eldiario.es
04-03-2014
¿Es el 15-M un movimiento
desmemoriado, "adanista"? ¿Qué memoria se rechaza y qué memoria
habría que reactivar para inventar otra democracia y otra vida en común?
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La des-memoria del 15M
Mi
amigo J. L. bajó exultante a la Puerta del Sol el 17 de mayo de 2011. “Quería
celebrar lo que había pasado”, me explica, refiriéndose a la reocupación masiva
de la plaza después del desalojo policial de la madrugada. Llevaba para ello
una botella de whisky en un bolsillo para compartir con los amigos desalojados
y una bandera republicana en el otro. Pero la fiesta no era tal y como la
imaginaba. No llegó a sacar ninguna de las dos cosas. Según entró en la puerta
del Sol, se dio cuenta de que “esto no es un botellón”, como indicaron luego
los carteles, y que allí, por primera vez, la enseña tricolor estaba fuera de
lugar, la cosa no iba de banderas. Cerró las cremalleras de ambos bolsillos.
¡Cualquiera entendía aquello inmediatamente!
Los
símbolos que los habitantes de la plaza utilizaban para expresarse, comunicarse
y reconocerse no remitían a tradiciones de largo recorrido histórico, sino que
más bien eran invenciones sobre el terreno, situacionales. En lugar
de la bandera republicana, la bandera egipcia o la islandesa. En lugar del
rostro del Ché Guevara, la máscara de Guy Fawkes popularizada por Anonymous. En
lugar del puño alzado, las manitas al aire.
Lo
mismo ocurrió con las palabras y los términos que se usaron para nombrar el
'nosotros' que surgía improvisadamente en cada plaza: “indignados”, “personas”
o la simple fecha 15-M no designaban ninguna identidad previa, ninguna
filiación política o ideológica reconocible, sino que se presentaban como
referencias abiertas en las que cualquiera podía incluirse.
El
rechazo a inscribir el sentido de su acción en la historia nacional o en una
tradición política consolidada le ha valido al 15-M el calificativo peyorativo
de “adanista”, que condena al movimiento por la ingenuidad o el orgullo de
creer que el mundo empezó el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol y ni
siquiera querer saber si existió alguien antes.
¿Es
así realmente? En mi opinión, la “amnesia” del 15-M no tenía que ver con el
orgullo o la ingenuidad, sino más bien con la aguda intuición de que la
referencia al pasado podía impedir 1) hablar del presente, 2) hablar del
presente con mucha gente y muy distinta, 3) hablar del presente en formas y
modos no determinados a priori. Es decir, tenía que ver con el presentimiento de que sólo desordenando el tablero de ajedrez de “las
dos Españas”, que define en nuestro país el mapa de lo posible, podíamos
empezar a jugar a otro juego.
Ni
PSOE ni PP, ni Cope ni Ser, ni El País ni El Mundo,
las plazas se negaron a pensarse como una España contra otra,
prefiriendo partir de problemas concretos que atraviesan trasversalmente a la
población: contratos-basura, hipotecas-basura, democracia-basura, vidas-basura.
Redibujando, a partir de esos problemas
compartidos, todas las posiciones: quién es amigo y quién es enemigo.
Inventando, para elaborar políticamente las afectaciones comunes, formas
propias de hacer y decir.
No
digo nuevas, sino propias porque hubo memorias que sí funcionaron a pleno
pulmón en la plaza. Sobre todo la que se denomina “memoria inconsciente”: los
recuerdos que incorporamos (que llevamos en el cuerpo) sin tematizarlos
explícitamente, una herencia que no sabemos muy bien de dónde viene y por eso
quizá fluye tan bien, una herencia sin nombre y sin acto de nombramiento.
Pienso por ejemplo en los símbolos que se hacían con las manos en las asambleas
para organizar las discusiones entre miles de personas. En el movimiento antiglobalización
ya se usaban y seguramente vienen de antes. Esa memoria práctica,
que se transmite sin asignar identidades ni encarrilar los planteamientos,
circuló como un virus en las plazas. No se quedó en los bolsillos de nadie.
Si
el 15-M hizo palanca en la amnesia, no fue por un rechazo de la memoria como
tal, sino por un rechazo de ciertas configuraciones de la
memoria que tienden a imponerse automáticamente, como por defecto:
–Una memoria
cerrada, excluyente de otras memorias: las memorias que vienen “desde
fuera” de un 'nosotros' presupuesto. La memoria-trinchera.
–Una memoria
obligatoria, que convierte al pasado en un modelo que exige
traducciones literales, repeticiones. La memoria-fetiche.
La memoria como bien común
El
15-M ha puesto patas arriba el orden simbólico y político que rige este país,
abriendo lo posible hasta el punto de que hoy en día se puede hablar de
“segunda transición” o de “proceso constituyente” sin que nuestro entorno más
cercano se preocupe por el estado de nuestra salud mental. Es lo primero que
hay que saber ver y valorar, despegándonos de las etiquetas fáciles como
“adanismo”. Sin el corte liberador del 15-M aún tendríamos una oposición al
estado de cosas dividida estérilmente entre la izquierda oficial y los
diferentes guetos extra-parlamentarios, con la gente común como espectadora.
¿Se
puede, a partir de ese corte liberador, reinventar una memoria, reproponer
historias del pasado como historias para el presente? Me parece importante
pensarlo, por dos razones al menos.
En
primer lugar, los movimientos sin memoria, pertrechados únicamente con lo que
tienen al alcance de la mano, inconscientes de la memoria que ya está actuando
en ellos, corren el peligro de generar nuevas “cruzadas
de los niños”, demasiado flotantes, inconsistentes y
sin mucho aliento.
En
segundo lugar, ¿no dejan, los problemas de los que no nos hacemos cargo,
abiertas las heridas? Gerald Brenan tituló hace ochenta años El
laberinto español a su libro sobre los antecedentes sociales y
políticos de la guerra civil. España sigue siendo hoy un laberinto hecho en
buena parte de mil heridas que aún sangran y no se pueden simplemente
“olvidar”.
La Cultura de la Transición propuso la arquitectura del régimen
político del 78 como marco de convivencia superador de los conflictos que
marcaron la historia española en el siglo XX. Nos prometió que las heridas
sanarían gracias a la incorporación plena y entusiasta de todos al carril de
prosperidad infinita de la modernización capitalista. Y a su promesa la llamó
“consenso”. Ese consenso ha estallado hoy en mil pedazos y todos los agravios
de la historia nacional se activan de nuevo en un contexto global: el encaje
territorial, la desigualdad económica, el autoritarismo del sistema político,
etc.
El
desafío planteado por el 15-M es generar nuevas formas de vivir juntos que
eviten a la vez la división social (“las dos Españas”) y la calle vacía como
imagen ideal de la democracia (el consenso despolitizador de la Cultura de la
Transición). ¿Qué tipo de memoria podría “educarnos” en esas otras formas de
con-vivencia? Habría que pensar en una memoria como bien común: no de “estos”
contra “aquellos”, sino de todos y de nadie (o, al menos, del 99%).
Sólo
un par de apuntes, en esta primera aproximación a un tema bien complejo y
delicado, sobre cómo podría ser esa memoria como bien común o del 99%:
-una memoria abierta.
Sin duda la memoria es selectiva. Ese sesgo no se puede eliminar, pero sí
trascender en una memoria capaz de abrirse en todas direcciones, incluso a una
contramemoria cerrada y desafiante que la desmiente, con espinas. Una memoria
abierta no sería una sola memoria para todos, sino más bien el
diálogo -difícil, nunca armonioso, siempre en tensión y chirriando- de
diferentes memorias. No es imposible pensar algo así. Pongo un ejemplo extremo:
en el contexto del País Vasco se están
dando ahora mismo procesos en ese sentido.
-una memoria inspiradora.
Borges explicó en una sola frase lo que tengo aquí en la cabeza: “un autor inventa a
sus predecesores”. La memoria obligatoria nos aplasta bajo el peso de
referencias en las que supuestamente nos tenemos que reconocer y a cuya
altura nunca estamos. Por el contrario, la memoria inspiradora no
consiste en una antorcha que viene dada y se coge, sino en el trabajo de inventar nuestras
propias conexiones con el pasado (cercanas o lejanas en el tiempo y en el
espacio, más esperables o complemente inesperadas). Pienso por ejemplo en la
inspiración que encuentra gente del 15-M en la imagen de cambio social que
propone la revolución de las mujeres en el siglo XX: anónimo y colectivo,
cotidiano y gota a gota, no centrado en la épica ni el acontecimiento.
Cuanto
más afectada esté por los desafíos del presente la mirada de quien busca y
rebusca en el pasado más capaz será de encontrar recuerdos vivos y resonantes.
Rutas orientadoras para un futuro común. Iluminaciones.
Este
texto se alimenta de mil conversaciones mantenidas los últimos años, con Germán
Labrador, Pablo Sánchez León, Jorge Alemán, Isabel Vericat, Ángel Luis Lara,
Emanuela Borzacchiello, Sabino Ormazábal, Antonio Lafuente, José Enrique Ema,
José Miguel Fernández-Layos, Álvaro García-Ormaechea, Álvaro Rodríguez.
Y,
muy especialmente, de la reflexión de Juan
Gutiérrez y del trabajo del grupo “Memoria
procomún” en Medialab Prado sobre la
memoria de las “hebras de
paz de vida”.
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http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181522
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