11-08-2014
I
Desde
hace ya algunos años Guatemala, al igual que todos los países de la región
latinoamericana, se encuentra virtualmente bombardeada por innumerables grupos
religiosos de denominación evangélica. El fenómeno merece una especial mención,
dado que comporta ribetes de orden más sociopolíticos que específicamente
religiosos.
Ya
en la década de los '60 del pasado siglo había comenzado este proceso, pero
desde el advenimiento al poder político en los Estados Unidos de América de
Ronald Reagan y el ala ultra conservadora de los republicanos hacia los años
'80, se agiganta convirtiéndose en una estrategia política claramente definida.
De hecho aparece mencionado como un mecanismo a implementar en los Documentos
de Santa Fe I y II, base ideológica de este proyecto de derecha del poder
estadounidense. Surge casi como una contrapropuesta ante el avance de la
Teología de la Liberación de la Iglesia Católica y su compromiso social a
través de la opción por los pobres.
Las
iglesias evangélicas tradicionales (adventista, bautista, presbiteriana, etc.)
tienen ya una larga historia en Guatemala de, al menos, un siglo. Por lo
pronto, y en más de una ocasión, han desarrollado actitudes pastorales de mayor
compromiso social que la Iglesia Católica. Esto, seguramente, atendiendo a sus
orígenes históricos, proviniendo de sociedades más liberales y muchas veces
enfrentadas a la curia romana. Su incidencia cuantitativa en la población, de
todos modos, ha sido relativamente modesta, sin haberse propuesto nunca una
"cruzada" para captar feligresía.
Ahora
bien: la proliferación de los grupos evangélicos que ha tenido lugar en estas
últimas tres décadas llama la atención por varios motivos. Ante todo –asumiendo
una actitud de respeto hacia cualquier expresión religiosa, no importa cuál
sea– lo más importante a remarcar es que este movimiento, justamente, no
constituye una expresión religiosa.
Toda
esta corriente surgió –fríamente pensada como estrategia de manejo y control
social– para cumplir con un cometido no espiritual. Es una forma de
desconectar, neutralizar las preocupaciones terrenales más concretas, y
eventualmente las respuestas que se le puedan dar. Poniendo el énfasis en una
cuestionable espiritualidad casi enardecida y apelando a una moralina
simplificante, estas iniciativas se mueven hábilmente llenando vacíos en los
sectores más humildes y desprotegidos de las sociedades más pobres.
Es
claro que actúan según un mapeo de potenciales zonas conflictivas: aparecen y
se desarrollan en los países y en las regiones más pobres, donde menor
presencia estatal se verifica, y donde es más altamente probable que pueden
darse reacciones a esas situaciones estructurales de injusticia y postergación.
Actúan, en ese sentido, como claras y sopesadas estrategias
contrainsurgentes. Paños de agua fría, mecanismos de contención, colchones
suavizadores, podría llamárseles.
En
una sociedad como la guatemalteca, con más de la mitad de su población por
debajo de la línea de la pobreza que establece Naciones Unidas y lejísimo de
poder cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio, debatiéndose entre tanta
miseria y falta de salida para sus grandes mayorías, a los sectores que se
benefician de esa situación y pretenden perpetuarse sin que se dé ningún cambio
estructural, estas iglesias fundamentalistas le vienen como anillo al dedo. Así
como también le son totalmente funcionales a los planes geoestratégicos de la
potencia del Norte que nos toma como su virtual "patio trasero". Para
la política hemisférica de Washington todo lo que sea contestatario, foco de
rebeldía, una voz que se levanta en contra de algo, etc., es potencialmente
peligroso, pues podría poner en tela de juicio el statu quo. Por
ello, sin dudas, esos movimientos presuntamente religiosos o espirituales
terminan yendo más allá de ello para pasar a ser movimientos políticos.
Incluso, movimientos políticos con sustento y respuestas económicas. Y lo más
trágico del asunto: sin que quienes los engrosan lo sepan ni lo sientan como
tal.
En
otros términos, son instrumentos para sectores de poder que no desean el más
mínimo cambio. Hay iglesias históricas a las que les preocupa las causas de la
pobreza (por ejemplo: muchas denominaciones evangélicas tradicionales), pero
justamente esas iglesias no crecen. La pobreza, por cierto, no es un designo
divino; por el contrario, tiene causas muy concretas: son las injusticias de
nuestras sociedades, la violación sistemática a los derechos humanos, la
explotación lisa y llanamente, amparada muchas veces en el racismo que
atraviesa a la sociedad guatemalteca de cabo a rabo. Pero a la población –léase
"la feligresía"– no se le permite ver todo esto, y más
bien se la induce sólo a resolver sus problemas personales puntuales en su
espacio inmediato, nunca con perspectiva de futuro ni con un criterio de
comunidad, de colectividad. Se busca así que la " salvación " sea individual
sin importar a costa de qué. En tal sentido, el mensaje de estos grupos
neopentecostales pasa a ser una respuesta política, social y económica antes
que un genuino planteamiento religioso-espiritual.
El
discurso con que se presentan es sencillo, esquemático, rápidamente asimilable.
En realidad no hay precisamente un mensaje teológico o espiritual en su tejido;
antes bien proponen una visión casi maniquea de la realidad, basada en una
peligrosa y cuestionable simplificación moralista de las cosas: "buenos"
y "malos". El demonio juega un papel de trascendental importancia en
su lógica. Se mueven como sectas, apelando a un fanatismo, a un fundamentalismo
intolerante que, a veces, puede sorprender.
Desde
la experiencia guatemalteca podríamos encontrarle distintas explicaciones a
este complejo fenómeno. Por un lado, las ciencias sociales nos indican que las
religiones son un producto construido, un reflejo de las crisis económicas,
políticas, sociales y culturales de quienes las practican. Es decir: las
religiones las realizan personas con nombre y apellido, con necesidades, que
tienen un lugar concreto en la vida, que sufren, que en muchas ocasiones no
encuentran salidas a los grandes problemas de la vida. Por fuera de la
discusión si los dioses –independientemente que puedan ser una construcción
humana, una " proyección " diría el psicoanálisis– existen o no (eso
es una aporía sin solución en términos discursivos; hay más de 3,000 dioses
registrados. ¿De cuál de ellos hablamos?), las religiones sí son terrenales,
bien terrenales. Son, en definitiva, instituciones basadas en el ejercicio de
poderes. "Las religiones no son más que un conjunto de
supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes",
dijo un teólogo de monta como el italiano Giordano Bruno –lo cual, valga
aclarar, le valió la hoguera– (En Seperiza Pasquali, 2004) . O, siendo más
cáusticos: "La religión existe desde que el primer hipócrita
encontró al primer imbécil" (En Eskubi Arroyo, 2008 ), según
escribió el iluminista y agnóstico Voltaire.
II
Una
sociedad pobre, con mucha marginación, con fuertes problemas de seguridad
ciudadana, con marcada discriminación étnica, tal como es la cruda realidad en
Guatemala, se refleja en el ejercicio de la religión que practica. La gente
siempre necesita alguna explicación a las realidades que le toca vivir, y las
religiones vienen a cumplir esa misión (explican lo inexplicable, podría
decirse). Sirven como una guía hacia el futuro. Más aún en una sociedad
conflictiva, atravesada por la desigualdad y la violencia, la población
necesita consumir bienes religiosos que le ayuden a sobrevivir, a soportar
tanto sufrimiento. Otra alternativa es el alcohol, por lo que cobra sentido lo
dicho en su momento por el Premio Nobel Miguel Ángel Asturias: "En
este país sólo borracho se puede vivir" . En ese orden de cosas
no podríamos acercarnos al fenómeno del neopentecostalismo sólo negándolo o
alabándolo, sino que debemos entender qué significa como expresión social.
Por
otro lado hay que destacar que las religiones tienen su propio discurso, su
propia forma de organizarse, su propia práctica. Por tanto, existen religiones
institucionalizadas, jerarquizadas; y eso, de alguna manera también influye en
la dinámica de las sociedades. En América Latina la religión más estructurada
es la Iglesia Católica Romana, que está presente por estas tierras desde el
momento mismo del inicio de la Conquista. De hecho, la derrota de los pueblos
originarios a manos europeas a inicios del siglo XVI tiene como una de sus
aristas principales la conquista espiritual, la evangelización forzada. En tal
sentido, la Iglesia Católica tiene una larga historia, una sólida estructura,
un discurso homogéneo que se ha impuesto ya largamente en las
"mentes" y los "corazones" . Su influencia en la vida de
los países es muy visible, en las distintas manifestaciones sociales, en las
políticas de los gobiernos, en la moral cotidiana. Sus valores son aceptados
por todos. Si bien se declara el laicismo por parte del Estado, la religiosidad
católica domina ampliamente el panorama cultural. En su mayoría la población de
nuestro continente sigue siendo católica romana por toda una tradición de
siglos. Cuando aparecen todas estas expresiones neopentecostales, aparece una
disputa de espacios con la Iglesia Católica; definitivamente se trata de luchas
de poderes bien terrenales por espacios concretos de influencia. Si las
religiones tocan lo espiritual, definitivamente las iglesias se ocupan de
poderes muy terrenales, defendidos a capa y espada.
Aunque
todas estas nuevas religiones no son las oficiales, constituyen una oferta
válida, cada vez más asimilada y presente en la cotidianeidad normal. En
ciertas regiones –curiosamente los lugares más explosivos: el campo, conde
décadas atrás actuaba el movimiento revolucionario armado, y en las barriadas
populares de las ciudades, siempre los posibles focos de conflictividad social–
son una alternativa que se les ofrece a los católicos (curiosamente también:
siempre los sectores pobres). Los nuevos cultos evangélicos hablan de una
democratización de acceso a la Biblia, contrariamente a como pasa en la Iglesia
Católica, donde sólo el clero está en condiciones de acceder y explicar el
texto bíblico. Como la gente necesita, o al menos aprovecha casi como bálsamo,
un acceso directo a lo divino, por esa necesidad de búsqueda de respuestas ante
la crudeza de la vida, esa oferta neopentecostal tiene mucha aceptación. Dado
que la gente común, a través de esos nuevos cultos, puede acceder a los textos
sagrados de modo directo, eso trae cada vez más seguidores. Es gente que busca
acercarse a lo sacro como explicación de su vida, de su futuro. Si la Iglesia
Católica niega el contacto directo con todo ese campo, estas nuevas expresiones
neopentecostales lo permiten, lo favorecen y estimulan. Por tanto, enormes
cantidades de población van volcándose hacia ellas como alternativa. Por otro
lado, también facilita ese paso el hecho que ahí no hay un clero tan
impenetrable como en la Iglesia Romana. Las nuevas iglesias no exigen una gran
formación teológica para sus pastores (de hecho, muchos son semi-analfabetas y
conocen muy superficialmente el texto bíblico, más allá de rigurosas
hermenéuticas forjadas en años de seminario ascético); cualquier persona de
pueblo que se pone al frente de un grupo, sin estudios bíblicos profundos, sin
estudiar hebreo, latín ni griego, puede hacerse pastor con facilidad.
La
inmensa mayoría de la población no busca explicaciones especialmente
sofisticadas, exégesis complejas con traducciones directas del arameo, sino
respuestas concretas a sus necesidades diarias. Y esas iglesias sin dudas, a su
modo, las ofrecen. Por eso las poblaciones, en muy buena medida, se van
sintiendo identificadas con esa oferta, con un pastor del pueblo que habla su
mismo idioma. De ahí el crecimiento enorme de todo este fenómeno en nuestros
países latinoamericanos. No está de más recordar que la Iglesia Romana ha
resentido esta significativa merma de feligreses, y también de sacerdotes
(¿cuántos jóvenes están dispuestos hoy al celibato?); de ahí que ha ido tomando
formas propias de las iglesias neopentecostales, para volver más accesible y
cotidiano el credo –la misa en latín y con el sacerdote de espaldas a la gente
ya quedaron en la historia, y sin dudas no volverán. Por el contrario, no es
nada improbable que el Vaticano termine por incluir a la mujer en el oficio
religioso, y que incluso revise la abstinencia sexual de sus pastores–).
Guste
o no (la izquierda política, por ejemplo, mira absorta este crecimiento
exponencial de seguidores neoevangélicos y este muy bien realizado trabajo de
hormiga en los sectores populares), hasta ahora el neopentecostalismo se ha
identificado con los sectores pobres de la sociedad. Eso es algo muy importante
que tienen estos grupos: de la noche a la mañana confieren reconocimiento,
autorrealización a las personas que comienzan a profesar esos cultos. Lo hacen
sentir alguien importante, lo sacan del anonimato. Inclusive –dato nada
despreciable– constituyen un muy poderoso instrumento para sacar del alcoholismo
a gran cantidad de varones, logro que la población femenina no deja de
reconocer y valorar grandemente. Todo eso pesa mucho en una sociedad como la
guatemalteca donde hay tanta marginación, tanta miseria y exclusión social. Con
gente tan golpeada que necesita tanto un apoyo, es fácil que esa oferta
religiosa se expanda y crezca entre los sectores más humildes.
Y
más aún: sabido es que en los peores años del eufemísticamente llamado
Conflicto Armado Interno (mejor designado como guerra interna), mucha población
de las áreas rurales, fundamentalmente del Altiplano donde se dieron las peores
masacres, vio en estas nuevas iglesias un salvoconducto que les permitió
sobrevivir. En otros términos: por distintos motivos enormes masas de población
históricamente excluida se volcó a los nacientes cultos como válvula de escape,
como huida de realidades crudísimas (¿qué son las drogas, cualquier droga, sino
eso: escapatorias, evasivos, anestesias ante grandes dolores?).
III
Pero
también se da el fenómeno entre la clase media alta y alta. Ahí se acerca gente
de "éxito". Es decir: todas estas iglesias ofrecen los caminos para
la autorrealización y el éxito personal, por tanto dan algo que la gente
entiende mucho más, que necesita mucho más que lo que ofrece la Iglesia Católica.
De ahí que tengan tantos seguidores. Esas recetas son prácticas, resuelven,
ayudan. O al menos, así lo siente la gente. A la población más excluida, la
hace sentir que vale. Y a la gente de clase media y alta le posibilita
realmente, en algunos casos al menos, tener éxito empresarial con sus iglesias.
Surgen así, entonces, las llamadas mega-iglesias.
Por
cierto, existe una desarrollada teología de la prosperidad. Por todo esto,
estas expresiones tienen una gran demanda en nuestros países latinoamericanos,
tienen un terreno fértil para crecer y expandirse. Cosa que no se da tanto en
los países ricos del Norte, donde la población tiene más resueltos los diversos
aspectos de la vida. Ahí tienen más arraigo las iglesias protestantes
históricas, o el catolicismo (por cierto, también a la baja). Si es cierto que
se trata de estrategias de dominación pensadas en las usinas ideológicas de los
poderes imperiales en tanto mecanismos de control social, es obvio que esta
gente sabe lo que hace. ¡Y lo hace muy bien!
Otro
factor que debe tenerse en cuenta para analizar todo este fenómeno nos hace ver
que la gente ya no encuentra respuesta satisfactoria en las instituciones
religiosas tradicionales, por lo que busca nuevas expresiones. La población ya
está aburrida de tanto sacramentalismo, de tanta formalidad, por eso busca
nuevas opciones alternativas (¿convence a muchos hoy el llamado a la
abstinencia sexual hasta el casamiento? ¿Realmente se apega a la realidad
social del país el llamado a la no-realización del aborto siendo Guatemala uno
de los países de Latinoamérica con mayor porcentaje de esa práctica, siempre en
términos de ilegalidad? (Barillas, 2012). Eso no significa que ya no haya más
espiritualidad, sino que lo que sucede es que la gente quiere una relación
distinta con lo espiritual, más personal, más directa. Por eso lo encuentra más
en estos grupos neopentecostales, así como también se siente más identificada
con las nuevas expresiones de la Iglesia Católica, tal como son los grupos
carismáticos (un remedo ¿mercadológico? de los cultos neoevangélicos). Todo
esto explica el auge de estas nuevas iglesias en una América Latina, y en
particular una Guatemala con la guerra interna más cruenta de la región
–200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, impunidad campante y persistente– que
ha perdido las utopías políticas de años atrás, que no tiene referentes, que
tiene como meta un llamado moralista y apocalíptico para "parar de
sufrir", pero sin mayores alternativas más allá de ese grito de
desesperación . Ante todo eso, la gente quiere predictibilidad, saber qué va a
pasar, saber adónde va.
Ahora
bien, la pregunta que se abre, y que no deja de provocar sorpresa, se refiere
al porqué de su tan amplia aceptación, infinitamente mayor que la de cualquier
propuesta política de izquierda. No cabe ninguna duda que en estos alrededor de
30 años en los cuales estos movimientos evangélicos fundamentalistas vienen
desarrollándose, su crecimiento ha sido gigantesco. Tanto que en muchas
ocasiones están a la par –y en algunos casos superan– el poder de convocatoria
de la tradicional Iglesia Católica (toda una institución en Latinoamérica, y
sin dudas también en Guatemala, con cinco siglos de presencia y actor
principalísimo en esta historia).
Obviamente
su oferta llena un vacío; de otra manera –como es el caso de otras propuestas
religiosas existentes: mormones, testigos de Jehová, islamismo, budismo– no
encontrarían el eco que efectivamente tienen.
Actualmente,
quizá ante la falta de propuestas políticas globales alternativas, ante el
descrédito acrecentado día a día de los partidos tradicionales, estas sectas
ocupan un lugar cada vez más preponderante en la vida social de los sectores
pobres, tanto en Latinoamérica como en lo que puede constatarse en Guatemala.
En realidad no solucionan ningún aspecto práctico/concreto en la vida de
millones de pobladores del área. Pero insuflan una fuerza espiritual que
permite seguir soportando las penurias ("¿opio de los pueblos?")
Nunca más oportunas las palabras de un ideólogo estadounidense, padre
intelectual de los Documentos de Santa Fe que mencionáramos, y arquitecto de
las políticas contrainsurgentes de Washington, el polaco nacionalizado
estadounidense Zbigniew Brzezinsky: "En la sociedad actual, el
rumbo lo marca la suma de apoyo individual de millones de ciudadanos
incoordinados que caen fácilmente en el radio de acción de personalidades
magnéticas y atractivas, quienes explotan de modo efectivo las técnicas más
eficientes para manipular las emociones y controlar la razón " (Brzezinsky,
1968).
Los
grupos de poder saben lo que hacen, sin dudas; y por algo han delineado estas
nuevas religiones, hechas a la medida de las necesidades de las sociedades
donde proliferan. Si alguien maneja todo esto, es el planteamiento neoliberal.
Es decir: la competencia, el individualismo, la idea que las personas valen en
tanto consumen, y cuanto más consumen más valen. Todo eso lo transmiten de
manera funcional, bien organizada y presentada estas nuevas expresiones
religiosas. La Iglesia Católica, luego del Concilio Vaticano II, dio un gran
vuelco en su posición tradicional comenzando a tomar partido por los excluidos
con su llamada "opción preferencial por los pobres". La Teología de
la Liberación fue la expresión acabada de todo ese movimiento en el seno de la
Iglesia, de esa nueva ideología y posición para la vida pastoral. Por eso
surgen como respuesta beligerante esos documentos de Santa Fe, con la clara
intención de frenar ese avance hacia lo popular. Es así que aparecen estas
nuevas iglesias, para restarle presencia e influencia a la Iglesia Católica por
medio de una estrategia de distracción con estos cultos, desorganizando,
desmovilizando a la gente, buscando insensibilizar en relación a las causas de
la pobreza. Igualmente oportunas también las palabras ya citadas de Giordano
Bruno y de Voltaire; ¿podría acaso caber alguna duda respecto a las intuiciones
de estos finos pensadores?
Buscaron,
y buscan hoy día, despolitizar totalmente a las personas, quitan todas las
responsabilidades cívicas poniendo el énfasis exclusivamente en cuestiones
divinas despreocupándose de las cosas terrenales, de los problemas económicos y
políticos. En su prédica insisten siempre en que la política es mala, no sirve,
por lo que hay que dejar todo eso en manos de políticos profesionales que son
los que supuestamente saben del tema. Ello es congruente con la idea de
debilitar y achicar los Estados nacionales. Ahí aparece entonces toda la
prédica neoliberal, de una manera bien presentada, engañosa, disfrazada de
discurso religioso. Ese es el pensamiento real que se esconde detrás de todo
este neopentecostalismo. En definitiva: se busca mantener el privilegio de unos
pocos a partir de la pobreza de las grandes mayorías, haciendo que la gente no
advierta todo ello, quedándose simplemente con la idea que las injusticias
"son voluntad de dios". En otras palabras: para tener
"éxito" en la vida hay que seguir a estas nuevas iglesias, las
injusticias no existen y el "triunfo" es siempre producto de un
proyecto individual de autosuperación. Ese es el mensaje que se pasa
veladamente. Los que se preocupan por las injusticias terrenales no sirven, son
"perdedores", están "pasados de moda". Con estas nuevas
iglesias se logra hacer que la gente no piense en el mediano ni en el largo
plazo; se logra hacer interesar al público sólo en lo inmediato. En otros
términos, suena muy parecido a la psicología del adicto: resolver las cosas
aquí y ahora, como pura descarga puntual, sin medicaciones, sin proyecto a
largo plazo, sin historia. ¿No funcionan de la misma manera los medios masivos
de comunicación? Curiosa coincidencia. Basta revisar lo apuntado por un
intelectual orgánico al sistema como el recién citado Brzezinsky.
Los
cultos neopentecostales no son ingenuos, saben a dónde apuntan y qué proyecto
conllevan. No hay dudas que hay manos invisibles en su puesta en marcha. Y a
esto se podría agregar algo más: ahí está ligado también el tema del
narcotráfico, otro de los grandes poderes paralelos, no sólo en nuestro país
sino en la arquitectura global del actual "sistema-mundo", como diría
Wallerstein.
En
Guatemala hay cerca de 20 mega-iglesias. Estos grandes templos fabulosos,
siempre construidos con la más alta tecnología y pagados al más estricto
contado, estricto dinero efectivo, abre interrogantes. ¿Quiénes están detrás de
todas estas iniciativas? Da para reflexionar, sin dudas. ¿Podría pensarse,
eventualmente, en lavado de dinero? Estamos hablando de construcciones de
muchos millones de dólares. Debe estarse alerta ante estos mecanismos; hay que
sensibilizarse ante estas manipulaciones: aquí hay manos invisibles que
utilizan tendenciosamente, con agendas ocultas bien precisas, un supuesto
mensaje religioso. Ahí no sólo hay religión, o más aún, ahí no hay nada de
religión: hay otros intereses políticos e ideológicos de grupos que no quieren
que cambien sus privilegios.
No
hay dudas que millones de seres humanos encuentran en estas prácticas un alivio
–independientemente que podamos leerlo como engañoso, tergiversador,
maquiavélico si se quiere, en tanto sabemos la agenda oculta que lo alienta–.
El desafío que se abre para un discurso (y una práctica) comprometidos
–digámoslo así, aunque pueda sonar ostentoso– con la verdad, o con un cambio,
con una transformación social, es: ¿qué hacer ante esta avalancha de " fe
" ? ¿De qué manera oponerle alternativas válidas, coherentes? El desafío
de buscar esos caminos está abierto. Valga el presente escrito como una
provocación en esa dirección.
Bibliografía
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Teología.
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español disponible en: http://www.oocities.org/proyectoemancipacion/documentossantafe/documentos_santa_fe.htm.
Brzezinsky,
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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
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versión electrónica en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=62938
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Versión electrónica disponible en:
Martínez
Okrassa, C. (2006) Apuntes de historia de la iglesia desde las víctimas
de Centro América. Guatemala: Carlos Martínez Okrassa.
Seperiza
Pasquali, I. (2004) Sobre Giordano Bruno. Disponible en versión
electrónica en: http://mm2002.vtrbandaancha.net/soli8.html
Similox,
V. (2010) El crecimiento de las iglesias Evangélicas en Guatemala: Una
mirada Socio-religiosa. Guatemala: Concejo Ecuménico Cristiano de
Guatemala.
* Aparecido
originalmente en la Revista “Análisis de la Realidad Nacional”, N° 55, del
Instituto de Problemas Naciones de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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