miércoles, 12 de marzo de 2014

LA CUESTIÓN DEL PODER: ROBERT GREENE, 48 LEYES DEL PODER - LEY N° 48

Nota:
El libro: 48 Leyes del Poder, / Robert Greene y Joost Elffers. - 21a ed. -Buenos Aires: Atlántida, 2010. 528 p.; 15,5x23,5 cm. ISBN 978-950-08-3768-2 Para quienes tengan interés en leer completo este trabajo de Robert Greene, lo podéis encontrar libre en la red.
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SEA CAMBIANTE EN SU FORMA
LEY N° 48

CRITERIO

Al adoptar una forma definida y tener un plan claro para todo el mundo, usted se convertirá en el blanco de ataques diversos. En lugar de brindar a sus enemigos algo concreto que atacar, manténgase flexible, adaptable y en movimiento. Acepte el hecho de que nada es absoluto y de que no existen las leyes fijas. La mejor forma de protegerse es mantenerse tan fluido y cambiante como el agua. Nunca apueste a la estabilidad ni a un orden perdurable. Todo cambia.

TRANSGRESIÓN DE LA LEY.

En el siglo VIII a.C., las ciudades-estado de Grecia habían crecido y prosperado tanto que ya no les quedaban tierras donde albergar a sus crecientes poblaciones. De modo que salieron al mar  y establecieron colonias en Asia Menor, Sicilia, la península Itálica e incluso en África. Sin embargo, la ciudad-estado de Esparta ocupaba una zona interior, rodeada de montañas. Al carecer de acceso al Mediterráneo, los espartanos nunca habían sido marinos; lo que hicieron, en cambio, fue volverse contra las ciudades que los rodeaban, y, con una serie de conflictos brutales y violentos que se prolongaron durante más de cien años lograron conquistar un área inmensa que ofrecería espacio suficiente para sus ciudadanos. No obstante, esta solución para el problema original les acarreó otro, más importante: ¿Cómo mantener  y vigilar los territorios conquistados? Los habitantes de los pueblos sometidos los superaban en una proporción de diez a uno. Sin duda, en algún momento aquella horda buscaría terrible venganza contra ellos.

La solución de Esparta consistió en crear una sociedad dedicada al arte de la guerra. Los espartanos serían más duros, más fuertes y más feroces que sus vecinos. Era la única forma de asegurar su estabilidad y su supervivencia.

Cuando los niños espartanos cumplían los siete años de edad, los separaban de la madre y los integraban al ejército, donde los entrenaban para la guerra, sometidos a la más estricta disciplina. Dormían sobre lechos de juncos y recibían una sola vestimenta exterior para todo el año. No estudiaban nada relacionado con las artes; de hecho, los espartanos, habían prohibido la música y permitían a los esclavos practicar sólo las manualidades necesarias para subsistir. La única habilidad que los espartanos enseñaban a sus hijos era la de la guerra. Los niños de aspecto débil eran abandonados en cavernas de las montañas, para que murieran. Esparta no permitía ningún sistema monetario ni comercio; creían que la adquisición de riquezas sembraba egoísmo y disenso y debilitaba la disciplina guerrera. La única forma de ganarse la vida permitida a un espartano era la agricultura, en general en tierras fiscales, que los esclavos, llamados ilotas, trabajaban para ellos.

La concentración de los espartanos en un objetivo único, les permitió forjar el más poderoso ejército de infantería del mundo. Marchaban en perfecto orden y luchaban con incomparable coraje y valor. Sus falanges, estrechamente unidas, podían derrotar a un ejército diez veces mayor, como lo demostraron al vencer a los persas en las Termópilas. Una columna espartana en marcha llenaba de terror al enemigo. Parecían no tener debilidad alguna. Sin embargo, aunque demostraban ser poderosos guerreros, los espartanos no tenían interés en crear un imperio. Sólo querían conservar lo que habían conquistado y defenderlo de los invasores. Pasarían décadas sin que se implementara un solo cambio en el sistema con que había conseguido preservar el  statu quo  de Esparta.

Mientras ellos desarrollaban su cultura guerrera, otra ciudad estado alcanzaba igual prominencia: Atenas. A diferencia de Esparta, Atenas se había hecho a la mar, no tanto para crear colonias como para ejercer el comercio. Los atenienses se convirtieron en grandes comerciantes. Al contrario de los rígidos espartanos, los atenienses respondían a cada problema con consumada creatividad, se adaptaban a las circunstancias y creaban nuevas formas sociales y artísticas a un ritmo increíble. Su sociedad evolucionaba en un fluir constante. Y a medida que su poder crecía, empezaron a constituir una amenaza para los defensivos espartanos.

En el año 431 a. C., estalló la guerra entre Atenas y Esparta, latente desde hacía tiempo. Duró veintisiete años, pero al cabo de varias idas y venidas la maquinaria bélica de los espartanos emergió victoriosa. Ahora, los espartanos se hallaban al frente de un imperio, y esta vez no podían quedarse encerrados en su caparazón. Si renunciaban a sus conquistas, los derrotados atenienses se reagruparían y volverían a levantarse contra ellos,  y aquella larga guerra habría sido por entero en vano.

Después de la guerra, el dinero ateniense ingresó en Esparta. Los espartanos habían sido capacitados en las artes guerreras, pero no en política ni en economía. Como no estaban acostumbrados, la riqueza y el estilo de vida que ésta conllevaba los sedujeron y apabullaron. Enviaron gobernadores espartanos para regir sobre las tierras otrora atenienses; pero, lejos del hogar, sucumbían a las peores formas de corrupción. Esparta había derrotado a Atenas, pero la fluida forma de vida ateniense poco a poco fue quebrantando su disciplina y aflojando su rígido orden. Atenas, entretanto, se adaptó al hecho de haber perdido su imperio  y logró prosperar como centro cultural y económico.

Confundida por este cambio en el equilibrio del poder, Esparta se debilitó más y más. Unos treinta años después de derrotar a Atenas, perdió una importante batalla con la ciudad estado de Tebas. Casi de la noche a la mañana, la otrora poderosa nación se derrumbó para no recuperarse jamás.

Interpretación

En la evolución de las especies, la armadura protectora casi siempre produjo desastres. Pese a que unas pocas excepciones, la mayoría de las veces el caparazón se convierte en una traba para el animal encerrado en él; lo vuelve más lento, con lo cual le resulta difícil salir en busca de alimento, y además lo torna en un blanco fácil para depredadores más ágiles y rápidos que él. Los animales que pueden levantar vuelo o sumergirse en las aguas, que se mueven con rapidez y de manera impredecible, son infinitamente más poderosos y están más seguros.

Al verse ante un problema serio —controlar un grupo numéricamente superior— Esparta reaccionó como un animal que desarrolla una coraza para protegerse del medio ambiente. Como la tortuga, los espartanos sacrificaron movilidad por seguridad. Lograron preservar su estabilidad durante trescientos años, pero a qué costo? No tenían otra cultura que el ejercicio de la guerra, carecían de artes para expresarse y liberar tensiones, y se encontraban en un estado de ansiedad constante por mantener el  statu quo.  Mientras sus vecinos se hacían a la mar y aprendían a adaptarse a un mundo en constante fluctuación, los espartanos se sepultaron en su propio sistema. La victoria significaría nuevas tierras para gobernar, cosa que no querían. La derrota significaría el fin de su máquina militar, cosa que tampoco querían. Sólo la estasis les permitía sobrevivir. Pero nada en el mundo puede permanecer estático para siempre, y el caparazón o el sistema que usted desarrolle para su protección algún día resultará ser su perdición.

En el caso de Esparta, no fueron los ejércitos de Atenas lo que la derrotó, sino el dinero ateniense. El dinero fluye hacia donde tiene la oportunidad de llegar; no puede ser controlado ni adecuado a un esquema determinado. Es inherentemente caótico. Y, en el largo plazo, el dinero convirtió a Atenas en el conquistador, al infiltrarse en el sistema espartano y corroer su armadura protectora. En la lucha entre los dos sistemas, Atenas era lo bastante fluida y creativa como para adoptar nuevas formas, mientras que Esparta sólo sabía ponerse más y más rígida, hasta que al fin se resquebrajó.

Así es como funciona el mundo, ya se trate de animales, culturas o individuos. Ante la dureza y los peligros del exterior, los organismos de cualquier tipo desarrollan sistemas de protección: una armadura, un sistema rígido, un ritual reconfortante y protector. En el corto plazo, esos sistemas de protección podrán funcionar, pero a la larga acaban en desastre. Quienes se encuentran agobiados por un sistema y por modalidades inflexibles no pueden moverse con agilidad, no pueden percibir el cambio ni adaptarse a él. Avanzan con pesadez, cada vez más lentos, hasta sufrir el destino del brontosaurio. Aprenda a moverse con rapidez y adáptese, o de lo contrario lo devorarán.

La mejor manera de evitar este destino consiste en cambiar de forma según las circunstancias. Ningún depredador puede atacar lo que no puede ver.

OBSERVANCIA DE LA LEY

Concluida la Segunda Guerra Mundial, cuandb los japoneses, que habían invadido China en 1937, fueron expulsados al fin, los nacionalistas chinos, al mando de Chiang Kai-shek, decidieron que había llegado el momento de aniquilar de una vez por todas
a los comunistas, sus odiados rivales. En 1935 casi lo habían logrado, al forzarlos a emprender la Larga Marcha, la terrible retirada que los había diezmado en número. A pesar de que los comunistas se habían recuperado un tanto durante la guerra contra Japón, no sería difícil derrotarlos ahora. Sólo controlaban algunas áreas rurales aisladas, disponían de un armamento poco sofisticado, carecían de experiencia militar y cualquier tipo de entrenamiento, salvo la experiencia de guerra de guerrillas en las montañas, y además no controlaban ninguna región importante de China, con excepción de ciertas partes de Manchuria, que habían logrado ocupar después de que los japoneses se batieron en retirada. Chiang decidió enviar sus mejores fuerzas a Manchuria. Ocuparía las principales ciudades y, a partir de esas bases operativas, se extendería por la región industrial del norte y arrasaría con los comunistas. Una vez caída Manchuria, los comunistas se desmoronarían.

En 1945 y 1946 el plan funcionó a la perfección: los nacionalistas se apropiaron con gran facilidad de las principales ciudades de Manchuria. Sin embargo, los sorprendió ante la estrategia comunista, que, en vista de aquella crítica campaña, parecía carecer de sentido. Cuando los nacionalistas comenzaron a presionar en su avance, los comunistas se dispersaron hacia los rincones más remotos de Manchuria. Sus pequeñas unidades acosaban al ejército nacionalista, tendiéndole emboscadas aquí, retirándose inesperadamente allí, pero esas unidades dispersas nunca se unían, con lo cual resultaba muy difícil atacarlas. Tomaban una ciudad, sólo para abandonarla pocas semanas después. Sin vanguardia ni retaguardia, se movían como el mercurio, sin permanecer nunca en un sitio, evasivos y cambiantes.

Los nacionalistas atribuyeron esta actitud a dos cosas: cobardía ante una fuerza numéricamente superior, e inexperiencia en estrategia Mao Tse-tung, el líder comunista, era más poeta y filósofo que general, mientras que Chiang había estudiado técnicas bélicas, táctica y estrategia en Occidente y era fiel seguidor del autor militar alemán Carl von Clausewitz, entre otros.

Sin embargo, en forma paulatina empezó a emerger un esquema organizado en los ataques de Mao. Después de que los nacionalistas tomaban las ciudades, dejando que los comunistas ocuparan lo que en general se consideraban áreas inservibles de Manchuria, los comunistas comenzaban a utilizar esos vastos espacios para rodear las ciudades. Cuando Chiang enviaba un ejército de una ciudad para reforzar otra, los comunistas rodeaban las tropas de rescate. De esa forma, las fuerzas de Chiang fueron divididas lentamente en unidades cada vez más pequeñas, aisladas una de otra, cortadas sus líneas de abastecimiento y comunicaciones. Los nacionalistas conservaban la superioridad de fuego, pero si no podían moverse, ¿de qué les servía?

Una especie de terror invadió a los soldados nacionalistas. Los comandantes, situados a una confortable distancia del frente, podían reírse de Mao, pero los soldados que luchaban contra los comunistas en las montañas habían llegado a temer su escurridizo accionar. Ahora esos soldados se encontraban atrincherados en sus ciudades y veían cómo ese enemigo, que se movía con el veloz fluir del agua, los invadía desde todos los costados. Parecían ser millones. Los comunistas atacaron también el espíritu de los soldados, bombardeándolos con propaganda partidaria para debilitarles la moral y presionarlos para que desertaran y se pasaran a las filas contrarias.

Las tropas nacionalistas comenzaron a rendirse mentalmente. Sus ciudades, rodeadas y aisladas, empezaron a desmoronarse aun antes de sufrir un ataque directo; una tras otra, en rápida sucesión, cayeron todas. En noviembre de 1948 los nacionalistas cedieron Manchuria a los comunistas, un golpe humillante para ese ejército técnicamente superior, y que resultó ser decisivo en la guerra. Al ario siguiente los comunistas eran los dueños de China.

Interpretación

Los dos juegos de mesa que más se aproximan a las estrategias bélicas son el ajedrez y el asiático go. En el ajedrez el tablero es pequeño. En comparación con el go, el ataque es relativamente rápido y conduce de modo directo a una batalla decisiva. Raras veces vale la pena retirarse o sacrificar piezas, las cuales deben concentrarse en áreas clave. El go es mucho menos formal. Se juega sobre una gran grilla, con 361 intersecciones, es decir, unas seis veces más que en el ajedrez. Las fichas, blancas y negras (un color para cada adversario), se colocan en las intersecciones del tablero, una por vez, dondequiera que uno decida. Una vez que todas las fichas (52 por participante) se hallan dispuestas, el objetivo es aislar las fichas del adversario, rodeándolas.

Una partida de go —llamado  wei-chi en China— puede durar hasta trescientas jugadas. La estrategia es más sutil y fluida que en el ajedrez y se desarrolla con mayor lentitud; cuanto más complejo sea el diseño que las fichas formen inicialmente en el tablero, tanto más difícil le resultará al adversario comprender la estrategia del otro. No vale la pena luchar por controlar un área en particular: hay que pensar en términos más amplios, estar preparado para sacrificar un área a fin de llegar a dominar, con el tiempo, todo el tablero. Lo que se busca no es una posición atrincherada, sino gran movilidad. Con esa movilidad es posible aislar al adversario en pequeñas áreas y luego rodearlo. El objetivo no es "matar" directamente las fichas del contrincante, como en el ajedrez, sino inducir una especie de parálisis y colapso general. El ajedrez es linear, centrado en las posiciones y agresivo. El go es no linear y fluido. La agresión es indirecta hasta el final del juego, cuando el ganador puede rodear las fichas del adversario a un ritmo más acelerado.

Los estrategas militares chinos han sido influidos por el go durante siglos. Sus proverbios se han aplicado a la guerra una y otra vez. Mao Tse-tung era adicto al  wei-chi y los preceptos del juego se reflejaban en sus estrategias. Un concepto clave del  wei- chi, por ejemplo, es el de utilizar de manera ventajosa la dimensión del tablero, dispersándose en todas las direcciones, de modo que el adversario no pueda adivinar los movimientos de uno de modo simple y lineal.

"Todo chino —escribió Mao en cierta oportunidad— debiera involucrarse conscientemente en esta guerra de tablero" contra los nacionalistas. Si usted ubica a sus hombres en un diseño semejante, su adversario se perderá mientras trata de imaginar cuál es la estrategia. O bien pierde tiempo persiguiéndolo o, como fue el caso de Chiang Kai-shek, supone que usted es incompetente y descuida su propia protección. Y si se concentra en áreas específicas, como aconseja la estrategia occidental, se convierte en blanco fácil para ser rodeado. En la guerra al estilo wei-chi,  usted rodea el cerebro del enemigo, mediante juegos mentales, propaganda y tácticas de irritación para confundir y desalentar. Ésa fue la estrategia de los comunistas, bajo una aparente ausencia que desorientó y aterró al enemigo.

Donde el ajedrez es linear y directo, el antiguo juego del go se aproxima más a una estrategia que se revelará en un mundo en el cual las batallas se libran de modo indirecto, en vastas áreas apenas interconectadas. Sus estrategias son abstractas y multidimensionales y se ubican en un plano que está más allá del tiempo y del espacio: la mente del estratega. En esta forma fluida de guerra se valoran los movimientos por sobre las posiciones. Su velocidad y su movilidad hacen que sus movimientos sean impredecibles; al no poder comprenderlo, el enemigo no conseguirá establecer una estrategia propia para derrotarlo. En lugar de concentrarse en áreas particulares, esta forma indirecta de guerrear se expande y extiende, así como puede aprovechar las ventajas de la enorme y desconectada naturaleza del mundo real. Sea como el vapor. No ofrezca a su adversario un sólido frente de ataque; observe cómo el otro se agota al perseguirlo y trata de manejar la modalidad elusiva y escurridiza que usted le presenta. Sólo una naturaleza amorfa le permitirá sorprender realmente a sus enemigos: para cuando ellos se den cuenta de dónde está usted y qué va a hacer, ya será demasiado tarde.

Cuando usted quiere combatirnos, no se lo permitimos y no puede encontrarnos. Pero cuando nosotros queremos combatirlo a usted, nos aseguramos de que usted no pueda escapar y de que podamos golpearlo de lleno... y exterminarlo... El enemigo avanza, nosotros retrocedemos; el enemigo acampa, nosotros lo hostigamos; el enemigo se cansa, nosotros atacamos; el enemigo se bate en retirada, nosotros lo perseguimos.
Mao Tse-tung, 1893-1976

CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER

El animal humano se distingue por su constante creación de formas. Al expresar muy raras veces sus emociones de manera directa, les da forma a través del lenguaje o rituales socialmente aceptables. No podemos comunicar nuestras emociones sin algún tipo de forma.

Sin embargo, las formas que creamos cambian de manera constante: en moda, en estilo, en todos los fenómenos humanos que representan el humor y el estado de ánimo del momento. Constantemente alteramos las formas que hemos heredado de las generaciones previas, y estos cambios son signos de vida y vitalidad. La verdad es que las cosas que no cambian, las formas que se vuelven rígidas, terminan pareciéndonos muertas y las destruimos. Es entre los jóvenes donde se observa esto con toda claridad: incómodos con las formas que la sociedad les impone, sin una identidad formada, juegan con sus propios caracteres, probándose una diversidad de máscaras y poses para expresarse. Ésa es la vitalidad que impulsa el motor de la forma y crea constantes cambios de estilo.

Los poderosos son a menudo personas que en su juventud han demostrado enorme creatividad para expresar algo nuevo mediante nuevas formas. La sociedad les otorga poder porque ansía la renovación y la premia con generosidad. El problema surge más tarde, cuando esos jóvenes creativos se tornan conservadores y posesivos: ya no sueñan con crear nuevas formas, sus identidades están demarcadas, sus hábitos se han congelado y su rigidez los convierte en blancos fáciles. Todo el mundo conoce o intuye el próximo paso que darán. En lugar de imponer respeto, generan aburrimiento: ¡Bájese del escenario!, decimos, deseosos de que otra persona, más joven, diferente, nos entretenga. Cuando permanece encerrado en el pasado, el poderoso resulta cómico: una fruta demasiado madura que espera caer del árbol.

El poder sólo puede crecer y desplegarse si es flexible en sus formas. Ser cambiante en las formas que se adoptan no significa ser amorfo; todo tiene una forma, esto es algo imposible de evitar. La no-forma del poder se parece más al agua, o al mercurio, que adopta la forma de lo que lo rodea. Como cambia constantemente, nunca es predecible. Los poderosos crean formas sin cesar, y su poder proviene de la rapidez con que son capaces de cambiar. Esa carencia de forma definida está destinada al enemigo, que no puede ver lo que ellos traman y por lo tanto no disponen de un objeto sólido que atacar. Ésta es la principal pose del poder: inasible, evasivo y veloz como el dios Mercurio, que podía tomar la forma que más le complacía y usaba esa habilidad para crear gran confusión en el monte Olimpo.

Las creaciones humanas evolucionan hacia la abstracción, hacia una identidad más mental y menos material. Esta evolución se evidencia en el arte que en este siglo hizo el gran descubrimiento de la abstracción y el conceptualismo. También se lo puede ver en política, que a través del tiempo se ha vuelto menos abiertamente violenta, más complicada, indirecta y cerebral. La guerra y la estrategia han seguido este modelo. La estrategia comenzó con la manipulación de ejércitos en tierra, dispuestos en formaciones ordenadas. En tierra, la estrategia es relativamente bidimensional y es controlada por la topografía. Pero todas las grandes potencias han terminado por volcarse hacia el mar, tanto para el comercio como para la colonización. Y para proteger sus rutas comerciales debieron aprender a luchar en el mar. La guerra marítima requiere tremenda creatividad y capacidad de pensamiento abstracto, dado que las líneas cambian de modo constante. El capitán de navío se destaca por su habilidad de adaptarse a la literal fluidez del medio y confundir al enemigo con formas abstractas y difíciles de prever. Opera en una tercera dimensión: la mente.

En tierra, la guerra de guerrillas también demuestra esa evolución hacia la abstracción. T. E. Lawrence fue quizás el primero de los estrategas modernos en desarrollar y practicar la teoría en que se basa este tipo de guerra. Sus ideas influyeron a Mao, que vio que sus escritos eran un extraño equivalente occidental del wei-chi.  Lawrence trabajaba con árabes que luchaban por defender su territorio contra los turcos. Su idea consistió en hacer que los árabes se mimetizaran con el vasto desierto, de modo de no ofrecer nunca un blanco ni reunirse nunca en un lugar. A medida que los turcos se esforzaban al tratar de combatir a ese ejército espectral, se desgastaban y agotaban, desperdiciaban energía al moverse de un lugar a otro sin obtener resultados. Eran los turcos quienes tenían la mayor capacidad de fuego, pero los árabes tomaban la iniciativa jugando al gato y al ratón, sin darles nada a que aferrarse y destruyéndoles la moral. "La mayoría de las guerras fueron guerras de contacto... La nuestra debiera ser una guerra de distanciamiento —escribió Lawrence—. Debemos contener al enemigo con la amenaza secreta de un vasto desierto desconocido, sin mostrarnos hasta que nos ataquen".

Ésta es la forma más sofisticada de estrategia. La guerra del enfrentamiento directo es demasiado peligrosa y costosa; lo indirecto y evasivo permite lograr mejores resultados a un costo mucho menor. El principal costo, en realidad, es el mental: el pensamiento y la planificación que exige alinear las fuerzas en un esquema disperso y socavar la mente  y  la psicología del adversario. Nada enfurecerá y desorientará tanto al enemigo como la falta de una forma definida. En un mundo en que las guerras de distanciamiento están a la orden del día, la no-forma es fundamental.

El primer requisito psicológico de la no-forma es el de aprender a no tomar nada de manera personal. Nunca se muestre a la defensiva. Cuando actúa a la defensiva, usted muestra sus emociones y revela una forma clara. Sus adversarios se darán cuenta de que han tocado un nervio, un talón de Aquiles, y volverán a golpearlo una y otra vez. De modo que entrénese para no tomar nada en forma personal. Sea como una pelota enjabonada que nadie puede sostener: no permita que nadie vea qué es lo que lo afecta o hiere, ni cuáles son sus puntos débiles. Mantenga su rostro como una máscara sin forma y terminará enfureciendo y desorientado a sus intrigantes colegas y adversarios.

Un hombre que supo utilizar esta técnica fue el barón James Rothschild. Como judío alemán en París, inmerso en una cultura hostil a los extranjeros, Rothschild nunca tomaba como algo personal cualquier ataque que le hicieran, ni se mostraba herido de modo alguno. Además, iba adaptándose al clima político del momento; cualquiera que fuere: la acartonada y formal restauración de la monarquía de Luis xviii,  el reino burgués de Luis Felipe, la revolución democrática de 1848, el surgimiento de Luis Napoleón, coronado emperador en 1852. Rothschild los aceptaba a todos y se mimetizaba con el entorno. Podía darse el lujo de parecer un hipócrita o un oportunista, porque lo valoraban por su dinero, no por su política; su dinero era la moneda del poder. Mientras se adaptaba y prosperaba, sin mostrar forma alguna por afuera, la mayoría de las otras grandes familias que al comienzo del siglo poseían inmensas fortunas se arruinaron en los '  complejos vaivenes sociopolíticos y económicos. Al aferrarse al pasado, se tornaban visibles.

A lo largo de la historia, el estilo de gobernar por medio de la no-forma fue practicado con preferencia por reinas que regían solas. Una reina se encuentra en una posición radicalmente distinta que un rey; por ser mujer, sus súbditos y cortesanos suelen dudar de su habilidad para gobernar y de su fuerza de carácter. Si se inclina por una de las partes en algún forcejeo ideológico, la acusan de actuar por motivaciones emocionales. Por otra parte, si reprime sus emociones y asume el papel de monarca autoritario, al estilo masculino, despierta aún mayores críticas. Ya sea por naturaleza o por experiencia, las reinas tienden a adaptar un estilo de gobierno flexible, que a la larga se (revela más poderoso que la masculina forma directa.

Dos líderes femeninas que constituyen un claro ejemplo de este estilo de gobierno sin forma definida son la reina Isabel i de Inglaterra y la emperatriz Catalina la Grande de Rusia. Durante las violentas guerras entre católicos y protestantes, Isabel mantuvo un curso intermedio. Evitó alianzas que la comprometerían con una u otra parte y a la larga perjudicarían al país. Se las ingenió para mantener la paz hasta que estuvo lo bastante fuerte para enfrentar una guerra. Su reinado fue uno de los más gloriosos de la historia, gracias a su increíble capacidad de adaptación y a su ideología flexible.

También Catalina la Grande desarrolló un estilo de improvisación en su gobierno. Después de destituir a su esposo, el emperador Pedro  II,  y asumió el control de Rusia, nadie creyó que consiguiera sobrevivir. Pero no tenía ideas preconcebidas ni filosofías o teorías que dictaran sus políticas. A pesar de que era extranjera (alemana), comprendió la mentalidad rusa y los cambios que esta nación había sufrido a lo largo de los años. "Hay que gobernar de forma tal que el pueblo crea que son ellos mismos quienes desean hacer lo que uno les ordena", dijo, y para lograr este objetivo siempre debió anticiparse a los deseos de su pueblo y adecuarse a su resistencia. Al no imponer nunca algo por la fuerza, logró reformar Rusia en un período sorprendentemente breve.

Este fluido estilo de gobierno femenino, quizás haya surgido como una forma de sobrevivir y prosperar en circunstancias difíciles, pero ha resultado muy seductor para quienes lo han ejercido. Con un gobernante fluido, la obediencia resulta bastante fácil a los súbditos, ya que se sienten menos presionados, objeto de menor coerción, menos obligados a seguir la ideología del gobernante. También abre opciones en las cuales la adherencia a una doctrina los aísla. No comprometerse con un sector determinado permite al gobernante usar a un enemigo contra el otro. Las normas rígidas podrán parecer fuertes, pero con el tiempo su inflexibilidad crispa los nervios y los súbditos encuentran formas de sacar de escena a esos soberanos. Los gobernantes flexibles, sin forma definida, serán muy criticados pero perduran, y con el tiempo la gente termina identificándose con ellos, dado que son como sus súbditos: cambiantes frente a los cambiantes tiempos, abiertos a las circunstancias.

A pesar de trastornos y demoras, el estilo de poder permeable y flexible, es en general el que triunfa, así como Atenas prevaleció sobre Esparta gracias a su dinero y su cultura. Cuando usted se encuentre inmerso en un conflicto con alguien más fuerte y más rígido permítale una victoria temporaria. Simule inclinarse ante su superioridad. Luego, prescindiendo de una forma definida y adecuándose, conquiste poco a poco el alma del rival. De esta manera lo sorprenderá con las defensas bajas, porque quienes son rígidos, están siempre a la defensiva para repeler golpes directos, sin reparar en que eso los torna indefensos ante lo sutil y lo insinuante. Para tener éxito con este tipo de estrategia es necesario convertirse en camaleón: adecuarse por fuera mientras se doblega al enemigo desde adentro.

Durante siglos, los japoneses aceptaron graciosamente a los extranjeros y se mostraron susceptibles a las culturas e influencias foráneas. Joáo Rodríguez, un sacerdote portugués que llegó a Japón en 1577 y vivió allí muchos años, escribió lo siguiente: "Estoy pasmado ante la disposición de los japoneses a probar y aceptar todo lo que sea portugués". Veía en las calles a los japoneses, vestidos con ropa portuguesa, con rosarios alrededor del cuello y crucifijos sujetos a los cinturones. Podrán parecer una cultura débil y mutante, pero la adaptabilidad de Japón fue lo que protegió al país de que se le impusiera una cultura extranjera a través de una invasión militar. Sedujo a los portugueses y a otros occidentales y les hizo creer que los japoneses cedían a una cultura superior, cuando en realidad la cultura extranjera no era más que una moda que se usaba y luego se descartaba. Bajo aquella superficie de adaptación prosperaba la verdadera cultura japonesa. Si los japoneses hubiesen sido rígidos e intentado defenderse de toda influencia extranjera, podrían haber sufrido las heridas que Occidente le infligió a China en sucesivas guerras. Éste es el poder de la no-forma: no ofrece al agresor nada que agredir.

En la evolución de las especies, la dimensión excesiva es a menudo el primer paso hacia la extinción. Lo que carece de movilidad y además necesita alimentarse constantemente. Los poco inteligentes suelen ceder a la tentación de creer que el tamaño es símbolo de poder.

En el siglo 483 a. C. el rey Jerjes de Persia invadió Grecia, creyendo poder conquistar el país con una sola y rápida campaña. Después de todo, él disponía del ejército más grande que se hubiese reunido jamás para una invasión, estimado por el historiador Heródoto en más de cinco millones de hombres. Los persas proyectaban construir un puente por sobre el Helesponto para invadir Grecia por tierra, mientras su armada, igualmente inmensa, retenía a los buques griegos en el puerto e impedía que sus fuerzas escaparan por vía marítima. El plan parecía perfecto, pero mientras Jerjes preparaba aquella invasión, su asesor Artabano le advirtió de sus temores: "Las dos potencias más poderosas del mundo están contra ti". Jerjes se echó a reír: ¿qué potencia podía compararse con su inmenso ejército? "Te diré cuáles son —contestó Artabano—. La tierra y el mar." No había puertos seguros lo bastante grandes para albergar la flota de Jerjes. Y cuanto más tierra conquistaran los persas, más se estirarían sus líneas de abastecimiento y mayor y más deficitario sería el costo de alimentar al inmenso ejército.

Creído de que su consejero era un cobarde, Jerjes procedió a la invasión. Sin embargo, tal como Artabano había predicho, las tormentas diezmaron la flota persa, que era demasiado grande para refugiarse en cualquier puerto. En tierra, entretanto, los persas destruyeron todo cuanto encontraron a su paso, por lo cual resultó imposible alimentar a las tropas, ya que la destrucción incluía cosechas y depósitos. Las fuerzas persas constituían además un objetivo lento y fácil de atacar. Los griegos llevaron a cabo todo tipo de maniobras engañosas para desorientarlos. Al fin, la derrota de Jerjes a mano de los aliados griegos fue un desastre de increíble magnitud. Esta historia es simbólica para todos aquellos que sacrifican movilidad por tamaño: los ágiles y flexibles casi siempre ganarán, porque tienen más opciones estratégicas. Cuanto más gigantesco sea el enemigo, tanto más fácil será lograr que se desmorone.

La necesidad de la no-forma se hace mayor a medida que avanzamos en edad, dado que tendemos a reafirmamos en nuestras modalidades y adoptamos formas demasiado rígidas. Nos tornamos predecibles, lo cual es siempre la primera señal de la decrepitud. Y la predicibilidad hace que resultemos cómicos. Aunque el ridículo y el desdén parezcan formas leves de agresión, en realidad constituyen armas poderosas que con el tiempo erosionan los fundamentos del poder. Un enemigo que no lo respeta se volverá audaz, y la audacia convierte en peligroso aun al animal más pequeño.

La corte francesa de fines del siglo xviii, uno de cuyos principales exponentes fue María Antonieta, se había atado sin remedio a una rígida formalidad, que el francés promedio consideraba una reliquia estúpida. Esta devaluación de una institución que había perdurado durante siglos fue la primera señal de una enfermedad terminal, dado que representaba una liberación simbólica de los lazos entre el pueblo y la monarquía.
A medida que la situación empeoraba, María Antonieta y el rey Luis XVI se iban aferrando con mayor firmeza al pasado, lo cual no hizo sino acelerar su camino rumbo a la guillotina. El rey Carlos I de Inglaterra reaccionó de forma similar ante la ola de cambio democrático que sacudió a Inglaterra en la década de 1630: disolvió el Parlamento y los rituales de su corte se tornaron cada vez más formales y distantes. Quería regresar a un antiguo estilo de gobierno y observar de modo estricto todo tipo de mezquinos protocolos. Su rigidez intensificó el deseo de cambio de los súbditos. Antes de poder recapacitar, fue arrastrado a una devastadora guerra civil y al fin, perdió la cabeza bajo el hacha del verdugo.

A medida que usted vaya envejeciendo deberá apoyarse cada vez menos en el pasado. Esté atento, no sea que la forma que adopte lo haga parecer una reliquia del pasado. Pero tampoco se trata de imitar las modas de juventud, algo igualmente ridículo. Es su mente la que deberá adecuarse de manera constante a cada nueva circunstancia, incluso al inevitable cambio que implica comprender que ha llegado el momento de dar un paso al costado y dejar que los más jóvenes se preparen a ascender. La rigidez sólo le dará la apariencia desagradable de un cadáver.

Nunca olvide, sin embargo, que la falta de forma es una pose estratégica. Le brinda espacio para crear sorpresas tácticas; mientras sus enemigos luchan por adivinar el próximo paso que dará usted, revelan su propia estrategia, y se ponen en decidida desventaja. Esto permite que usted conserve la iniciativa y en muchos casos trabe por completo el accionar de sus enemigos al obligarlos a reaccionar de continuo. Así, usted anula el espionaje y el trabajo de inteligencia del rival. Recuerde que la no-forma es una herramienta. Nunca confunda esta estrategia con el estilo de "nadar con la corriente" o con una resignación religiosa a las vueltas del destino. Utilice la falta de forma definida, no para alcanzar armonía y paz interior, sino para incrementar y reafirmar su poder.

Por último, aprender a adaptarse a cada nueva circunstancia significa ver los hechos a través de sus propios ojos, y a menudo ignorar los consejos que la gente le ofrece. Significa que, en última instancia, usted tendrá que desechar las leyes que otros predican y los manuales que otros escriben, y también el sabio consejo de sus mayores. "Las leyes que rigen las circunstancias son abolidas por las nuevas circunstancias", escribió Napoleón, lo que significa que es responsabilidad de usted evaluar cada situación nueva. Si confía demasiado en las ideas de los demás, terminará adoptando una forma que no es la construida por usted. Demasiado respeto por la sabiduría ajena hará que usted termine despreciando la suya. Sea brutal con el pasado, sobre todo con el suyo propio, y no respete las filosofías que le sean endilgadas desde afuera.

Imagen: Mercurio. El mensajero alado, dios del comercio, santo patrón de los ladrones, jugadores y todos los que embaucan con su rapidez. El día en que nació, Mercurio inventó la lira, pero por la noche robó el ganado de Apolo. Engañaba al mundo entero adoptando la forma que quería. Como el líquido metal que lleva su nombre, encarna lo elusivo, lo inasible, el poder de la no-forma.

Autoridad: Por lo tanto, la máxima habilidad en la formación de un ejército consiste en llegar a la ausencia de forma definida. En la guerra, la victoria no es reiterativa sino que cambia de forma constantemente... Una forma militar no tiene una formación constante, el agua no tiene una forma constante: la habilidad para ganar una victoria cambiando y adaptando la forma según el adversario se denomina genio. (Sun-bu, siglo IV a.C.)


INVALIDACIÓN

Utilizar el espacio para dispersarse y crear diseños abstractos no debiera ser sinónimo de abandonar la concentración de poder cuando ello resulta ventajoso y de gran valor.  La ausencia de una forma definida hace que los adversarios busquen en todas partes y dispersen sus propias fuerzas, tanto mentales como físicas. Sin embargo, cuando usted al fin los enfrente, deberá asestarles un golpe poderoso y certero. Así fue como Mao triunfó sobre los nacionalistas: fraccionó las fuerzas enemigas en pequeñas unidades aisladas, a las cuales luego pudo vencer con un solo y enérgico ataque. La ley de concentración fue lo que prevaleció.

Cuando usted juegue con la ausencia de forma, no pierda el control del proceso y tenga siempre presente su estrategia a largo plazo. Cuando adopte una forma y se lance al ataque, use la concentración, la rapidez y el poder. Como dijo Mao: "Cuando luchamos contra usted, nos aseguramos de que no pueda escapar".



En las artes marciales es importante que la estrategia sea insondable, que las formas queden ocultas y que los movimientos sean inesperados, a fin de que resulte imposible prepararse contra ellos. Lo que posibilita a un buen general ganar de modo indefectible es el tener siempre una sabiduría insondable y una forma de operar que no deje huellas. Sólo el que no adopta una forma definida puede evitar ser afectado. Los sabios se ocultan en su impenetrabilidad, a fin de que sus sentimientos no puedan ser observados; operan bajo la ausencia de una forma definida, a fin de que sus líneas no puedan ser cruzadas.
THE BOOK OF THE HUAINAN MASTERS, SIGLO II A.C.

LA LIEBRE Y EL ÁRBOL
El sabio nunca busca observar las costumbres de los antiguos ni establece un estándar fijo por los tiempos de los tiempos, sino que examina las cosas de su tiempo y luego se prepara para lidiar con ellas. En Sung había un hombre que cultivaba un campo en el que se levantaba el tronco de un árbol. Cierta vez, una liebre que corría con suma rapidez chocó contra el tronco, se quebró la nuca y murió. Entonces el hombre dejó de lado su arado y se puso a observar el tronco, esperando obtener otra liebre. Sin embargo, nunca más volvió a cazar una liebre de esa manera y fue el hazmerreír de Sung. Suponiendo que alguien quisiera gobernar a los hombres del presente con las políticas de los antiguos reyes, haría exactamente lo mismo que el hombre que se quedó vigilando el árbol.
HAN-FEI-TZU, FILOSOFO CHINO,
SIGLO III A. C.

El general Rommel superaba a Patton como intelecto creativo... Rommel despreciaba el formalismo militar. No hacía planes definidos, más allá de los elaborados para el primer choque luego iba adecuando sus tácticas a las situaciones específicas, a medida que éstas surgían. Tomaba decisiones con la rapidez de la luz, y físicamente observaba un ritmo similar al de su actividad mental. En un hostil mar de arena, operaba en un entorno libre. Una vez que Rommel atravesó las líneas británicas en África, toda la parte norte del continente se abría delante de él. Relativamente libre de la manipuladora autoridad de Berlín, desobedeciendo órdenes, algunas veces del mismo Hitler, Rommel implementó una operación militar exitosa tras otra, hasta que tuvo la mayor parte septentrional de África bajo su control y El Cairo temblando a sus pies.
THE ART OF WINNING WARS,
JAMES MRAZEK, 1968

LA ARMADURA INTERIOR
Para llevar a cabo la inhibición de los instintos que exige el mundo moderno, y para poder manejar de modo adecuado el estancamiento de energía resultante de esa inhibición, el ego tiene que sufrir un cambio. El ego, es decir, la parte de la persona que está expuesta al peligro, se torna rígido, como decimos, cuando es expuesta de continuo a los mismos o similares conflictos entre sus necesidades y un mundo exterior inductor de temores. En  este proceso va adquiriendo un modo de reacción crónico, que funciona de forma automática, que denominamos "carácter". Es como si la personalidad afectiva se hubiese recubierto de una armadura, como si el duro caparazón que va desarrollando tuviese como objetivo desviar y debilitar los golpes del mundo exterior, así como acallar las necesidades interiores. Esta armadura hace que la persona sea menos sensible a todo lo desagradable, pero también restringe la motilidad de la libido y de la agresión, con lo que se reduce su capacidad de alcanzar logros y experimentar placer. Decimos que el ego se ha vuelto menos flexible y más rígido, y que la capacidad de regular la economía energética depende de la extensión de esa armadura.
WILHELM REICH,
1897-1957


Fuente: 48 Leyes del Poder, / Robert Greene y Joost Elffers. - 21a ed. -Buenos Aires: Atlántida, 2010. 528 p. ; 15,5x23,5 cm. ISBN 978-950-08-3768-2

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