Una
pregunta desde el futuro, desde Nueva York, donde el capitalismo es ya un
estado mental, ¿somos conscientes aquí de que la pelea es en primer lugar
cultural, antropológica, de formas de vida?
19/04/2013
- 20:04h
Me encuentro con A. y V. cerca de Union Square en Nueva
York. Ambos llevan ya unos cuantos años viviendo en Estados Unidos. Trabajan
precariamente como profesores adjuntos en una universidad prestigiosa. Llegan
tarde a la cita y me cuentan que les entretuvieron los alumnos con preguntas.
Yo: Ah, qué bien, ¿no? Alumnos interesados. Ellos: Bueno... Uno nunca acaba de
saber muy bien a qué responde exactamente su interés. Me cuentan que el vínculo
profesor-alumno es un tanto singular en las universidades privadas donde el
alumno ha pagado mucho dinero o se ha endeudado enormemente para acceder a los
estudios (50.000, 60.000 dólares). La relación de autoridad se invierte
completamente: son los alumnos los que evalúan al profesor y exigen de él un
tipo de saber muy específico, mensurable, empaquetado, práctico. Nada de
incertidumbre, nada de complejidad, nada de experimentación, nada de
pensamiento, pues. La relación cliente-servicio sustituye a la relación
profesor-alumno introduciendo una seria distorsión en la transmisión del saber
y la conformación del aula.
Pero lo que ocurre en la educación no es algo aislado,
prosiguen mis amigos mientras compensamos las malas noticias devorando pizza en
el mítico John's Pizza. La privatización es generalizada: salud, transporte,
etc. Sin derechos universales garantizados, la vida se vuelve muy cara (todo el
mundo está endeudado) y hay que estar trabajando y autovalorizándose todo el
tiempo (en Manhattan los bares están siempre llenos de gente con el portátil).
Vida es igual a trabajo y en el trabajo hay que poner la vida entera. La
carrera profesional es lo primero, mucho antes que la familia o los amigos.
Configuración neoliberal de lo humano: el yo se percibe como una empresa y una
marca, el mundo como un conjunto de oportunidades que rentabilizar, los otros
son instrumentos desechables u obstáculos en el camino y el peor estigma es ser
considerado unloser (perderdor).
Ahora entiendo a aquel amigo norteamericano de paso por Madrid que me dejó
estupefacto al despedirse de mí diciendo: “pero qué suerte tenéis viviendo
aquí, ¡no hay capitalismo!”
Se dice que cuando en Nueva York son las tres de la tarde,
en Europa son las nueve pero diez años
antes. La
gestión neoliberal de la crisis pretende ahora recortar brutalmente esa diferencia
horaria. Desde el futuro, A. me pregunta: ¿crees que en España la gente es
consciente de que la pelea es en primer lugar cultural, antropológica, de
formas de vida (es decir, una pelea por otra relación con los demás, con el
mundo, con nosotros mismos)? Se me atraganta la pizza, vacilo, mascullo algo y
me quedo pensando.
Pienso en las mareas, defendiendo el derecho de todos,
ricos o pobres, a la educación, el cuidado o el agua. En la gente que se planta
enfrente de la casa de un desconocido para impedir que sea desahuciado,
practicando un concepto expandido de la buena vecindad. En las pocas
posibilidades de salir adelante que tendría ahora
mismo un proyecto
político que culpase de la crisis a los inmigrantes. En medio del desastre, se
ha activado un tejido de solidaridad que conjuga elementos arraigados profunda
y trasversalmente en la mentalidad social (el valor de los vínculos no
instrumentales o de la sanidad pública, por ejemplo) o incorporados por los
nuevos movimientos como el 15-M, las mareas o la PAH (la política de la
inclusividad, el relato sobre la naturaleza de la crisis, etc.). Estamos
aprendiendo a decir nosotros: es el 99% contra el sálvese quien pueda
neoliberal.
Es verdad: la transformación más intensa e importante
(base de las demás) es cultural, antropológica, de formas de vida. Es la
(re)creación de lo común frente a la guerra de todos contra todos inscrita en
la filosofía práctica que hace de cada uno de nosotros una partícula elemental
guiada exclusivamente por el cálculo estratégico en favor de su propio interés.
Sin esa transformación, sólo puede darse lo que el teórico marxista Antonio
Gramsci llamaba “revolución pasiva”: un cambio por lo alto, sin implicación de
la gente común y cualquiera. Algo que no puede ir muy lejos, porque no hay
cambios macro sin cambios micro, no hay otra política ni otra economía posible
sin otra subjetividad. El capitalismo dura porque es un estado mental.
Y sin embargo, no supe qué contestarle a A. ¿Crees que la
gente es consciente de que la pelea se juega en primer lugar en el terreno de
las formas de vida? A veces, entre el pimpampún cotidiano contra los políticos
(demasiado fácil) o las diferentes propuestas de asaltar/tomar el poder por lo
alto y sin la gente, me entra la duda de si estamos siendo capaces de nombrar,
valorar y comunicar el cambio más poderoso, más desafiante y que ya está en marcha. La
transformación silenciosa (pero no necesariamente invisible) de las maneras de
verse uno mismo, de relacionarse con los demás, de hacer las cosas y de estar
en el mundo.
Amador Fernández-Savater acaba de
publicar Fuera de Lugar. Conversaciones entre crisis y
transformación
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