PUBLICADO POR ACUARELA ON JUEVES, 2 DE
MAYO DE 2013
Desbordes
Una
constelación muy amplia de comunidades en movimiento ensaya hoy en día otros
modos de producir, decidir y convivir. No autoritarios ni verticales, sino
abiertos y colaborativos, incluyentes y acogedores, horizontales y
distribuidos. Estas experiencias de autoorganización rompen los hechizos que
nos convierten en espectadores de lo que (nos) pasa. En y por ellas, nos
volvemos participantes activos en la construcción de nuestros propios mundos,
no solo receptores pasivos y repetidores de fórmulas hechas por expertos ajenos
a nosotros. Nos hacemos cargo en común de los asuntos comunes. Nos volvemos
capaces.
Cristina Sánchez Carretero
Antonio Lafuente
Amparo Lasén
Michel Bauwens
Margarita Padilla
Luis Navarro
Fuera de Lugar. Conversaciones entre crisis y transformación
Volvemos
(provisionalmente) al sábado. Esta es la versión completa de la entrevista con
Amparo Lasén aparecida el 12 de diciembre de 2009 en Público. Marga y Óscar la
hicieron conmigo en la librería Traficantes de
Sueños.
Amparo Lasén es socióloga. Es profesora en la Universidad
Complutense y miembro del grupo de investigación “Cibersomosaguas:
cultura digital y movimientos sociales”. Es autora del libro A contratiempo: un estudio de las temporalidades
juveniles (Siglo
XXI).
El 13-M de 2004 un sms activó la protesta de miles de personas
contra las mentiras del PP. 2 años más tarde un mensaje convocó en Internet la
primera manifestación masiva del movimiento V de Vivienda. Hace una semana, la movilización en la Red obligó en dos días al presidente
Zapatero a desautorizar a su Ministra de Cultura. ¿Asistimos a un cambio de paradigma en las formas de
la movilización política?
¿Qué te ha llevado a interesarte por los fenómenos de masa?
Yo empecé estudiando qué hacen las nuevas tecnologías y qué hace
la gente con las nuevas tecnologías. ¿Qué hacemos hacer y qué nos hacen hacer a
nosotros Internet, los ordenadores, los móviles? ¿Cómo median en las relaciones
personales, las relaciones familiares o las relaciones laborales? Y a partir de
estas investigaciones, en principio sobre el uso del móvil, llegué a estos usos
“políticos” de las nuevas tecnologías. Pero lo que me interesa sobre todo es
pensar cómo se articulan esos usos políticos con las otras prácticas
(personales, familiares, laborales, etc.).
¿A qué te refieres?
Están apareciendo en Internet nuevas categorías o figuras
intermedias entre los amigos o los seres queridos y los desconocidos o los
extraños. Una nueva modulación de la intimidad. Personas que no son exactamente
conocidas ni desconocidas, pero con las que se da intercambio y debates. A
veces intercambio de insultos, pero muchas otras veces intercambio de ideas, de
afectos. ¿Qué lleva a la gente a discutir de cosas íntimas con gente que no
conoce pero con la que se acaba relacionando porque se encuentran
periódicamente en un foro, se leen en una página web o se dejan mensajes en un
blog? ¿Cómo pensamos la relación con los demás, qué se debate y con quién? De
pronto cosas muy íntimas (que tienen que ver con el cuerpo, los sentimientos o
la sexualidad) se discuten en público, cuestionando así la división clásica
entre lo público y lo privado.
Esto se puede ver a veces en foros, páginas de ocio o privadas.
Hablando con usuarios de webs de contactos algunos me contaban cómo, en la
presentación de cada uno y en las primeras conversaciones con el otro, surgen
opiniones muy contrapuestas sobre las relaciones, el cuerpo o la sexualidad. Y
algunos me decían de manera muy cómica que de pronto se veían haciendo
“pedagogía política” o “educación cívica”: en un conversación ya no estaban
flirteando, sino diciendo “no hombre, no se puede hablar así de las mujeres o
de los homosexuales”. Y así de un intercambio para ligar entre personas que no
se conocen aparecen de pronto cuestiones sobre género, relaciones amorosas o
sexualidad.
Hay otros estudios sobre redes sociales (Facebook, Tuenti…)
donde se ve claramente ese cuestionamiento de la diferencia entre lo público y
lo privado, pero también la flexibilidad entre el mundo virtual y el mundo
físico. Páginas que en principio fueron concebidas para intercambios personales
han servido para habilitar movilizaciones políticas, pero siempre a partir de y
guardando esa huella de la comunicación interpersonal. Es lo que ocurrió el
13-M con el “pásalo”: si doy confianza al mensaje que me llega es porque me lo
envía un amigo, aunque no esté redactado por él. Así, una movilización política
que es pública puede no verse ni vivirse como algo separado de las relaciones
afectivas privadas. Hay una flexibilidad entre lo que ocurre en Internet y lo
que ocurre fuera: conozco a alguien en un blog y luego quedamos, extraños que
se vuelven íntimos durante un tiempo, etc. Esa relación entre desconocidos, que
tampoco es nueva (la gente siempre se ha encontrado en un bar, una discoteca o
una manifestación), para mí constituye una de las bases de la posibilidad de
actuar políticamente: la capacidad de establecer conexiones y actuar
conjuntamente con gente que no conoces.
El 13-M que has citado fue una smart mob, ¿nos puedes explicar ese término?
Smart mob significa “multitud inteligente”. Es
una masa que se forma en la calle (en manifestación, sentada, performance),
pero lo que la articula y posibilita es el contacto a través de los medios de
comunicación personales, como los móviles o Internet. No hay una estructura
estable detrás, tampoco son gente afiliada a un mismo colectivo. Su acción
puede ser momentánea y desaparecer, o sucederse de manera intermitente a lo
largo de cierto tiempo sin que necesariamente se genere una estructura.
El 13 de marzo es considerado una smart mob, también lo que ocurrió en
Seattle en 1999, las movilizaciones en Filipinas que acabaron con el presidente
Estrada o las que ayudaron a ganar las elecciones al presidente de Corea en
2002, manifestaciones de chicos de instituto (que normalmente no participaban
políticamente) contra la guerra de Irak, iniciativas ciudadanas para la
vigilancia de procesos electorales (no bajo la forma-manifestación) en África o
en las segundas elecciones que ganó Bush, pero también cosas menos democráticas
o emancipadoras como las protestas de musulmanes en Nigeria contra la
celebración del concurso de Miss Universo, que acabaron en linchamientos de
cristianos…
¿En qué se diferencia una smart mob de un movimiento social?
Es la diferencia que se hace desde la sociología ortodoxa o la
teoría política entre movilización y movimiento. Se entiende que hay movimiento
cuando se da una cierta continuidad, cuando se genera una estructura, una
coordinación o una forma de organización estable, cuando existe una ideología o
una identidad colectiva. Esos rasgos aquí no aparecen. Aquí se da una forma de
comportamiento político, pero desligada de las nociones de estructura o
identidad. Hay acción colectiva, incluso una continuidad de esas acciones,
aunque no asuma los rasgos estructurales de lo que se han llamado los
movimientos sociales. Existen ejemplos de movilización con una continuidad
intermitente en el tiempo. Han funcionado durante mucho tiempo con un gran
nivel de incertidumbre de los organizadores con respecto a qué es lo que va a
pasar, quién va a venir, sin llegar a generar unas estructuras o unas formas de
organización sólidas.
¿Se trata de la clásica diferencia entre organización y
espontaneidad?
Hay gente que lo lee así, pero no es sólo espontaneidad: están
los afectos, por ejemplo la ira o las ganas de hacer algo, pero también hay un
germen de otra manera de organizarse. La gente no sólo se lanza a la calle, hay
un pensamiento entre los participantes sobre cómo se va a hacer esto, cómo
organizar las cadenas de sms, etc. Las movilizaciones contra Estrada o lo que
ocurre en Corea no duran sólo un día sino un cierto tiempo, durante el cual se
siguen generando contenidos que no tienen porqué venir de las mismas
iniciativas. Más que de organización vs espontaneidad, sería mejor hablar de
intermitencia o de discontinuidad. También hay una diferencia de tiempos. No se
trata tanto de espontaneidad como de un sentido de la oportunidad, como ocurrió
el 13-M: cuando hay que organizar algo es ahora.
Tampoco la elección de un modelo es consciente o intencional. Depende de la
disponibilidad o no de recursos organizativos, de si la gente que participa
está o no inmersa en organizaciones activistas o políticas, etc.
Sin embargo, en esa intermitencia o discontinuidad hay formas de
memoria, porque difícilmente se habría dado por ejemplo la V de
Vivienda sin el 13-M, o el 13-M sin el “no a la guerra”.
Quizá es más preciso hablar de intermitencia que de
discontinuidad. El 13-M no se entiende sin el clima de afectos que desencadena
el 11-M, pero tampoco se entiende sin la experiencia de movilizaciones
anteriores como el “no a la guerra”. Y la V de Vivienda igual. A mí no me interesan tanto los
discursos o las ideologías como las formas en que la gente protesta o se
manifiesta. Lo interesante del 13-M es que se hace una manifestación sin
convocatoria y sin recorrido, pero sin embargo la gente se reúne y se mueve. Es
un movimiento autoorganizado, se pasa por delante de las Cortes donde
normalmente uno no se puede manifestar, en Atocha se hace un minuto de
silencio, etc. Y en la primera manifestación de V de Vivienda ocurre lo mismo.
Es otra manifestación sin trayectoria. Yo pienso que hay una relación entre
ambas.
Esta inexperiencia o ingenuidad hace visibles las normas: por
ejemplo que para manifestarse hay que pedir permiso a la Delegación de
Gobierno. Los poderes públicos obligan a los manifestantes a tener una cabeza
visible: alguien tiene que responder y ser responsable de lo que pasa. Hay que
pedir permiso, anunciar un recorrido, cosas que normalmente se hacen siempre,
pero que mucha de la gente que iba a la V de Vivienda desconocía, porque se
trata de un movimiento sin cabeza, de iniciativas que surgen porque hay gente
discutiendo en un foro, de pronto uno tiene la idea y otros se apuntan. Por
supuesto, esas vaguedades a las autoridades no les interesan. Todo esto te hace
replantear cosas: ¿por qué no podemos manifestarnos aquí? ¿Por qué no podemos
organizar una acción colectiva y pacífica en un espacio como Atocha?
¿No estamos ante algo muy frágil?
Lo imprevisible, la intermitencia y la ausencia de organización
son su fuerza y al mismo tiempo su debilidad. Hay gente que piensa que todo
esto no es muy interesante porque es frágil. Evidentemente es frágil si lo
medimos con los criterios de los movimientos sociales tradicionales o con los
criterios de una lógica que interpreta el éxito de una iniciativa política por
su capacidad para crear institución y continuidad. Pero hay que ver su interés
en otras cosas, a veces muy difíciles de medir: una politización de los
afectos, una forma distinta de ocupar el espacio público, la implicación de
gente no politizada anteriormente, una socialización de saberes, un desafío a
la lógica de la representación, el impacto que tiene la experiencia sobre la
subjetividades de las personas que participan…
¿Qué ha pasado con las personas que acudieron a una de estas
iniciativas? ¿Qué ha sido de las personas que participaron el 13 de marzo? A mí
lo que me interesa es ver no tanto qué pasa en las conciencias de los
activistas con más saberes, como en esas personas que no se percibían como
activistas, no percibían la calle como un ámbito que les correspondía pero
participaron de repente en estas iniciativas. En los testimonios que recogí de
la gente que participó el 13 de marzo se expresaba mucha sorpresa, la euforia
de “darse cuenta de que somos tantos”. Esa idea es una condición básica para
poder pensar la actividad política o el espacio público: la capacidad de
conectarte con gente que no conoces para hacer algo juntos. En la teoría de los
movimientos sociales prima hablar sobre gente que tiene los mismos intereses,
pero a veces no se trata de intereses tan hechos, sino más bien de sentires,
malestares, enfados, emociones. Ni tan siquiera opiniones.
Y el 13-M, de pronto, a través de los móviles e Internet,
“fíjate cuántos somos” y estamos aquí en la calle porque estamos de acuerdo,
tenemos las mismas preguntas o la ira en común. Ese ese sentir que somos tantos
y que podemos hacer cosas que no podemos hacer normalmente. Esto es algo que se
encarna en las propias prácticas físicas: estamos en medio de la calle donde no
se puede estar, estamos protestando en un día de reflexión en el que no se
puede salir a la calle, estamos mostrando nuestra presencia y construyendo
nuestra presencia como colectivo. Era un colectivo virtual, porque esos
sentimientos y esas ideas existían, y de pronto se encarna en esa manifestación
y en esa masa. En el momento en que se vuelve masa y masa rítmica de gente que
actúa, se mueve, grita y corea consignas en común hay una toma de conciencia:
esto es posible.
A partir de ahí, es difícil ver las trayectorias que se hayan
podido generar, cómo siguen trabajando estas experiencias en la gente que
participa en ellas, todo es más difícil de ver, de guardar la huella. ¿Por qué
la gente participa en estas movilizaciones y luego deja de hacerlo? ¿Por qué
las llamadas a veces no funcionan, no pasan o no prenden aunque se hayan usado
los mismos medios? ¿Cómo canalizar esa presencia y esa participación fuera de
los momentos de movilización? Son preguntas, interrogantes que quedan.
Durante años, todos los domingos en el Retiro se juntaba
muchísima gente a tocar instrumentos de percusión. Sin embargo, cuando ha
surgido un conflicto con el Ayuntamiento y la policía la experiencia al parecer
se ha volatilizado, apenas queda
ahora un puñado de personas protestando contra la medida y reivindicando el
espacio. ¿Puede llegar a frustrar esa fragilidad?
No conozco el caso. Pero quizá la gente que se juntaba para
tocar no tiene ganas de enfrentarse a la policía. O bien se generó un hábito
que se desarticula una vez perdido y la gente se dedica a otras cosas, se
pierde el contacto. Cuando las experiencias están articuladas a través de un
blog o de un foro no es tanto problema que no pueda ocuparse determinado
espacio porque se sigue conectado. Aquí lo que tal vez haya podido pasar es que
gente que se juntaba para algo más lúdico, se retrae una vez que se revela ese
componente conflictivo o político. Muchas flash mob (multitud relámpago) no tienen una
intencionalidad política, pero su propia acción cuestiona determinadas normas
del espacio público y el conflicto se genera. Hay gente que se da cuenta de
pronto de esa dimensión conflictiva y no tiene ganas de enfrentarse con la
policía. A veces estas acciones son conscientes de su carácter político o de
ciertos riesgos que puedes correr, como fue el caso del 13-M. Pero en otras flash mob de tipo más lúdico no está esa
conciencia y cuando llega el conflicto (por el ruido o la ocupación del
espacio) hay gente que se echa para atrás porque eso no estaba en su intención.
Ese es otro rasgo de este tipo de movilización: no todo está hecho de manera
consciente o intencional, la gente se va dando cuenta de lo que hace según lo
va haciendo. Esto puede generar esas sensaciones positivas de euforia o de
sorpresa que comentábamos, o bien el miedo de verse de pronto asumiendo un
riesgo con el cual no se había contado.
Es un problema parecido al que se ha visto recientemente en Irán:
la misma herramienta que sirve para que las gentes se conecten y hace visible
una llamada o una convocatoria, hace igualmente visible y vulnerable a la gente
que la ha realizado (en países como China o Irán). Por un lado, esto agudiza el
ingenio informático de las personas y los activistas: pienso en esa aplicación
que cambia la dirección IP de tu ordenador constantemente para dificultar la
vigilancia. Pero muchas personas están llegando a la movilización política por
esa conjunción de las posibilidades que le abre su propia práctica tecnológica
y un deseo que se descubre de repente. Sin experiencia y sin saberes previos
uno se da cuenta de esos problemas (la respuesta policial o que ese ordenador
podía ser visto por otras personas) a posteriori. Muchas veces los usuarios
aprenden sobre la marcha. Igual que no te das cuenta de que en Facebook tienes
que ir a la opción “privacidad” para decir que quieres que tu información sólo
esté visible para tus amigos y lo descubres cuando una noticia tuya llega a gente
a la que nos querías mandársela. A veces es el precio a pagar si quieres
beneficiarte de la visibilidad y de la accesibilidad: estar accesible y visible
para los que te quieren controlar o puedan tomar represalias en contra tuya.
Pero hay un aprendizaje sobre la marcha, lo veíamos hace poco en Flickr: hace
unos años muchas de las fotos expuestas te las podías descargar, pero ya no es
así, la mayor parte de las fotos no las puedes descargar, sólo ver. Los
usuarios han aprendido a protegerse.
Es verdad, se generan saberes para afrontar situaciones nuevas.
Pienso en la iniciativa de un bloggero que acudía al comienzo a las manifestaciones de V de Vivienda y
que, tras la represión policial contra la segunda y la tercera sentadas, se
puso manos a la obra y buscó por su cuenta testigos de las detenciones para
apoyar a la gente en los juicios. ¡Y la cosa salió muy bien!
Eso quizá tiene que ver con cosas que se aprenden fuera del
ámbito de la movilización política, pero que implican prácticas y tecnologías
que también pueden utilizarse aquí. Por ejemplo, las personas que están
habituadas a usar Internet, los móviles, participar en foros, hacer búsquedas
de información, hacer quedadas… Estas prácticas que tienen que ver con el ocio,
con el ligue, de pronto pasan a ser útiles en la movilización política. Esa
experiencia de usos y hábitos adquiridos en otros contextos, medios y
situaciones se moviliza para estas acciones colectivas. Hay gente que no tiene
saberes políticos o de movilización, pero sí de cómo buscarse, cómo citarse,
cómo organizarse, cómo coordinar a gente que no conocen para debatir sobre
cosas que les gustan, etc.
A veces una experiencia se detiene o desaparece, pero surgen
otras. Es cierto que las cosas se vuelven más volátiles. Hay un rechazo a
identificarse totalmente con una práctica. La gente se dice: “esta es una más
de las cosas que hago, si ahora no puedo hacerlo ya habrá tiempo más adelante”.
Un sociólogo australiano llamado Kevin McDonald, que ha analizado
movilizaciones contemporáneas en China, movimientos antiglobalización en EEUU o
Australia, decía “nadie representa el movimiento ni el movimiento me representa
a mí”. Es decir, el movimiento es parte de mi vida, pero en mi vida hay muchas
otras cosas también. Entonces ahora vengo, ahora voy, ahora participo de manera
más afectiva, imaginaria o virtual y no estoy todos los días de manera
presente. Esto condiciona los ritmos de aparición y desaparición de las
movilizaciones, etc.
Hay mucho por ver aún, estemos atentos.
¿Qué papel juegan las nuevas tecnologías? ¿A qué llamas “agencia
compartida”?
La idea de “agencia compartida” quiere evitar dos errores
comunes. Por un lado, la idea de que las tecnologías son meros instrumentos
pasivos que dejan las situaciones como estaban. Esta tesis afirma que el
aspecto determinante es lo social, es decir lo que las personas quieren hacer y hacen, y
que al final da un poco igual con qué lo hagan: antes se usaban las cartas y
la imprenta, ahora los móviles o Internet. El otro error es el determinismo
tecnológico: pensar que por el mero hecho de que una tecnología exista ya
altera todo el ámbito de relaciones y de prácticas donde esa tecnología está
presente. Sería pensar que como hay Internet y existen los móviles todo va a
cambiar y todo ha cambiado. O por ejemplo que los medios por sí mismos van a
generar transformaciones políticas.
Agencia compartida significa que las tecnologías no son instrumentos
pasivos, sino que contribuyen a generar dinámicas, que nos hacen hacer ciertas
cosas y que nosotros las hacemos hacer otras. Por ejemplo, los móviles no
estaban hechos para comunicaciones públicas, ni para mandar mensajes a mucha
gente. Los ingenieros los habían diseñado para comunicaciones interpersonales.
Facebook no está pensado para que se organicen manifestaciones internacionales
contra las FARC, sino para que las personas jóvenes se comuniquen entre sí.
Esos usos los descubren y los inventan los usuarios. La gente está acostumbrada
a usar la tecnología para ciertas cosas y de pronto le da una aplicación
política o pública. Si tal o cual tecnología me conecta con amigos o con amigos
de mis amigos, por tanto con gente que yo no conozco, me puede servir igual
para comunicarles mi enfado o mi indignación política y proponer hacer algo.
El hecho de que haya tecnologías facilita ciertas cosas,
dificulta otras, crea hábitos nuevos y hace olvidar otros antiguos. Es lo que
llamo “procesos de subjetivación y desubjetivación”. Nos constituye como lo que
somos y hace que perdamos formas de lo que éramos antes. En el caso de una
investigación sobre el uso del móvil, preguntamos en las entrevistas: ¿cómo te
organizabas antes, cómo te coordinabas con tus amigos, tu familia o tu pareja
hace 5 o 10 años? La gente no se acuerda, usa el condicional (“pues supongo que
lo hacía…”).
O cambian las maneras en que nos comportamos en los espacios
públicos, renovando o transformando las normas de etiqueta. Pero aparentemente
tampoco nos hemos dado cuenta de esto. La gente se detiene hoy a hablar en la
calle con el móvil en Inglaterra, cuando la práctica del espacio público allí
es que la calle sea un espacio de tránsito y de circulación permanente donde
nadie se pare. La tecnología hace hacer y la hacemos hacer.
Antes has citado las flash mob (multitudes relámpago), ¿en qué
consisten? ¿En qué se diferencian de una smart mob?
En la literatura sobre estas cuestiones se hace una distinción
entre smart mob y flash mob.
Las smart mob son acciones colectivas organizadas a
través de Internet o móviles con un mensaje claramente político. Las flash mob son idénticas formalmente, pero no
tienen mensaje político, sino un sentido más lúdico o absurdo: hagamos algo que
se salga simplemente de lo habitual (como una guerra de almohadas, por
ejemplo). Me interesaba ver porqué se separaban como dos fenómenos completamente
distintos (uno inteligente y otro bobo) cuando sólo les distinguía la
existencia o no de un mensaje político. ¿Por qué en una flash mob no se ve nada político, cuando se usan
las tecnologías de modo activo y creativo (nopadecido) para conectarse, personas que
no se conocían se juntan para hacer algo de forma concertada, se propone un uso
del espacio público y urbano que no es el habitual, lo cual muchas veces revela
conflictos sobre qué puede hacerse en el espacio público y quién lo decide? ¿Por
qué pensar entonces que no es algo político? ¿Sólo porque falte un mensaje
crítico intencionado? Las flash mob rompen la dicotomía medios/fines. En
ellas el cómo es el qué.
Esto lo poníamos en relación con ciertos estudios sobre
movimientos sociales y nuevas tecnologías que minimizan éstas como meros
instrumentos, que además se critican porque favorecen la autorreferencialidad y
sólo promueven la sociabilidad, oponiéndose la sociabilidad a “lo social” (es
decir, la cuestión social de la izquierda más tradicional). Nos preguntábamos
si la comunicación y el uso de los medios no sería una participación en sí
misma, admitiéndole un valor político. En la actividad cotidiana con las
tecnologías hay conflictos de poder (intereses contrapuestos: propiedad
intelectual, control, usos comerciales): ¿por qué un conflicto ahí va a ser
menos real políticamente? Todos los trabajos que hacemos nos muestran que las
personas no ven lo real y lo virtual como ámbitos separados (eso está más bien
en el ojo del investigador), que todo forma parte de la vida y que hay una
continuidad y flexibilidad entre las relaciones cara a cara, en mi trabajo, en
mi casa y lo que pasa en la Red. ¿Por qué íbamos a separar entonces unas
acciones de las otras? No es de recibo. ¿Se puede excluir estas formas de
acción y comunicación de lo político? ¿A qué llamamos lo político?
No se consideran acciones políticas porque no tienen discurso
ideológico. No se consideran acciones políticas porque no hay reivindicación o
un desafío explícito a las autoridades, a una empresa, al gobierno.
Ciertamente, estas acciones no se presentan como una relación de fuerzas
directa, no se presentan como una demanda a un gobierno. No hay interpelación a
un enemigo, tampoco hay una apelación a las instancias tradicionales (el
gobierno, etc.). Pero esas interpelaciones pueden darse de manera no
intencional y aparecen en el mismo desarrollo de las acciones surgiendo
conflictos de manera latente. Es otra manera de entender lo político. Son
acciones y reacciones a relaciones de poder, cuestionamientos de qué es lo
público, interrogaciones sobre qué hacemos cuando estamos juntos y las maneras
en que nos relacionamos. En el fondo todo esto entra en las definiciones
tradicionales de lo que son las cuestiones clásicas de lo político: qué es la
vida en la polis, qué es la vida en común.
Hay algo propio del uso de las nuevas tecnologías muy
interesante que es no tanto crear cosas nuevas, como hacer visibles aspectos de
las relaciones y de las acciones que ya se daban pero que no se podían ver. Con
las nuevas tecnologías se pueden seguir las comunicaciones a través del e-mail,
se pueden ver las personas que uno conoce en el móvil, se puede medir la
intensidad de los intercambios. De hecho, la gente percibe el móvil así, con
ese punto de auto-reflexividad. Quizá las nuevas tecnologías nos están haciendo
volver a ver, recordar o visibilizar aspectos que nunca dejaron de existir,
pero que habían quedado en segundo plano en el conflicto entre los
profesionales de la política (políticos, activistas o politólogos). Porque todo
esto que digo tiene que ver con los discursos de los nuevos movimientos
sociales como el feminismo o el movimiento por la liberación sexual: cuestionar
la dicotomía público/privado, recordar que la política pasa por los cuerpos,
valorizar la cuestión personal y de los afectos, etc. ¿Por qué el pensamiento
de izquierdas tiene en general tanto miedo de los afectos y las emociones? Como
si fueran algo irracional, fascista. Hay otras apariciones de los afectos y las
emociones, no sólo en las masas fascistas. Separar las emociones de la razón es
un rasgo típico de la modernidad. En cualquier ejemplo de movilización política
siempre están las emociones y los afectos. Es lo que te afecta y te motiva a
participar y continuar. También se suele ver el placer o lo lúdico como
frivolidad. Hay un problema muchas veces entre los movimientos sociales de
izquierda con la dimensión placentera de la movilización, como si sólo lo grave
y solemne fuera serio y real.
Sin embargo, al otro lado hay una Nueva Derecha 2.0 que hace un uso muy desprejuiciado de las nuevas tecnologías y
las nuevas formas de movilización…
Tendemos a ver a la derecha como un bloque político más
estucturado, centralizado, organizado. Pero también hay mucha heterogeneidad y
últimamente ciertos componentes se han servido de estos medios para hacer
efectiva esa heterogeneidad y movilizar. Estoy convencida de que estas
prácticas están creando también dentro de estos grupos cuestionamientos
internos y cambiando las subjetividades. ¿Cómo se articula luego esa
descentralización con las otras estructuras tan jerárquicas? El hecho de estar
manejando formas que favorecen la descentralización y la proliferación de
iniciativas, favoreciendo así la autonomía y la multiplicación de grupos, debe
de estar cambiando también las subjetividades en la derecha. Allí donde la
organización se daba mediante el control continuo y la jerarquía sobre los militantes,
todo esto tiene que estar a la fuerza produciendo cambios. De hecho, las
subjetividades de que hablamos también se dan a la derecha: participación
intermitente, desconfianza hacia las formas de representación tradicionales,
gente que piensa que la acción política tiene que ver en su vida pero que hay
otras cosas, etc. ¿Cómo les cambia la experiencia de participar de esa euforia
de tomar la calle? ¿Cómo les cambia la experiencia de la autoorganización más
allá de los partidos?
Dices que las nuevas formas de movilizarse “atentan contra las
bases de lo político”, ¿qué quieres decir?
Según el Barómetro europeo, España fue el país donde más
manifestaciones hubo entre 2006 y 2007. Sin embargo, en el mismo estudio varios
politólogos escribían que España era a la vez el país dónde la desafección y el
desinterés por la política era mayor. Qué paradoja, ¿no? Esos politólogos
medían el interés por la política a través de la afiliación y del conocimiento:
¿se siguen los medios de comunicación, se sabe reconocer nombres de políticos o
de la actualidad? No, por tanto hay desinterés y desafección por la política.
La gente manifestándose en la calle y sin embargo se mide el interés por la
política a través de los niveles de afiliación a partidos y otros colectivos
institucionalizados, a través del seguimiento mediático de la actualidad
política. ¿Acaso estar en la calle no es una forma de participación política?
Desde un punto de vista sociológico, me parece apasionante
analizar este tipo de procesos no intencionales: prácticas que no están
organizadas ni impulsadas por identidades (identidad obrera, etc.), pero que
sin embargo existen, activan solidaridades y formas de actuar en común. ¿Qué
papel juegan las tecnologías en esas otras maneras de ir construyendo
subjetividades (es decir, cómo las personas se perciben a sí mismas, su
entorno, el mundo, las relaciones con los demás)? ¿Por qué la gente recibe una
llamada en su móvil o un mensaje y decide participar en estas performances un
poco teatrales, un poco artísticas, a veces más subversivas que otras, con
reivindicaciones o sin ellas? De alguna manera, creo que estas nuevas formas de
movilización hacen visibles cosas que siempre han estado en la política, pero
quizá nunca han sido subrayadas por los observadores: por ejemplo, la
importancia de los afectos, de las emociones, de los sentimientos como motivadores
de acción. Quizá estamos asistiendo, de una manera no intencional por parte de
las perdonas participantes, a una redefinición de la naturaleza de lo político,
de una movilización política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario