22-08-2013
La muerte de Lenin provocó la lucha
política entre los partidarios de Stalin y los de Trotsky por captar el poder
político de la Unión Soviética. Según Stalin, el socialismo podría ser alcanzado
por Rusia por tratarse de un país gigantesco y con mucho recurso, en cambio
Trotsky postuló la tesis de la revolución permanente, según la cual la
revolución en un país atrasado como Rusia no podía sobrevivir a menos que la
revolución triunfara en los países más avanzados del mundo. Trotsky creía que
la historia le había jugado una broma pesada a la humanidad al crear
condiciones revolucionarias en un lugar donde las bases materiales para dar
cuerpo a las ideas socialistas no se habían alcanzado y que lo pasado en Rusia
era el preámbulo de lo que debería suceder en Alemania o los Estados Unidos, le
pareció imposible pretender la edificación del comunismo en la Unión Soviética
por carecer ésta de una clase obrera desarrollada. También sostuvo que Stalin había
sustituido la frase /el Estado soy yo,/del rey Sol, por /la sociedad soy yo,/y
lo acusó de abandonar la revolución mundial por algo imposible, por la
construcción del socialismo en un solo país, para lo cual, según Stalin, era
necesaria la dictadura del proletariado. No pensaba así el marxista Plejanov,
quien escribió que la dictadura de un partido termina siempre en la dictadura
de una persona; por eso, para Trotsky, la de Stalin debía degenerar hasta
constituirse en la negación misma del comunismo.
Trotsky era un impaciente que se dejaba arrastrar por su inmodestia y no
lograba ocultar sus ambiciones personales, lo que le granjeaba el rechazo de
algunos de sus camaradas. Proclamaba que el capitalismo jamás permitiría
edificar una nueva sociedad y que sus ataques derrumbarían lo poco que se
lograra erigir; asimismo, manifestaba que los rusos eran tan atrasados que, en
el mejor de los casos, lo único que podrían establecer sería una caricatura del
comunismo. Pero, a pesar de que era un conocedor erudito de la cultura europea
y de su enorme preparación intelectual, fue derrotado fácilmente por Stalin no
sólo porque éste supo extraer pingüe provecho del ancestral antisemitismo del
pueblo ruso, y Trotsky era judío, sino porque controlaba el Partido Comunista.
Stalin no era eslavo sino georgiano, y según un decir ruso, por donde pasa un georgiano
un judío no tiene nada que hacer. También fue un típico capricorneano:
testarudo y tan diamantino de voluntad que sus mandatos eran inamovibles; le
sobraba astucia para urdir todo tipo de intrigas; tenía la paciencia de una
araña que espera a su víctima en un rincón, una ambición sin frontera y no se
conocía ni lo que pensaba ni lo que deseaba. Dominaba el don de la ubicación,
siempre maniobraba para estar en mayoría y en los lugares y momentos precisos.
Mientras que sus camaradas dirigían el ejército, la seguridad y los sindicatos,
creyendo estar más próximos al poder, él tomó un puesto que todos despreciaron,
la Secretaria General del Partido Comunista de la Unión Soviética y, a través
de sus organismos, controló todos los resortes del Estado. Supo sacar ventaja
de las debilidades y aspiraciones de sus adversarios: se unió con Zinoviev y
Kamenev para vencer a Trotsky; y con Bujarin para derrotar a Zinoviev y Kameniev.
Después no le costó trabajo terminar con Bujarin, que quedó totalmente aislado.
La verdad es que tras las bizantinas discusiones sobre la revolución permanente
y la fiel interpretación del legado de Lenin estaban ocultos los intereses de
las distintas fracciones revolucionarias que luchaban por la toma del poder.
Finalmente triunfó Stalin, y Trotsky, luego de ser expulsado del partido
comunista, se exilió y organizó la "Oposición de Izquierda
Internacional" a través de una facción de la Tercera Internacional. Luego
de la llegada de Hitler al poder en la Alemania Nazi y de la persecución de los
comunistas en Europa, Trotsky formó la Cuarta Internacional, se exilió en
México, donde fue asesinado por Ramón Mercader, un personaje oscuro de la
historia del que se sospecha que era agente de los servicios secretos
soviéticos.
El stalinismo fue la época de la más dura represión en la Unión Soviética, pero
no comenzó así, en un inicio se reprimía a la gente con la intención de
reeducarla. Las construcciones de los canales Mar Blanco-Báltico y Moscú-Volga
fueron, según el decir de esa época, eran escuelas de transformación de las
clases parasitarias en clases útiles. Todo eso fue visto con buenos ojos por el
pueblo ruso, que lo conjeturó una posibilidad de superar el ayer y obtener del
hombre sus mejores cualidades. ¿Acaso no debe ser el trabajo la mejor manera de
perdonar los pecados del pasado? La inmensa mayoría de los condenados a veinte
años prisión por sus actividades contrarrevolucionarias fue liberada por buena
conducta después de tres años de trabajo forzado. Esta "magnanimidad"
duró hasta el treinta y cuatro, cuando Stalin inició su sanguinaria orgía
incluso contra los comunistas.
En ese entonces se aceptaba que todos los ajusticiados debían estar involucrados
en algún monstruoso complot, nadie podía suponer que se los hubiera detenido y
juzgado de ser inocentes. ¿Cómo no creer en la culpabilidad de los condenados
si muchos de ellos se presentaban en público, confesaban a voz en cuello sus
horribles crímenes y clamaban por ser castigados con la pena máxima? ¿Cómo
imaginar que todo eso fuera una farsa? Por otra parte, la gente se percataba de
las exageradas e inexplicables detenciones, más que nada por el carácter masivo
del fenómeno, pero querían ignorarlo pensando: ¡Ah! ¡con que fulanito ha sido
un enemigo del pueblo! ¿quién lo hubiera dicho?, y se alegraban de no haber
sido ellos mismos las víctimas y continuaban con su intranquilo sueño durante
las madrugadas.
Para entender lo que pasó en aquella época basta con ver un sólo caso. Bujarin,
en su libro “La Economía en el Período de Transición”, dio una detallada
clasificación de los grupos sociales que debían ser liquidados con la finalidad
de construir el socialismo, la lista parece interminable: los directores de la
producción, el mando militar y espiritual, los banqueros, los altos burócratas
del Estado, la grande y pequeña burguesía, los profesionales, científicos y, en
general, toda la inteligencia técnica.
Lo llamaban “El amado de Lenin” y fue fusilado en 1938 luego de ser condenado
en los famosos juicios públicos de 1936 cuando se declaró culpable del grave
delito de traición. Con lágrimas convincentes en los ojos pidió la pena máxima
para sí por deslealtad con su pueblo al haberse vendido a sus enemigos de clase
y por ser un agente del nazi-fascismo. Hoy se sabe que aquellos juicios fueron
una farsa y que al actuar así salvaba, según previo acuerdo con la tiranía, la
vida de su joven y amada esposa. Su patética declaración persuadió incluso a
Joseph Davis, autor del libro “Misión en Moscú”, quien sostuvo que la Unión
Soviética no sería derrotada por la Alemania Nazi porque había eliminado a
tiempo su quinta columna. Se refería a la orgía de sangre desarrollada en los
trágicos años cuando él fue el primer Embajador de los Estados Unidos en ese
país.
En 1988, durante la “Perestroika”, se destapó parte de la horrible tragedia.
Uno de los testimonios que más hondo caló en el corazón de la sociedad mundial
fue el de la viuda de Bujarin. ¡Quién lo creyera! ¡Cincuenta años después del
asesinato de su esposo, vivía todavía la viuda que apenas tenía setenta y
tantos años!
Bujarin, viendo eliminar uno a uno a sus antiguos camaradas y al presentir su
futuro arresto, escribió un hermoso ditirambo titulado “A Las Futuras
Generaciones”. En él, a más de execrar la tiranía, revelar su ideal político y
proclamar su inocencia, pregonaba su firme lealtad al comunismo, en cuyo nombre
ofrendaba la vida, confiando en que la historia tarde o temprano le daría la
razón. Este largo documento histórico, imitando a los antiguos rapsodas, lo
aprendió de memoria su cónyuge repitiéndolo todos los días algunas veces ante
él. Por eso, cuando las pesquisas, lo arrestaron y confiscaron cuanto papel
encontraron luego de espulgar hasta el último escondrijo de su vivienda, no
pudieron hacer lo mismo con su testamento político por estar oculto en los
intrincados laberintos del cerebro de esta valiente mujer.
¡Pasado medio siglo, la viuda recitaba ante una asombrada prensa el testimonio
escamoteado en los juicios del año 1936!, como si fuera un médium trasmitía el
mensaje de ultratumba de un optimista Bujarin, que ella había guardado en su
férrea memoria a través de largos años de desolación, y a pesar de todo su
infortunio nunca perdió la esperanza de que viniesen días mejores. Sin embargo,
la tragedia de su marido fue completa, su ideario político se conoció demasiado
tarde, cuando ya el pueblo ruso había perdido la confianza en todo lo que
sonaba a comunismo.
En Stalin se concentró toda la tragedia de los pueblos de la Unión Sovética,
porque en la URSS nacían, crecían y morían bajo su férula protectora; sólo a él
se lo oía opinar sobre política, literatura y arte, veían las películas que le
gustaban, cantaban sus canciones predilectas, escuchaban los chistes que lo
hacían reír y, en general, vivían un estilo de vida que él aprobaba con
meticuloso detalle. La intolerancia y delirios de grandeza de los rusos son y
fueron asimismo frutos de su psiquis.
Con la muerte de Stalin, en 1953, se produjo por parte de Kruschev la crítica a
sus métodos y al denominado culto de a la personalidad del camarada Stalin.
Pero ¡cómo podía Kruschev intentar desestalinizar la Unión Soviética si en el
fondo él mismo era un stalinista!, por haber formado parte de las troikas,
grupos formados por tres dirigentes del partido que condenaban a muerte a
cualquier inocente sin apelación alguna.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso
del autor mediante una licencia de
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