I
Este libro (Ludwig Feuerbach, de C.N
Starcke, 1885) nos retrotrae a un período que, separado de nosotros en el
tiempo por una generación, es a pesar de ello tan extraño para los
alemanes de hoy, como si desde entonces hubiera pasado un siglo entero. Y
sin embargo, este período fue el de la preparación de Alemania para la
revolución de 1848; y cuanto ha sucedido de entonces acá en nuestro país, no es
más que una continuación de 1848, más que una ejecución del testamento de la
revolución.
Lo mismo que en Francia en el siglo XVIII, en la
Alemania del siglo XIX la revolución filosófica fue el preludio de la
política. Pero ¡cuán distintas la una de la otra! Los franceses, en lucha
franca con la ciencia oficial, con la Iglesia, e incluso no pocas veces con el
Estado; sus obras, impresas al otro lado de la frontera, en Holanda o en
Inglaterra, y además los autores, con harta frecuencia, dando con sus huesos en
la Bastilla. En cambio los alemanes, profesores en cuyas manos ponía el Estado
la educación de la juventud; sus obras, libros de texto consagrados; y el
sistema que coronaba todo el proceso de desarrollo, el sistema de Hegel,
¡elevado incluso, en cierto grado, al rango de filosofía oficial del Estado
monárquico prusiano! ¿Era posible que detrás de estos profesores, detrás de sus
palabras pedantescamente oscuras, detrás de sus períodos largos y aburridos, se
escondiese la revolución? Pues, ¿no eran precisamente los hombres a quienes
entonces se consideraba como los representantes de la revolución, los
liberales, los enemigos más encarnizados de esta filosofía que embrollaba las
cabezas? Sin embargo, lo que no alcanzaron a ver ni los gobiernos ni los
liberales, lo vio ya en 1833, por lo menos, un hombre; cierto
es que este hombre se llamaba Enrique Heine.
Pongamos un ejemplo. No ha habido tesis filosófica
sobre la que más haya pesado la gratitud de gobiernos miopes y la cólera de
liberales, no menos cortos de vista, como sobre la famosa tesis de Hegel:
“Todo lo real es racional, y todo lo racional es
real”
¿No era esto, palpablemente, la canonización de
todo lo existente, la bendición filosófica dada al despotismo, al Estado
policiaco, a la justicia de gabinete, a la censura? Así lo creía, en efecto,
Federico Guillermo III; así lo creían sus súbditos. Pero, para Hegel, no todo
lo que existe, ni mucho menos, es real por el solo hecho de existir. En su
doctrina, el atributo de la realidad sólo corresponde a lo que, además de
existir, es necesario,
“la realidad, al desplegarse, se revelas como
necesidad”; por lo que
Hegel no reconoce, ni mucho menos, como real, por el solo hecho de dictarse,
una medida cualquiera de gobierno: él mismo pone el ejemplo “de cierto sistema
tributario”. Pero todo lo necesario se acredita también, en última instancia,
como racional. Por tanto, aplicado al Estado prusiano de aquel entonces, la
tesis hegeliana sólo puede interpretarse así: este Estado es racional,
ajustado a la razón, en la medida en que es necesario; si, no obstante eso, nos
parece malo, y, a pesar de serlo, sigue existiendo, lo malo del gobierno tiene
su justificación y su explicación en lo malo de sus súbditos. Los prusianos de
aquella época tenían el gobierno que se merecían.
Ahora
bien; según Hegel, la realidad no es, ni mucho menos, un atributo
inherente a una situación social o política dada en todas las circunstancias y
en todos los tiempos. Al contrario. La república romana era real, pero el
Imperio romano que la desplazó lo era también. En 1789, la monarquía
francesa se había hecho tan irreal, es decir, tan despojada de toda necesidad,
tan irracional, que hubo de ser barrida por la gran Revolución, de la que
Hegel hablaba siempre con el mayor entusiasmo. Como vemos, aquí lo
irreal era la monarquía y lo real la revolución. Y así, en el curso del
desarrollo, todo lo que un día fue real se torna irreal, pierde su
necesidad, su razón de ser, su carácter racional, y el puesto de lo real
que agoniza es ocupado por una realidad nueva y viable;
pacíficamente, si lo viejo es lo bastante razonable para resignarse a morir sin
lucha; por la fuerza, si se opone a esta necesidad. De este modo, la tesis de
Hegel se torna, por su propia dialéctica hegeliana, en su reverso: todo
lo que es real, dentro de los dominios de la historia humana, se convierte con
el tiempo en irracional; lo es ya, de consiguiente, por su destino, lleva
en sí de antemano el germen de lo irracional; y todo lo que es racional en la
cabeza del hombre se halla destinado a ser un día real, por mucho que hoy
choque todavía con la aparente realidad existente. La tesis de que todo
lo real es racional, se revuelve, siguiendo todas las reglas del método
discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.
Y
en esto precisamente estriba la verdadera significación y el carácter
revolucionario de la filosofía hegeliana (a la que habremos de
limitarnos aquí, como remate de todo el movimiento filosófico desde Kant): en
que daba al traste para siempre con el carácter definitivo de todos los
resultados del pensamiento y de la acción del hombre. En Hegel la verdad que
debía de conocer la filosofía no era ya una colección de tesis dogmáticas fijas
que, una vez encontradas, sólo haya que aprenderse de memoria; ahora, la
verdad residía en el proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria
histórica de la ciencia, que, desde las etapas inferiores se remonta a las
fases cada vez más altas de conocimiento, pero sin llegar jamás, por el
descubrimiento de una llamada verdad absoluta, a un punto en que ya no pueda
seguir avanzando, en que sólo le reste cruzarse de brazos y sentarse a admirar
la verdad absoluta conquistada. Y lo mismo que en el terreno filosófico, en los
demás campos del conocimiento y en el de la actuación práctica. La historia, al
igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un
estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un “Estado”
perfecto, son cosas que sólo pueden existir en la imaginación; por el
contrario: todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras
tantas fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad
humana, desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son
necesarias, y por tanto, legítimas para la época y para las
condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de
ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco
a poco en su propio seno; tienen que ceder el paso a otra forma más alta, a la
que también le llegará, en su día, la hora de caducar y perecer. Del mismo
modo que la burguesía, por medio de la gran industria, la concurrencia y el
mercado mundial acaba prácticamente con todas las instituciones estables,
consagradas por una venerable antigüedad, esta filosofía dialéctica acaba
con todas las ideas de una verdad absoluta y definitiva y de estados absolutos
de la humanidad, congruentes con aquella. Ante esta filosofía, no existe nada
definitivo, absoluto, sagrado; en todo pone de relieve su carácter perecedero,
y no deja en pie más que el progreso ininterrumpido del devenir y del perecer,
un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior, cuyo mero reflejo en el
cerebro pensante es esta misma filosofía. Cierto es que tiene también un lado
conservador, en cuanto que reconoce la legitimidad de determinadas fases del
conocimiento y de la sociedad, para su época y bajo sus circunstancias; pero
nada más. El conservadurismo de este modo de concebir es relativo; su carácter
revolucionario es absoluto, es lo único absoluto que deja en pie.
Federico Engels
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Editorial Progreso Moscú, 1978
(Énfasis agregados)
Nota.-
La relación realidad superficial-realidad profunda, de JCM, tiene su base
dialéctica. La realidad superficial se ve con la mirada, la realidad profunda
se ve con el análisis. Se puede poner como ejemplo un hecho reciente y sus
consignas:
EN PERÚ
|
ROBA PERO
HACE OBRAS
|
EN BOLIVIA
|
NACIONALISTA
ANTICAPITALISTA
|
De
inmediato se nota que las expresiones están “empasteladas” En verdad, en
Bolivia circula el mensaje nacionalista anticapitalista; en
nuestro país circula el mensaje roba pero hace obras. En uno está
surgiendo una nueva realidad, en otra se sigue imponiendo una vieja realidad.
Una expresa la realidad profunda, otra expresa la realidad superficial.
Pero
tanto en uno como en otro, el pueblo tiene el gobierno que se merece.
Para
que haya una revolución política se requiere que haya una revolución mental. A
ambas se opone el colonialismo, utilizando las contradicciones internas. ¿Cómo
se impone en nuestro país? Es lo que debemos tener siempre presente.
Por un lado, desarrollando el colonialismo mental.
Es demasiado evidente que “el perro del hortelano”, el “roba pero hace obras”
expresan este colonialismo mental.
Por
otro lado, atizando las contradicciones internas. Es demasiado evidente que “la
marcha de los cuatro suyus”, “la gran transformación” expresan este
divisionismo interno.
Conoce
a tu enemigo y conócete tú mismo, es la enseñanza básica para poder activar
en todo proceso, y específicamente en el proceso político.
En
elecciones centrales, en un país se impone un masacrado, en otro país se impuso
un masacrador. ¿Es cierto o no? ¿Por qué? Porque la revolución mental precede a
la revolución política. Y por eso la bloquea la reacción con su poder
mediático.
La
revolución mental tiene un alto hito en nuestro país: 7 Ensayos. Es
el libro más editado. Pero no se puede esperar que la izquierda protestataria
lo tenga como su literatura basal. Tampoco se puede esperar que el nacionalismo
étnico lo tenga como su literatura basal. Les basta la “lucha contra la
corrupción”
Por
eso debemos luchar para que el Socialismo Peruano lo tenga
como su libro basal. Durante la represión anti-subversiva, quien tenía este
libro era tildado de “terrorista” Recordemos que para imponerse, el Vaticano
prohibió la Biblia; y sólo le dio vía libre cuando los protestantes basaron su
propaganda en su difusión y estudio.
7
Ensayos tiene más actualidad que la que tuvo en 1928. ¡Y es más
necesario! Quien pretenda señalar que estuvo errado o que no tiene actualidad,
¡tiene que demostrarlo y no simplemente negarlo con un simple decreto-ley!
La
subversión del pueblo ancestral es un hito glorioso en la historia de nuestra
formación nacional. La subversión criolla es otro hito glorioso en la historia
de nuestra formación nacional, Ambas fueron necesarias, y por tanto legítimas.
Pero una caducó definitivamente con la Rebelión de Atusparia. Y la otra ha
caducado definitivamente con la mentalidad colonial de su capitalismo marginal,
parasitario y rentista. Para muestra, su “crecimiento económico extractivista”,
simple explotación neocolonial.
Las
actuales condiciones nuevas y superiores son la base para el accionar del Socialismo
Peruano. Para ligar su teoría y práctica sólo le falta ORGANIZACIÓN.
Entonces,
en esta nueva lucha final ¡AGRUPEMONOS TODOS!
Ragarro
21.10.14
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