Cuarto Poder
19-08-2013
Hay quién dice que el marxismo es una
filosofía obsoleta, que procede del siglo XIX. En el mejor de los casos dicen
que sus principios y propuestas son pura utopía y que no están vigentes; cuando
no que es una aberración intelectual, representada con cuernos y rabo.
Y eso lo dicen precisamente quienes profesan ideas que provienen del siglo I.
Una organización jerarquizada, homófoba y antidemocrática, y que ha estado
dominando los designios de la humanidad, a sangre y fuego. Me considero
marxista por la fuerza de la razón.
Algunos pensarán que me he quedado
encastillado en la concepción del siglo XIX, pero no es así. Salvando las
distancias y los avatares históricos, la mayoría de las circunstancias de
entonces, políticas, sociales y económicas, siguen estando vigentes hoy, como
vigente es la necesidad de unidad de la mayoría social para cambiarlo todo.
Han transcurrido casi dos siglos y
algunas de las reivindicaciones de entonces se pueden seguir haciendo hoy. Ha
cambiado el modelo social. Ha surgido la llamada «clase media» y al
proletariado se le denomina productor, trabajador y trabajadora. Pero la clase
dominante sigue siendo la misma de entonces: los que tienen todo y todo lo
pueden.
La esclavitud, tal y como la conocemos
por las películas de romanos y demás, ha podido desaparecer, pero la
esclavitud de la miseria de siglo XIX está presente en nuestra realidad.
Esclavos son quienes sin tener nada, lo deben todo; esclavitud intelectual y
política, frente al poder financiero; esclavitud al fin y al cabo, con distintas
connotaciones económicas, políticas y sociales, pero esclavitud, y la libertad
como principio para ser verdaderamente libres.
Los privilegios de la “burguesía” y del
poder político siguen estando tan vigentes como vigente están la dominación de
los “mercados financieros” sobre la economía de la ciudadanía y de los propios
Estados. La justicia social, la desigualdad y la solidaridad siguen siendo
proclamas y reivindicaciones necesarias y urgentes de conseguir para el mayor
bienestar y dignidad de hombres y mujeres. En fin, al buen entendedor le sobran
información y elementos de juicio, como para entender que las circunstancias
históricas no son las mismas; pero si lo son determinadas situaciones que hacen
que las mujeres y hombres de hoy sigamos estando sometidos al poder político y
económico de la clase dominante.
Hoy como ayer, haciendo un análisis
marxista de la realidad injusta en la que vivimos, vemos que la emancipación de
la clase trabajadora —«el proletariado», la inmensa mayoría de la población,
que solo tenemos la fuerza del trabajo para sobrevivir—, significaría la
emancipación de toda la humanidad; por lo que, para que reine la justicia
social y la libertad sea una realidad, es necesario transformar el modo de
propiedad de los medios de producción; así como la estructura socio-económica
tal y como está concebida; cambiar el propio Sistema, que permite la
explotación de la mayoría de la sociedad, en beneficio de la minoría. La
minoría poderosa, que ostenta la mayoría de la riqueza y de los medios de
producción, sigue siendo, como ayer, la clase explotadora de la mayoría que
nada posee, los explotados.
El «Programa Máximo» del PSOE en 1880
reflexionaba y hacía unas propuestas, basadas en principios marxistas, porque
socialista y marxista era el partido; y decía que la sociedad es injusta,
puesto que divide a sus miembros en dos clases desiguales y antagónicas: la
clase dominante, la burguesía, que posee los instrumentos de trabajo; y la
clase dominada, el proletariado, que no posee nada, salvo su fuerza vital. Y
que esta situación es la primera causa de la esclavitud en todas sus formas:
«la miseria social, el envilecimiento intelectual y la dependencia política». Y
esto es posible, porque los privilegios de la burguesía están garantizados por
el poder político, del que se vale para dominar a los trabajadores. ¿Estoy
trasnochado? ¿No es exactamente lo que hoy ocurre?
Hoy como ayer, la necesidad, la razón,
la dignidad y la justicia social exigen que la desigualdad desaparezca. Para
ello hay que hacer desaparecer la estructura social que lo permite. Pero esto
no se puede conseguir sino es «transformando la propiedad individual o
corporativa de los instrumentos de trabajo en propiedad común de la sociedad
entera». Esto es: más Estado social, nacionalizaciones y menos privatizaciones,
para mayor bienestar.
Si entonces eran aspiraciones, hoy lo
siguen siendo. ¡Trabajadores del mundo, uníos!
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