I
MERECE
UN COMENTARIO, AMÉN LEERLO.
Francisco Umpiérrez Sánchez en
su blog, con fecha 7 de marzo del presente año, gira su mirada sobre uno de los
más graves problemas del movimiento socialista internacional: «tomar
como punto de partida de sus análisis no lo que ocurre en la realidad, sino lo
que gravita en su pensamiento». Antigua deficiencia del socialismo
peruano, post Mariátegui.
Es inherente al
marxismo: Atreverse a objetar, examinar, criticar, observar. ¡Ese es el cuento!
Bien dice, nuestro amigo Alzamora Alzamora: ¡la crítica constructiva es simple
adulación! La crítica es examen y juicio; en modo alguno, halago, lisonja o
adulación.
Atreverse a decir su verdad es cosa de marxistas. No le
rehuimos a la polémica. ¡Comentemos, Opinemos, Discrepemos!
A continuación
volvemos a insertar las reflexiones de Francisco Umpiérrez Sánchez.
Tacna, 18 de marzo
2014
Edgar Bolaños Marín
Pensar y actuar en grande
viernes, 7 de marzo de 2014
Llevo un
tiempo desilusionado y desganado con lo que ocurre en la realidad. Lo que
sucede en la realidad contradice mi fondo de esperanza, que no es otro que ver
algún día una manifiesta y aplastante victoria del trabajo sobre el capital. Solo observando los conflictos sociales de Ucrania
podemos comprobar que las luchas entre las grandes regiones económicas están
determinando el curso del desarrollo social y no las luchas sociales entre
capital y trabajo. Me desgana aún más ver a
insignes representantes de la izquierda radical caer una y otra vez en el mismo
error: tomar como punto de partida de sus análisis no lo
que ocurre en la realidad, sino lo que gravita en su pensamiento. Siguen presa de la representación de la lucha de
clases del siglo XIX y principios del siglo XX: las diferencias
entre el capital y el trabajo eran en ese entonces claras y sus contornos no se
confundían. Pero aquel mundo ha dejado de existir. No en el sentido de que la
lucha de clases y con ella las clases sociales hayan desaparecido, sino en el sentido en que las transiciones entre
las clases sociales y las formas mixtas de clase son lo dominante. Este
mundo nuevo, que tomó cuerpo después de la segunda guerra mundial, fue lo que
provocó el revisionismo de los partidos comunistas europeos y la volatilización
de los principios de la izquierda radical, que sigue moviéndose en los márgenes
de la historia. Sigue hablando de los trabajadores como si constituyeran una masa homogénea con intereses comunes fáciles de organizar, aunque la realidad, y la
prueba la encontramos en las consultas electorales, sigue demostrándoles que
dicha masa es enormemente heterogénea.
La heterogeneidad de las clases sociales: propiedad
y gestión
En el siglo XIX quienes percibían beneficios se
volvían ricos, mientras que los que percibían un salario solo tenían para
satisfacer sus necesidades básicas. Antes para
enriquecerse había que ser propietario privado de los medios de producción,
mientras que hoy día puedes enriquecerte hasta los topes sin necesidad de
cumplir con ese requisito. Desde que surgieron las grandes empresas, desde
que la propiedad de las empresas se volvió social, los grandes directivos se
volvieron los amos del mundo. En concepto de salario, primas e incentivos ganan
más dinero en un mes que lo que ganan en concepto de beneficio los pequeños y
medianos capitalistas en un año. Resulta contradictorio que cuando sobrevino la
propiedad social de las empresas, cuando los propietarios de las empresas se
cuentan por millones, el enriquecimiento de las minorías se ha vuelto
disparatado e incontrolable. A los consejos de administración de las grandes
empresas nadie los controla y sus miembros ganan lo que quieren. Han convertido
el contrario del capital, esto es, el trabajo, bajo la modalidad especial de
directivo, en una fuente de tal caudal de ingreso que el más
avispado de los capitalistas del siglo XIX jamás pudo imaginar. Marx celebraba el advenimiento de las sociedades
anónimas, con la separación de la propiedad de la gestión, como un momento
clave en la transición entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista. Se demostraría de ese modo que los capitalistas se
enriquecían no por su trabajo sino por ser los propietarios de los medios de
producción. No pudo imaginar en ese entonces que el golpe de gracia a favor del
capitalismo más desaforado iba a provenir de la función de trabajo y no de la función de la propiedad. Y así ha sido: los sueldos de los directivos de las grandes empresas
no dejan de impresionarnos. Los sueldos, por ejemplo, de los directivos del
BBVA pueden ascender a 7 millones de euros anuales. En diez años se vuelven
inmensamente ricos.
Hay otra cuestión más importante. Para dominar el
mundo no necesitas poseer la mayoría de las acciones de una empresa. Piénsese
que Emilio Botín posee solo el 1 por ciento de las acciones del Banco Santander
y preside esa entidad bancaria desde 1986. Su patrimonio asciende a más de
1.600 millones de euros. Se ha enriquecido mediante la función de trabajo y
mediante la propiedad minoritaria del banco. Hay un cambio sustancial en las relaciones entre capital
y trabajo tal y como
se daba en el siglo XIX y tal como se ha ido dando desde los años veinte del
siglo pasado. Capitalistas, en el sentido de propietarios de acciones, lo son
una gran masa social, donde debemos incluir a muchos trabajadores. Los
trabajadores dueños de acciones no son trabajadores puros, han sido flechados
por las formas del capital y cobran dividendos, aunque sean en poca
cantidad. Y los directivos, como Emilio Botín, son capitalistas
flechados por la función de trabajo, la de gestor, y por ese concepto se
enriquecen más que por su condición de propietario de capital. O para mayor
precisión: el dinero que ingresan bajo el concepto de salario lo convierten de
continuo a la forma de capital. De ahí que afirme que las clases sociales en la actualidad no son puras
sino mixtas. Pero los líderes más destacados de la izquierda
radical siguen representándose el mundo de forma errónea: en un lado ponen a
los trabajadores, como una gran masa social desposeída de los medios de
producción, y enfrente ponen a los capitalistas, como los grupos
minoritarios propietarios de los medios de producción. Les domina la
representación de la lucha de clases del siglo XIX frente a la realidad actual,
donde solo el caso de Emilio Botín demuestra que el mundo ya no es aquel, pues
poseyendo solo el 1 por ciento de las acciones tiene el poder del Banco de
Santander, esto es, el poder de un capital social cuya capitalización asciende
al 28 de febrero de 2014 a 75.909 millones de euros.
Los dueños de preferentes y subordinadas, aunque
sean muchos de ellos familias de trabajadores y hayan sido estafados, han
participado de los beneficios que reporta las formas del capital productor de
interés. Luego una gran masa de trabajadores no solo perciben ingresos
derivados de su función de trabajo, sino también de su función de propietarios
de capital. Si a ello sumamos el hecho de que hay bastantes trabajadores que
tienen viviendas en alquiler, esto nos afianza aún más en la idea de
que las clases sociales tienen formas mixtas. Y las formas mixtas es el anuncio de que vivimos en una época de
transición. Lo que sucede es que muchos creen que cuando se
habla de transición se habla de un periodo corto, de un puente que
nos lleva de un lugar a otro; pero en la historia económica esto no es así: los
periodos de transición pueden durar siglos.
La globalización y la adecuación de las fuerzas
sociales
Que el mundo se haya vuelto global significa no
solo una mayor interdependencia entre las naciones respecto a periodos
anteriores, puesto que desde el descubrimiento de América podemos considerar
que el mundo inició la etapa de su globalización, sino que la regionalización
de la economía ha recibido nuevos impulsos –la Unión Europea es una de las
pujantes manifestaciones de esa regionalización– y los fenómenos
económicos se han vuelto más simultáneos, hecho que se demuestra
fundamentalmente en el ámbito financiero. La época de la globalización exige
fuerzas sociales globales y, por lo tanto, superpoderosas. En este respecto son
las grandes empresas y en especial los grandes bancos los que más se adecuan
por sus dimensiones al mundo global. Han quedado por detrás los Estados y aún más por detrás los partidos
políticos. De ahí la importancia de los macroestados, como
son los casos de EEUU, China y Rusia, como medio para combatir el desenfreno
generado en el mercado mundial por las grandes empresas. De ahí igualmente la
necesidad de avanzar en el proceso de institucionalización de la Unión Europea.
No podemos pensar en pequeño y actuar con fuerzas
pequeñas en el periodo histórico donde domina lo grande. En este sentido las tendencias dominantes en la
izquierda radical siguen siendo desoladoras: por una parte, por esa tendencia
imparable a crear pequeñas formaciones políticas, y por otra parte, por esa
tendencia carente de horizonte y de apego a la realidad que la lleva a defender
que España se salga de la unión monetaria europea. Si ya desde la Unión Europea
resulta difícil luchar contra las fuerzas capitalistas globales, mucho más lo
será desde una nación aislada. Creo que sin la mentalidad de pensar en grande
en el ámbito de la actuación política, el destino de la izquierda radical
seguirá siendo los márgenes de la historia.
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