LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Nuevo Orden: Matriz comunitaria
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
eldiario.es
24-07-2013
¿Cómo es posible que cincuenta
personas paren un desahucio (y eso una y otra vez)? ¿Por qué no son barridos
inmediatamente por la policía? ¿Qué significa tener fuerza, si no coincide
exactamente con tener poder (físico, cuantitativo, económico, institucional,
etc.)?
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¿Cómo es posible que un grupo de
cincuenta personas pare un desahucio? Y eso una y otra vez (hasta seiscientas).
Esta pregunta me ronda desde hace un tiempo. El 25-S, en la plaza de Neptuno,
constatamos directamente que la policía es capaz de desalojar un espacio con
cualquier número de manifestantes. Entonces, ¿qué fuerza es la que permite a
esas cincuenta personas parar un desahucio? ¿Qué significa tener fuerza, si no
coincide exactamente con tener poder (físico, cuantitativo, económico,
institucional, etc.)? Lo que viene a continuación es un ensayo de respuesta que
no pretende agotar la pregunta. Es decir, caben otras respuestas y, sobre todo,
cabe seguir planteándose la respuesta -y esto me parece lo más importante.
Guerra de movimiento y guerra de
posiciones
Abro ahora un delta extraño antes de
volver al cauce central del río que es la pregunta por la fuerza de ese puñado
de personas frente a una casa. Me sitúo así en el debate en torno a la idea de
revolución que se dio en el marxismo de entreguerras, interesándome
especialmente por el planteamiento del marxista italiano Antonio Gramsci. A
primera vista es un salto muy extraño, pero se trata de un debate con
resonancias bien contemporáneas. El pasado no pasa: es un depósito riquísimo de
imágenes y saberes siempre actualizable (resignificable) desde los problemas y
las necesidades del presente.
Gramsci interviene en el debate con una
distinción entre “guerra de movimiento” y “guerra de posiciones”. Pensar la
lucha de clases como una guerra y usar por tanto el lenguaje de la estrategia
militar era algo muy típico entonces en el marxismo. Y además Gramsci escribe
desde las cárceles de Mussolini y bajo la necesidad de inventar continuamente
metáforas para esquivar la censura. Paradójicamente, el recurso a ese lenguaje
alusivo y muchas veces críptico, en lugar del vocabulario marxista clásico,
multiplicó por mil la capacidad de sugerencia e inspiración de la obra de
Gramsci para el futuro.
Pues bien, los rasgos clave de la
“guerra de movimiento” son: la velocidad, el carácter minoritario y el ataque
frontal. Gramsci está discutiendo aquí con nociones como la “revolución
permanente” de Trotsky, la huelga general de George Sorel, la insurrección
obrera de Rosa Luxemburgo y, especialmente, con la toma de poder leninista.
Estas imágenes del cambio revolucionario chocan una y otra vez con la realidad
europea y occidental: represión sangrienta del levantamiento espartaquista en
Alemania (1918), desarticulación de la revuelta popular de los consejos obreros
en Italia durante el “bienio rojo” (1919-20), etc. Para evitar los efectos
previsibles de frustración y seguir aspirando activamente al cambio social, hay
que reimaginar la revolución.
La guerra de movimiento sólo tiene
éxito, medita Gramsci desde la cárcel, allí donde la sociedad es relativamente
autónoma del Estado y la sociedad civil (como llama a las instituciones
interrelacionadas con el poder estatal: justicia, medios de comunicación, etc.)
es primaria y no tiene forma: por ejemplo, Rusia. Pero en Europa occidental,
por el contrario, las instituciones de la sociedad civil son muy sólidas y
hacen las veces de “trincheras y fortificaciones que protegen el orden social.
Parece que una catástrofe económica ha abierto una brecha decisiva en la
posición enemiga, pero sólo es un efecto superficial y detrás hay una línea de
defensa eficiente”.
Gramsci critica el “misticismo
histórico” (la revolución como fulguración milagrosa) y el determinismo
económico (la suposición de que el hundimiento económico desencadenará el
proceso revolucionario), y teoriza otra estrategia, otra imagen de la
transformación social: la “guerra de posiciones”. El rasgo clave de la guerra
de posiciones es la afirmación y el desarrollo de una nueva visión del mundo.
En cada gesto de la vida cotidiana, dice Gramsci, hay una visión del mundo (o
filosofía) implícita. La revolución difunde una nueva visión del mundo (y por
tanto otros gestos) que vacía poco a poco el poder de la antigua y finalmente
la desplaza. Ese proceso es lo que Gramsci llama “construcción de hegemonía”.
No hay poder que puede durar mucho tiempo sin hegemonía, sin control sobre los
gestos de la vida corriente. Sería un dominio sin legitimidad, un poder
reducido a pura represión, a miedo. A la toma del poder le debe preceder, por
tanto, una “toma” de la sociedad civil.
Cristianismo e Ilustración
Para ilustrar esta otra idea de
revolución, Gramsci recurre a dos ejemplos: el cristianismo y la Ilustración.
Es bien curioso: usa una reforma religiosa y un cambio intelectual como modelos
para pensar la revolución política que anhela. En ambos ejemplos, el elemento
determinante del cambio es una nueva definición de la realidad.
En el caso del cristianismo, la idea de
que Cristo ha resucitado y hay vida después de la muerte. El cristianismo se
organiza en torno a esta “buena nueva” que se trata de infiltrar por todas las
rendijas del viejo mundo pagano. Lo interesante aquí es que los primeros
cristianos obvian el poder. Actúan más bien de modo que el poder viene
finalmente a ellos, lo que ocurre con la conversión del emperador Constantino
en el siglo IV d.C. La lección de los primeros cristianos sería: no
pelees directamente por el poder, extiende la nueva concepción del mundo de la
que eres portador y así finalmente el poder caerá (en tus manos).
En el caso de la Ilustración, la idea
de una igual dignidad de todas las personas en tanto que seres dotados de
razón. La Ilustración es el movimiento que disemina esta idea, en salones,
clubs o enciclopedias. Finalmente, dice Gramsci, cuando se hace la Revolución
Francesa, ya se ha ganado antes. La dominación no tiene legitimidad
porque la nueva concepción del mundo ha desplazado silenciosamente a la
antigua, dejando fuera de juego a los poderes del Antiguo Régimen casi sin que
se den cuenta. La lección de los ilustrados sería: la revolución se gana antes de hacer la revolución, en
el proceso de elaboración y expansión de una nueva imagen del mundo.
Estos son los ejemplos que menciona
Gramsci, que murió en prisión en 1937. Pero el siglo XX nos deja otros
seguramente mucho más cercanos a nosotros. Pensemos por ejemplo en el
movimiento homosexual. Un movimiento a la vez visible e invisible, formal e
informal, político y cultural, que transforma completamente la percepción común
sobre la diferencia afectivo-sexual y alcanza como efecto cambios a nivel
legislativo. O en el movimiento negro de derechos civiles. Martin Luther King
explicaba que la fuerza irresistible del movimiento era la superación de los
sentimientos profundamente interiorizados de inferioridad mediante la
confrontación con los opresores de igual a igual (por ejemplo en las campañas
de desobediencia civil). Ese levantamiento de dignidad traería por añadidura
modificaciones en las leyes del país.
Por tanto, la guerra de posiciones, a
diferencia de la guerra de movimiento, es una infiltración más que un asalto.
Un lento desplazamiento más que una acumulación de fuerzas. Un movimiento
colectivo y anónimo más que una operación minoritaria y centralizada. Una forma
de presión indirecta, cotidiana y difusa más que una insurrección concentrada y
simultánea (aunque ojo: Gramsci no excluye en ningún momento el recurso a la
insurrección, pero lo subordina a la construcción de hegemonía). Y se basa
sobre todo en la elaboración y el desarrollo de una nueva definición de la
realidad, esto es, explicado con palabras del filósofo Cornelius Castoriadis,
de “lo que cuenta y lo que no cuenta, lo que tiene sentido y lo que no lo
tiene, una definición inscrita, no en los libros, sino en el ser mismo de las
cosas: el actuar de los seres humanos, sus relaciones, su organización, su
percepción de lo que es, su afirmación y búsqueda de lo que vale, la
materialidad de los objetos que producen, utilizan y consumen”.
El 15-M como revolución cultural
Volvamos ahora a la primera escena,
teniendo en mente este apunte de Gramsci. Creo que si cincuenta personas son
capaces de parar un desahucio es porque (en alguna medida) ya se ha
parado antes. Es decir, porque el 15M, entendido como un nuevo clima social
y no como organización o estructura, ha redefinido la realidad. Lo que antes no
se veía (el mismo hecho de que haya desahucios) ahora se ve. Lo que antes se
veía (normalizado) como una “ejecución rutinaria por impago de hipoteca”, ahora
nos resulta algo intolerable. Lo que se nos presentaba como inevitable, ahora
aparece como algo contingente. El clima 15M pone en crisis, en los términos del
análisis de Gramsci, las instituciones de la sociedad civil asociadas al
Estado: policías que rechazan acudir a los desahucios, jueces que aprovechan cualquier resquicio legal para favorecer a los
desahuciados, periodistas y medios de comunicación
que empatizan y amplifican sus mensajes, etc. En definitiva, cincuenta
personas, en conexión directa con el clima 15M, tanto en el qué (por
lo que luchan) como en el cómo (las formas de luchar), no sólo
son cincuenta personas. Están acompañadas por millones, invisibles. Es lo que
el filósofo Alain Badiou llama una “minoría mayoritaria”. Un agente del cambio:
capaz de contagiarlo porque él mismo está contaminado.
Podemos definir entonces fuerza,
volviendo a la pregunta que nos hacíamos al principio, como la capacidad para
redefinir la realidad: lo digno y lo indigno, lo posible y lo imposible, lo
visible y lo invisible. El clima 15M no tiene seguramente mucho poder (físico,
cuantitativo, institucional o económico) pero sí fuerza. No sólo es un cambio
social o político, sino también -y muy especialmente- una transformación
cultural (o incluso estética): una modificación en la percepción (los umbrales
de lo que se ve y lo que no se ve), en la sensibilidad (lo que consideramos
compatible con nuestra existencia o intolerable) y en la idea de lo posible
(“sí se puede”).
La importancia de todo esto no la han
entendido muy bien quienes critican el sesgo excesivamente “emocional” del 15M,
empezando por el famoso sociólogo Zygmunt Bauman. Porque es precisamente eso
que llamamos vagamente afectivo o emocional -es decir, la base inconsciente de
nuestra vida en común- lo que puede mover a alguien a considerar vecino a
alguien que vive lejos y a plantarse enfrente de su casa para protegerle de un
desahucio. El sentimiento de que la vida de cada cual no se agota en uno mismo,
sino que está interconectada a otras muchas vidas desconocidas (“somos el
99%”).
La política no es en primer lugar un
asunto de denuncia y concienciación, porque no hay gota que colme el vaso y lo
malo se puede tolerar indefinidamente, sino una especie de cambio de piel por
el cual nos hacemos sensibles a esto o alérgicos a aquello. No pasa por
convencer (discurso) o seducir (marketing) sino más bien por abrir todo tipo de
espacios donde hacer una experiencia de otra forma de vida, de
otra definición de la realidad, de otra visión del mundo. En la pelea por la
hegemonía, la piel -la tuya, la mía, la de todos- es el campo de batalla.
Amador Fernández-Savater acaba de
publicar Fuera de Lugar. Conversaciones entre crisis y transformación.
Algunas referencias:
- Las ideas básicas de este texto
surgen como siempre en conversaciones con amigos, en este caso sobre todo con
Juan, Leo y Ema. Las expuse por primera vez en el encuentro 15MP2P.
- Si te ha interesado este texto,
puedes probar con estos otros que van en la misma línea: “La Cultura de la Transición y el nuevo sentido común”, “Discutir la configuración neoliberal de lo humano” y “Olas y espuma. Otros modos de pensar estratégicamente”.
- Guerre de mouvement et guerre de position, Antonio
Gramsci & Razmig Keucheyan, La Fabrique (2012).
- El capítulo “El compromiso de Antonio
Gramsci” en el libro En compañía de los intelectuales, Michael
Walzer, Nueva Visión (1993).
- Me parece muy importante la
argumentación de John Beasley Murray contra la idea de hegemonía reducida a una
cuestión de discurso e ideología en Posthegemonía. Teoría política y
América Latina, Paidós (2010). Puedes escuchar una entrevista aquí.
- La introducción a La
experiencia del movimiento obrero, de Cornelius Castoriadis, Tusquets
(1979).
- Sobre Martin Luther King y el
movimiento negro de derechos civiles, puede leerse con provecho el capítulo “La
disciplina espiritual contra el resentimiento” en The True and Only
Heaven (Progress and its Critics), Christopher Lasch (1991).
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