08 de setiembre de
2014
Estimado Gonzalo:
Tanto el artículo Elogio
de Karl Marx (10 pags), como el libro Por qué Marx tenía razón.. (243
pag), ambos publicados por el escritor británico Terry
Eagleton en el año 2011, también me parecen muy
singulares, como acertadamente tú lo has anotado. Muy
agradecido por su reciente reenvío en versión pdf.
En estos momentos,
de confusión teórica e impotencia política temporales en las filas
del movimiento socialista mundial y del movimiento socialista peruano, esos
dos textos invitan a la revisión integral de los pensamientos de Karl Marx
y de Federico Engels, tarea que necesariamente incluye una nueva
revisión integral de la historia moderna desde 1492, y sobre todo de
la historia contemporánea desde 1917 hasta nuestros días.
En el Prefacio del
libro Por qué Marx tenía razón.., el escritor Eagleton nos adelanta
la siguiente idea rectora de su trabajo teórico: “me propongo
exponer no la perfección de las ideas de Marx, sino su plausibilidad”.
Y a continuación
agrega: “Y para demostrarla, en este libro tomo diez de las críticas
más convencionales formuladas contra el pensador alemán, sin seguir ningún
orden concreto de importancia, y trato de refutarlas una por una” (negritas
mías).
Complementariamente
agrega: “en el proceso, también pretendo ofrecer una introducción clara y
accesible a su pensamiento para quienes no estén familiarizados con su obra” (ver pag.
11)
Desde las páginas
iniciales del prefacio, ambos textos son sumamente polémicos. Incluso ordena
diez de las críticas más comunes al pensamiento de Marx, y el autor se dedica a
refutarlas una por una, seria y documentadamente.
Pero en ese acertado
intento de refutación de las críticas, y por lo tanto de defensa del
pensamiento de Marx, el autor va sembrando otras ideas polémicas propias de
su método de análisis. De la primera lectura rápida del artículo, me parece que
Eagleton se acerca y llega a lindar con una nueva tendencia
teórica que cada vez cobra más cuerpo en las filas del movimiento socialista
mundial, sobre todo después de 1989.
Esa tendencia
presuntamente “neutral”, que ya no es tan nueva que digamos, pretende
colocarse por encima de la contienda de clases, y así, según mi manera de
pensar, no se puede entender objetivamente la realidad, ni avanzar en la lucha
por el cambio social. Bajo el pretexto de la “objetividad” (más
aparente que real), muchos intelectuales de nuestro tiempo, pretenden colocarse
por encima de la lucha de clases del proletariado contra la burguesía, y de
igual manera, pretenden colocarse por encima de la lucha real y efectiva de la
naciente sociedad socialista contra la decadente sociedad capitalista.
Por el contrario,
Marx y Engels siempre asumieron una posición definida en la lucha eterna entre
lo nuevo y lo viejo, y en la lucha temporal entre el proletariado y
la burguesía. Y me parece que, desde 1917 en adelante, para entender
objetivamente la actual realidad mundial, nosotros tenemos que asumir una
posición definida en la lucha entre socialismo y capitalismo.
No soy partidario de
colocar en el mismo nivel de valoración científica y moral las
aberraciones propias de una sociedad decadente como es el capitalismo
que está pugnando desesperadamente por sobrevivir, con las desviaciones
y errores propios (muchos de ellos sumamente graves) de una sociedad
que recién se encuentra en su fase inicial, como es el socialismo.
Como diría
Mariátegui, para analizar comparativamente la evolución del capitalismo y del
socialismo en el mundo, nos hace falta un poco de “relativismo histórico” (revisar
Historia de la Crisis Mundial). Marx y Engels estudiaron y conocían muy
bien tanto la fase inicial como la fase de apogeo del capitalismo,
conocían al detalle las graves desviaciones y errores (y crímenes) que cometió
la burguesía en la fase inicial del desarrollo del capitalismo, fase primaria
que se prolongó por cerca de 300 años (entre otros textos de Marx recomiendo
revisar La Acumulación Originaria del Capital).
Marx y Engels conocían
y entendían la necesaria como inevitable alternancia de avances
y retrocesos de la burguesía en su lucha histórica contra el viejo orden
feudal, pero por muy graves que hubieran sido los reveses de la burguesía,
nunca se les ocurrió condenar la necesidad del desarrollo del nuevo orden
social capitalista que en su tiempo estaba transformando radicalmente el mundo
entero. Por el contrario, como muy pocos estudiosos se atrevieron,
Marx y Engels siempre demostraron su admiración, e incluso simpatía, con la
función histórica desempeñada por la burguesía, tal como lo podemos comprobar
en especial en las páginas del Manifiesto Comunista y de El
Capital. Ellos estaban seguros que la burguesía necesariamente triunfaría
sobre el viejo orden feudal, creando así las condiciones necesarias para el
futuro cambio a un nuevo orden social superior.
Esta es la primera
de mis observaciones al texto del artículo de Eagleton, que espero continuarlas
después de una revisión más detenida de su método, de sus conclusiones teóricas
y de sus propuestas políticas.
Supongo que estaremos
de acuerdo en que la lectura y comentario de las 243 páginas de todo el libro
demandarán algo de tiempo; más no así, la lectura comentario y debate de las
diez páginas de artículo, las cuales se pueden leer y comprender rápidamente
(como una ayuda para quienes todavía no han “abierto” el archivo digital del
artículo que tu enviaste, lo trascribo más abajo, texto divulgado originalmente
en castellano por el Blog Sin Permiso).
Para que esta lectura
y comentario, tengan una finalidad práctica que puede servir de estímulo para
su desarrollo, propongo fijarnos dos metas concretas:
1.-A mediano plazo,
este intercambio puede servir como preparación para Conmemorar dignamente el Bicentenario
del nacimiento de Carlos Marx en mayo de 2018, y también el Centenario
de la Gran Revolución Rusa en noviembre de 2017.
2.- A corto plazo,
una tarea más concreta y específica. Entre enero y mayo de 2015, deberíamos estudiar,
comentar y debatir el Manifiesto Comunista. Folleto cuyo
estudio me parece debería ser el punto de partida para un comentario
más amplio de los dos textos de Terry Eagleton. El autor británico incluso
lo cita varias veces, lo cual me parece uno de sus mejores aciertos.
Saludos
Miguel Ángel Aragón
Pd.- El comentario de Luis Miguel, sobre los problemas del necesario y
urgente reordenamiento del transporte en Lima, me parece que escapa a los
alcances de esta nota. Más acertado sería tratarlo aparte.
ELOGIO DE KARL MARX
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Terry
Eagleton · · · · ·
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08/05/11
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El pasado 5 de mayo se cumplieron 193
años del nacimiento en Tréveris del gran barbudo, el intelectual más influyente
y más citado del mundo contemporáneo. Asombrosamente, no sólo ha enterrado a
cinco generaciones de críticos, pseudocríticos y conspiradores del silencio,
sino que ha logrado sobrevivir también al heteróclito y nutridísimo club al
que, como su socarrón homónimo, siempre se negó a pertenecer: el de
los“marxistas”. Engels recordó con amargura poco antes de morir que Marx tuvo,
como Heine, la desgracia de “sembrar dragones, y a trueque, cosechar demasiadas
pulgas”. El amigo Anaclet Pons nos envía esta traducción suya del ingenioso
artículo del crítico literario británico Terry Eagleton recientemente publicado
en The
Chronicle Of Higher Education.Con agradecimientos muy especiales a
su traductor, lo reproducimos a continuación en SP.
Alabar a Karl Marx puede parecer tan perverso como dedicarle una palabra
amable al estrangulador de Boston. ¿No eran las ideas de Marx responsables de
despotismo, asesinato en masa, campos de trabajo, catástrofe económica y
pérdida de libertad para millones de hombres y mujeres? ¿No fue uno de sus
devotos discípulos un campesino georgiano paranoide de nombre Stalin, y no hubo
otro que fue un brutal dictador chino que bien puede haber teñido sus manos con
la sangre de unos 30 millones de personas?
La verdad es que Marx no fue más responsable de la opresión monstruosa
del mundo comunista de lo que lo fue Jesús de la Inquisición. Por un lado, Marx
habría despreciado la idea de que el socialismo pudiera echar raíces en
sociedades atrasadas, de una pobreza desesperada y crónica, como Rusia y China.
Si así fuera, entonces el resultado sería simplemente lo que él llamó “la
escasez generalizada”, lo que quiere decir que todo el mundo estaría
privado, no sólo los pobres. Esto significaría volver a “toda la
porquería anterior” -o, con una traducción menos fina, a “la mierda de
siempre”. El marxismo es una teoría de cómo las adineradas naciones
capitalistas podrían utilizar sus inmensos recursos para lograr la justicia y
la prosperidad para sus pueblos. No es un programa por el cual naciones
carentes de recursos materiales, de una cultura cívica floreciente, de un
patrimonio democrático, de una tecnología bien desarrollada, de tradiciones
liberales ilustradas y de una mano de obra educada y cualificada puedan
catapultarse a sí mismas a la era moderna.
(…) de otra parte, este desarrollo de las fuerzas productivas (que
entraña ya, al misma tiempo, una existencia empírica dada en un plano
histórico-universal, y no en la existencia puramente local de los hombres)
constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin
ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría
de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente
en toda la porquería anterior.— Karl Marx, La ideología alemana.
Marx sin duda quería ver prosperar la justicia y la prosperidad en tales
lugares. Escribió con rabia y con elocuencia acerca de varias de las oprimidas
colonias de Gran Bretaña, y no menos de Irlanda y de la India. Y el movimiento
político que su trabajo puso en marcha ha hecho más para ayudar a las naciones
pequeñas a deshacerse de sus amos imperialistas que cualquier otra corriente
política. Sin embargo, Marx no era tan incauto como para imaginar que el
socialismo se pudiera construir en esos países sin que las naciones más
avanzadas les prestaran su ayuda. Y eso significaba que la gente común de los
países avanzados tenían que arrancar los medios de producción de manos de sus
gobernantes y ponerlos al servicio de los condenados de la tierra. Si esto hubiera
sucedido en la Irlanda del siglo XIX, no habría habido el hambre que envió a un
millón de hombres y mujeres a la tumba y a otros dos o tres millones hasta los
confines de la tierra.
Hay un sentido en el que el conjunto de los escritos de Marx se pueden
resumir en varias preguntas embarazosas: ¿Por qué el Occidente capitalista ha
acumulado más recursos de los que jamás hemos visto en la historia humana y,
sin embargo, parece incapaz de superar la pobreza, el hambre, la explotación y
la desigualdad? ¿Cuáles son los mecanismos por los cuales la riqueza de una
minoría parece engendrar miseria e indignidad para la mayoría? ¿Por qué la
riqueza privada parecen ir de la mano con la miseria pública? ¿Es, como
sugieren los reformistas liberales de buen corazón, que no hemos conseguido
eliminar estas bolsas de miseria humana, pero que lo haremos con el paso del
tiempo? ¿O es más plausible sostener que hay algo en la naturaleza del
capitalismo que genera privación y desigualdad, tan cierto como que Charlie
Sheen genera chismes?
Marx fue el primer pensador en hablar en esos términos. Este desarrapado
exiliado judío, un hombre que una vez comentó que nadie había escrito tanto
sobre el dinero y tenía tan poco, nos legó el lenguaje con el que el sistema en
que vivimos puede ser entendido como un todo. Sus contradicciones fueron
analizadas, su dinámica interior dejada al descubierto, sus orígenes históricos
examinados y su potencial caída anunciada. Esto no quiere decir que Marx
considerara al capitalismo simplemente como una Mala Cosa, como admirar a Sarah
Palin o echar el humo del tabaco a la cara de los niños. Por el contrario, era
extravagante en su alabanza de la clase que lo creó, un hecho que tanto sus
críticos como sus discípulos han disimulado convenientemente. No hay sistema
social en la historia, escribió, que haya demostrado ser tan revolucionario. En
un puñado de siglos, las burguesías (middle classes)capitalistas
habían borrado de la faz de la tierra casi todo el rastro de sus enemigos
feudales. Habían acumulado tesoros materiales y culturales, inventado los
derechos humanos, emancipado a los esclavos, derrocado a los autócratas,
desmantelado los imperios, lucharon y murieron por la libertad humana, y
sentaron las bases de una civilización verdaderamente global. Ningún documento
prodiga elogios tales como ese histórico y poderoso logro que es El
Manifiesto Comunista , ni siquiera el Wall Street Journal. [1]
Eso, sin embargo, fue sólo una parte de la historia. Hay quienes ven la
historia moderna como un relato apasionante de progreso, y quienes lo ven como
una larga pesadilla. Marx, con su perversidad habitual, pensó que era ambas
cosas. Cada avance de la civilización ha traído consigo nuevas posibilidades de
barbarie. Los lemas de la gran revolución burguesa(middle-class),“Libertad,
Igualdad, Fraternidad”, fueron también sus consignas. Él simplemente se
preguntó por qué esas ideas no podrían ponerse en práctica sin violencia,
pobreza y explotación. El capitalismo había desarrollado energías y capacidades
humanas más allá de toda medida anterior. Sin embargo, no había utilizado esas
capacidades para hacer que los hombres y mujeres se liberaran de la fatiga
inútil. Por el contrario, se los había forzado a trabajar más duro que nunca.
En las civilizaciones más ricas de la tierra se padecía tanto como en sus
antepasadas del Neolítico.
Esto, consideraba Marx, no era debido a la escasez natural. Se debía a
la forma peculiarmente contradictoria en la que el sistema capitalista genera
sus fabulosas riquezas. Igualdad para algunos significa desigualdad de los
demás, y libertad para algunos supone opresión e infelicidad para muchos. La
voracidad del sistema a la búsqueda de poder y beneficio había convertido las
naciones extranjeras en colonias esclavizadas, y a los seres humanos en
juguetes de las fuerzas económicas más allá de su control. Había asolado el
planeta con la contaminación y la hambruna masiva, y cicatrizado con guerras
atroces. Algunos críticos de de Marx señalan con razón la atrocidad de los
asesinatos en masa en la Rusia y la China comunistas. No suelen recordar con
idéntica indignación los crímenes genocidas del capitalismo: las hambrunas de
finales del siglo XIX en Asia y África en los que murieron muchos millones de
personas; la carnicería de la Primera Guerra Mundial, en la que las naciones
imperialistas masacraron a sus propios trabajadores en la lucha por los
recursos mundiales; y los horrores del fascismo, un régimen al que el capitalismo
tiende a recurrir cuando su espalda está contra la pared. Sin el sacrificio de
la Unión Soviética, entre otras naciones, el régimen nazi aún podría estar
incólume.
Los marxistas alertaron de los peligros del fascismo mientras los
políticos del llamado mundo libre seguían preguntándose en voz alta si Hitler
era un tipo tan desagradable como lo pintaban. Casi todos los seguidores
actuales de Marx rechazan las villanías de Stalin y de Mao, mientras que muchos
no-marxistas seguirían defendiendo enérgicamente la destrucción de Dresde o
Hiroshima. Las modernas naciones capitalistas son en su mayor parte fruto de
una historia de genocidio, violencia y exterminio igual de detestables que los
crímenes del comunismo. El capitalismo también fue forjado con sangre y lágrimas,
y Marx estuvo allí para presenciarlo. Es sólo que el sistema ha estado
funcionando el tiempo suficiente para que la mayoría de nosotros olvidemos ese
hecho.
La selectividad de la memoria política tiene algunas curiosas formas.
Tomemos, por ejemplo, el 11/S. Me refiero al primer 11/S, no al segundo. Me
refiero al 11/S que tuvo lugar exactamente 30 años antes de la caída del World
Trade Center, cuando los Estados Unidos ayudaron a derrocar al gobierno
democráticamente elegido de Salvador Allende en Chile, instalando en su lugar a
un dictador odioso que asesinó muchas más personas de las que murieron en ese
terrible día en Nueva York y Washington. ¿Cuántos estadounidenses son
conscientes de ello? ¿Cuántas veces ha sido mencionado en Fox News? [2]
Marx no era un soñador utópico. Por el contrario, comenzó su carrera
política peleando ferozmente con los utópicos soñadores que le rodeaban. Tenía
tanto interés en una sociedad humana perfecta como lo pueda tener un personaje
de Clint Eastwood, y nunca habló de forma tan absurda. No creía que hombres y
mujeres pudieran superar al Arcángel Gabriel en santidad. Por el contrario,
creía factible que el mundo pudiera convertirse en un lugar considerablemente
mejor. En eso fue un realista, no un idealista. Quienes de verdad esconden la
cabeza-la moral de avestruz de este mundo- son aquellos que niegan que no puede
haber ningún cambio radical. Se comportan como si Padre de familia y la pasta
dentífrica multicolor fuera a seguir existiendo en el año 4000. Toda la
historia de la humanidad refuta este punto de vista.
El cambio radical, sin duda, puede no ser para mejor. Tal vez el único
socialismo que veamos sea uno impuesto a un puñado de seres humanos que puedan
escabullirse de algún holocausto nuclear o de un desastre ecológico. Marx habla
incluso agriamente de la posible “mutua ruina de todos los partidos”.
Un hombre que fue testigo de los horrores de la Inglaterra
industrial-capitalista era poco probable que albergara presunciones idealistas
acerca de sus congéneres. Todo lo que quería decir es que hay recursos más que
suficientes en el planeta para resolver la mayoría de nuestros problemas
materiales, así como que había comida más que suficiente en Gran Bretaña en la
década de 1840 para alimentar a la hambrienta población irlandesa varias veces.
Es la manera en que organizamos la producción lo que es crucial. Notoriamente,
Marx no nos proporcionó un plan sobre cómo hacer las cosas de forma diferente.
Es bien sabido que tiene poco que decir sobre el futuro. La única imagen del
futuro es el fracaso del presente. No es un profeta en el sentido de mirar en
una bola de cristal. Es un profeta en el sentido bíblico de alguien que nos
advierte de que, a menos que cambiemos nuestras injustas maneras, es probable
que el futuro sea muy desagradable. O que no haya futuro en absoluto.
El socialismo, pues, no depende de un cambio milagroso en la naturaleza
humana. Algunos de los que defendieron el feudalismo contra los valores
capitalistas en la Baja Edad Media predicaban que el capitalismo nunca
funcionaría, ya que era contrario a la naturaleza humana. Algunos capitalistas
ahora dicen lo mismo sobre el socialismo. Sin duda hay una tribu en algún lugar
de la cuenca del Amazonas que cree que no puede sobrevivir un orden social
donde un hombre puede casarse con la mujer de su hermano fallecido. Todos
tendemos a absolutizar nuestras propias condiciones. El socialismo no
ahuyentaría la rivalidad, la envidia, la agresión, la posesividad, la
dominación y la competencia. El mundo todavía mantendría su ración de matones,
tramposos, vividores, oportunistas y psicópatas ocasionales. Es sólo que la
rivalidad, la agresión y la competencia ya no adquirirían la forma de ciertos
banqueros quejándose de que sus bonos se han reducido a un unos miserables 5
millones de dólares, mientras que millones de personas en todo el mundo luchan
por sobrevivir con menos de 2 dólares al día.
Marx fue un pensador profundamente moral. Habla en El Manifiesto Comunista de un mundo
en el que “el libre desarrollo de cada uno condicione el libre
desarrollo de todos”. Este es un ideal para guiarnos, no una condición que
podamos alcanzar nunca del todo. Pero su lenguaje es sin embargo significativo.
Como buen humanista romántico, Marx creía en la singularidad del individuo. La
idea impregna sus escritos de principio a fin. Tenía pasión por lo sensualmente
específico y aversión a las ideas abstractas, a pesar de lo ocasionalmente
necesarias que pensaba que podrían ser. Su llamado materialismo está en la raíz
del cuerpo humano. Una y otra vez, habla de la sociedad justa como aquella en
la que hombres y mujeres sean capaces de realizar sus poderes y capacidades
distintivos en sus propias formas distintivas. Su objetivo moral es la
autorrealización placentera. En esto se une a su gran mentor Aristóteles, que
entiende que la moralidad trata de cómo florecer más rica y agradablemente, y
no ante todo (como la edad moderna desastrosamente imagina) sobre las leyes,
derechos, obligaciones y responsabilidades.
¿Cómo este objetivo moral difiere del individualismo liberal? La
diferencia es que, para lograr la verdadera realización personal, Marx cree que
los seres humanos deben encontrarla en los otros, los unos a través de los
otros. No es sólo una cuestión de que cada uno haga sus propias cosas aislado
de los demás. Lo que ni siquiera sería posible. El otro debe ser el terreno de
nuestra propia realización, al mismo tiempo que él o ella nos proporcionan
nuestra misma condición. A nivel interpersonal, es lo que se conoce como amor.
En el plano político, se lo conoce como socialismo. El socialismo para Marx
sería simplemente cualquier conjunto de instituciones que permitieran que esta
reciprocidad ocurriera en la mayor medida posible. Piénsese en la diferencia entre
una empresa capitalista, en la que la mayoría trabaja para el beneficio de unos
pocos, y una cooperativa socialista, en la que mi propia participación en el
proyecto aumenta el bienestar de todos los demás, y viceversa. No se trata de
que haya un santo auto sacrificio. El proceso está integrado en la estructura
de la institución.
El objetivo de Marx es el ocio, no el trabajo. La mejor razón para ser
un socialista, excepto para los pesados a los que sucede que no les gusta, es
que detestas tener que trabajar. Marx pensaba que el capitalismo había
desarrollado las fuerzas productivas hasta el punto de que, bajo relaciones
sociales diferentes, podrían ser utilizadas para emancipar a la mayoría de
hombres y mujeres de las formas más degradantes de trabajo. ¿Qué pensaba que
íbamos a hacer entonces? Lo que quisiéramos. Si, como el gran socialista
irlandés Oscar Wilde, optamos simplemente por estar todo el día echados, con
vaporosas prendas carmesí, bebiendo absenta y leyéndonos las páginas impares de
Homero uno a otro, entonces que así sea. La cuestión, sin embargo, era que este
tipo de actividad libre tenía que estar disponible para todos. Nosotros ya no
toleraríamos una situación en la que la minoría tuviera tiempo de ocio porque
la mayoría tuviera que trabajar.
Lo que interesaba a Marx, en otras palabras, era lo que un poco
engañosamente se podría llamar lo espiritual, no lo material. Si las
condiciones materiales tuvieran que ser cambiadas, que lo fueran para
liberarnos de la tiranía de lo económico. Él mismo era asombrosamente muy leído
en literatura mundial, le encantaba el arte, la cultura y la conversación
civilizada, se deleitaba con el ingenio, las comicidad y el buen humor, y una
vez fue perseguido por un policía por romper una farola en el transcurso de una
juerga. Era, por supuesto, ateo, pero no hay que ser religioso para ser
espiritual. Fue uno de los muchos y grandes herejes judíos, y su obra está
saturada de los grandes temas del judaísmo, como la justicia, la emancipación,
el Día del Juicio, el reinado de paz y abundancia, la redención de los pobres.
¿Qué hay, pues, del pavoroso Día del Juicio final? ¿No preveía Marx que
la humanidad requeriría una revolución sangrienta? No necesariamente. Pensaba
que algunos países, como Gran Bretaña, Holanda y los Estados Unidos, podrían
alcanzar el socialismo en paz. Si bien era un revolucionario, era también un
vigoroso campeón de la reforma. En cualquier caso, cuando las personas dicen
que se oponen a la revolución por lo general eso significa que les disgustan
ciertas revoluciones, y otras no. ¿Son los estadounidenses antirrevolucionarios
hostiles a la Revolución Americana como lo son a la cubana? ¿Se frotan las
manos con las insurrecciones recientes de Egipto y Libia, o con las que
derribaron las potencias coloniales en Asia y África? Nosotros mismos somos
productos de levantamientos revolucionarios ocurridos en el pasado. Algunos
procesos de reforma han sido mucho más sangrientos que algunos actos
revolucionarios. Hay tantas revoluciones de terciopelo como violentas. La
Revolución Bolchevique se llevó a cabo con escasas pérdidas humanas. La Unión
Soviética que engendró cayó unos 70 años más tarde, sin apenas derramamiento de
sangre.
Algunos críticos de Marx rechazan una sociedad dominada por el Estado. Y
así lo pensaba él. Detestaba la política de Estado tanto como le disgusta al
Tea Party, aunque por razones bastante menos chuscas. ¿Fue, podrían preguntar
las feministas, un patriarca victoriano? Por supuesto. Pero como algunos
comentaristas (no marxistas) modernos han señalado, fueron los hombres del
mundo socialista y comunista, hasta el resurgimiento del movimiento de las
mujeres en la década de 1960, los que consideraron que la cuestión de la
igualdad de la mujer era vital para otras formas de liberación política. La
palabra “proletariado” se refiere a los que en la sociedad antigua eran
demasiado pobres para servir al Estado con otra cosa que no fuera el fruto de
su vientre. “Proletarios”significa “descendientes”. Hoy en día, en los talleres
y en las pequeñas granjas del tercer mundo, el típico proletario sigue siendo
una mujer.
Lo mismo ocurre con las cuestiones étnicas. En las década de 1920 y
1930, prácticamente los únicos hombres y mujeres que predicaban la igualdad
racial eran comunistas. La mayoría de los movimientos anticoloniales fueron
inspirados por el marxismo. El pensador anti socialista Ludwig von Mises describe el
socialismo como“el movimiento de reforma más potente que la historia haya
conocido jamás, la primera tendencia ideológica no limitada a una parte de la
humanidad, sino respaldada por gente de todas las razas, naciones, religiones y
civilizaciones”.Marx, que conocía su historia un poco mejor, podría haberle
recordado a von Mises el cristianismo, pero la cuestión sigue siendo
contundente. En cuanto al medio ambiente, Marx prefigura asombrosamente nuestra
propia política verde. La naturaleza, y la necesidad de considerarla como
aliada en lugar de antagonista, era una de sus preocupaciones constantes.
¿Por qué podría Marx volver a estar en nuestras preocupaciones?
Irónicamente, la respuesta es: por el capitalismo. Cada vez que uno oye hablar
a los capitalistas sobre el capitalismo, uno sabe que el sistema tiene
problemas. Por lo general, prefieren un término más anodino, como el de “libre
empresa”. Las crisis financieras recientes nos han obligado una vez más a
pensar la organización en la que vivimos como un todo, y fue Marx quien primero
lo hizo posible. Fue El Manifiesto Comunista el que predijo
que el capitalismo se convertiría en mundial, y que sus desigualdades se
agudizarían gravemente. ¿Tiene su trabajo algún defecto? Cientos. Pero es un
pensador demasiado creativo y original para ser reducido a los vulgares
estereotipos de sus enemigos.
NOTAS T.: [1] The Wall Street Journal, el diario ultra liberal editado en el corazón del complejo financiero
del Imperio, defensor a ultranza de las políticas monetaristas y especulativas
responsables de la crisis mundial.[2] Fox News, cadena televisiva en USA, propiedad del grupo Murdoch, conocida por su
conservadurismo extremista y guerrerista, representante de los sectores
radicalizados del Partido Republicano, como el Tea Party.
Terry Eagleton,
internacionalmente reconocido crítico cultural en la tradición marxista
británica de Raymond Williams, es profesor de literatura en la Universidad de
Manchester. Se ha publicado recientemente en castellano (editorial Debate) su
interesante libro de memorias: El portero. Anaclet Ponses
un historiador catalán. Maniene un interesante blog (Clionauta: Blog de Historia), en donde
apareció por vez primera esta traducción.
sinpermiso
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