martes, 21 de octubre de 2014

EL PAÍS TIENE EL GOBIERNO QUE SE MERECE (Parte I)




I

Este libro (Ludwig Feuerbach, de C.N Starcke, 1885) nos retrotrae a un período que, separado de nosotros en el tiempo por una generación, es a pesar de ello tan extraño para los alemanes de hoy, como si desde entonces hubiera pasado un siglo entero. Y sin embargo, este período fue el de la preparación de Alemania para la revolución de 1848; y cuanto ha sucedido de entonces acá en nuestro país, no es más que una continuación de 1848, más que una ejecución del testamento de la revolución.

Lo mismo que en Francia en el siglo XVIII, en la Alemania del siglo XIX la revolución filosófica fue el preludio de la política. Pero ¡cuán distintas la una de la otra! Los franceses, en lucha franca con la ciencia oficial, con la Iglesia, e incluso no pocas veces con el Estado; sus obras, impresas al otro lado de la frontera, en Holanda o en Inglaterra, y además los autores, con harta frecuencia, dando con sus huesos en la Bastilla. En cambio los alemanes, profesores en cuyas manos ponía el Estado la educación de la juventud; sus obras, libros de texto consagrados; y el sistema que coronaba todo el proceso de desarrollo, el sistema de Hegel, ¡elevado incluso, en cierto grado, al rango de filosofía oficial del Estado monárquico prusiano! ¿Era posible que detrás de estos profesores, detrás de sus palabras pedantescamente oscuras, detrás de sus períodos largos y aburridos, se escondiese la revolución? Pues, ¿no eran precisamente los hombres a quienes entonces se consideraba como los representantes de la revolución, los liberales, los enemigos más encarnizados de esta filosofía que embrollaba las cabezas? Sin embargo, lo que no alcanzaron a ver ni los gobiernos ni los liberales, lo vio ya en 1833, por lo menos, un hombre; cierto es que este hombre se llamaba Enrique Heine.

Pongamos un ejemplo. No ha habido tesis filosófica sobre la que más haya pesado la gratitud de gobiernos miopes y la cólera de liberales, no menos cortos de vista, como sobre la famosa tesis de Hegel:

“Todo lo real es racional, y todo lo racional es real”

¿No era esto, palpablemente, la canonización de todo lo existente, la bendición filosófica dada al despotismo, al Estado policiaco, a la justicia de gabinete, a la censura? Así lo creía, en efecto, Federico Guillermo III; así lo creían sus súbditos. Pero, para Hegel, no todo lo que existe, ni mucho menos, es real por el solo hecho de existir. En su doctrina, el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que, además de existir, es necesario,

“la realidad, al desplegarse, se revelas como necesidad”por lo que Hegel no reconoce, ni mucho menos, como real, por el solo hecho de dictarse, una medida cualquiera de gobierno: él mismo pone el ejemplo “de cierto sistema tributario”. Pero todo lo necesario se acredita también, en última instancia, como racional. Por tanto, aplicado al Estado prusiano de aquel entonces, la tesis hegeliana sólo puede interpretarse así: este Estado es racional, ajustado a la razón, en la medida en que es necesario; si, no obstante eso, nos parece malo, y, a pesar de serlo, sigue existiendo, lo malo del gobierno tiene su justificación y su explicación en lo malo de sus súbditos. Los prusianos de aquella época tenían el gobierno que se merecían.

            Ahora bien; según Hegel, la realidad no es, ni mucho menos, un atributo inherente a una situación social o política dada en todas las circunstancias y en todos los tiempos. Al contrario. La república romana era real, pero el Imperio romano que la desplazó lo era también. En 1789, la monarquía francesa se había hecho tan irreal, es decir, tan despojada de toda necesidad, tan irracional, que hubo de ser barrida por la gran Revolución, de la que Hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Como vemos, aquí lo irreal era la monarquía y lo real la revolución. Y así, en el curso del desarrollo, todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su necesidad, su razón de ser, su carácter racional, y el puesto de lo real que agoniza es ocupado por una realidad nueva y viable; pacíficamente, si lo viejo es lo bastante razonable para resignarse a morir sin lucha; por la fuerza, si se opone a esta necesidad. De este modo, la tesis de Hegel se torna, por su propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo lo que es real, dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su destino, lleva en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional en la cabeza del hombre se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy choque todavía con la aparente realidad existente. La tesis de que todo lo real es racional, se revuelve, siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.

            Y en esto precisamente estriba la verdadera significación y el carácter revolucionario de la filosofía hegeliana (a la que habremos de limitarnos aquí, como remate de todo el movimiento filosófico desde Kant): en que daba al traste para siempre con el carácter definitivo de todos los resultados del pensamiento y de la acción del hombre. En Hegel la verdad que debía de conocer la filosofía no era ya una colección de tesis dogmáticas fijas que, una vez encontradas, sólo haya que aprenderse de memoria; ahora, la verdad residía en el proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria histórica de la ciencia, que, desde las etapas inferiores se remonta a las fases cada vez más altas de conocimiento, pero sin llegar jamás, por el descubrimiento de una llamada verdad absoluta, a un punto en que ya no pueda seguir avanzando, en que sólo le reste cruzarse de brazos y sentarse a admirar la verdad absoluta conquistada. Y lo mismo que en el terreno filosófico, en los demás campos del conocimiento y en el de la actuación práctica. La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un “Estado” perfecto, son cosas que sólo pueden existir en la imaginación; por el contrario: todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad humana, desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias, y por tanto, legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno; tienen que ceder el paso a otra forma más alta, a la que también le llegará, en su día, la hora de caducar y perecer. Del mismo modo que la burguesía, por medio de la gran industria, la concurrencia y el mercado mundial acaba prácticamente con todas las instituciones estables, consagradas por una venerable antigüedad, esta filosofía dialéctica acaba con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de estados absolutos de la humanidad, congruentes con aquella. Ante esta filosofía, no existe nada definitivo, absoluto, sagrado; en todo pone de relieve su carácter perecedero, y no deja en pie más que el progreso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el cerebro pensante es esta misma filosofía. Cierto es que tiene también un lado conservador, en cuanto que reconoce la legitimidad de determinadas fases del conocimiento y de la sociedad, para su época y bajo sus circunstancias; pero nada más. El conservadurismo de este modo de concebir es relativo; su carácter revolucionario es absoluto, es lo único absoluto que deja en pie.

Federico Engels
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Editorial Progreso Moscú, 1978
(Énfasis agregados)

            Nota.- La relación realidad superficial-realidad profunda, de JCM, tiene su base dialéctica. La realidad superficial se ve con la mirada, la realidad profunda se ve con el análisis. Se puede poner como ejemplo un hecho reciente y sus consignas:

EN PERÚ
ROBA PERO HACE OBRAS
EN BOLIVIA
NACIONALISTA ANTICAPITALISTA

            De inmediato se nota que las expresiones están “empasteladas” En verdad, en Bolivia circula el mensaje nacionalista anticapitalista; en nuestro país circula el mensaje roba pero hace obras. En uno está surgiendo una nueva realidad, en otra se sigue imponiendo una vieja realidad. Una expresa la realidad profunda, otra expresa la realidad superficial.

            Pero tanto en uno como en otro, el pueblo tiene el gobierno que se merece.

            Para que haya una revolución política se requiere que haya una revolución mental. A ambas se opone el colonialismo, utilizando las contradicciones internas. ¿Cómo se impone en nuestro país? Es lo que debemos tener siempre presente.

Por un lado, desarrollando el colonialismo mental. Es demasiado evidente que “el perro del hortelano”, el “roba pero hace obras” expresan este colonialismo mental.

             Por otro lado, atizando las contradicciones internas. Es demasiado evidente que “la marcha de los cuatro suyus”, “la gran transformación” expresan este divisionismo interno.

            Conoce a tu enemigo y conócete tú mismo, es la enseñanza básica para poder activar en todo proceso, y específicamente en el proceso político.

            En elecciones centrales, en un país se impone un masacrado, en otro país se impuso un masacrador. ¿Es cierto o no? ¿Por qué? Porque la revolución mental precede a la revolución política. Y por eso la bloquea la reacción con su poder mediático.

            La revolución mental tiene un alto hito en nuestro país: 7 Ensayos. Es el libro más editado. Pero no se puede esperar que la izquierda protestataria lo tenga como su literatura basal. Tampoco se puede esperar que el nacionalismo étnico lo tenga como su literatura basal. Les basta la “lucha contra la corrupción”

            Por eso debemos luchar para que el Socialismo Peruano lo tenga como su libro basal. Durante la represión anti-subversiva, quien tenía este libro era tildado de “terrorista” Recordemos que para imponerse, el Vaticano prohibió la Biblia; y sólo le dio vía libre cuando los protestantes basaron su propaganda en su difusión y estudio.

            7 Ensayos tiene más actualidad que la que tuvo en 1928. ¡Y es más necesario! Quien pretenda señalar que estuvo errado o que no tiene actualidad, ¡tiene que demostrarlo y no simplemente negarlo con un simple decreto-ley!

            La subversión del pueblo ancestral es un hito glorioso en la historia de nuestra formación nacional. La subversión criolla es otro hito glorioso en la historia de nuestra formación nacional, Ambas fueron necesarias, y por tanto legítimas. Pero una caducó definitivamente con la Rebelión de Atusparia. Y la otra ha caducado definitivamente con la mentalidad colonial de su capitalismo marginal, parasitario y rentista. Para muestra, su “crecimiento económico extractivista”, simple explotación neocolonial.

            Las actuales condiciones nuevas y superiores son la base para el accionar del Socialismo Peruano. Para ligar su teoría y práctica sólo le falta ORGANIZACIÓN.

            Entonces, en esta nueva lucha final ¡AGRUPEMONOS TODOS!

Ragarro
21.10.14


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