LA MATRIZ
REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL
Nuevo Orden:
Matriz comunitaria
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EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI
SOCIALISMO
Y PODER - Parte VII
Marcelo Colussi
Sobre el humanismo
El
"hombre nuevo" de la
izquierda hace ya
tiempo que entró
en crisis. En su
antípoda, en la
concepción
"occidental" moderna, hoy ya
globalizada y en
versión post moderna
incluso, la antropología
subyacente descuella por su creciente desinterés por lo humano. Que el
mundo no
es un paraíso
es algo por
demás de evidente.
De todos modos, ¿estaremos en condiciones de aspirar a
algo mejor con los medios técnicos con que contamos actualmente? Todo indicaría
que sí. ¿Pero por qué resulta tan difícil
alcanzar ese ideal?
¿Cómo es posible
que pese a una
acumulación de riquezas
nunca vista antes
en la historia
asistamos a una creciente
cantidad de desesperados? ¿Cómo entender que entre los sectores más dinámicos
de la Humanidad estén la producción de armas y
de drogas, por
delante de otros
aspectos evidentemente más
importantes en cuanto a la satisfacción de necesidades y dadores de una
mejor calidad de vida?
Todo esto
lleva a pensar
en razones de
fondo: el destino
del ser humano está en
dependencia de la idea que de él se tiene, de lo que de él se espera, de su
proyecto. Sin visiones apocalípticas, el momento actual nos confronta con una
situación preocupante, por decir lo menos; el futuro, como decía Einstein,
seguramente puede asustar (sin querer caer
en la remanida
frase que "nuestra
época está en
una crisis sin
parangón"). Para graficarlo
de algún modo: de
activarse todo el
arsenal termonuclear
existente en nuestro
planeta la onda
expansiva liberada llegaría hasta
la órbita de Plutón. Proeza técnica, seguramente; pero ello no impide que muera
de hambre mucha gente diariamente a escala global. ¿Qué mundo se ha construido?
¿Cuál es la idea de ser humano que posibilita construir esto?
"Después
de Auschwitz, de Hiroshima, del apartheid
en Sudáfrica, no tenemos ya
derecho de abrigar
ilusión alguna sobre
la fiera que duerme en el hombre... La asoladora
propagación de los medios electrónicos alimenta generosamente esa fiera",
se lamentaba Alvaro Mutis.
Con el ser
humano que está en la base del mundo hasta hoy conocido, ése
que somos cada
uno de nosotros,
cabe preguntarse en qué
medida se podrá hacer algo superador, y cómo. Luego de todo lo dicho
anteriormente sobre la
violencia en tanto
fenómeno humano, podemos acompañar a
Voltaire, uno de
los principales ideólogos
de uno de los
grandes cambios en
la historia humana,
quien reflexionaba en su
"Cándido": "¿Creéis que en todo
tiempo los hombres
se han matado unos a otros como lo hacen actualmente?
¿Que siempre han sido mentirosos,
bellacos, pérfidos, ingratos,
ladrones, débiles, cobardes,
envidiosos, glotones, borrachos, avaros, ambiciosos, sanguinarios,
calumniadores, desenfrenados, fanáticos,
hipócritas y necios?" Decididamente no podría acusárselo de pesimista. El
Iluminismo dieciochesco confiaba casi ciegamente en las potencialidades del ser
humano en tanto racional, en el progreso, en la industria naciente. El marxismo
clásico no deja de ser heredero de esa
cosmovisión, y por
tanto mantiene similares
esperanzas: "el triunfo histórico del proletariado redimirá a la
Humanidad". ¿Pero qué posibilita
que se instaure tan
fácilmente un Rambo en la cultura dominante como imagen ganadora, o que
un Ceaucescu,un Stalin o un Pol
Pot, supuestamente revolucionarios, se
hagan del poder
y se mantengan sin mayores diferencias que un Idi
Amín? (¿empapando con sangre impura los surcos?) ¿Cómo entender que, ni bien se
dan las posibilidades, tanto en
la Rusia post
soviética como en
la China con
apertura capitalista se disparen
las peores explotaciones
hacia los trabajadores por parte
de los "nuevos
ricos" con niveles de
expoliación que sorprenden incluso a los empresarios occidentales?
La pregunta
que interroga por el sentido
de lo humano,
por sus posibilidades y
por sus límites,
no es pesimista.
Es realista. Sólo
si tenemos claro
qué somos, qué
podemos esperar de
nosotros mismos, y qué no, sólo así podemos atrevernos a
plantear cambios genuinos. Queda
por demás claro que
la situación humana
actual necesita de profundas
mejoras: se llega
a Marte al
mismo tiempo que
hay desnutridos y analfabetos. En el siglo XXI todavía hay
gente que vive como el en XIX.
La pregunta
en juego es: ¿pero
cómo logramos esos
cambios? ¿Cómo los hacemos
sostenibles, sin retorno, efectivos?
Desde
hace unos dos
siglos el "hombre
moderno" –racional y científico,
y surgido en
Europa, no olvidar–
se ha venido
imponiendo como centro de
la cosmovisión dominante.
Es él quien
ha construido la sociedad
moderna: industrial, de
masas, consumista. Hoy ya
prácticamente ha desplazado en el
mundo entero otras
perspectivas culturales,
relegándolas a un
segundo plano (como
"primitivas") o
simplemente desapareciéndolas.
Claro está también
que la desigualdad
social no es invención
suya, sino que ella se
remonta a los
albores de la
historia (exclúyase del análisis un primer momento de presunto comunismo
primitivo, etapa de
homogeneidad sin diferenciaciones sociales).
Los primeros atisbos de
organización medianamente compleja, superado el estadio del
cazador primitivo sin
producción excedente, ya
evidencian estratificaciones; la
lectura hegeliana de la historia no podrá entonces menos que inferir una dialéctica del amo y del esclavo como
estructura de lo real. Pero si
bien la historia nos
confirma esto, el desarrollo
contemporáneo nos descubre
una situación nueva:
estamos ante una Humanidad
"viable" y otra
"sobrante".
¿Viable para quién? Seguramente para un
modelo de ser
humano donde, curiosamente,
el ser humano mismo puede ser prescindible.
Aunque el
ser humano es la razón de ser de la producción humana, de la producción
industrial masiva destinada
a mercados cada
vez más extendidos, el hombre post moderno termina sobrando merced a la
misma modalidad de
esa producción: la forma en
que se instauran
el robot y la cibernética lo relegan. Una idea de desarrollo que no tome
al ser humano concreto
como su eje
es, como mínimo,
dudosa; la noción de "progreso" que ha
dominado nuestra cultura estos dos últimos siglos da como resultado lo que
tenemos a la vista. Es innegable que la industria moderna
ha resuelto problemas
ancestrales, que la ciencia
en que descansa abrió un mundo
espectacular que revolucionó la historia; pero no es menos cierto también que
ha habido un olvido del para quién del
desarrollo.
Nunca hasta ahora se había llegado a concebir,
desde quienes detentan y ejercen el
poder, la idea de "poblaciones
sobrantes". Los marginales actuales no son el enfermo mental o el
inválido que no entran en el circuito productivo y, harapientos, mendigan suplicantes; son
barrios completos, masas enormes,
¿quizá países? La
caridad cristiana ya no alcanza
para atenderlos. Ni
tampoco la cooperación
internacional.
¿Quién y en
nombre de qué puede decir que hay gente "de más"?
Continuamente
ha habido llamados a la "humanización" en un desarrollo que
pareciera llevarse por
delante y olvidar
al ser humano:
leyes de protección a los indígenas, buen trato a los esclavos, el
socialismo utópico en los albores de la industria (Owen, Fourier, Saïnt-Simon),
actualmente "ajuste estructural pero con rostro humano", talo como
piden las agencias "buenas" del sistema de Naciones Unidas (UNICEF o
la OMS al lado
del Banco Mundial
o del Fondo
Monetario Internacional). ¿Qué pasa que siempre se recae a un
"salvajismo" contra el que deben levantarse voces para suavizarlo?
Si
en las varias
décadas de socialismo
real transcurridas, en
contextos culturales e
históricos distintos, puede
constatarse que muchas veces se agranda la distancia entre
pueblo y cúpula política, que el fervor
revolucionario de los
inicios deja paso
a un discurso
oficial anquilosado, que
la seguridad del
Estado termina siendo
el eje de la
dinámica social, esto hace pensar en qué es y cómo se construye el
"hombre nuevo".
Tal vez
sea necesario replantear
la noción de
humanismo de la que
hemos estado hablando
desde el surgimiento
del mundo moderno; seguramente la noción de un "un
hombre bueno por naturaleza pero corrompido por la sociedad"(Rousseau) sea
algo simplista. Quizá el "hombre
nuevo" que levantó
la llegada del
socialismo no escapa a
un planteamiento romántico
principista, desconocedor en última instancia de las reales posibilidades
humanas (Marx, por lo pronto,
fue un hijo
del romanticismo de
su época). Es
imposible que la
gente común y
corriente sea como el Che Guevara; "los pueblos no son
espontáneamente revolucionarios sino
que, a veces, se
ponen revolucionarios" –decía
un anónimo de la
Guerra Civil Española–.
¿Por qué no
hacer entrar en
las cosmovisiones, o en los
proyectos transformadores, a la violencia como un elemento normal, tan humano
como la solidaridad o el amor? Porque lo humano es todo eso. (En un naufragio
se salva quien puede, a los codazos, pisoteándose uno con otro, pero también
hay solidaridad y actos de arrojo por salvar al otro. Todo eso son
posibilidades humanas).
Lo humano es
toda esa compleja, confusa, increíblemente complicada mezcla de posibilidades.
Al menos hasta ahora el racismo y el machismo acompañan a toda cultura. Y
también el discurso progresista que vino a inaugurar el socialismo científico,
el marxismo, no está exento de estas características. Por
lo tanto, cambiar
la situación mundial,
las injustas relaciones
humanas con que
hoy día nos
encontramos, implica una transformación de
diversos ámbitos. Las
relaciones económicas siguen siendo, sin duda, la roca viva que
decide la suerte de nuestra historia
como especie; junto a
ella, o más bien:
entrecruzándose con ella, se articulan otras desigualdades, otras
injusticas que también deben ser abordadas
en función de
una mayor equidad.
Pero, como dice
Atilio Borón: "Si de algo estamos seguros es de que la sociedad
capitalista no habrá de desvanecerse por la radicalidad de las demandas de las
fuerzas sociales empeñadas en
lograr una reivindicación particular,
ya sea que se trate
de la lucha
contra el sexismo,
el racismo o
la depredación ecológica. La
sociedad capitalista puede absorber estas pretensiones sin que por eso se
disuelva en el aire su estructura básica asentada sobre la perpetuación del
trabajo asalariado. Y
la mera yuxtaposición
de estas reivindicaciones, por
enérgicas que sean, no será suficiente para dar paso a una nueva
sociedad".
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