Por NICOLE SCHUSTER
Breve presentación
Partiendo del cuento de Borges, Tema del traidor y del
héroe, incluido en su libro Ficciones(1)que fue publicado en 1944,
desarrollaré en este trabajo la articulación entre lo político y la Historia,
para mostrar que los símbolos recopilados por la historiografía son un
instrumento usado por el poder para alienar a la gente. Podrá parecer a muchos
escandaloso que Borges se lea desde una perspectiva política, dado que siempre
pretendió ver a la literatura como algo libre de sumisión ante cualquier fin,
lo que lo llevaba a oponerse a la literatura de compromiso(2). Pero, pese a que
Borges aseveraba que “nunca la política intervino en mi obra literaria” y se
declaraba “apolítico”, es menester reconocer, como lo hizo Jean-Paul Sartre,
que “no adoptar una posición política es también una posición política”,
particularmente si se considera que Borges se había afiliado al partido
conservador(3).
Se tiene que tomar en cuenta que los símbolos de una nación,
entre los cuales resaltan los del héroe y de la patria, tienen una fuerte
connotación política. Aparte de ello, Ficciones fue publicado en
1944, en una época en que regía en Alemania el nacional-socialismo, que Borges
rechazaba, y que era la encarnación misma de la manipulación de la historia y
del sentimiento nacional. Por lo tanto, leer su cuento que trata de
nacionalismo, traición y heroísmo, sin interpretarlo desde un punto de vista
político resulta casi imposible. Además, como lo afirma el escritor argentino
Ricardo Piglia, quien analizó detalladamente a Borges, cada narración tiene
diversas lecturas.
Borges y la historiografía
El cuento de Jorge Luis Borges, Tema del traidor y del
héroe, trata de un héroe nacional de la historia irlandesa, Fergus
Kilpatrick, cuyo bisnieto, Ryan, quiere escribir la biografía en la ocasión del
primer centenario de su muerte. A lo largo de sus investigaciones, Ryan se da
cuenta que Kilpatrick, fallecido en circunstancias extrañas, dista de ser el
superhombre que supuestamente sucumbió en medio de una rebelión victoriosa. Más
bien, la muerte de Kilpatrick corresponde a su linchamiento por haber
traicionado a la causa irlandesa. Es James Alexander Nolan, al que Kilpatrick –
mientras vivía – había confiado la misión de encontrar al renegado que se había
infiltrado entre sus partidarios, quien descubrió que el traidor era el mismo
Kilpatrick. Como este último era considerado como un ídolo, era menester
ocultar la verdad al pueblo, por lo que se decidió formalizar la ejecución de
Kilpatrick en el marco de un escenario teatralizado que ocultaría el trasfondo
real de los eventos. En consecuencia, Nolan elaboró una trama que entremezcla
historia y ficción con el objetivo de falsear la historia y de influir en la
opinión pública. Logró así disimular el carácter conspirador de Kilpatrick y hacer
creer que su accionar seguía una línea impregnada de heroísmo puesta
esencialmente al servicio de la patria. Preocupado sólo por la salvación de la
patria, Nolan se empeñó en mantener vivo y exento de toda culpa el recuerdo del
capitán de los rebeldes para que siguiera alimentando la ideología del grupo
poblacional favorable a la causa que Kilpatrick aparentemente defendía durante
su existencia.
Al recurrir a la modalidad de “hipertextualidad ficticia” o
“metaficticia”(4), que se caracteriza en sus narraciones por la inserción de
extractos de obras reales y/o textos apócrifos, Borges hace aparecer en este
cuento cómo se manipula el discurso y la historia. Guiado por su intención de
engañar al lector/público, Borges elabora un proceso de fabricación que consiste
en la articulación de dos niveles: por un lado, usa un modelo estilístico que
apela al género hipertextual mencionado anteriormente; y por otro, construye
una historia que parece sustentarse en la realidad a fin de convencer mejor al
sujeto receptor. Dentro del marco de la articulación en que ambos niveles
se refuerzan mutualmente, la literatura aparece como una copia de la historia y
vice-versa(5). Para lograr tal proeza, Borges exacerba la tensión que existe en
la relación entre verdad e historia, tensión que se debe a que esta última es
víctima de consideraciones arbitrarias y de una operación de ajuste a las que
la somete el aporte ideológico vehiculado por el tema narrativo. Mediante la
literatura y usándola como un reflejo de la realidad, Borges desenmascara la
instrumentalización de la historia y de una de sus expresiones simbólicas, que
son los héroes, al poner en evidencia el carácter ficticio de la
construcción historiográfica así como del discurso que fundamenta a esta última
y al dejar muy claro que esta instrumentalización es producto de los
intereses ideológicos que predominan en un momento histórico dado.
La Historiografía como instrumento político
Si Borges disponía de la literatura como plataforma para
denunciar la tergiversación que sufre la historia, el filósofo francés, Michel
Foucault, desvelaba lo mismo pero desde la perspectiva filosófica e histórica.
Foucault analizó cómo grupos emergentes/subversivos que disputan el poder a
entidades institucionalizadas tratan de lograr convencer a sus seguidores de la
justeza de la causa que defienden y elaboran una ideología que sirva de
sustento teórico a sus proyectos políticos partiendo de eventos históricos
radicalmente diferentes de aquellos recogidos en la historiografía del grupo de
poder que quieren derrocar(6). Esos discursos historiográficos incluyen la
glorificación de batallas específicas, relatos hagiográficos, símbolos sacados
de la tradición polemológica así como modelos de virtudes, que en realidad son
subterfugios a los que recurren movimientos, grupos políticos, facciones
revolucionarias, clases sociales, entre otros, para perennizarse en el poder o
mantener sus privilegios en detrimento de otros.
Dentro de esta óptica, la historiografía resulta ser un
relato jalonado por las rupturas históricas que siempre van acompañadas de un
cambio de paradigma político y, por ende, de un nuevo orden societal que
simboliza la instauración de nuevas formas de racionalidad política(7). Ello se
debe a que cada nueva fuerza política pretende, de manera oportunista,
resucitar una historia que hubiera quedado eclipsada o borrada de las memorias
por el poder que predominó antes de que esta nueva fuerza política emergiera.
Una ilustración de este proceso de reescritura de la historia la brinda el
sistema político que sirve para gobernarnos actualmente y que se expresa a
través de la forma del Estado. Éste, aunque es considerado por muchos como un
hecho político ineludible, indispensable y eternal, no es otra cosa en realidad
que un simple momento histórico, una representación socio-política de
dominación entre otras, y que bien puede desaparecer el día que lo suplante una
organización social que mejor corresponda a las aspiraciones de las
poblaciones. Es así que, para consolidar su existencia, el Estado-nación asentó
su presunta legitimidad apelando a la teoría de Macchiavello sobre el poder y
la seguridad, a la razón de Estado de Botero, al principio de soberanía de
Bodin y Hobbes, al contrato social de Rousseau y a los derechos civiles que se
formularon a partir de la Revolución francesa de 1789(8).
En otras palabras, la fuerza política que logra
imponerse reivindica su derecho a ejercer su poder y, por ende, a organizar la
vida de los demás en función de sus intereses sustentándose en eventos históricos
puestos de relieve en forma casi teatral. A partir de ello se instauran
sistemas de valores y normas sociales que derivan de las interacciones que se
dan entre la comunidad y las autoridades representativas de ésta. Presenciamos
por lo tanto una evolución progresiva relativa a la formación y consolidación
de relaciones que se establecen entre ambas partes, evolución que también puede
luego volverse regresiva(9). Paralelamente a la construcción de un andamiaje
que sustente la dominación de un grupo que tiene más poder sobre el resto de la
población, asistimos a la definición de la identidad del individuo en función
de un sistema de valores, de normas sociales comunes que se tejen a lo largo de
su convivencia e interrelación con el grupo social con el cual se identifica.
Los modelos de conductas sociales que proceden de esta interacción se edifican
sobre un conjunto de arquetipos, símbolos y ritos, que alimentan lo que Carl
Jung denominó el inconsciente colectivo, y brindan a los individuos los parámetros
necesarios para orientarse en su vida cotidiana así como para recibir de esa
manera el reconocimiento que buscan dentro de este grupo social.
Se desprende de la descripción anterior referente a la
edificación del sistema de valores y a la formulación de normas que éstos se
fundamentan en una suma de dispositivos y mecanismos, entre los cuales se halla
la conformación de discursos que, según Michel Foucault, se generan tanto a
partir de las entidades del poder como del pueblo que éstas dirigen. El orden discursivo
que surge desemboca en un proceso de retroalimentación, de input-output, como
lo llama Jean-Louis Loubet de Bayle(10), en que los inputs representan “las
demandas dirigidas al sistema político por el entorno y los agentes de soporte
de que dispone el entorno, mientras que los outputs son las decisiones y
acciones de autoridades políticas que responden a los inputs emanando del
entorno”. Esa interacciones e influencias recíprocas(11)no se realizan de forma
automática y pacífica puesto que son el resultado de conflictos, luchas, que
luego desembocan en compromisos y acuerdos en los que unos ganan más que otros,
siendo en general el pueblo quien sale como el mayor perdedor por ser objeto de
una manipulación ideada por el poder que se implementa por medio de
dispositivos de represión/vigilancia(12) o de estrategias de alienación.
Es dentro de esta construcción discursiva deliberada que se
encuentran los símbolos y emblemas de la nación que confieren a la
historiografía su idiosincrasia, historiografía que se cimenta a partir de
eventos históricos re-elaborados para así proyectar mejor la imagen, los
valores y el sentimiento de unidad que las fuerzas del poder de un país quieren
trasmitir a la población(13). Por ejemplo, buscando a lo largo de los siglos mantener
sus privilegios frente a los de la “plebe”, los aristócratas han fabricado
“sus” leyendas, “su” historia. En Francia, hasta sitúan el origen de la línea
de sus ancestros a los alrededores del siglo X de nuestra era. Se acapararon el
nombre de hombres gloriosos cuyos actos – como su presumida participación en
las Cruces, en batalles célebres y sus demostraciones de lealtad incondicional
hacia las familias reales del periodo absolutista y de la Restauración pos
napoleónica – sirven para brindar a su casta un toque de distinción, de
diferenciación y de ilustre patriotismo que les otorgaría el derecho de
colocarse por encima del resto de la población. Igualmente, mantienen vivos
archivos – rigurosamente seleccionados – para conservar la memoria de la familia
y, por ende, poner de relieve su presupuesta participación en la edificación de
la historia nacional que consideran “su” historia(14). El sentimiento de
pertenencia a la historia del país que ostentan es además reforzado a través de
la manifiesta presencia de la aristocracia – sobre todo rural – en las
ceremonias conmemorativas de los pueblos donde viven, lo cual suele recalcar su
deber de castellano para con la organización aldeana(15) y, por ende, su
contribución al país.
La construcción de Israel se realizó y sigue realizándose en
el marco de la consolidación de un discurso histográfico del que resalta la
puesta en valor de símbolos específicos que contribuyen a unificar los judíos a
sus alrededores y a vigorizar su sentimiento de identidad nacional. Se busca
así incitar a los ciudadanos a coadyuvar en la concretización del proyecto
político militar definido por las autoridades israelíes para lograr la
ocupación de Palestina. Habida cuenta de este objetivo, los arquitectos de la
colonización se valen de la arqueología bíblica a fin de legitimar “la demanda
según la cual la arquitectura vernácula palestina era en verdad de origen
judía”(16). Según Eyal Weizman, los dirigentes israelíes han
forjado todo un sistema teológico-filosófico que sirve de fundamento
a la nueva Memoria artificialmente fabricada, la cual usa
de escenas y símbolos bíblicos para conceder a la
“misión” de “re”conquista judía y a la historia judía un carácter
sacrosanto. Ello lleva a que elementos dizques santos como una
piedra, un olivo, una colina, un sitio elevado y valioso estratégicamente se
conviertan en lugares de consagración y a que su apropiación
por los colonos israelíes resulte justificada(17).
Consideraciones finales
Es menester reconocer que, en tiempos de crisis de identidad
de un país, que surgen cuando éste renuncia a su soberanía para entregar su
alma al Imperio, sus gobiernos buscan contrabalancear el quebrantamiento de su
sistema de valores y la pérdida de su capacidad de decisión política
recurriendo al simbolismo. Insisten en las nociones de “patria”, “nación”,
multiplican las manifestaciones exhibicionistas como el besar la bandera
(mientras que por otro lado el que besa vende todas las empresas estratégicas
de su país a transnacionales extranjeras), realizan ritos ceremoniales costosos
y ostentan emblemas de diversas índoles que recuerdan una gloria perdida y
nunca más recuperada.
Frente a ello, uno se pregunta: ¿No será que el uso de los
símbolos crece de forma proporcional al grado de decadencia que afecta los
valores y sirve en situaciones de urgencia para intentar remendar algo que no
tiene unidad? ¿No sería más lógico preocuparse del ser concreto y tratar de
satisfacer sus necesidades inmediatas en vez de asfixiarlo bajo una plétora de
símbolos cuya abstracción no contribuye para nada a la solución de sus
problemas cotidianos?
Y sobre todo: ¿Acaso no suena a blasfemia que gobernantes
utilicen el símbolo de patria y nación para fingir ser maestro del destino de
un país que ya optó desde lustres por abdicar en materia de estrategia global y
por inmolar su soberanía en el altar de los valores espurios del Imperio al
concesionar o vender todos sus recursos estratégicos a extranjeros dejando de
esa manera a su pueblo en una posición de indefensa absoluta si estalla una
guerra?
Es dentro de este contexto de sumisión al imperialismo y de
la entrega de los recursos estratégicos de un país a entidades ajenas a todo
proyecto nacional de orden estratégico que se tiene que analizar la validez del
simbolismo que usan los gobernantes. Pero quizá, si los gobernantes ya no
tienen otros elementos que símbolos y ritos monolíticos que ofrecer a la
población (cuando no usan el bastón), ello quiere decir que el Estado es una
forma política que se ha vuelto obsoleta y que ya es tiempo de buscar otra
forma de organización social.
__________
Notas de Pie:
(1) Ver Jorge Luis Borges. Ficciones. Tema del
traidor y del héroe, Edición Paneta DeAgostini, S.A., 2000, España, pp.137-143.
(2) Ver Elisa Calabrese. Borges. Literatura y
política, Moenia 14 (2008), 19-30. ISSN: 1137-2346.
(3) Ver diálogo entre Juan José Saer y Jorge Luis
Borges en
http://www.magicasruinas.com.ar/revistero/argentina/dialogo-saer-borges.htm
(4) El concepto de Transtextualidad de Gerard
Genette en:
http://entretextosteorialiteraria.blogspot.com/2010/02/los-estudios-sobre-la-narratologia.html
(5) Ver La figura del héroe en una escena teatral
chilena. Prat de Manuela Infante. Marcia Martínez Carvajal. Universidad de
Concepción. Concepción. Chile.
(6) Sobre la fabricación de los discursos, ver Michel
Foucault. Il faut défendre la société. Cours au Collège de France
(1975-1976). Editions du Seuil. Paris. 1997.
(7) Ver Romain Descendre, Alessandro Fontana, Jean-Louis
Fournel, Zavier Tabet, Jean-Claude Zancarini. Historiographie italienne.
Renaissance et XIX siècles en
http://triangle.ens-lyon.fr/spip.php?article554
(8) Ibid.
(9) En la actualidad, se nota la evolución degenerativa de
esas relaciones a través de la posición por la que el Estado ha optado al
alejarse totalmente de la ciudadanía, prefiriendo defender los intereses de
grupos de poder que muestran sólo desprecio por la población. A fin de lograr
acrecentar sus privilegios en detrimento de los demás, esos grupos tratan de
recortar los derechos básicos de los ciudadanos vía el Estado. Debido a lo
anterior, el rol del Estado se reduce gradualmente al de gendarme que controla
los ciudadanos a través de medidas coercitivas y de un proceso de alienación
subrepticio que apunta a hacer de los ciudadanos meros consumidores abobados.
(10) Jean-Louis Loubet del Bayle, politólogo y sociólogo
francés, trata del sistema de input-output dentro de una interrelación entre el
Estado y la ciudadanía vía la policía, que, según él, debería asumir el rol de
intermediario entre ambas partes. Ver Jean-Louis Loubet del Bayle. La
police dans le système politique. Revue française de science politique nº3.
191. p.509-534
(11) Ibid.
(12) Ver Michel Foucault. Surveiller et
punir. Naissance de la prison. Editions Gallimard. Paris. 1975.
(13) Michel Foucault. Il faut défendre la société.
Cours au Collège de France (1975-1976).Op.cit.
(14) Ver Eric Mension-Rigau. Aristocrates et grands
bourgeois. Editions Perrin, 2007, Paris, France, pp. 140-141.
(15) Op.cit., p.188.
(16) Ver Eyal Weizman. Hollow land. Israel's
architecture of occupation. Verso, London, 2007, p.38.
(17) Ver Eyal Weizman. Chicago, Edition Steidl Verlag,
2007.
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