alianza Editorial. El texto se puede presentar como una lucha
teórica en defensa del ser independiente frente a la servidumbre religiosa. Nos
advierte Marx que el ateísmo no es todavía la conciencia positiva del ser
humano que encuentra la esencia en sí mismo y la naturaleza. El ateísmo está
todavía mediado por la religión, su negación y su superación. Concibe Marx en
este texto al socialismo como un estadio de desarrollo superior a la sociedad
aún dominada por la religión. El socialismo del que habla Marx aquí es un
socialismo donde el hombre ha superado sus dos peores servidumbres y
enajenaciones: la religión y la propiedad privada. Es obvio que este socialismo
no se ha dado de momento en la historia universal y está todavía muy lejos de
que pueda darse. No obstante, en el pensamiento científico es fundamental no sólo
observar los estadios sociales existentes sino también las tendencias y los
destellos del futuro.
Un ser sólo se considera independiente cuando es dueño
de sí y solo es dueño de sí en cuanto se debe a sí mismo su existencia.
Esta afirmación puede llevarnos
a engaños si no aclaramos previamente si estamos hablando del
individuo como tal individuo o del individuo como ejemplar medio de la especie.
Puesto que lo que puede ser verdadero para la especie puede no serlo para el
individuo. Ningún individuo se debe a sí mismo su existencia, nadie puede nacer
de sí, tiene que nacer de otros. Juan es hijo de su madre y de su padre en
términos físicos. Luego Juan no se debe a sí mismo su existencia, sino a su
padre y a su madre. No obstante, en términos de especie, Juan, su padre y su
madre son lo mismo: son seres humanos. Y en este sentido Juan en tanto ser
humano se debe la existencia a sí mismo. Su existencia no proviene de un ser
específicamente distinto a sí mismo. Pero aquella expresión también puede confundirnos
porque he puesto a Juan como ejemplar medio de la especie humana; y aunque sea
absolutamente correcto hablar de Juan como ejemplar medio de la especie, no
obstante, no podemos dejar de pensar en alguna persona en particular
cuando oímos hablar de Juan. De manera que para evitar esta posible confusión
diremos lo siguiente: el ser humano se debe a sí mismo su existencia.
Un hombre que vive por gracia de otro se considera a
sí mismo un ser dependiente
En la representación
religiosa el ser humano no solo le debe al otro, a un ser extraño, el
mantenimiento de su vida, sino que además ese otro ha creado su vida, es la
fuente de su vida. Se considera así que el fundamento de la vida humana se
encuentra no en el propio ser humano sin en otro ser que es su creador. Y los
seres creados deben alabar y agradecer a su creador su obra: su vida. Esta
continua postración a un ser situado en el más allá es la servidumbre en la que
sitúa la religión al ser humano. Y un siervo, un ser que debe su vida y las
posibilidades de su vida al señor, un ser que cree que todo lo que ocurre de
bueno o de malo en su vida se debe al señor, no es un ser independiente.
La creación es una representación difícilmente
eliminable de la conciencia del pueblo
La creación es un acto que
todo el mundo realiza a diario. Todo lo que hacemos es un acto de creación.
Nada escapa a esa representación. Y la creación de lo nuevo es, sin duda, lo
más admirado en el quehacer. Los artistas y los científicos pasan por ser los
creadores por excelencia. Así que es difícil creer que el hombre pudo no ser
creado por otro ser. Todos los hechos prácticos atestiguan que todo lo que hay
sobre la tierra, y es obra del ser humano, tuvo su momento original de
creación. Parece en principio que existe contradicción entre un ser que es
creado y un ser que es por sí mismo. Los materialistas dialécticos consideran
que el hombre y la naturaleza son por sí mismo. Pero este ser por sí mismo no
contradice que haya creación, podemos pensar sencillamente que el ser humano es
creación del propio ser humano.
¿Quién te engendró?
¿Quién engendró a Juan? Un
hombre y una mujer: Ricardo y Pedro. Pero ¿quién engendró a Pedro? Un
hombre y una mujer: Antonio y Lorena. Pero ¿quién engendró a Lorena? Un hombre
y una mujer. El progreso en esta pregunta es infinito. Pero bajo el punto de
vista de la especie nos movemos en un círculo: el ser humano se mantiene
siempre como sujeto. Pero ante este planteamiento el hombre religioso, en
especial su representante teórico, nos hace el siguiente planteamiento: Acepto
el planteamiento circular, pero en ese planteamiento hay progreso, y yo quiero
acogerme a esa idea de progreso e ir más allá y preguntar: ¿Quién ha engendrado
el primer hombre y la naturaleza en general?
La abstracción del hombre y de la naturaleza
El teórico del pensamiento
religioso nos pregunta quién engendró el primer hombre y la naturaleza en
general. Le diremos en principio que a esa pregunta no podemos responder porque
proviene de un punto de vista absurdo. Cuando pregunta por la creación del
hombre y de la naturaleza hace abstracción del hombre y de la naturaleza. Los
supone como no existentes y quiere que se lo probemos como existentes. Ninguna
ciencia parte de lo no existente sino de lo existente. Todas las ciencias que
estudian el origen de la vida y de la naturaleza parten de lo existente. Cierto
es que las primeras formas de lo existente son por lo general formas embrionarias
o simples. En todo caso se hablaría del proceso de la evolución, pero no de
algo del cual habría que demostrar su existencia partiendo de la premisa de que
no existe. Si el teórico del pensamiento religioso prescindiera de su
abstracción, de suponer que el ser humano y la naturaleza no existen,
prescindiría de su pregunta. Bajo el punto de vista de la ciencia esa pregunta
carece de sentido.
Pero si el teórico del
pensamiento religioso quiere seguir aferrado a su abstracción, entonces le
pediremos que sea consecuente. Si piensa al hombre y a la naturaleza como no
existentes, debe pensarse también a sí mismo como no existente, pues él también
es ser humano y naturaleza. No puede pensar ni puede preguntar, pues desde que
pregunta o piensa está cuestionando su premisa: la no existencia del ser humano
y de la naturaleza. Así que su pregunta carece de sentido racional.
El acto de nacimiento del ser humano
Pero el teórico del
pensamiento religioso sigue empecinado y nos vuelve a replicar. Nos advierte
que no supone la nada de la naturaleza, que tal vez no se ha expresado como es
debido, que lo que solo indaga es sobre el acto de nacimiento del ser humano. Y
aquí viene la respuesta de Marx: “para el hombre socialista toda la llamada
historia universal no es otra cosa que la producción del hombre por el trabajo
humano”. El trabajo es un proceso entre los seres humanos y la naturaleza.
Mediante este proceso los seres humanos ponen en movimiento sus fuerzas
esenciales objetivas para apropiarse de los materiales de la naturaleza de una
forma útil para sus vidas. Pero al tiempo que cambian la naturaleza se cambian
a sí mismos. “Desarrolla las potencias que dormitan en él y somete el juego de
sus fuerzas a su propio dominio”. (Para profundizar más en esta idea sería
conveniente que el lector estudiara la sección 1 del tomo 1 de El Capital titulada El
proceso de trabajo).
La esencialidad del ser humano
La esencia del ser humano no
está en un ser extraño que vive en el más allá y al cual debe su ser y su
existencia, la esencia del ser humano está en la naturaleza. El ser humano es
un ser natural y vive de la naturaleza. La práctica lo evidencia así. El ser
humano tal como lo conocemos en la actualidad es resultado de un largo proceso
de evolución, donde en cada estadio de su desarrollo domina cada vez más las
fuerzas de la naturaleza. Así que no tiene sentido preguntar por un ser extraño
que esté por encima del hombre y la naturaleza y al cual estos dos últimos
deben su ser y su existencia. Ya que si aceptáramos esta idea, entonces
deberíamos admitir la no esencialidad del hombre y de la naturaleza.
No otra cosa pretende el teórico del pensamiento religioso: situar la esencia
del hombre y de la naturaleza fuera de ellos mismos.
Ateísmo y socialismo
El ateísmo se presenta como
la negación de esta carencia de esencialidad. Como puede resultar confusa esta
afirmación, haremos una exposición más explícita. La religión supone que el
hombre y la naturaleza carecen de esencialidad. Pues bien, el ateísmo se
presenta como negación de la afirmación de que el hombre y la naturaleza
carecen de esencialidad, esto es, afirma que el hombre y la naturaleza sí
tienen esencialidad. Pero el ateísmo supone la afirmación del hombre por medio
de la negación de la religión. Es una afirmación mediada y, por tanto, no libre
y positiva.
El socialismo, por el
contrario, comienza con la conciencia sensible y teórica del ser humano y la
naturaleza como esencia. Es autoconciencia positiva del hombre no mediada por
la superación de la religión, al igual que su realidad positiva ya no está
mediada por la superación de la propiedad privada. Pero a este estadio del desarrollo
humano tanto en lo que afecta a la religión como a la producción de la riqueza
no hemos llegado. Podemos imaginar un estadio del socialismo tan desarrollado
que la propiedad privada sobre los medios de producción haya desaparecido.
Todas las generaciones de seres humanos que nazcan en ese entonces solo
conocerán la propiedad pública como forma absoluta y dominante de la propiedad.
La propiedad pública no se les presentará mediada por la negación de la
propiedad privada, por la superación de la propiedad privada, sino de forma
positiva. Igual debemos suponer con respecto al ser independiente del hombre:
un estadio de desarrollo de la civilización espiritual donde la necesidad de la
religión haya desaparecido y, por lo tanto, el ser humano se presenta de forma
positiva como un ser independiente. Pero de momento, hasta que no llegue ese
estadio de desarrollo, el ser independiente se presenta como una conquista
ardua que se logra de forma mediada, como negación de la religión, como
superación del pensamiento enajenado, del pensamiento que cree que su esencia
le viene dada por un ser extraño que es dueño de su vida y de su destino.
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