28-12-2013
Ramón Franquesa es profesor de Economía
en la Universitat de Barcelona (UB), donde investiga la gestión de recursos
naturales renovables, la economía social y los procesos de organización económica
no capitalista. En la década de los ochenta participó en un programa de
intercanvio de la Universidad Lomonosov de Moscú que le permitió ser testimonio
de la disolución de la Unión Soviética y la rápida transición al capitalismo.
Àngel Ferrero entrevistó a Ramón Franquesa para La Directa en el barrio de Gràcia de Barcelona. Esta
es la transcripción íntegra de la entrevista.
¿Por
qué motivo viajaste a la Unión Soviética?
Fui
a finales de los ochenta por diversas razones, pero sobre todo porque trabajaba
en un grupo de investigación de empresas autogestionadas y cooperativas de la
Universidad de Moscú. En aquel momento se hablaba de cómo se tenía que hacer la
reforma económica, y, dentro de este debate, una de las cosas que se planteaban
desde la izquierda era intentar ver cómo se podían transformar las empresas
estatales, gestionadas por el Gosplan de manera muy poco eficiente, en un tipo
de empresa más participada por los trabajadores, con más autonomía. El problema
de partida era que la propiedad pública únicamente existía como propiedad
estatal y eso condujo a que las empresas fueran poco eficientes y tuvieran poca
capacidad de innovación. Éste era uno de los elementos que estaba llevando a la
Unión Soviética a la pérdida de innovación y a perder, en cierto modo, la
carrera económica con Estados Unidos.
El
programa donde trabajaba era parte de un programa de intercambio universitario
entre la Universidad Estatal de Moscú, la Lomonossov, y la Universidad de
Barcelona, pero también era muy informal, porque no había dinero para financiar
un proyecto como ahora. Lo que había era un acuerdo de intercambio de
conocimientos. En la Lomonossov trabajaba en seminarios y grupos de
investigación, pero no en las clases formales. Mi ruso era limitado y la Unión
Soviética era un país cerrado en sí mismo. No se podía impartir en otra lengua
que no fuera la rusa. Los catalanes que fuimos no tuvimos ningún tipo de
retribución, el programa sólo cubría la estancia. Una parte del acuerdo era que
yo no podía dejar mis obligaciones académicas en Barcelona. Gracias al resto de
los profesores, podía concentrar las clases y eso me permitía tener largas estancias
en la URSS.
¿Cuántos
años estuviste?
Estuve
cuatro años, pero ellos continuaron con el programa. Cuando se disolvió la URSS
y se emprendió un camino claro de privatización, su esperanza quedó truncada.
Se pasó de unas empresas estatales poco eficientes a unas empresas privadas en
manos de grupos de mafiosos. Muchas veces los antiguos directores terminaron
apropiándose de aquellas empresas.
Visitaste
fábricas y centros de trabajo.
Parte
del programa era mantener conversaciones con los trabajadores. El problema que vivía la URSS era técnico, desde el punto de vista económico, pero también
político. Parte de un factor de desánimo, no sólo para mí, sino para mucha
gente que trabajaba con nosotros, era observar que los trabajadores no
entendían lo que estaba ocurriendo y cuáles serían las consecuencias de la privatización de las empresas. Sólo veían a corto plazo una relajación de las
obligaciones y una tolerancia más grande hacia el mercado negro. Recuerda que
en aquella época una parte importante de los ingresos de los trabajadores
procedía de llevarse los productos de la fábrica para venderlos en el mercado
negro. En estos años de transición, los directores de la fábrica que aspiraban
a quedársela compraron una cierta paz social a partir de la tolerancia hacia
este hecho. Después, evidentemente, la situación se invirtió y pasaron a
comportarse como verdaderos empresarios: desaparece cualquier concesión en la
jornada laboral (hasta entonces el absentismo era frecuente) o en la tolerancia
hacia el hurto.
Has
explicado que una parte del proceso fue convertir a los obreros en accionistas
y después presionarlos para convencerlos de que vendieran sus acciones.
Eso fue en la etapa final. Tienes que
pensar que todo el proceso fue muy caótico. Se pretendía privatizar a las
empresas, pero este proceso se hizo sin que existiera un sistema impositivo,
porque en la URSS, donde todas las empresas eran propiedad del estado, no había
beneficios empresariales. Una de las dificultades era que, al introducir un
mercado –como instrumento de medida de la calidad–, tenían que introducirse,
también, impuestos, mercados de materias primas, productos, etcétera. En este
proceso se tenía que introducir un sistema fiscal. Este sistema, sin embargo,
no se introdujo hasta más tarde y todavía hoy Rusia tiene un sistema fiscal más
que deficiente. La evasión fiscal era (y sigue siendo) elevada y las empresas
no tributaban lo que tributarian en un estado capitalista mínimamente avanzado.
Los beneficios empresariales tributaban de manera muy deficiente o no lo hacían
en absoluto. El estado se quedó rápidamente sin recursos. El único recurso que
le quedó fue el de imprimir rublos y generar inflación. Eso provocó una pérdida
del valor adquisitivo y la ruptura del acuerdo social que existía previamente.
Todos los acuerdos sociales, salarios, pensiones, etcétera, dejaron de tener
sentido. La inflación galopante obligó a los pensionistas a volver a trabajar y
aniquiló toda la legalidad que se había acumulado durante la Unión Soviética.
Pero políticamente convenía, porque muchos de los empresarios no querían pagar
impuestos y porque era una manera de romper los acuerdos sociales que no podían
cambiarse de un día para otro a golpe de decreto. El mecanismo para conseguirlo
fue la devaluación de la moneda. Eso formaba parte del caso, que fue un caos
planificado por determinados sectores sociales para desmontar la estructura
administrativa del país.
¿Qué
tipo de debates teníais con los trabajadores?
En
este proceso, nuestro trabajo era intentar convencer a los trabajadores y
sindicalistas que no vendieran su participación en la propiedad de la empresa,
sino que la reinvidicasen para su colectivo laboral. En el momento clave de la
transición, cuando Yeltsin llega al poder, el que hace es estimar el valor de
todos los activos del país y dividirlo por el número de habitantes para asignar
a cada habitante una participación en el valor del país. Este cálculo se hizo
de manera fraudulenta. La gente recibió una especie de acciones y los
directores de una empresa, si querían comprarla, tenían que reunir las acciones
que valía para que el estado se la cediese. Lo que hicieron los empresarios fue
comprar estas acciones a los trabajadores, mucho de los cuales llevaban dos
meses sin cobrar, sufriendo calamidades, y dispuestos a vender su participación
a bajo precio, prácticamente los precios que les ofrecieron, porque así salían
del brete en que se encontraban. La falta de perspectiva política y
conocimientos económicos llevó a que la gente se desprendiese masivamente de
estas acciones. La diferencia salarial en la URSS era de uno a seis. En este
período surgió un núcleo de unas 200 ó 300 mil personas que, de repente, podían
comprar el país. La única manera de que aquello fuera posible fue,
evidentemente, a través del fraude, el robo y la extorsión.
¿Qué
pensaban los trabajadores?
En
la URSS la percepción de los trabajadores era que el director de la empresa no
era una persona que los estuviera explotando (y, de hecho, era así), sino un
intermediario entre ellos y un poder central que se encontraba muy lejos, el
Gosplan, la oficina central de planificación en Moscú. Esta persona
intermediaba entre el centro y ellos de manera paternalista. Por ese motivo
muchos obreros pensaban que la transferencia a estos directores mejoraría
todavía más su situación. Así que les vendieron sus acciones. Pero, obviamente,
cuando esta persona pasó a tener la propiedad de la empresa ya no se comportó
del mismo modo.
Uno
de los problemas añadidos era que, si había una incultura económica entre los
trabajadores, también la había entre esta clase burocrática. Eso contribuyó a
la caída del país. Muchos de estos directores ni siquiera sabían actuar como
capitalistas. El primer error que cometieron fue, una vez apropiadas las
empresas, capturar como beneficio económico toda diferencia entre costes e
ingreso. Es decir, no amortizaron la maquinaria. Es un error grave. Ningún
gerente en un país capitalista es capaz de cometer un error así, no entender
que algún día tendrá que reponer la maquinaria. Como que se trataba de empresas
públicas, la inversión siempre la hacía el estado, no partía de una acumulación
interna en la misma empresa. En algunos lugares, cosas como alguna reposición,
reparar el techo o poner las bombillas podía correr a gasto de la empresa, pero
en cualquier caso la gran inversión procedía del estado. Y estos gerentes que
se apropian de las empresas que habían hecho funcionar durante decenios siguen
actuando al día siguiente como lo hicieron durante todo aquel tiempo.
Durante
la URSS, el Estado se quedaba antes con los beneficios. Había corrupción, pero
vista la corrupción que hay hoy en día, la corrupción de aquella época nos
parece de risa. Corrupción, en aquella época, quería decir que el director se
llevaba a casa un televisor o dos botellas de champán. Era una corrupción que
tenía efectos sobre todo en el plano moral. El drenaje de recursos se hacía en
la ineficiencia y no porque nadie acumulase grandes cantidades de bienes
materiales, entre otras cosas porque uno de los aspectos de la cultura, de la
sociedad soviética (tampoco necesariamente demasiado sano, pero era parte de
como era la gente) era la envidia. Si el vecino tenía demasiadas cosas,
inmediatamente se generaba un entorno agresivo. Quien tenía, tenía que
esconderlo y no hacer ostentación, porque de lo contrario tenía que dar
explicaciones de dónde había salido todo aquello. Era una sociedad que se
vigilaba mutuamente y la corrupción estaba limitada.
Cuando
llegó el cambio, esta corrupción ya no es de un televisor, sino de coches,
casas, inversiones, dinero que se saca rápidamente al exterior. Estos supuestos
empresarios se quedan con la empresa, pero la gestionan mal, no hacen, por
ejemplo, ninguna inversión. Muchos se convirtieron en simples liquidadores de
empresas. Es decir, compraron la empresa y vendieron la maquinaria como
chatarra. Es cierto que la situación era muy difícil. Tal era el caos dentro de
la Rusia post-soviética, que una fábrica de tejidos, por ejemplo, tenía muchas
dificultades para conseguir algodón, porque los transportes no funcionaban o la
materia prima se robaba durante el transporte. Al final muchos optaron por
vender la maquinaria a los japoneses como chatarra a cambio de tener una cuenta
corriente en Suiza, pongamos por caso. En muchos casos se vendieron los
terrenos o los apartamentos que eran propiedad de la empresa. Estas
liquidaciones no ayudaron a la economía, más bien todo lo contrario: mucha
gente terminó en la calle y sin nada, ya que había vendido antes sus acciones
de la empresa.
¿Qué
papel jugó el capital extranjero?
Las
empresas que aún se resistían se vieron forzadas a vender la propiedad a
empresas extranjeras a precios muy bajos, la mayoría de las cuales tenía como
objetivo cerrarlas para terminar con la competencia. Para evitar una
catástrofe, en Polonia, por ejemplo, tuvieron que aprobar una ley excepcional
que prohibía la compra de terreno por parte de alemanes. En Rusia, las
“inversiones” fueron, sobre todo, estadounidenses. Durante toda la transición
había un cierto papanatismo hacia la superioridad estadounidense. El pueblo
ruso se ve en este momento derrotado por una potencia que económicamente parece
mayor y más capaz, y por lo tanto, el país a imitiar se convierte
inmediatamente en los EE.UU. Al menos para una parte de la sociedad. La otra se
convirtió al antiamericanismo, que se irá reforzando con el paso del tiempo. En
sus inicios había un elemento racional en todo esto, porque los directores
rusos se habían limitado en su mayoría a liquidar empresas, pero esta esperanza
se desvaneció rápidamente. Estados Unidos no optó por construir un aliado
estratégico ayudando a su desarrollo, sino que intentó arruinar al país tanto
como pudo. Se siguió vengando del enemigo de la Guerra fría en el pueblo ruso.
No era un problema que tuvieran solamente los antiguos dirigentes del Kremlin,
a algunos de los cuales los trató y sigue tratando muy bien, sino que era un
conflicto que tenía con el pueblo ruso. Y el pueblo ruso ha pagado este odio de
sectores influyentes de Estados Unidos y sus aliados. Si algún país ha sido
beligerante con Rusia, ése ha sido EE.UU. Yo creo que a medio plazo el
antiamericanismo jugará un papel fundamental en Rusia, porque el pueblo ruso se
siente engañado y estafado. Todas estas empresas, en el mejor de los casos, se
convirtieron en plataformas de distribución de mercancías del extranjero.
De
hecho, la dependencia externa continúa siendo uno de los problemas de la
economía rusa.
Rusia
pasó de ser un país que tenía todo tipo de producción industrial a convertirse
en un país exportador de materias primas. Lo que acaba salvando a Rusia es el
gas y el petróleo. Pero, claro, eso no es propio de un país desarrollado, es
propio de un país de la periferia que compensa todas sus deficiencias
estructurales exportando materias primas: petróleo, gas, madera...
¿Qué
explica la pasividad de la población rusa?
Hay
diversos factores que explican este fenómeno. En primer lugar, políticos y
culturales. La gente había delegado la política a los dirigentes. La idea
general era que otro tomase las decisiones, porque tomar decisiones, después
del estalinismo, era un asunto arriesgado. La URSS era una sociedad que
teóricamente estaba en manos de los ciudadanos, pero éstos en realidad no
participaban políticamente ni tenían cultura política. El efecto desmoralizador
que supuso ver cómo estos dirigentes, que hasta hace cuatro días hablaban de
socialismo, se convertían en los primeros ladrones, fue enorme. El péndulo pasó
rápidamente de un lado al otro. El rico quería demostrar que era rico, entre
otros motivos, para atemorizar a la gente que tenía a su alrededor. Yo no he
visto en Occidente tanta ostentación como la que había en la Rusia de entonces:
en coches, en vestidos, en escoltas (como el país había quedado en manos de
mafiosos y la ley no se aplicaba, muchas cosas se solucionaban simplemente a
tiros). Uno de estos “nuevos rusos” podía llevar una escolta de 20 personas
armadas, con las armas visibles. Veteranos de Afganistán, mafiosos... Empujando
a la gente por la calle en Moscú mismo. La sensación de impotencia ciudadana,
en un país donde hasta entonces los policías ni siquiera llevaban pistola
cuando patrullaban (casi nunca pasaba nada), argumentó considerablemente.
¿Cuál
fue el proceso que llevó del entusiasmo al desengaño y después a la nostalgia?
Si
la gente pudiera votar, lo haría a favor de volver a la situación anterior.
Pero las estructuras han cambiado. Y los cambios no son fácilmente reversibles.
Es un proceso largo, pero como todo proceso social, hay cosas que se van
acumulando lentamente, hasta que en un momento dado explotan y después se
aceleran inmediatamente.
¿De
dónde venían los problemas? En los años veinte el estalinismo despolitizó a la
sociedad. La participación política se transforma en una sumisión
cuasi religiosa. Las decisiones se van delegando en escalas superiores de la
jerarquía, porque cualquier decisión podía hacerte terminar en un campo de
concentración. La gente se limitaba a cumplir estrictamente las órdenes. Eso
empobrecía la sociedad. El estalinismo transformó un país agrario en uno industrial.
En los treinta existe la sensación de que Rusia está asediada y de que en
cualquier momento serán aniquilados. La sensación tenía una base real. Como
estamos asediados, se piensa, hay que acabar con el enemigo en cualquiera de
sus expresiones, entre ellas la disidencia.
La
Segunda Guerra Mundial reactivó la sociedad por la sensación, nada equivocada,
de que, o ganaban, o eran destruidos como nación. Se puso marcha de nuevo toda
la creatividad revolucionaria: la gente no espera a recibir órdenes y toma la
iniciativa para producir, para combatir, para improvisar la defensa. Pero
terminada la Segunda Guerra Mundial, todo eso se termina. Después de la Segunda
Guerra Mundial, la sensación de ser destruidos desaparece. Jruschov intenta
corregir las desviaciones del estalinismo, pero el legado es demasiado grande.
Después lo intentaron Kossiguin, Andrópov y, finalmente, Gorbachov. En la
historia soviética hay un intento permanente de salir del modelo de socialismo
estatalista para ir hacia un modelo descentralizado: en la Nueva Política
Económica (NEP) de Lenin, en el intento de reforma de Kossiguin o en la perestroika de
Gorbachov. Pero la inercia siempre fue demasiado grande. Breznev destituye a
Jruschov, y durante su mandato, que parece muy tranquilo, el estancamiento se
extiende como un cáncer. Breznev hace, a grandes rasgos, una combinación para
salir del brete: saca todos los elementos represivos del estalinismo, pero
manteniendo sus funciones económicas, muy estatalizadas e ineficientes. No hay
incentivos materiales, ni incentivos económicos. Los incentivos morales no
tienen una duración estructural, sólo se mantienen en tiempos de crisis y
guerra. ¿Por qué trabajaba la gente durante el estalinismo? Por miedo. El
estalinismo era un sistema brutal e inmoral, pero, tristemente, que funcionaba
económicamente. Con Breznev se mantiene la fachada ideológica a la vez que se
eliminan los castigos, y el sistema, lógicamente, se va pudriendo, de manera
que, cuando llega Gorbachov al poder años después, se encuentra con una
productividad muy baja.
Te
doy un ejemplo: durante una serie de visitas a una fábrica vimos a un hombre
sentado en una silla sin hacer nada. Cuando preguntamos cuál era su función,
nos respondieron que formaba parte de la plantilla. “¿Y por qué lo tenéis
sentado?”, preguntamos. “Este hombre es un alcohólico. Si lo ponemos en la
cadena de producción nos causa problemas. Por lo tanto, preferimos tenerlo
sentado y que no nos dé quebraderos de cabeza”, me respondieron. Eso tiene una
parte humana importante (nadie se planteaba su despido), que forma parte de la
ambivalencia moral de la URSS. Pero eso mismo destruía el país. Porque, a
finales de mes, cuando aquella persona recibía su salario, era el mismo que el
del obrero que había ocupado su puesto de trabajo de ocho horas, generando un
sentimiento de agravio comparativo. Así que mucha gente comenzaba a plantearse
por qué esforzarse si, en cualquier caso, cobraría igual. Todo eso hizo que la
gente perdiese el interés y la motivación por su trabajo, y agravó la
situación. Pero, ¿cuál era la situación? ¿Una vuelta al estalinismo, a la
coacción? ¿Introducir mecanismos de incentivos salariales?
Muchos
ven en la reforma de Gorbachov la brecha por donde se coló el capitalismo.
La
reforma era necesaria. Pero en esta situación, la gran mayoría social era
incapaz de tomar la iniciativa. No hubo ningún diálogo social para corregir
este tipo de situaciones, para encontrar soluciones justas en lugar de
normalizar un hecho que no lo era. Era una salida complicada, que necesitaba
mucha participación de la gente, porque en el momento en que se descentraliza
la economía, la gente no acaba de entender la necesidad de un socialismo
autogestionario. Todo el mundo ve que un socialismo estatalizado –y mucho más
después de la experiencia soviética– retrae la iniciativa popular y tiene
aspectos muy desagradables. Pero un socialismo descentralizado implica que la
sociedad tiene que crear tipos impositivos, límites sobre qué nivel de
desigualdad es aceptable, cuál es el salario base para que las personas
marginales como la del caso anterior no queden en situación de riesgo de
pobreza, etcétera. Y eso implica una gran participación social para reorganizar
a la sociedad. Si la personas se retraen, si se niegan a participar, si se hace
una asamblea de trabajadores y nadie habla, la reforma no es posible. Éste era
el problema.
Quienes
se apropiaron de los recursos también se apropiaron de la iniciativa política.
Y buscaron la brecha, que fue efectivamente la reforma, para convertir lo que
tenía que ser una reforma de carácter socialista en un paso en dirección al
capitalismo salvaje en un período muy breve de tiempo. Se cuelan por esa
brecha, pero no por la reforma en sí, sino por la pasividad política de la
población. Una población que había perdido su protagonismo, que no entendía lo
que sucedía después de años de escuchar que aquel socialismo en el que vivían
era el correcto. Es una situación muy complicada. Esta misma tradición jugó en
contra del cambio hacia un modelo de socialismo descentralizado.
¿Qué
pasó con el Partido Comunista?
Todos
los partidos posteriores salieron del Partido Comunista. Y no de cualquier
sitio, sino de la dirección misma, del Comité Central. Después del golpe de
estado de Yeltsin [en 1993], la misma persona que antes ocupaba un cargo seguía ocupándolo en el nuevo régimen, sin cambiar de despacho ni de teléfonos. Una
pequeña parte de la gente continuó en el proyecto de transformación social,
pero no fue el caso, obviamente, de la mayoría de dirigentes, todos los cuales
procedían del PCUS. En el PCUS existía la sensación de que el negocio se había
ido a pique y había que montar otro. Cada uno se montó su propio partido,
buscando un pretexto ideológico. Para aquella gente, educada en la época de
Brezhnev, donde cada vez había más diferencias entre lo que se decía y lo que
se hacía, el ejercicio de la política era el ejercicio del cinismo y de la
mentira. En lugar de hablar del pueblo soviético comenzaron a hablar del pueblo
ruso y la iniciativa individual. Pero son las mismas personas, que a veces, con
la fe del converso, adoptan otro catecismo, con el mismo cinismo que tenía
antes.
Recuerdo
la siguiente anécdota: el alcalde de Bucarest tomó la decisión de destruir el
monumento a Marx. Un socialismo fue a verlo para protestar contra el fanatismo
de llegar a destruir una estatua de Marx, que no tenía culpa de nada, y pedirle
que detuviera la demolición. La respuesta que le dio fue: “No te preocupes.
Probablemente tengas razón. Pero ahora la gente nos pide que la destruyamos. Si
consigues cambiar su opinión, ven a verme de nuevo para que la vuelva a poner.”
La idea que había al detrás no es sólo la hipocresía de esta persona, sino que
él se veía a sí mismo siempre como alcalde. Si para serlo antes tenía que
colgar un retrato de Marx, ahora sólo tenía que cambiarlo por el de Milton
Friedman. Y, si la gente cambiaba, entonces él sacaría el de Friedman y
volvería a poner el de Marx.
El
PCUS básicamente estalla en una serie de partidos políticos que después acaban
convergiendo hasta lo que hoy es Rusia Unida. Tienen a algunos críticos con el
gobierno soviético, pero básicamente se compone de antiguos funcionarios del
partido y siguen funcionando del mismo modo que siempre lo habían hecho con sus
amigos, sus familias y sus círculos de influencia.
¿Y
el núcleo duro del PCUS?
El
PCUS se disolvió para disolver a la entidad que había designado a mucha gente
en sus cargos. Al desaparecer esta entidad, nadie los podía echar, al menos
temporalmente. Por ese motivo quien disuelve el PCUS es, básicamente, la misma
dirección del propio PCUS. Y quieren una disolución rápida, no sea que haya
otro golpe de estado y la nueva dirección los destituya a todos. Así se
disuelve el organismo del cual, irónicamente, partía su legitimidad, en el que
habían hecho carrera política y gracias al ocual ocuparon su cargo. El Partido
Comunista restante se componía de una base social que, en buena medida, se
sintió engañada, y que, adoptando una actitud nostálgica, lo reconstruye.
Pero
sin ningún tipo de autocrítica y con un fuerte componente nacionalista.
La
mayoría de dirigentes comunistas continua teniendo vínculos muy estrechos con
el antiguo sistema. El Partido Comunista no ha jugado un papel radical de
oposición a las medidas de liberalización. Juega un papel de acompañamiento, de
“leal oposición”. Por otra parte, una parte de estos cuadros intenta recuperar
la situación que tenía en el pasado.
Con
el cambio de sistema se podía pasar de tener mucho poder a quedar mal colocado.
La gente que quedó mal colocada se quedó en el Partido Comunista, junto a
muchos que seguían compartiendo le ideal socialista, pero es un ideal
socialista que mira, sobre todo, al pasado. Para muchas de estas personas, el
programa simplemente es volver a lo que había antes, a pesar de que la historia
no vuelve nunca para atrás. Esta nostalgia hace muy difícil que a corto plazo
pueda recuperar un papel relevante. Todo esto, en cualquier caso, es muy
incierto, como lo son todos los procesos sociales. El Partido Comunista de la Federación
Rusa (KPRF), que actualmente es el principal partido de la oposición, tampoco
tiene propuestas serias.
¿De
dónden surge el nacionalismo?
Surgen
de la percepción, real, de que los están destruyendo...
¿Y
fenómenos hasta entonces desconocidos, como la xenofobia?
No
eran fenómenos desconocidos, ése es era el problema. Uno de los elementos que
articula el estalinismo en los últimos años es el antisemitismo. Los judíos
tuvieron el papel de chivo expiatorio de los problemas de la URSS, de lo que no
funcionaba. Yo lo viví durante la época de Gorbachov, a quien también acusaban
de ser judío sectores próximos a Yeltsin. La envidia hacia los judíos era muy
grande, porque los judíos, perseguidos secularmente, vieron en la URSS la
posibilidad de liberarse. Muchos de los dirigentes bolcheviques son de origen
judío. ¿Por qué? Porque son un grupo perseguido y porque su tradición interna
de grupo oprimido es muy importante, para sobrevivir en la sociedad, obtener
una cualificación. En la URSS, cuando comienza a generalizarse el acceso a las
universidades y academias, los judíos animan a sus hijos a estudiar. Como
consecuencia, la representación judía en la intelectualidad era enorme. Eso se
interpretó entre la población rusa como si los judíos se ayudasen entre ellos o
incluso conspirasen contra los rusos étnicos. Yo recuerdo haber visto en
Leningrado, poco antes de la disolución de la URSS, carteles que parecían
propios de la Alemania nazi, con lemas como “los judíos están destruyendo a la
Unión Soviética” o “los judíos nos roban”. El antisemitismo y el racismo fueron
utilizados como válvula de escape para todo lo que fallaba en la URSS. A corto
plazo, muchos judíos se marcharon del país, gracias también a la política de
Israel, que favorecía su emigración, sabiendo perfectamente que se trataba de
inmigrantes cualificados. Desde el punto de vista cuantitativo, puede que no
fuera muy significativa, pero desde el punto de vista cualitativo sí que lo fue
y contribuyó al declive del país.
¿Qué
pasó con el resto de repúblicas soviéticas?
En
general no tuvieron muy buen final. No olvidemos que en las repúblicas bálticas
la población rusa continua sin tener papeles. Con el argumento de que no
conocen las lenguas propias de estos países se les niega el pasaporte y el
derecho a votar. Hablamos de familias que llevan viviendo en el territorio
desde hace generaciones, cientos de años. Y la Unión Europea permite esta
aberración. Eso ha dividido el país en dos campos, porque son culturas y
lenguas muy diferentes. Los rusos no son reconocidos en ninguna de las
repúblicas bálticas como minoría. Evidentemente, eso genera un aumento del
nacionalismo panruso y una dinámica muy peligrosa de cara al futuro. Los rusos
que viven en Lituania, desprovistos de papeles, se convierten en mano de obra a
bajo precio, que a su vez presiona el mercado laboral a la baja. Y además está
la historia: los nacionalistas lituanos apoyaron a los alemanes durante la
Segunda Guerra Mundial. Y dos generaciones son pocas.
La
población rusa vive marginada, no tiene derecho a voto y en las zonas donde
viven hay una falta de inversiones consciente y buscada. Todo eso tenía que
haberse terminado con la Unión Europea, que teóricamente no permite este tipo
de discriminación. Pero no ha pasado nada. Se ha permitido que estos países sigan
funcionando así. De hecho, lo ha empeorado, porque el nacionalismo báltico se
ve legitimado para continuar y aumentar esta discriminación.
¿El
grupo de investigación continuó?
Continuó
con muchísimas dificultades, y, desde el punto de vista institucional, está en
la marginalidad. En Rusia los sujetos políticos continúan muy anclados en el
pasado. El KPRF es un partido con muchas particularidades, especialmente en la
dirección. Muchos de ellos tienen vínculos con gente muy alejada políticamente
del comunismo. Cuanto más lejos queda todo aquello, cuanto más dura es la
realidad, cuanto más pasa el tiempo, más se olvidan los defectos que tenía el
sistema y más se idealiza. Hasta que no haya un cambio generacional es difícil
que puedan surgir cosas nuevas. La primera generación que no tiene recuerdos y
no ha estado implicada en aquel proceso, y que, por lo tanto, no tiene trapos
sucios que esconder, ahora comienza a participar políticamente. Ya veremos lo
que pasa.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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