MICHAEL LÖWY
Miércoles 4 de junio de 2014
I.
Las elecciones europeas han confirmado una tendencia que veníamos observando
desde hace algunos años en la mayoría de países del continente: el espectacular
crecimiento de la extrema derecha. Se trata de un fenómeno sin precedentes
desde los años 30 del siglo XX. En la mayoría de los países este movimiento obtuvo
entre el 10 y el 20%, y en tres países -Francia, Inglaterra, Dinamarca-, entre
el 25 y el 30% de los votos. Pero su influencia es más vasta que su electorado:
contamina con sus ideas a la derecha "clásica" e igualmente a una
parte de la izquierda social-liberal. El caso francés es el más grave, el
avance del Frente Nacional ha sobrepasado todas las previsiones, incluso las
más pesimistas. Tal como decía la web de Mediapart en una
edición reciente, "El tiempo se acabó": "Il est minuit moins
cinq".
II.
Esta extrema derecha es muy diversa, se puede observar toda una gama desde
partidos abiertamente neonazis, como el griego Amanecer Dorado, hasta fuerzas
burguesas perfectamente integradas en el juego político institucional como el
PPS suizo. Lo que tienen en común es el nacionalismo chovinista, la xenofobia,
el racismo, el odio a los inmigrantes – sobre todo a los
"extraeuropeos" - y a los gitanos (el pueblo más viejo de Europa), la
islamofobia, el anticomunismo. A esto se le puede añadir, en muchos casos, el antisemitismo,
la homofobia, la misoginia, el autoritarismo, el rechazo de la democracia, la
eurofobia. Respecto a otras cuestiones – por ejemplo, el neoliberalismo o el
laicismo – este movimiento está más dividido.
III.
Sería un error creer que el fascismo y el antifascismo son fenómenos del
pasado. Es cierto que hoy no encontramos partidos de masas comparables al NSDAP
alemán de los años 30, pero ya en esta época el fascismo no se limitaba a un
solo modelo: el franquismo español y el salazarismo portugués eran bien
diferentes de los modelos italiano o alemán. Una parte importante de la extrema
derecha europea de hoy tiene una matriz directamente fascista y/o neonazi: es
el caso de Amanecer Dorado, el Jobbik húngaro, de Svoboda y el Sector de
Derechas ucranianos, etc.; pero también hay otros, como el Frente Nacional, el
FPÖ austriaco, el Vlaams Belang belga y otros, cuyos cuadros fundadores tenían
estrechos vínculos con el fascismo histórico y las fuerzas colaboracionistas
con el Tercer Reich. En otros países -Holanda, Suiza, Inglaterra, Dinamarca-
los partidos de extrema derecha no tienen origen fascista, pero comparten con
los primeros el racismo, la xenofobia y la islamofobia.
Uno
de los argumentos utilizados para mostrar que la extrema derecha ha cambiado y
que no tiene gran cosa que ver con el fascismo es su aceptación de la
democracia parlamentaria y de la vía electoral para llegar al poder. Pero
recordemos que un tal Adolf Hitler fue aupado a la Cancillería por una votación
legal del Reichstag, y que el Mariscal Pétain fue elegido Jefe de Estado por el
Parlamento francés. Si el Frente Nacional llegara al poder a través de las
elecciones -una hipótesis que desgraciadamente no podemos descartar-, ¿qué
quedaría de la democracia en Francia?
IV.
La crisis económica que asola Europa desde 2008, en general -con la excepción
de Grecia- ha favorecido más a la extrema derecha que a la izquierda radical.
La proporción entre las dos fuerzas es totalmente desequilibrada,
contrariamente a la situación europea de los años 30, que vivió, en la mayoría
de países, un aumento paralelo del fascismo y de la izquierda antifascista. La
extrema derecha actual se ha beneficiado sin duda de la crisis, pero ésta no lo
explica todo: en el Estado español y en Portugal, dos de los países más
castigados por la crisis, la extrema derecha sigue siendo marginal. Y en
Grecia, si bien Amanecer Dorado ha experimentado un crecimiento exponencial, ha
sido sobrepasada de largo por Syriza, la coalición de la izquierda radical. En
Suiza y en Austria, dos de los países a los que prácticamente no ha afectado la
crisis, la extrema derecha racista supera el 20%. Así que habría que evitar las
explicaciones economicistas a menudo avanzadas por la izquierda.
V.
Los factores históricos juegan sin duda un papel: una larga y antigua tradición
antisemita en ciertos países; la persistencia de corrientes colaboracionistas
después de la Segunda Guerra Mundial; la cultura colonial, que sigue
impregnando actitudes y comportamientos mucho después de la descolonización, no
sólo en los antiguos imperios, también en el resto de países de Europa. Todos
estos factores están presentes en Francia y contribuyen a explicar el fenómeno
del lepenismo.
VI.
El concepto de "populismo", empleado por ciertos politólogos, los
medios e igualmente por una parte de la izquierda, es absolutamente incapaz de
rendir cuentas sobre el fenómeno en cuestión, y solo sirve para confundir. Si
en la América Latina de entre los años 19330 y 1960 el término correspondía a
algo más preciso -el varguismo, el peronismo, etc.-, su uso en Europa a partir
de los años 90 es cada vez más vago e impreciso. Se define el populismo como
"una posición política que toma partido por el pueblo frente las
élites", lo que es válido para casi cualquier movimiento o partido
político. Este pseudoconcepto, aplicado a los partidos de extrema derecha,
conduce -voluntaria o involuntariamente- a legitimarlos, a hacerlos más
aceptables, cuando no simpáticos -¿quién no está por el pueblo y contra las
élites ?- evitando cuidadosamente los términos que provocan rechazo:
racismo, xenofobia, fascismo, extrema derecha. "Populismo" es también
utilizado de forma deliberadamente mistificadora por las ideologías
neoliberales para crear una amalgama entre la extrema derecha y la izquierda
radical, caracterizadas como "populismo de derechas" y
"populismo de izquierdas", opuestos a las políticas liberales, a
"Europa", etc.
VII.
La izquierda de todas las tendencias -con algunas excepciones- ha subestimado
cruelmente el peligro. No ha visto venir la ola parda, por lo tanto, no ha
visto necesario tomar la iniciativa para una movilización antifascista. Para
ciertas corrientes de la izquierda, la extrema derecha no es más que un
producto de la crisis y del desempleo, siendo éstas las causas a las que hay
que atacar, y no al fenómeno del fascismo en sí. Estos razonamientos
típicamente economicistas han desarmado a la izquierda ante la ofensiva
ideológica racista, xenófoba y nacionalista de la extrema derecha.
VIII.
Ningún grupo social está inmunizado contra la peste parda. Las ideas de la
extrema derecha, y en particular el racismo, han contaminado no solo a una gran
parte de la pequeña burguesía y de los desempleados, también a una parte de la
clase trabajadora y de la juventud. En el caso francés esto es particularmente
llamativo. Estas ideas no tienen ninguna relación con la realidad de la
inmigración: el voto por el Frente Nacional, por ejemplo, ha crecido
particularmente en algunas regiones rurales que jamás han visto a un solo
inmigrante. Y los inmigrantes gitanos, que han sido recientemente el objetivo
de una ola de histeria racista bastante impresionante -con la complaciente
participación del antes ministro "socialista" de Interior, Manuel
Valls- son menos de veinte mil en toda Francia.
IX.
Otro análisis "clásico" de la izquierda sobre el fascismo es el que
lo explica esencialmente como un instrumento del gran capital para frenar la
revolución y al movimiento obrero. Pero como hoy el movimiento obrero es muy
débil, y el peligro revolucionario inexistente, el gran capital no tiene
interés en sostener a los movimientos de extrema derecha, así que la amenaza de
una ofensiva parda no existe. Se trata, una vez más, de una visión
economicista, que no tiene en cuenta la autonomía propia de los fenómenos políticos
-los electores pueden elegir a un partido político que no tenga el favor de la
gran burguesía- y parece ignorar que el gran capital puede acomodarse a toda
clase de regímenes políticos, sin demasiados escrúpulos.
X.
No hay una receta mágica para combatir a la extrema derecha. Hay que
inspirarse, con una distancia crítica, de las tradiciones antifascistas del
pasado, pero también hay que saber innovar para responder a las nuevas formas
del fenómeno. Hay que saber combinar las iniciativas locales con los
movimientos sociopolíticos y culturales unitarios, sólidamente organizados y
estructurados, a escala nacional y continental. La unidad con todo el espectro
"republicano" puede ser puntual, pero un movimiento antifascista
organizado no será eficaz y creíble si está impulsado por las fuerzas que se
sitúan hoy dentro del consenso neoliberal dominante. Se trata de una lucha que
no puede limitarse a las fronteras de un solo país, sino que debe organizarse a
escala europea. El combate contra el racismo y la solidaridad con sus víctimas
es uno de los componentes esenciales de esta resistencia.
Traducción:
José Gallego para VIENTO SUR
http://vientosur.info/spip.php?article9107
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